martes, 27 de noviembre de 2012

Melkisedek o el Sacerdocio Real, por Fr. Antonio Vallejo. Cap. I

Nota del blog: ya habíamos publicado el hermoso prólogo deste libro AQUI. Ahora nos hemos decidido a publicar el libro en su totalidad. Libro de una profundidad raramente vista.


ANCORA DEL ALMA, LA ESPERANZA SEGURA Y FIRME Y QUE PENETRA HASTA LO INTERIOR DEL VELO, ADONDE COMO PRECURSOR ENTRÓ POR NOSOTROS JESÚS, HECHO SUMO SACERDOTE PARA SIEMPRE SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEK (Hebreos 6, 19-20).

Si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi pacto, seréis mi pueblo entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra; mas vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa (Éxodo, 19,5-6).

Seréis llamados sacerdotes de Yahveh; se dirá que sois ministros de nuestro Dios (Isaías 61, 6).

Ofreceos de vuestra parte como piedras vivientes, con que se edifique una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer víctimas espirituales aceptas a Dios por mediación de Jesucristo. Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa (I Pedro 2, 5 y 9).

Al que nos ama y nos rescató de nuestros pecados con su sangre, e hizo de nosotros un reino, sacerdotes para el Dios y Padre suyo, a él la gloria y el poderío por los -siglos de los siglos, Amen.
Y los hiciste para nuestro Dios reyes y sacerdotes,  y reinan sobre la tierra.
Sobre estos no tiene poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo (Apocalipsis 1, 6; 5, 10; 20,6).

I. RELIGION Y SACERDOCIO UNIVOCOS

1. Religión. Etimologías y definiciones

“El significado de los nombres, advierte santo Tomás[1], no siempre tiene mucho ni poco que ver con su origen etimológico”. Eso es muy cierto; y de ello estamos hoy más convencidos que en el siglo XIII. Pero también es cierto que cuando en busca de una definición se le atribuyen a una misma palabra diversas etimologías, cada una de esas atribuciones responde, siempre, a un peculiar sistema de ideas. El cual sistema resulta, a veces, bastante más digno de interés que la pretensa definición etimológica.
Así ocurre con el concepto de esa ocupación humana universal que llamamos “religión”. Sus definiciones verbales nos informan muy poco acerca de su quididad (que podemos conocer por otra vía); y en cambio corresponden muy adecuadamente al modo de entender y practicar la cosa en diferentes épocas y naciones.
Recordemos las tres etimologías clásicas que se han atribuído, con intención definitoria, a la palabra “religión”.

1. “Quienes tratan asiduamente y con gran diligencia todas las cosas que pertenecen al culto de los dioses, al modo de quien se esmera en repasar una lectura, son llamados religiosos; nombre que les viene, precisamente, de la palabra releer”[2].
Ese presunto origen (que hoy parece el más aceptable) tenía que ser propuesto por un romano, pues confirma lo que sabemos acerca del culto detallista que prescribían las costumbres litúrgicas de aquel pueblo; para el cual la exactitud en la observancia de las ceremonias prevalecía sobre la santidad, era más necesaria que la pureza interior. La misma palabra santidad -sanctitas- tenía entre otras acepciones la de “culto divino” y la de “scientia colendorum deorum[3], es decir, conjunto de conocimientos ordenado a la perfecta realización de actos externos de culto.
Es verdad que también para nosotros “religio est idem sanctitati[4]; mas ya veremos oportunamente en qué sentido y por cuán diversa razón. Entiéndase, por ahora, que el escrúpulo de exactitud de los romanos en lo referente a las fórmulas y a los actos rituales era obsesivo; y que lo era, no porque buscaran aquella exactitud como efecto de perfección espiritual, sino porque estaba prescripta como causa de eficacia, como condición indispensable para obtener los fines utilitarios del culto.

