lunes, 13 de agosto de 2012

¿Bernabé, clave de la solución del problema sinóptico?, por el P. Bover (III de IV)

Autor: José María Bover, S.J.
Fuente: Estudios Bíblicos, tomo III, 1944, pag. 55 ss.

San Marcos


 III. Predicación Romana y Evangelio de San Marcos


1. Bernabé y la predicación oral romana.

En la predicación oral de San Pedro en Roma, de donde se derivó directamente el segundo Evangelio, hemos de distinguir dos elementos: el contenido y la forma.
En el contenido, no tuvo, naturalmente, ninguna parte activa Bernabé; mas no hay que olvidar que este mismo contenido evangélico, histórico y doctrinal es el que recibió Bernabé ya desde los primeros momentos, y que él fue quien lo transplantó fielmente a Antioquía. Ese contenido era sustancialmente el mismo que el de la predicación oral de Bernabé.
En cuanto a su forma, es decir, su expresión griega, hay que recordar lo establecido anteriormente, es decir, que, según todas las probabilidades, Bernabé fue quien ya en Jerusalén helenizó la catequesis de San Pedro. De todos modos, al ser enviado oficialmente a Antioquía, allí predicó en griego lo que en Jerusalén predicaba en arameo. Y esta catequesis helenizada, con la recurrente repetición, había adquirido suficiente fijeza cuando San Pedro fue a Antioquía, y a ella naturalmente se acomodó, como que, en definitiva, no era otra cosa que su propia predicación aramea. Pedro, humilde como era, y menos helenista que Bernabé, se apropió la forma griega de Antioquía, que, continuada después entre los gentiles, cristalizó por fin en la forma romana, que fue la que Marcos transcribió en el segundo Evangelio.



