sábado, 10 de noviembre de 2012

Introducción de León Bloy a la Vie de Mélanie, Bergère de la Salatte, écrite par elle-même (I de VII)

A mi queridísima hija
MAGDALENA

He aquí el libro que te he reservado desde hace tanto tiempo. Apenas puede llamarse mío puesto que no he escrito más que la Introducción. Pero por encima de mis páginas perecederas y llamadas a morir en las que he puesto todo mi corazón, verás el alma, sublime y sencilla como el cielo, desta Pastora del Paraíso de la que me declaro su humildísimo presentador.
Consagrada por tu madre a la Inmaculada Concepción antes de nacer, Mélanie te enseñará, mejor de lo que yo mismo pudiera hacer, que la Santísima Virgen fue, en realidad, y cuando los montes y los abismos no existían todavía, la Única Elegida para ser, un día, el Único Remedio de Dios, “el único punto de barro sin mancha en el cual el Redentor pudo poner su pie sobre la tierra”.
 Sólo este pensamiento que ha de crecer cada día en ti te hará santa, si tú lo quieres y, me animo a decirlo, incluso si tú no lo quieres.
La Inmaculada Concepción es tu abismo particular. Cada uno tiene el suyo. Es el abismo de luz querido para ti y del cual no podrás salir jamás, ¡oh bienaventurada hija de mis tormentos!

Fiesta de San Miguel Arcángel, 1911.

León Bloy.


INTRODUCCION

I

Ascende superius

Ente los cristianos que no rechazan el milagro de la Salatte, ninguno podrá pretender, sin elevarse al heroísmo del ridículo, que los dos Niños Testigos han podido ser otra cosa más que instrumentos enfermos.  
Se tiene como una verdad indiscutible que en 1846 eran unos pastorcitos muy rudos, por no decir imbéciles, elegidos a fin de hacer brillar mucho mejor la evidencia de una Revelación sobrenatural.
Cuanto mucho podrá aceptarse una vislumbre de inteligencia a Maximino que no publicó su Secreto y que es, por lo tanto, mucho menos molesto que su compañera. La historiadora de los primeros años del peregrinaje, Mademoiselle des Brulais, lo representa como un pequeño niño de una extrema vivacidad, que tenía por momentos, fuera de su misión estricta de narrador, salidas muy graciosas. Pero nada, absolutamente nada se le concede a Mélanie.
Es “una pobre inocente, una malhumorada, una entidad”, incapaz de comprender lo que significan las respuestas, a menudo extraordinarias, que le son inspiradas. Así hablaba délla Mademoiselle des Brulais, persona excelente, es cierto, pero completamente incapaz de adivinar el misterio desta vocación única.  
Sesenta y cinco años después la gloriosa Mélanie, muerta en 1904, es más vilipendiada que nunca. Cuando el tema de la idiotez no pudo sostenerse más, se habló de impostura, de vagabundez, de rebelión criminal, de… malas costumbres. Sacerdotes, e incluso obispos, que debieron haber recomendado sus almas carentes de amor a esta virgen llena de milagros, por el contrario, se encarnizaron contra ella, algunos hasta el punto de morir de rabia; poniendo así de manifiesto la importancia única y la predestinación sin igual de su víctima. Aún puede verse a eclesiásticos tenidos por respetuosos cuya sola mención de Mélanie los desequilibra hasta el furor. Uno está tentado, incluso, a preguntarse si el número de estos enfermos no ha aumentado.
Cuando la historia de la Pastora sea conocida, nos asombraremos de la increíble cifra de calumniadores obstinados, incluso, hasta la apostasía; de desesperados hasta morir de convulsiones por la sola causa de la existencia de una humildísima niña a la cual no se podría condenar o proscribir sin que el corazón se conmueva.  
Esta historia, escondida por más de medio siglo con una sorprendente perfidia e infinitamente poco conocida, se cuenta entre las más desconcertantes y trágicas. Yo debería escribirla y tal vez lo haga algún día. Habiéndoseme rechazado los documentos indispensables, estoy, sin embargo, por fortuna y por una gracia insigne, en posición de publicar la historia, escrita por ella misma a fin de obedecer a sus confesores y que abarca desde los primeros años de su vida.