2. La forma “relegere” también se ha dado con una acepción diversa de la que se traduce por “releer”. Dentro de este homónimo, la partícula “re” no indicaba la idea de repetición (como en el mismo verbo “repetir”, y en “reiniciar”, etc.), sino de restitución de una integridad perdida (como en “resarcir” y en  “redimir”), o de reciprocidad (como en “reamar”, “remunerar”, etc.). Y el segundo componente de este “relegere” no es “legere”, sino “elegere” que también entra en la composición de la palabra “neglegere” (= negligere).
Así, pues, el significado de la voz relegere es, en este caso, el más opuesto que darse pueda al de la palabra “despreciar” (= neglegere); y el vocablo más emparentado con esta acepción de relegere lo tendríamos en rediligere, si éste hubiese sido el neologismo inventado por Cicerón, en vez de reclamare.
Es Aulo Gelio quien reclama tal linaje para la voz “religio”; y ello en un contexto que condena las nimiedades supersticiosas en el culto a la divinidad[5].

3. Disconforme con la explicación de la palabra y de la cosa que Cicerón propone en De natura deorum, Lactancio  decide hacer expresar al vocablo religio una verdad que resume todo el mensaje de la religión verdadera:

“Mediante ese vínculo de piedad, estamos atados, coligados con Dios; que de ahí se deriva la palabra "religión"; y no de "releer", como Cicerón ha pretendido”[6].

Aunque también el paganismo acostumbró a comparar las relaciones de hombre a dios con el trato reverencial que un hijo debe a su padre, aquella pietas no superaba el valor de una pura metáfora. Entre la divinidad venática, irritable, y el idólatra servil, desprovisto de todo derecho, no cabía un comercio de amor, sino apenas de justicia[7]; y más exactamente, de compromiso. La epifanía del Padre eterno en su Hijo encarnado, y el correlativo conocimiento sobrenatural de Dios que la fe introduce en el mundo, revelan y restablecen un vínculo propiamente filial entre los hombres y el Creador. Con toda razón, por tanto, y con una profundidad poco frecuente en sus escritos, Lactancio identifica piedad religiosa y conocimiento de Dios: “Pietas nihil aliud est, quam Dei notio[8].
San Agustín admitió alguna vez que el radical de la palabra “religión” está en “religere”, en el sentido de reelegir:

“Porque Dios, al mismo tiempo que fuente de nuestra bienaventuranza, es la finalidad de todo apetito, eligiéndole (o mejor dicho, reeligiéndole, ya que por negligentes nos habíamos quedado sin él), tendemos con amor hacia él, reeligentes. De ahí la palabra “religión”[9].

Pero más de una vez vuelve el obispo de Hipona a la etimología propuesta por Lactancio, añadiendo a la idea del “vinculum pietatis”, la del retorno del hijo pródigo al Padre eterno; retorno deseado y conseguido mediante la gracia filial del Unigénito de Dios, Jesucristo[10].
En sus últimos años, san Agustín prefiere[11] resueltamente la explicación etimológica del autor de las Institutiones divinae: religio, de religare. Y así, confirmada con el aval del mayor de los Padres de la Iglesia, es recibida sin vacilaciones por aquellos pequeños filólogos que fueron los grandes doctores de la Escolástica.
Cuando la incierta raíz entra en las reflexiones del Angélico, éste no sólo la adopta, sino que la robustece, colocándola en firme tierra metafísica. No desconoce ni menosprecia la concepción moral de san Agustín, según la cual somos religiosos en cuanto, habiéndonos desligado de Dios por la culpa, nos religamos con él por el arrepentimiento; pero sitúa aquella separación y este retorno dentro del círculo de otra separación y otro retorno anteriores y prevalentes:

“Comoquiera que todas las creaturas existieron antes en Dios que en sí mismas, y al proceder de Dios por creación fue como si comenzaran a distanciarse de él por esencia, puede decirse que la creatura racional debe religarse a Dios, con quien estaba unida antes de existir; para que así los ríos retornen al lugar de donde salieron (Eclesiástico I, 7)[12]

