Nota del blog: ya habíamos publicado el hermoso prólogo deste libro AQUI. Ahora nos hemos decidido a publicar el libro en su totalidad. Libro de una profundidad raramente vista.
ANCORA DEL ALMA, LA ESPERANZA SEGURA Y FIRME Y QUE
PENETRA HASTA LO INTERIOR DEL VELO, ADONDE COMO PRECURSOR ENTRÓ POR NOSOTROS
JESÚS, HECHO SUMO SACERDOTE PARA SIEMPRE SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEK (Hebreos
6, 19-20).
Si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi pacto,
seréis mi pueblo entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra; mas
vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa (Éxodo,
19,5-6).
Seréis llamados sacerdotes de Yahveh; se dirá que sois
ministros de nuestro Dios (Isaías 61, 6).
Ofreceos de vuestra parte como piedras vivientes, con que
se edifique una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer
víctimas espirituales aceptas a Dios por mediación de Jesucristo. Vosotros sois
linaje escogido, real sacerdocio, nación santa (I Pedro 2, 5 y 9).
Al que nos ama y nos rescató de nuestros pecados con su
sangre, e hizo de nosotros un reino, sacerdotes para el Dios y Padre suyo, a él
la gloria y el poderío por los -siglos de los siglos, Amen.
Y los hiciste para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinan sobre la tierra.
Sobre estos no tiene poder la segunda muerte, sino que
serán sacerdotes de Dios y de Cristo (Apocalipsis 1, 6; 5, 10; 20,6).
I. RELIGION Y SACERDOCIO UNIVOCOS
1. Religión. Etimologías y definiciones
“El significado de los nombres, advierte santo Tomás[1],
no siempre tiene mucho ni poco que ver con su origen etimológico”. Eso es muy
cierto; y de ello estamos hoy más convencidos que en el siglo XIII. Pero
también es cierto que cuando en busca de una definición se le atribuyen a una
misma palabra diversas etimologías, cada una de esas atribuciones responde,
siempre, a un peculiar sistema de ideas. El cual sistema resulta, a veces,
bastante más digno de interés que la pretensa definición etimológica.
Así ocurre con el concepto de esa ocupación humana universal
que llamamos “religión”. Sus definiciones verbales nos informan muy poco acerca
de su quididad (que podemos conocer por otra vía); y en cambio
corresponden muy adecuadamente al modo de entender y practicar la cosa en
diferentes épocas y naciones.
Recordemos las tres etimologías clásicas que se han
atribuído, con intención definitoria, a la palabra “religión”.
1. “Quienes tratan asiduamente y con gran diligencia
todas las cosas que pertenecen al culto de los dioses, al modo de quien se
esmera en repasar una lectura, son llamados religiosos; nombre que les viene,
precisamente, de la palabra releer”[2].
Ese presunto origen (que hoy parece el más aceptable)
tenía que ser propuesto por un romano, pues confirma lo que sabemos acerca del
culto detallista que prescribían las costumbres litúrgicas de aquel pueblo; para
el cual la exactitud en la observancia de las ceremonias prevalecía sobre la
santidad, era más necesaria que la pureza interior. La misma palabra santidad -sanctitas-
tenía entre otras acepciones la de “culto divino” y la de “scientia
colendorum deorum”[3],
es decir, conjunto de conocimientos ordenado a la perfecta realización de actos
externos de culto.
Es verdad que también para nosotros “religio
est idem sanctitati”[4];
mas ya veremos oportunamente en qué sentido y por cuán diversa razón. Entiéndase,
por ahora, que el escrúpulo de exactitud de los romanos en lo referente a las
fórmulas y a los actos rituales era obsesivo; y que lo era, no porque buscaran
aquella exactitud como efecto de perfección espiritual, sino porque estaba
prescripta como causa de eficacia, como condición indispensable para obtener
los fines utilitarios del culto.
2. La forma “relegere” también se ha dado con
una acepción diversa de la que se traduce por “releer”. Dentro de este
homónimo, la partícula “re” no indicaba la idea de repetición (como en el mismo
verbo “repetir”, y en “reiniciar”, etc.), sino de restitución de una integridad
perdida (como en “resarcir” y en “redimir”),
o de reciprocidad (como en “reamar”, “remunerar”, etc.). Y el segundo componente
de este “relegere” no es “legere”, sino “elegere” que también entra
en la composición de la palabra “neglegere” (= negligere).