2. Bernabé y el Evangelio de San Marcos.

Cuando San Pedro fue echado en la cárcel por Herodes Agripa I, Bernabé y Saulo se hallaban en Jerusalén, a donde habían ido para llevar “a los hermanos que habitaban en la Judea” (11, 29) el subsidio que “por mano” de ellos les habían enviado los fieles de Antioquía. Después de liberado Pedro y partido para otro lugar, y referido el castigo de Herodes Agripa, prosiguen los Hechos: “Bernabé y Saulo volvieron de Jerusalén, cumplido el ministerio, habiendo tomado consigo a Juan, apellidado Marcos (12, 29). Anota Jaquier (in loc.): “Marcos “era primo o sobrino de Bernabé (Col. 4, 10), y es de creer que Bernabé y Saulo durante su estancia en Jerusalén se habían alojado en la casa de su madre”, María. Durante la primera expedición apostólica Pablo y Bernabé “tenían también a Juan (Marcos) como auxiliar” (13, 5). Después de esta expedición y concluído el concilio de Jerusalén, “Pablo y Bernabé demoraban en Antioquía enseñando y evangelizando junto con otros muchos la palabra del Señor. De allí a algunos días dijo Pablo a Bernabé: “visitemos otra vez a los hermanos recorriendo todas las ciudades donde antes anunciamos la palabra del Señor, para ver cómo siguen. Más Bernabé quería llevar consigo también a Juan llamado Marcos. Mas Pablo estimaba… que no debían llevarle consigo. Y se produjo un agudo conflicto, hasta el punto de apartarse el uno del otro; y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para Chipre” (15, 35-39). Marcos, pues, que ya había actuado como auxiliar de Bernabé y de Saulo conjuntamente, ahora queda como auxiliar exclusivamente de Bernabé. Esta posición subalterna de Marcos, unida a la intimidad de parentesco, hacía que Marcos, al catequizar a los gentiles, no hiciese sino reproducir fielmente la predicación misma de Bernabé.
Tal es la realidad histórica de los hechos. A su luz no es difícil esclarecer el gran problema de las interferencias verbales, tan frecuentes entre el segundo y el tercer Evangelio.
Tanto Marcos como Lucas habían oído con frecuencia y se habían asimilado la predicación oral de Bernabé. De ahí que cuando, más tarde, Marcos reproducía la catequesis romana de San Pedro, y Lucas, a su vez, reproducía la predicación de San Pablo, tanto al uno como al otro se le venían a la pluma las expresiones de Bernabé, que tan grabadas se les habían quedado, sin contar con que además Bernabé había sido como el lazo de unión entre los dos príncipes de los Apóstoles. Y esto explica también lo irregular y caprichoso de semejantes interferencias. Nadie ignora los caprichos de la memoria. Cuando Marcos, por ejemplo, se proponía reproducir casi servilmente la predicación de San Pedro en su forma romana definitiva, muchas veces se le venían invenciblemente a la memoria las expresiones anteriormente aprendidas de Bernabé. Y lo mismo, proporcionalmente, acontecía a San Lucas. De ahí sus caprichosos encuentros y sus discrepancias. Sin apelar a documento alguno, queda explicada la principal dificultad del problema sinóptico.
Una dificultad puede oponerse a esta solución, y es el hecho de haberse hallado juntos en Roma Marcos y Lucas durante la primera cautividad romana de San Pablo. Dos veces consigna el hecho el Apóstol. A los Colosenses escribe: “Os saluda… Marcos el primo de Bernabé… Os saluda Lucas, el médico querido” (4, 10.14). Y a Filemón: “Te saluda… Marcos... Lucas, mis colaboradores'' (23-24). Y esto supuesto, como por entonces Marcos había publicado su Evangelio y Lucas daba al suyo la última mano, es muy natural que Lucas, deseoso de ampliar sus informaciones, consultase y utilizase el segundo Evangelio. Con lo cual tenemos comprobada la dependencia documental de Lucas respecto de Marcos.
Mucho habría que decir, tanto sobre el hecho como sobre la consecuencia que de él se deduce. Sobre el hecho sólo notaremos que, siéndonos desconocida la fecha exacta de la publicación de los dos Evangelios, es aventurado afirmar que cuando se encontraron los dos Evangelistas, no había ya San Lucas publicado o redactado definitivamente su libro. Además, dentro de los dos años que duró la primera cautividad romana del Apóstol, no es fácil determinar cuándo se escribieron las dos Epístolas mencionadas. Lo más probable es que se escribieron hacia el fin del bienio, y por entonces ya San Lucas había publicado su Evangelio. Y si así es, cae por  su base la hipótesis de la dependencia documental.
Pero, aun admitiendo el hecho, ¿qué se sigue de él? Que Lucas pudo consultar, y aún que consultó, el escrito de Marcos. Pero ¿lo utilizó? ¿Y en qué medida? ¿Y de qué modo? Y aquí entramos en el terreno movedizo de las simples conjeturas, sobre el cual es imprudente construir ninguna hipótesis sólida. No perdamos de vista la realidad. Suponiendo que Lucas consultó, como documento utilizable, el escrito de Marcos, es fuerza suponer que lo consultó razonablemente, como un historiador culto y serio consulta los documentos. Leyó Lucas el escrito con vistas a adquirir nuevas informaciones o precisiones. Esto no ofrece dificultad, como tampoco resuelve la dificultad de las interferencias verbales. Pero suponer que Lucas, el culto helenista, que, sin orgullo, se sentía literariamente superior a Marcos, copiase de él servilmente, aquí una palabreja más rara, allí una expresión anodina para con ello mejorar la obra literaria, esto ni lo puedo creer ni nunca he podido imaginarlo; y esto, sin embargo, habría de suponerse para que la utilización del documento pudiese resolver el problema de las interferencias verbales. En conclusión: ¿para qué buscar en una dependencia documental hipotética y poco decorosa la solución de un problema que nos da resuelto el hecho, seguro y comprobado, del común influjo que en ambos Evangelistas ejerció Bernabé?