IV
Un amigo de Dios me escribió un día esta
magnificencia:
“En
La que llora hablas del “aparente”
fracaso de la Redención y, en efecto, si se contempla la historia de los
pueblos cristianos… ¡y bien no! La respuesta es simple: La Redención ha
triunfado plena, integral, perfecta, absoluta y manifiestamente de forma tal de
satisfacer eternamente a Dios y a los hombres. La Humanidad y la Creación fueron
unidas en Dios, según toda la perfección del Deseo divino. Y este triunfo
perfecto y manifiesto de la Redención es la Santísima Virgen María.
Esta
es la razón por la cual Dios tenía necesidad de Ella. Su Sangre no debía ser
inútil. Después de lo cual, todo podía venir: crímenes, cismas, mentiras,
fornicaciones, abominaciones, e incluso imperfecciones e infidelidades en los
Santos. La Redención triunfó desde el comienzo. De una vez y para siempre. La
Santísima Virgen responde por todos, lo compensa todo, vale más que todo.”
Este es el cristianismo integral, absoluto,
en su esplendor. Sin dudas que la Santísima Virgen, vista así, pensada así, es
inimaginable. Sin embargo Ella llora en la Salette, Aquella a la que todas las
generaciones deben llamar Bienaventurada. Llora como sólo Ella puede hacerlo,
llora lágrimas infinitas sobre todas y cada una destas prevaricaciones
enumeradas. Es alcanzada por el dolor incluso en el seno mismo de la Beatitud.
La razón aquí se pierde. ¡Una beatitud que “sufre” y que llora! ¿Puede esto
concebirse?
- Si algo te falta, oh María, dínoslo.
Díselo a tus pobres. Sólo ellos son lo suficientemente ricos para darte lo que
necesitas. Necesitas más que nadie ya que, como se nos asegura, todo se te ha
dado. Eres la Madre de Aquel que todos los leprosos han simbolizado, Aquel del
que los profetas dijeron que era un gusano y no un hombre, un oprobio, una
abyección, del que los Apóstoles fueron llamados basuras. Debido a todo esto
vuestro lugar es prodigiosamente más alto que el de los Ángeles. ¿Qué más
necesitas?
Ah, ya lo sé. La ignominia del Verbo no te
alcanza. ¡Necesitas la ignominia del Amor! De una forma en que ningún hombre
puede adivinar, necesitas la Pasión del Espíritu Santo la cual debe transformar
en una hoguera a toda criatura. Hasta ahora tú no reinas, no perfeccionas ese
Reino del Padre que no puede ser sino tú misma y al cual estás forzada a
esperar ya que nosotros tenemos el deber de pedirlo todos los días. No se pide
sino lo que se va a obtener.
Vuestro San Juan, a quien Dios
parece haber hablado más que a los demás hombres, ¿no ha dicho acaso que son
Tres los que rinden testimonio sobre la tierra, el Espíritu, el Agua y la
Sangre, y que estos tres corresponden a la Trinidad? Ese es exactamente su
texto. ¿No son acaso los tres diluvios indispensables a la Redención: el
viejo diluvio de Agua, el diluvio de Sangre que no ha terminado todavía después
de diecinueve siglos, y el diluvio de Fuego que va a venir, anunciado por
tantos signos?
El reino del Padre arrepintiéndose de haber
creado al hombre, el Reino del Hijo que cargó con esta penitencia divina y el
reino universal del Amor por el cual debe renovarse todo. Ecce nova facio omnia. Pero,
¿de qué manera y a qué precio? Tú lo sabes sin duda, puesto que eres la “Sede
de la Sabiduría”, la Sabiduría misma, y es por eso que lloras.
¡Solamente tú sabes, entre todas las
criaturas que hay, bien en el fondo del cielo, un Pozo tremendo, precisamente
la fuente que salía de la tierra en medio del Paraíso, reservorio infinitamente
escondido de vuestras Lágrimas de donde deben salir, tal vez pronto, las
ignominias inimaginables e irrevelables del Paráclito por las que triunfarás al
fin!