2. Grados del ser y jerarquía religiosa

 La definición implícita en las precedentes palabras de santo Tomás es asequible a primera lectura; mas su cabal inteligencia y su lugar a la cabeza de nuestro estudio exigen que se la declare con alguna prolijidad.
De dos modos se dice estar las cosas en Dios: en cuanto Dios las conoce en su esencia, idénticas a ella; y en cuanto son, por influjo divino, conservadas en su ser y dirigidas hacia su fin[13].
Dios no conoce las cosas tan sólo en común, en cuanto son entes, sino en cuanto se distinguen las unas de las otras. Porque la naturaleza de cada cosa corresponde a cómo participa cada cosa de la plenitud de perfección que es Dios; y Dios no se conocería perfectamente a sí mismo, si no conociera todos y cada uno de los grados en que su perfección puede ser participada[14].
Dios actúa inmediatamente en todas las cosas. Luego, en tal sentido, ninguna cosa se separa o dista de Dios. Sólo por disimilitud de naturaleza, y por disminución o privación de gracia, puede decirse que las creaturas distan o se alejan del Creador[15].
Primordial y originariamente, el orden de prelación y autoridad reside en Dios. Mayor prelacía expresa menor distancia de Dios, mejor participación de Dios en cuanto principio primero del orden universal. Y a mayor acercamiento al entender de Dios, a mejor participación de la suma-conciencia-de-ser, que es Dios, corresponden mayor conciencia y posesión y gozo del propio ser[16].
Una creatura tan próxima, tan semejante a Dios, que sea capaz de poseerlo, y gozar de su posesión, y tener conciencia de su posesión y de su gozo, constituye una imagen externa de la vida interna de Dios, de su intimidad trinitaria. Encumbrada sobre las creaturas-inconscientes-de-Dios, ejerce sobre ellas una autoridad de carácter propiamente sacro.
A cada creatura corresponde en el universo un lugar, una acción, una perfección propios, mediante los cuales se sirve de las creaturas que le son inferiores y sirve a las que le son superiores.
Mas ninguna creatura tiene su último fin en otra. Todos y cada uno de los seres son para la perfección del universo; y el universo entero, con todas y cada una de sus partes, está ordenado a Dios como a su fin.
Dios, en cuanto fin de sí mismo y de cuantos pueden poseerlo en intelecto de amor, es sumo bien y beatitud inamisible.
Semejanza del sumo bien, la gloria de Dios es comunicada de manera sólo objetiva a las creaturas no conscientes; y de modo a la vez objetivo y formal a las creaturas racionales.
Aquéllas no pueden determinarse a desamparar el sitio que les corresponde en el universo, a suspender su acción propia, a suprimir o disminuir su propia perfección; y así manifiestan la gloria de Dios en medida pequeña, pero infaliblemente. En cambio éstas, las creaturas racionales, dan gloria a Dios en la medida en que ocupan por propia determinación el lugar que les corresponde en el universo, actuando con la intensidad y perfección que conviene a su vocación personal, libremente aceptada. En esa misma medida obtienen su propia gloria y alcanzan su beatitud, incorruptibles.
El lugar, la acción, la perfección naturales de la creatura racional han sido sobreelevados, desde el principio, al orden de la gracia, es decir, a una gratuita participación (no sólo semejanza esencial, sino también existencial) de la intimidad de la vida divina[17].
El principio sobrenatural de la íntima religación del hombre con Dios es la fe infusa. Promovido por la virtud teologal de la fe, el reconocimiento práctico de la suprema autoridad de Dios, en cuanto autor del universo, es la acción religiosa por excelencia, el sacrificio; el cual comporta en su forma y en su materia la consagración -sacrificium, de sacrum facere- del universo a Dios.
El conocimiento de la fe, innegable, mas no evidente, alcanza su perfección en el conocimiento intuitivo, facial, de Dios. La acción sacrifical obtiene su perfección definitiva en la liturgia celeste, en el reconocimiento práctico absoluto, incesante de la infinita excelsitud del Creador eternamente contemplada.
Sobre la religación que obra la gracia de la fe, descuella otra inmensurablemente más íntima: la que obra la singular gracia de unión; la que hace de la humanidad de Jesucristo, creada, una sola Persona con el Verbo increado. Nadie más semejante a Dios que Jesucristo; como que es la imagen substancial del Padre eterno. Nadie más íntimo a Dios; como que es persona divina. Y nadie tiene más derecho que él a la pre-lacia absoluta; como que  únicamente por él con él y en él fueron hechas y restauradas todas las cosas[18].
La humanidad de Nuestro Señor Jesucristo (su cuerpo, su alma), substancial y supremo acto de religión, vínculo de la eternidad con la naturaleza y con la historia, es la única luz, la única vida, el camino único para encontrar, conocer y volver a Dios. Sólo por él, con él y en él, causa ejemplar, eficiente y final de toda recta intención y de toda obra buena, retornan los ríos al lugar de su origen.



