martes, 18 de septiembre de 2012

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton. Capítulo II (III de III)


El Dogma y el Error de Quesnel

 Cuando la Unam Sanctam nos enseña que no puede haber remisión de los pecados fuera de la Iglesia Católica, de hecho nos está diciendo, que es imposible obtener la vida de la gracia santificante o vivir esa vida fuera deste reino sobrenatural de Dios. Lo que hace es exponer la verdad divinamente revelada de que, por institución de Dios, la vida de la gracia santificante se posee y deriva de parte de Nuestro Señor hacia aquellos que están unidos con Él, que permanecen el Él, en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia Católica.
En este punto debemos ser especialmente claros, tanto en los conceptos como en la terminología. Lo que la Unam Sanctam ciertamente implica, al declarar la necesidad de la Iglesia para la remisión de los pecados, es la verdad que la vida de la gracia santificante y del habitus sobrenatural de la gracia santificante sólo pueden ser obtenidos y poseídos dentro de la Iglesia. De todas formas, a la luz de la doctrina Católica, es cierto y obvio que las gracias actuales se ofrecen y son recibidas por aquellos que están definitivamente “fuera de la Iglesia”, en el sentido en que se emplea este término en los documentos eclesiásticos que establecen el dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación eterna. De hecho la proposición de que “fuera de la Iglesia no se concede ninguna gracia” (extra ecclesiam nulla conceditur gratia)” es una de las tesis explícitamente condenadas por Clemente XI en su constitución dogmática Unigenitus, promulgada el 8 de Septiembre de 1713 y dirigidas contra las enseñanzas de Pascasio Quesnel[1].
Es cierto con una certeza de fe divina que las gracias actuales son realmente necesarias para preparar a los hombres y para moverlos hacia los actos mismos por los cuales pasan a estar “dentro de la Iglesia”. Así, a la luz de la doctrina Católica, es obvio que estas gracias son ofrecidas y concedidas a los hombres que están realmente fuera de la Iglesia, y que carecen tanto de la pertenencia real en el reino sobrenatural de Dios como de todo deseo real de pertenecer a la Iglesia.
Excepto en el caso de un vero milagro moral, tal como ocurrió en la conversión instantánea de San Pablo, el proceso de justificación (que sólo puede terminar dentro de la Iglesia Católica) está precedido de una serie de actos que, en conjunto, constituyen la preparación para la justificación. En un famoso capítulo de su decreto sobre la justificación el Concilio de Trento enumeró y explicó brevemente algunos destos actos, tal como se dan en el caso de aquel que hasta entonces carecía de la vera fe. Bajo este título habla de los actos de fe, temor saludable, esperanza, amor inicial de Dios, y de penitencia pre-bautismal. El proceso de preparación para la justificación, según este capítulo, termina con la intención de recibir el bautismo, comenzar una nueva vida y observar los mandamientos de Dios[2].
Ahora bien, un no-bautizado que no tiene la fe Cristiana, no está de ninguna manera dentro de la Iglesia Católica. No comienza a estar dentro délla, sea como miembro, sea como alguien que sinceramente desea ser miembro, ni siquiera cuando hace su acto inicial de fe. Aún así, según la clara e infaliblemente verdadera enseñanza de la Iglesia Católica, la gracia divina es absolutamente necesaria, no sólo para producir el acto de fe, sino también para lo que el Segundo Concilio de Orange llama el “affectus credulitatis”[3], esto es, la disposición o buena voluntad de creer. Esta gracia actual es dada, sin duda alguna, a quienes están fuera de la Iglesia. Y así la afirmación de que ninguna gracia es dada fuera de la Iglesia es completamente incompatible con la doctrina Católica, aunque forma parte de la enseñanza de la Iglesia que la vida sobrenatural de la gracia no puede obtenerse o poseerse fuera de la Iglesia.


