Pero en la idea de colaboración se da una visión más amplia. La doctrina de la Iglesia desemboca, por un lado, de la virgo a la idea de la sponsa Christi, y por otro lado a la sponsa del hombre. El mismo misterio que se cierne sobre la consagración de las vírgenes vimos que se cierne también sobre la misa de esponsales. ”Señor Dios nuestro -leemos en una antigua oración nupcial- Tú has querido que la procreación de las generaciones una sea creada de la otra por el mysterium caritatis” El mysterium caritatis que aquí se comprende como misterio de creación, significa en el lenguaje profano el significado creador de la polaridad entre fuerza masculina y femenina. Toda vida se basa en el principio de su cooperación; su campo de acción se extiende por todo el universo. Bajo este campo de acción de la polaridad se encuentra también el ámbito de la creación cultural espiritual. O sea, que ya no se trata de la obra independiente de la mujer en la cultura, sino de su papel en la cooperación con el hombre, su papel dentro de la obra de él: se trata de la aceptación de un mysterium caritatis también en el orden espiritual cultural, se trata del carácter nupcial de la cultura.
Aquí se presenta una dificultad aparente. En estricta analogía con el misterio natural de la creación debería corresponder a la mujer la concepción y el fruto intelectuales; la mujer entraría en la obra del hombre en el papel de mater. El mysterium caritatis como nupcial no es aún el misterio de la madre, sino el de sponsa; la sponsa se encuentra entre virgo y mater. Estos conceptos, tal como se encuentran unidos en el título de Maria como la Mujer Eterna en el maravilloso panorama en el que el dogma sitúa a la mujer, constituyen a la vez dos cimas o puntales básicos entre lo que se desliza como un amplio y fértil valle el inmenso reino de la sponsa, el reino de la compañera del hombre. Se trata de un terreno independiente con la precisa e importante aclaración de que cada una de las tres formas de validez intemporal de la vida femenina –virgo, sponsa y mater- representa la realización de toda la vida de la mujer, pero cada una dentro de su forma. El contacto entre sí de las distintas formas, el paso de una a otra no quiere decir que una forma supedite a la otra, de manera que solo a la mater corresponda el papel esencialmente femenino. Bien es verdad que la sponsa representa la etapa preliminar de la madre, pero al mismo tiempo también es la portadora de un misterio femenino independiente. La Iglesia lo expresa reconociéndolo al matrimonio sin hijos como plenamente válido e indisoluble; esto quiere decir: la esposa que se encuentra entre virgo y mater, no sólo es portadora de la generación, sino que como esposa es en primer término persona; el carácter sacramental del matrimonio no santifica únicamente a la generación, sino que liga a las personas. No se trata solamente de la procreación, sino también del significado de gracia del amor mutuo de dos personas, de la responsabilidad espiritual de uno respecto al otro en su camino hacia Dios.
El mysterium caritatis de la misa de esponsales no sólo indica la fecundidad corporal del matrimonio, sino también la espiritual; el hombre y la mujer según la Iglesia no son únicamente “una sola carne” sino también un solo espíritu. La sponsa que en un sentido de su ser representa a la futura madre, en otro sentido que no es el natural, sino el espiritual, lleva el carácter de lo virginal en sí, lo lleva como novia. La novia significa el verdadero misterio de la sponsa. De la misma manera que la novia es un misterio independiente, diremos también que es un misterio permanente. El lenguaje popular sabe por qué designa a las “bodas de plata” precisamente como bodas. Aún como mater la mujer, por cuanto se dedica al amor del hombre, es como una desposada. Es tomar el carácter del misterio de manera demasiado naturalista cuando en la novia solo vemos la sponsa juvenil del día de la boda. Con respecto al hombre enamorado, la sponsa queda de por vida siendo novia, igual que el día de la boda se repite durante toda la vida; la nupcialidad de la mujer responde al milagro del amor que siempre se renueva. Del carácter de virgo-sponsa, como se nos presenta en la sponsa Christi, cae un reflejo también sobre la sponsa del hombre. De la idea de la eterna nupcialidad surge también sobre ella el rostro de la Mujer Eterna; María, que en su título sólo reúne a la virgo y a la mater, es la desposada del Espíritu Santo, pero también es aquella que en la mañana de Pentecostés y estando entre los Apóstoles recibe con ellos el Espíritu Santo. Pero el mismo Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras es tanto Espíritu de Amor como