[1] “Non semper idem est quod nomen significat, et id a quo imponitur nomen ad significandum” (S. Tomás, Summa theologiae, I, 13, 8).
[2] “Qui autem omnia quae ad cultum deorum pertinerent, diligenter retractarent et tamquam relegerent, sunt dicti religiosi ex relegendo” (Cicerón, De natura deorum, II, 28).
[3] Ibid. I, 41.
[4] S. Tomás, Summa theologiae, II-II, 81, 8.
[5] Aulo Gelio hace suya la aprobación de Nigidio Figulus a la sentencia de un poeta anónimo, según la cual “religentem esse oportet, religiosum nefas”. “Hoc (inquit Nigidius) inclinamentum semper huiuscemodi verborum, ut vinosus, mulierosus, religiosus, numosus, sígnat copiam quandam immodicam rei, super qua dicitur. Quocirca religiosus is appellabatur, qui nimia, et superstitiosa religione sese alligaverat: eaque res vitio assignabatur”. Más adelante se pregunta: “Cur ingeniosus, et formosus, et officiosus, et speciosus, quae pariter ab ingenio, et forma, et officio inclinata sunt, cur etiam disciplinosus, conciliosus, victoriosus, quac M. Cato ita afliguravit, cur item facundiosa...; cur, inquam, ista omnia nunquarn in culpam, sed in laudem. dicuntur?”. Su respuesta distingue, con filosofía muy rudimentaira, pero con buen sentido, entre las manifestaciones indiscretamente excesivas, que proceden de falsa virtud, y los actos que abundan en virtud verdadera que “quanto maiora auctioraque sunt, etiam tanto laudatiora fiunt” (Auli Gellii, Noctes Atticae, IV, IX, Venetiis 1565, pp. 137-139).
[6] “Ob vinculo pietatis obstricti Deo et religati sumus; unde ipsa religio nomen acepit, non ut Cicero interpretatus est, a relegendo” (Lactancio, Divinae Institutiones, IV, 28, PL. 6, 5361.
[7] Cfr. Cicerón, De natura deorum, I, 41.
[8] Lactancio, Divinae Institutiones, V, 15. PL, 6, 597.
[9] Ipse enim fons nostrae beatitudinis, ipse omnis appetitionis est finis. Hunc eligentes, vel potius religentes, amiseramus enim negligentes: hunc ergo religentes, unde et religio dicta perhibetur, ad eum dilectione tendimus. S. Agustín, De Civitate Dei, X, 3.
[10] Cfr. S. Agustín, De quantitate animae, XXXVI, 80
[11] Cf. S. Agustín, Retractationes, I, 13, 9.
[12]Nomen igitur religionis, ut Augustinus in libro De vera religione innuere videtur, a religando sumptum est. Illud autem proprie ligari dicitur quod ita uni adstringitur quod ei ad alia divertendi libertas tollatur. Sed religatio iteratam ligationem importans, ostendit ad illud aliquem ligari cui primum coniunctus fuerat, et ab eo distare incepit. Et quia omnis creatura prius in Deo exstitit quam in seipsa, et a Deo processit, quodammodo ab eo distare incipiens secundum essentiam et per creationem; ideo rationalis creatura ad ipsum Deum debet religari, cui primo coniuncta fuerat etiam antequam esset ut sic (Eccl. I, 7): “ad locum unde exeunt fumina revertantur” (S. Tomás, Contra impugnantes Dei cultum et religionem, I, 1)
[13] S. Tomás, Summa Theol. I, 18, 4 ad 1.
[14] Ibid. I, 14, 6.
[15] Ibid. I, 8, 1 ad 3.
[16] Ibid. I, 109, 4.
[17] Ibid. II-II, 2, 3.
[18] Cf. Colosenses 1, 15-17.