La Unidad y Unicidad de la Iglesia

La enseñanza básica de esta sección con que comienza la Unam sanctam, es la verdad que la vida sobrenatural de la gracia santificante no puede ni comenzar ni continuar separada y fuera del Cuerpo Místico de Nuestro Señor. Así, pues, constituye un comentario valioso y muy preciso de aquellos pasajes de la Sagrada Escritura que nos muestran que la vida sobrenatural de la gracia no puede existir sino en y por medio de Nuestro Señor, y por lo tanto en Su sociedad, que estaba y está tan íntimamente unida a Nuestro Salvador que la persecución contra ella fue descripta por Él como una persecución contra Él mismo.
La presentación desta verdad es puesta especialmente de manifiesto en este documento al insistir que esta sociedad, fuera de la cual no hay ni salvación ni remisión de los pecados, es genuinamente una y única. El Papa Bonifacio VIII apela a imágenes de las Escrituras, como el arca de Noé y la túnica inconsútil de Cristo. Aduce la enseñanza del Cantar de los Cantares donde la amada, figura de la Iglesia, es vera y solamente una. Apela al hecho de que en la Iglesia hay “un Señor, una fe, un bautismo”, y a los lazos de unidad que existen dentro de la Iglesia. Finalmente señala la unidad de dirección de la Iglesia, ejercida por el Obispo de Roma por la autoridad y en nombre de una Cabeza suprema y espiritual, Jesucristo.
Al insistir desta forma sobre la unidad de la sociedad fuera de la cual no hay salvación, la Unam sanctam saca una conclusión práctica muy importante del dogma. La Iglesia dentro de la cual los hombres deben entrar y permanecer si quieren obtener el perdón de sus pecados y la posesión y desarrollo final de la vida sobrenatural, es definitivamente una comunidad, indivisa en sí misma, y bastante diferente a cualquier otra sociedad existente. Esta sociedad es la ecclesia en la cual todos deben buscar entrar, y en la que deben permanecer si quieren agradar a Dios en esta vida y en la otra. El dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación, visto desta manera, ciertamente no es un asunto de mera teoría o especulación, sino una verdad que los hombres deben aceptar como revelada por Dios mismo, y que deben tener como principio directriz de sus propias vidas.


La Visibilidad de la Iglesia

La intensamente práctica presentación del dogma en la Unam sanctam se ve aumentada por la insistencia sobre la visibilidad de la única sociedad dentro de la cual los hombres pueden encontrar la salvación y el perdón de sus pecados. La vera Iglesia que es necesaria para la salvación es la misma sobre la cual Pedro y sus sucesores gobiernan por mandato de Nuestro Señor mismo. Jesucristo confió al cuidado de San Pedro todas sus ovejas, todo el pueblo que Su Padre le había dado para llevarlos a la vida eterna. Aquellos individuos que se describen a sí mismos como no confiadas a San Pedro y a sus sucesores, y que, por lo tanto, no les deben obediencia, se caracterizan por no estar entre las ovejas de Cristo. Aparecen como fuera de la sociedad dentro de la cual hay contacto salvífico con Nuestro Señor. Esta firme y realista enseñanza de la Unam sanctam se manifiesta más perfectamente en la definición con que termina este documento:


En nuestros propios tiempos, antes de la encíclica Mystici Corporis Christi, había una manifiesta tendencia de parte de algunos escritores Católicos en la que enseñaban la existencia de una llamada “Iglesia invisible”, diferente en alguna medida de la organización sobre la cual preside el Romano Pontífice, a la que se le atribuía la necesidad para la salvación. La frase final de la Unam sanctam hacía tiempo que había hecho esta posición completamente insostenible desde el punto de vista teológico. Como claramente lo muestra este documento, la Iglesia fuera de la cual no hay ni salvación ni remisión de los pecados es, de hecho, la sociedad sobre la cual preside el Romano Pontífice como Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro. Es la sociedad designada según la definición de la Iglesia de San Roberto Belarmino, como la asamblea de hombres unidos en la profesión de la misma fe cristiana y por la comunión de los mismos sacramentos, bajo el gobierno de los legítimos pastores y especialmente el Romano Pontífice, el Vicario de Cristo en la tierra.[5]

Los siguientes puntos pueden sacarse de la Unam sanctam con particular claridad:

1) La Iglesia es necesaria, no sólo para obtener la salvación, sino también para el perdón de los pecados, que es inseparable del otorgamiento de la vida sobrenatural de la gracia santificante.

2) La Iglesia es necesaria para la salvación y para la vida de la gracia precisamente porque es el Cuerpo y la Esposa de Jesucristo.

3) La obtención de la salvación en la Iglesia implica unión con el Obispo de Roma.

4) El dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación no puede ser fielmente explicado haciendo alusión a una “Iglesia invisible”.




[1] Denz. 1379.
[2] Denz. 798.
[3] Denz. 178.
[4] Denz. 469: “Porro subesse Romano Pontifici omni humanae creaturae declaramus, dicimus, definimus et pronuntiamus omino de necessitate salutis”.
[5] Cfr. De Ecclesia militante, c. 2.