Así, pues, el significado de la voz relegere es,
en este caso, el más opuesto que darse pueda al de la palabra “despreciar” (=
neglegere); y el vocablo más emparentado con esta acepción de relegere lo
tendríamos en rediligere, si éste hubiese sido el neologismo inventado
por Cicerón, en vez de reclamare.
Es Aulo Gelio quien reclama tal linaje para la voz
“religio”; y ello en un contexto que condena las nimiedades
supersticiosas en el culto a la divinidad[5].
3. Disconforme con la explicación de la palabra y de
la cosa que Cicerón propone en De natura deorum, Lactancio decide hacer expresar al vocablo religio
una verdad que resume todo el mensaje de la religión verdadera:
“Mediante ese vínculo de piedad, estamos atados, coligados
con Dios; que de ahí se deriva la palabra "religión"; y no de
"releer", como Cicerón ha pretendido”[6].
Aunque también el paganismo acostumbró a comparar las
relaciones de hombre a dios con el trato reverencial que un hijo debe a su
padre, aquella pietas no superaba el valor de una pura metáfora. Entre
la divinidad venática, irritable, y el idólatra servil, desprovisto de todo
derecho, no cabía un comercio de amor, sino apenas de justicia[7]; y
más exactamente, de compromiso. La epifanía del Padre eterno en su Hijo encarnado,
y el correlativo conocimiento sobrenatural de Dios que la fe introduce en el
mundo, revelan y restablecen un vínculo propiamente filial entre los hombres y
el Creador. Con toda razón, por tanto, y con una profundidad poco frecuente en
sus escritos, Lactancio identifica piedad religiosa y conocimiento de Dios:
“Pietas nihil aliud est, quam Dei notio”[8].
San Agustín admitió alguna vez que el radical de
la palabra “religión” está en “religere”, en el sentido de reelegir:
“Porque Dios, al mismo tiempo que fuente de nuestra
bienaventuranza, es la finalidad de todo apetito, eligiéndole (o mejor dicho,
reeligiéndole, ya que por negligentes nos habíamos quedado sin él), tendemos
con amor hacia él, reeligentes. De ahí la palabra “religión”[9].
Pero más de una vez vuelve el obispo de Hipona a la
etimología propuesta por Lactancio, añadiendo a la idea del “vinculum
pietatis”, la del retorno del hijo pródigo al Padre eterno; retorno deseado
y conseguido mediante la gracia filial del Unigénito de Dios, Jesucristo[10].
En sus últimos años, san Agustín prefiere[11]
resueltamente la explicación etimológica del autor de las Institutiones
divinae: religio, de religare. Y así, confirmada con el aval
del mayor de los Padres de la Iglesia, es recibida sin vacilaciones por
aquellos pequeños filólogos que fueron los grandes doctores de la Escolástica.
Cuando la incierta raíz entra en las reflexiones del
Angélico, éste no sólo la adopta, sino que la robustece, colocándola en firme tierra
metafísica. No desconoce ni menosprecia la concepción moral de san Agustín,
según la cual somos religiosos en cuanto, habiéndonos desligado de Dios por la
culpa, nos religamos con él por el arrepentimiento; pero sitúa aquella
separación y este retorno dentro del círculo de otra separación y otro retorno
anteriores y prevalentes:
“Comoquiera que todas las creaturas existieron antes en
Dios que en sí mismas, y al proceder de Dios por creación fue como si
comenzaran a distanciarse de él por esencia, puede decirse que la creatura
racional debe religarse a Dios, con quien estaba unida antes de existir; para
que así los ríos retornen al lugar de donde salieron (Eclesiástico I, 7)[12].
2. Grados del ser y jerarquía religiosa
La definición
implícita en las precedentes palabras de santo Tomás es asequible a
primera lectura; mas su cabal inteligencia y su lugar a la cabeza de nuestro
estudio exigen que se la declare con alguna prolijidad.
De dos modos se dice estar las cosas en Dios: en
cuanto Dios las conoce en su esencia, idénticas a ella; y en cuanto son, por
influjo divino, conservadas en su ser y dirigidas hacia su fin[13].
