A mi queridísima hija
MAGDALENA
He aquí el libro que te he reservado desde
hace tanto tiempo. Apenas puede llamarse mío puesto que no he escrito más que
la Introducción. Pero por encima de
mis páginas perecederas y llamadas a morir en las que he puesto todo mi
corazón, verás el alma, sublime y sencilla como el cielo, desta Pastora del
Paraíso de la que me declaro su humildísimo presentador.
Consagrada por tu madre a la Inmaculada
Concepción antes de nacer, Mélanie te enseñará, mejor de lo que yo mismo
pudiera hacer, que la Santísima Virgen fue, en realidad, y cuando los montes y
los abismos no existían todavía, la Única Elegida para ser, un día, el Único
Remedio de Dios, “el único punto de barro sin mancha en el cual el Redentor
pudo poner su pie sobre la tierra”.
Sólo
este pensamiento que ha de crecer cada día en ti te hará santa, si tú lo
quieres y, me animo a decirlo, incluso si tú no lo quieres.
La Inmaculada Concepción es tu abismo
particular. Cada uno tiene el suyo. Es el abismo de luz querido para ti y del
cual no podrás salir jamás, ¡oh bienaventurada hija de mis tormentos!
Fiesta
de San Miguel Arcángel, 1911.
León
Bloy.
INTRODUCCION
I
Ascende superius
Ente los cristianos que no rechazan el
milagro de la Salatte, ninguno podrá pretender, sin elevarse al heroísmo del
ridículo, que los dos Niños Testigos han podido ser otra cosa más que
instrumentos enfermos.
Se tiene como una verdad indiscutible que en
1846 eran unos pastorcitos muy rudos, por no decir imbéciles, elegidos a fin de
hacer brillar mucho mejor la evidencia de una Revelación sobrenatural.
Cuanto mucho podrá aceptarse una vislumbre de
inteligencia a Maximino que no publicó su Secreto y que es, por lo
tanto, mucho menos molesto que su compañera. La historiadora de los primeros
años del peregrinaje, Mademoiselle des Brulais, lo representa como un
pequeño niño de una extrema vivacidad, que tenía por momentos, fuera de su
misión estricta de narrador, salidas muy graciosas. Pero nada, absolutamente
nada se le concede a Mélanie.
Es “una pobre
inocente, una malhumorada, una
entidad”, incapaz de comprender lo que significan las respuestas, a menudo
extraordinarias, que le son inspiradas. Así hablaba délla Mademoiselle des
Brulais, persona excelente, es cierto, pero completamente incapaz de
adivinar el misterio desta vocación única.
Sesenta y cinco años después la gloriosa Mélanie,
muerta en 1904, es más vilipendiada que nunca. Cuando el tema de la idiotez no
pudo sostenerse más, se habló de impostura, de vagabundez, de rebelión
criminal, de… malas costumbres. Sacerdotes, e incluso obispos, que debieron
haber recomendado sus almas carentes de amor a esta virgen llena de milagros,
por el contrario, se encarnizaron contra ella, algunos hasta el punto de morir
de rabia; poniendo así de manifiesto la importancia única y la predestinación
sin igual de su víctima. Aún puede verse a eclesiásticos tenidos por
respetuosos cuya sola mención de Mélanie los desequilibra hasta el furor. Uno
está tentado, incluso, a preguntarse si el número de estos enfermos no ha
aumentado.
Cuando la historia de la Pastora sea
conocida, nos asombraremos de la increíble cifra de calumniadores obstinados,
incluso, hasta la apostasía; de desesperados hasta morir de convulsiones por la
sola causa de la existencia de una humildísima niña a la cual no se podría
condenar o proscribir sin que el corazón se conmueva.
Esta historia, escondida por más de medio
siglo con una sorprendente perfidia e infinitamente poco conocida, se cuenta
entre las más desconcertantes y trágicas. Yo debería escribirla y tal vez lo
haga algún día. Habiéndoseme rechazado los documentos indispensables, estoy,
sin embargo, por fortuna y por una gracia insigne, en posición de publicar la
historia, escrita por ella misma
a fin de obedecer a sus confesores y que abarca desde los primeros años de
su vida.