Espíritu de la Creación. De esta doble designación se ve claro el doble carácter del mysterium caritatis. Vemos, pues, cómo en todas partes la Iglesia ha elaborado los puntos de vista decisivos. Al igual que la sponsa Christi constituye la cima y la aclaración del problema de las vírgenes, así la sponsa ligada sacramentalmente también es la cima de la idea de sponsa. Detrás de ella se encuentra la enorme cantidad de posibilidades creadoras entre hombre y mujer en cuanto al espíritu. Existe la esposa que no está ligada sacramentalmente, la amiga, la amante del hombre, existe también su compañera de trabajo. Sobre todas ellas cae la luz iluminadora de la misa de esponsales. Lo que a la sombra del sacramento es el significado de salvación creadora de dos seres entre sí, en la esfera profana es la comunidad de vida creadora, el significado espiritual único de dos seres uno para el otro. Existe también un mysterium caritatis mundano interno como misterio de creación espiritual entre hombre y mujer, también existe una sponsa como novia del espíritu masculino. Nos acercamos - pues hablamos de lo cultural- a aquellas célebres parejas que proporcionan la interpretación viva de esta idea. Dante y Beatriz, Miguel Ángel y Vittoria Colonna, Hölderlin y Diotima, Goethe y Frau von Stein, Richard Wagner y Mathilde Wesendok, sólo para mencionar los más celebres, nos señalan el camino.
“Tú penetraste en mí por los ojos
Y me obligaste a extenderme poderosamente.”
Se lee en los sonetos de Miguel Ángel a Vittoria Colonna. Y más claramente lo vemos aún en Hölderlin cuando se dirige a Diotima:
“Asombrado te miro, como de época pretérita
Oigo voces y dulces cantos y el tañido de las cuerdas
Y en llamas liberado
Se nos eleva por los aires el espíritu.”
Aquí el Yo se ha ampliado a Nosotros, aparece la conciencia de la creación a dúo; aparece el carácter de la creación espiritual como vida, el carácter nupcial de la cultura.
El papel femenino en este mysterium caritatis espiritual es el mismo que en la vida histórico-cultural. Sólo en casos poco frecuentes esta colaboración será fecunda para la mujer como creación propia, como, por ejemplo, Elisabeth Barrett-Browning en sus “Sonetos portugueses” o Marianne Weber en su extensa exposición de la vida y la obra de su esposo. La mayoría de las veces la mujer desaparece en la obra del hombre o sólo se hace visible en el homenaje que éste le rinde. Como ejemplo de la completa desaparición de la mujer, incluso de la superdotada, en la obra del hombre, tenemos a Marianne de Willemer; sabemos que su participación en los versos del “Westöstlichen Divans” es mayor de lo que podemos determinar en particular. Pero en el fondo no se trata de la determinación de una tal participación de la mujer, sino precisamente porque la mujer muchas veces no colabora activamente aparece la esencia de la participación femenina. La idea de la sponsa como novia del espíritu masculino significa que la sponsa como la otra mitad del hombre es la otra mitad de la existencia en absoluto. También para la creación espiritual vale la maravillosa expresión de la Biblia de que el hombre debe “conocer” a la mujer. Él conoce en ella la otra dimensión de la existencia humana. Polaridad es totalidad. Es la condición para toda gran obra. Partiendo de aquí se comprende la confesión casi aterradora de Hörderlin a Diotima:
“Cuando el Dios que me anima
Me amanece en su frente.”
No “amanece” en el fondo “el Dios”, sino que amanece la totalidad de la creación divina, amanece la otra mitad de la existencia sin la cual tampoco el Dios puede animar una gran obra. Este es el sentido que tiene el viaje de Dante por el Infierno y el cielo, primero conducido por un hombre, Virgilio, pero después por una mujer, Beatriz, la amada de su juventud. Pero esta otra dimensión en realidad no se presenta, sino que se entrega. El hombre “conoce” a la mujer, pero la mujer es conocida en la actitud de la entrega. En la línea espiritual de que aquí tratamos no se trata de que la mujer acoja las ideas masculinas en bien de una colaboración y desarrollo espiritual; esto puede ocurrir en algún punto, pero es también una forma tan sólo del mysterium caritatis, no su esencia. No significa tampoco una simple resonancia comprensiva de la mujer -esto es solo acompañamiento musical- sino que aquí la entrega es revelación, es una dádiva. La mujer entregada a un hombre, en cualquier forma que sea, le trae como dote la mitad de un mundo. En la entrega de la mujer como revelación de esa otra mitad del mundo se encuentra la participación femenina en la creación histórico-cultural del hombre. Entrega es revelación pero velada. Incluso en el más allá se aparece Beatriz a Dante velada.