Dios no conoce las cosas tan sólo en común, en cuanto son
entes, sino en cuanto se distinguen las unas de las otras. Porque la naturaleza
de cada cosa corresponde a cómo participa cada cosa de la plenitud de
perfección que es Dios; y Dios no se conocería perfectamente a sí mismo, si no
conociera todos y cada uno de los grados en que su perfección puede ser participada[14].
Dios actúa inmediatamente en todas las cosas.
Luego, en tal sentido, ninguna cosa se separa o dista de Dios.
Sólo por disimilitud de naturaleza, y por disminución o privación de gracia,
puede decirse que las creaturas distan o se alejan del Creador[15].
Primordial y originariamente, el orden de prelación y autoridad
reside en Dios. Mayor prelacía expresa menor distancia de Dios, mejor
participación de Dios en cuanto principio primero del orden universal. Y a
mayor acercamiento al entender de Dios, a mejor participación de la suma-conciencia-de-ser,
que es Dios, corresponden mayor conciencia y posesión y gozo del propio ser[16].
Una creatura tan próxima, tan semejante a Dios, que sea
capaz de poseerlo, y gozar de su posesión, y tener conciencia de su posesión y
de su gozo, constituye una imagen externa de la vida interna de Dios, de su
intimidad trinitaria. Encumbrada sobre las creaturas-inconscientes-de-Dios,
ejerce sobre ellas una autoridad de carácter propiamente sacro.
A cada creatura corresponde en el universo un lugar, una acción,
una perfección propios, mediante los cuales se sirve de las creaturas que le
son inferiores y sirve a las que le son superiores.
Mas ninguna creatura tiene su último fin en otra. Todos y
cada uno de los seres son para la perfección del universo; y el universo
entero, con todas y cada una de sus partes, está ordenado a Dios como a su fin.
Dios, en cuanto fin de sí mismo y de cuantos pueden poseerlo
en intelecto de amor, es sumo bien y beatitud inamisible.
Semejanza del sumo bien, la gloria de Dios es comunicada
de manera sólo objetiva a las creaturas no conscientes; y de modo a la vez
objetivo y formal a las creaturas racionales.
Aquéllas no pueden determinarse a desamparar el sitio que
les corresponde en el universo, a suspender su acción propia, a suprimir o
disminuir su propia perfección; y así manifiestan la gloria de Dios en medida
pequeña, pero infaliblemente. En cambio éstas, las creaturas racionales, dan
gloria a Dios en la medida en que ocupan por propia determinación el lugar que
les corresponde en el universo, actuando con la intensidad y perfección que
conviene a su vocación personal, libremente aceptada. En esa misma medida
obtienen su propia gloria y alcanzan su beatitud, incorruptibles.
El lugar, la acción, la perfección naturales de la
creatura racional han sido sobreelevados, desde el principio, al orden de la
gracia, es decir, a una gratuita participación (no sólo semejanza esencial,
sino también existencial) de la intimidad de la vida divina[17].
El principio sobrenatural de la íntima religación del
hombre con Dios es la fe infusa. Promovido por la virtud teologal de la fe, el
reconocimiento práctico de la suprema autoridad de Dios, en cuanto autor del
universo, es la acción religiosa por excelencia, el sacrificio; el cual
comporta en su forma y en su materia la consagración -sacrificium, de sacrum
facere- del universo a Dios.
El conocimiento de la fe, innegable, mas no evidente,
alcanza su perfección en el conocimiento intuitivo, facial, de Dios. La acción
sacrifical obtiene su perfección definitiva en la liturgia celeste, en el
reconocimiento práctico absoluto, incesante de la infinita excelsitud del
Creador eternamente contemplada.
Sobre la religación que obra la gracia de la fe,
descuella otra inmensurablemente más íntima: la que obra la singular gracia de
unión; la que hace de la humanidad de Jesucristo, creada, una sola Persona con
el Verbo increado. Nadie más semejante a Dios que Jesucristo; como que es la
imagen substancial del Padre eterno. Nadie más íntimo a Dios; como que es
persona divina. Y nadie tiene más derecho que él a la pre-lacia absoluta; como
que únicamente por él con él y en él
fueron hechas y restauradas todas las cosas[18].
