Cor Iesu Sacratissimum |
§ III. — El
pecado venial con relación al fervor
El pecado venial es esencialmente contrario al fervor,
porque ataca a todos los elementos de la actividad espiritual.
I. DISMINUYE
LA EFUSION DE GRACIAS ACTUALES
Jamás lo repetiremos bastante: la gracia actual es
principio necesario a todos nuestros actos sobrenaturales, a todos absolutamente,
aún en las almas más perfectas Y Dios concede ordinariamente sus gracias en
proporción a la fidelidad y a la oración. Pero se falta a la fidelidad por el
pecado venial y la oración se debilita más o menos por la impresión desagradable
que deja tras sí.
Los pecados veniales verdaderamente voluntarios
son los más temibles; entristecen y apenan al corazón de Dios; debilitan
nuestra confianza. ¿Tiene uno acaso el mismo afán por una persona a quien se ha
herido?
Las faltas por sorpresa o fragilidad no producen los mismos
efectos; a veces aún puede decirse de ellas, según el sentido de la Iglesia,
que son faltas dichosas: pues nos arrojan en actitud humilde a los pies de Dios
y en oración más fervorosa.
Temed las faltas voluntarias por leves que sean; temed
a las que llegan a instalarse sin inspirar verdadero pesar; constituyen
una infidelidad permanente, por consiguiente un obstáculo permanente
a la efusión de gracias.
II. EL PECADO
VENIAL ALTERA NUESTRA NATURALEZA
El segundo principio de la actividad espiritual consiste
en la buena disposición de nuestra
naturaleza. Esta alteración puede producirse a veces bajo la forma de un envenenamiento
y otras de una depresión.
1º — Si el objeto que nos ha inducido es malo o
peligroso por sí mismo, si desarrolla instintos fatales, entra en nosotros como
un veneno.
Cuando un veneno ligero se insinúa en nuestro organismo,
determina en él un trabajo de descomposición que se traduce en desconcierto y
debilidad; pero aquí el veneno es demasiado débil para que se produzca una
desorganización notable, y pronto una reacción vital: la contrición, lo
elimina; pero no es menos cierto que ese pecado venial, voluntariamente
cometido, ha ejercido sobre nuestra naturaleza moral una acción nociva, de la
cual nuestra ignorancia no puede medir el grado, ni prever las consecuencias.
¿Qué será si los pecados de ese género se multiplican?
¿Qué si llegan a ser costumbre? Temed el afecto al pecado que es un
envenenamiento crónico y estableced la reacción por medio de una vigorosa
contrición, cuya vitalidad pasando por todas nuestras venas elimina esos gérmenes
mortíferos.
2º — Otra alteración se produce siempre bajo forma
de depresión; la voluntad que flaquea pierde parte de su fuerza,
y si flaquea a menudo, ¿hasta qué grado de debilidad no puede descender? Y la
voluntad es en relación a nuestra fuerza moral, lo que es la fuerza vital con
relación al organismo físico. A este principio ataca directamente el pecado
venial.
Una voluntad deprimida por caídas frecuentes se vuelve
cada vez menos capaz de resistencia y de acción; el alma se deja
llevar más fácilmente, cae en las faltas y las multiplica; entra así en un
relajamiento que produciéndose poco a poco, no despierta la atención.
¡Desgraciadamente el relajamiento puede conducir hasta las caídas más graves!
III. EL PECADO
VENIAL APARTA ALGUNAS BARRERAS DE DEFENSA
1º - Ya lo hemos visto, las leyes de Dios son sabias
barreras que nos defienden contra el mal; nos conservan en el orden de las
cosas; defienden nuestra felicidad. Si hacemos caer por la costumbre de ciertos
pecados veniales algunas de esas barreras defensivas, si faltamos por ejemplo a
la obediencia por espíritu de independencia; a la humildad por cierto desprecio
a los demás; a la mortificación por buscar el refinamiento de nuestros gustos,
abrimos paso en nuestra vida a todas las acometidas del demonio.
2º — Bajo otro punto de vista, ¿cuáles son
nuestras barreras defensivas más serias? Son nuestras virtudes.
¿Quién no ve que todo pecado venial tiende a disminuirlas?
La virtud, como costumbre, se forma y deja de ser, por la multiplicación de
los actos. Son aquí ciertamente actos de malicia leve, pero por eso mismo
pueden ser muy frecuentes.
Las sagradas barreras han cedido en muchos puntos. ¡Se
reprime uno menos, se es menos prudente, se tiene menos horror al mal!
¡Tened cuidado con el pecado venial habituado!
Reflexiones sobre la disminución de la vida del alma.
1º — El pecado venial disminuye la actividad del
alma; y la actividad es la vida… ¡Así, pues, esa potencia mía, padece cierta
languidez! ¡Una ligera parálisis me ataca aquí o allá! Estoy menos dispuesto,
menos enérgico, por consiguiente menos fervoroso. Una parte de mi vida
espiritual comienza quizás a desgastarse.
2º — La actividad moral, lo mismo que la física, es
el foco del calor: el calor está en relación con la actividad empleada. A su
vez mis sentimientos, mis deseos, mis oraciones, se entibian. ¡Mi
generosidad pierde en ardor!... ¡Mi amor hacia Dios, aún continuando siendo el
mismo en el fondo, influirá menos interiormente!... ¡Y al expresarse no encontrará
tan dulces fórmulas!...
3º — Añadamos a esto que todo pecado venial es una decadencia
que rebaja. En efecto, uno se acerca a aquello que desea o solicita y aquí
lo que se desea, lo que se solicita siempre es algo menos noble que el deber,
es con frecuencia una satisfacción de orden inferior. Por pequeña que sea una
sensualidad, una curiosidad, una susceptibilidad, no dejará de ser una cosa
baja. ¿Queréis la prueba? ¡Llega a descubrirse, y os sonrojáis!