He aquí que eres la Madre del Dolor desde hace
casi dos mil años y estás ansiosa por ser la Esposa del Dolor. Se
te ve llorar por este deseo sobre las montañas, entre las rocas, por encima de
los campos habitados por los pobres campesinos. Vuestra Faz incomprensiblemente
sublime y sacra derrama todas aquellas lágrimas que no quieren verter los
orgullosos, los ricos, los devoradores de los pobres, los asesinos de los
inocentes, los sacrílegos, los impúdicos…
En 1846, “no pudiendo retener más el Brazo de
vuestro Hijo”, irritada, vinisteis a confiar vuestra pena a la única criatura
capaz de escucharte y comprenderte, a esta humilde Mélanie, escogida por Ti ya
que parecía ser la más vil de las criaturas y le confiaste tu Secreto puesto
que ya no podías llevarlo sola, Tú que pudiste portar sin ayuda al Hijo de
Dios.
Doce
años más tarde te manifestaste a otra pastora[1],
pero sin mostrarle tus grandes lágrimas que los cristianos no habían tenido en
cuenta, y sin confiarle este Secreto tremendo que la primera pastora había sido
designada por Ti, ¡pero cuán en vano! para que lo divulgara y expandiera.
Lourdes, prevista, anunciada por ti en la
Salatte[2],
implicó un esfuerzo más heroico, un disfraz
de vuestro dolor, parecido a aquel de la madre que, cercana a la muerte, se
viste de fiesta para consolar a sus hijos.
Un poco más de doce años después tuvo lugar
lo que se dio en llamar el Año terrible. Francia, pisoteada por los brutos se
retorcía de dolor. Una última vez te volviste a aparecer a unos pobres niños en
una forma muy extraña[3],
desplegando en el cielo imágenes extrañas de Ti misma, acompañadas de breves y
reticentes palabras escritas que bien
podían significar la extremidad de la amenaza como la del perdón.
Eso es todo. No hemos tenido más noticias de
ti[4].
El mundo cristiano, que debería estar espantado ante ese silencio, no ha
parado de descender. ¡La Salette fue despreciada, Lourdes devino en un lugar de
negocios y en un tema de literatura y Pontmain en una imagen de piedad! Está
bien claro que nadie entre tu pueblo te tiene en cuenta y que no puedes hacer
nada por él. Ha llegado el momento de perecer.
Puesto que la salvación de la multitud es
imposible, deberás contentarte con algunas almas dolorosas que todavía te
recuerdan y que no piden más que ser salvadas. ¡Ah pero ellas no son numerosas
y no pertenecen a los grandes deste mundo! Puede incluso afirmarse que son las
más humildes y escondidas. Sería digno de ti el hacer con ellas lo mismo que
hicisteis con Mélanie, primero en su infancia y luego hasta el fin de su vida:
unos prodigios de sufrimientos y monstruos de grandeza. Desa forma serán como
partes de Ti misma y realizarán contigo la Redención que no puede ser consumada
más que por vuestro Esposo, cuando los cristianos hayan caído tan bajo que no
puedan discernir la Ignominia desconocida.
[1] El Autor se refiere a la Aparición de la Virgen a Santa Bernardita en Lourdes.
[2] León Bloy está hablando del comienzo del Secreto que reza: “Mélanie, lo que voy a decirte ahora, no será siempre un secreto; podrás publicarlo en 1858”, y comentando estas palabras dice: “¡Admirable plazo: la Santísima Virgen quiso que Mélanie fuese preservada de su Secreto inmediatamente después de su aparición en Lourdes, el 11 de febrero de 1858! Es asombroso que nadie, al parecer, haya reparado en esto” (La que llora).
[3] El Autor está hablando en este caso de la Aparición (poco conocida) acaecida en Pontmain, tal cual lo indica más abajo.
[4] Téngase presente que el Autor escribe esto en 1911, algo más de 5 años antes de Fátima.