La revelación de la mujer es tan velada que a veces el hombre no reconoce la revelación de lo femenino: cree más bien recibir su propia imagen antes que a la mujer.
“Entonces sé que soy yo”.
Dice Hölderlin al sentir la proximidad de Diotima. Solo al percatarse del otro la imagen propia se hace capaz de crear. Toda imagen tiene su posición dentro del todo; también la esencia del hombre se hace clara en la esencia de la mujer. Totalidad no significa únicamente manifestación de la “otra mitad” de la existencia, sino también de la propia. Así como la mujer sólo puede ser conocida por el hombre cuando este se le aproxima con un amor fecundo, así se reconoce él mismo del todo en su amor. Este es el sentido del “espejo” que tan a menudo aparece en los testimonios de grandes poetas sobre su relación con la mujer. En este espejo mira Dante cuando Beatriz le pide su confesión en el monte de la purificación. Con esto se comprende también por completo el apasionamiento con que a menudo se ha luchado por una mujer y su proximidad espiritual; su persona espiritual comprende aquella inmensa dote, de la cual solo puede participar el hombre a través de ella. La sponsa, tal como se encuentra entre virgo y mater, se encuentra también entre la persona y generación; incluso da un paso más allá de ese límite. La virgo aseguraba al hombre el supremo valor solitario de la cultura: la persona; la sponsa le aseguraba la colaboración de la mitad de un mundo. De la misma manera que redime la vida del hombre de su soledad, también la arrasa espiritualmente más allá del límite de su persona. Conociendo la presencia de lo femenino se ve claro el elemento anónimo que hay en toda creación.
También aquí surgen los momentos esenciales para todo lo femenino, el carácter de la cooperación y del velo; con otras palabras, en el elemento anónimo de la cultura reconocemos el puntal invisible de la Historia. La mujer no es lo realmente activo, sino lo cooperante; pero lo cooperante es a la vez contribuyente. Por cierto, para distinguir esta línea se necesita un determinado concepto sobre la esencia de la creación espiritual. Con aparente justificación puede hacerse la objeción de que aquí no existe ninguna diferencia entre el objeto de una creación y el sujeto del creador; simplemente el estar contenida en la obra del hombre no significa una participación de la creación. Sólo que esto es un objeción de la época pretérita de los grandes Yo. Hoy en cada creación cultural no vemos únicamente la obra de su creador; para nosotros precisamente la esencia de la gran creación es que a ella confluyen muchas corrientes. Nuestra época expresa este conocimiento en el significado que por ejemplo concede al paisaje y al suelo para la obra espiritual. El hombre creador es el orador de un coro. No sólo crea, sino que por medio de él es creado. El verdadero poeta sabe que también el objeto compone con él; conoce la misteriosa penetración de éste en él, sus comunicaciones rayando en lo maravilloso. No se crea que él sólo ama a su tema; el tema le ama a él.
“No siempre los afanes del artista
llegan a ordenar su obra según la visión de su espíritu,
Cuando la materia es sorda para darle respuesta.”
dice Dante. La vanidad y la envidia de creador son por eso siempre los delatores de un hombre creador que no lo es en sentido elevado; el hombre creador se resistiría, por el contrario, a ser celebrado como único promovedor de su obra; él ve claramente que su grandeza y amplitud dependen de la participación de muchos. Esto es lo que Ricardo Wagner quiere decir con sus célebre palabras: ¡Pueblo alemán, esto es lo que has escrito y compuesto!”
Partiendo de aquí se comprende también los muchos homenajes, a menudo delirantes, que precisamente rindieron a la mujer, poetas muy grandes: eran la ofrenda jubilosa de la conciencia de no crear solos. Toda profunda y autentica figura de mujer que caracteriza la obra del hombre, reconoce en el fondo el mysterium caritatis.