La humanidad de Nuestro Señor Jesucristo (su cuerpo, su alma), substancial
y supremo acto de religión, vínculo de la eternidad con la naturaleza y con la
historia, es la única luz, la única vida, el camino único para encontrar,
conocer y volver a Dios. Sólo por él, con él y en él, causa ejemplar, eficiente
y final de toda recta intención y de toda obra buena, retornan los ríos al lugar
de su origen.
[1] “Non semper idem est
quod nomen significat, et id a quo imponitur nomen ad significandum” (S.
Tomás, Summa theologiae, I, 13, 8).
[2] “Qui autem omnia quae
ad cultum deorum pertinerent, diligenter retractarent et tamquam relegerent,
sunt dicti religiosi ex relegendo” (Cicerón, De natura deorum,
II, 28).
[3] Ibid. I, 41.
[4] S. Tomás, Summa
theologiae, II-II, 81, 8.
[5] Aulo Gelio hace suya la
aprobación de Nigidio Figulus a la sentencia de un poeta anónimo,
según la cual “religentem esse oportet, religiosum nefas”. “Hoc (inquit Nigidius)
inclinamentum semper huiuscemodi verborum, ut vinosus, mulierosus, religiosus,
numosus, sígnat copiam quandam immodicam rei, super qua dicitur. Quocirca
religiosus is appellabatur, qui nimia, et superstitiosa religione sese
alligaverat: eaque res vitio assignabatur”. Más adelante se pregunta: “Cur
ingeniosus, et formosus, et officiosus, et speciosus, quae pariter ab ingenio,
et forma, et officio inclinata sunt, cur etiam disciplinosus, conciliosus,
victoriosus, quac M. Cato ita afliguravit, cur item facundiosa...; cur,
inquam, ista omnia nunquarn in culpam, sed in laudem. dicuntur?”. Su respuesta
distingue, con filosofía muy rudimentaira, pero con buen sentido, entre las
manifestaciones indiscretamente excesivas, que proceden de falsa virtud, y los
actos que abundan en virtud verdadera que “quanto maiora auctioraque sunt,
etiam tanto laudatiora fiunt” (Auli Gellii, Noctes Atticae,
IV, IX, Venetiis 1565, pp. 137-139).
[6] “Ob vinculo pietatis
obstricti Deo et religati sumus; unde ipsa religio nomen acepit, non ut Cicero
interpretatus est, a relegendo” (Lactancio, Divinae Institutiones,
IV, 28, PL. 6, 5361.
[7] Cfr. Cicerón, De
natura deorum, I, 41.
[8] Lactancio, Divinae
Institutiones, V, 15. PL, 6, 597.
[9] Ipse enim fons nostrae
beatitudinis, ipse omnis appetitionis est finis. Hunc eligentes, vel potius
religentes, amiseramus enim negligentes: hunc ergo religentes, unde et religio
dicta perhibetur, ad eum dilectione tendimus. S. Agustín, De Civitate
Dei, X, 3.
[10] Cfr. S. Agustín, De quantitate
animae, XXXVI, 80
[11] Cf. S. Agustín, Retractationes, I, 13, 9.
[12] “Nomen igitur
religionis, ut Augustinus in libro De vera religione innuere
videtur, a religando sumptum est. Illud autem proprie ligari dicitur quod ita
uni adstringitur quod ei ad alia divertendi libertas tollatur. Sed religatio
iteratam ligationem importans, ostendit ad illud aliquem ligari cui primum
coniunctus fuerat, et ab eo distare incepit. Et quia omnis creatura prius in
Deo exstitit quam in seipsa, et a Deo processit, quodammodo ab eo distare incipiens
secundum essentiam et per creationem; ideo rationalis creatura ad ipsum Deum
debet religari, cui primo coniuncta fuerat etiam antequam esset ut sic (Eccl.
I, 7): “ad locum unde exeunt fumina revertantur” (S. Tomás, Contra
impugnantes Dei cultum et religionem, I, 1)
[13] S. Tomás, Summa Theol. I,
18, 4 ad 1.
[14] Ibid. I, 14, 6.
[15] Ibid. I, 8, 1 ad 3.
[16] Ibid. I, 109, 4.
[17] Ibid. II-II, 2, 3.
[18] Cf. Colosenses 1, 15-17.