viernes, 24 de agosto de 2012

El Nuevo Salterio Latino


Nota importante del Blog: después de pensar por algún tiempo, hemos decidido publicar el siguiente artículo del P. Bea sobre la nueva traducción del Salterio. Decimos que nos hemos decidido porque no se nos oculta ni la resistencia que la misma ha tenido y tiene aún hoy en ciertos ámbitos, como así tampoco el hecho de cuán nefasto terminó siendo Bea, cuya vera máscara pudo apreciarse allá por los ´60. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro nos parecen razones suficientes para no publicar el artículo en cuestión y esto por varios motivos. En lo que respecta al autor nada tenemos que decir excepto dos cosas: por un lado que Bea no fue el único traductor sino que a su lado estaban otros cinco grandes escrituristas (Vaccari, Zorell, Merk (a la sazón confesor de Pío XII), Semkowski y Kobert) y por otro lado, aunque hubiera sido el único, no debemos mirar quién lo dice sino lo-que dice. En cuanto a las críticas que hemos leído y/o escuchado al respecto ninguna ataca la traducción en sí sino otros aspectos completamente ajenos a la misma, con lo cual creemos del todo inútil discutir esos puntos. Sólo estaremos dispuestos a discutir, caso que alguien quisiera hacerlo, o la oportunidad/necesidad de la traducción o la traducción en sí misma.
Además, no es preciso ser un traductor para saber cuán imperfecta es una traducción de una traducción, como es el caso de los Salmos de la Vulgata, que dependen de los LXX. Creemos que con esta medida, que seguramente hubiera sido introducida poco a poco en el resto de la liturgia (como de hecho comenzó a hacerse) el gran Pío XII realizó uno de los actos más importantes no sólo de su pontificado sino, audemus dicere, de los últimos siglos de la Iglesia, en lo que respecta a la Liturgia y a las SSEE.
Podríamos transcribir, sea otros artículos del mismo Bea donde desarrolla varios de los puntos tratados aquí, sea artículos de otros autores en defensa del Nuevo Salterio pero nos parece que con esto será suficiente.
No queremos cerrar esta larga nota sin antes hacer mención de otro argumento en pro desta traducción directa del original y es que, siguiendo a grandes exégetas como Lacunza y Caballero Sánchez, creemos que muchos (si es que no son todos) los Salmos tienen un viso profético y que se refieren ora a la última Semana escatológica, ora al Milenio mismo. Con esto en mente, es fácil comprobar cuán importante es para el exégeta Católico una traducción lo más fielmente posible al original hebreo.

Fuente: Revista Bíblica, 1948, pag. 2 ss.
Autor: Agustín Bea, Rector del Pontificio Instituto Bíblico de Roma.



 Todos saben que S. Jerónimo era un excelente conocedor de la lengua latina; basta leer sus cartas para convencerse de ello; que educado en la escuela de los mejores autores latinos, miraba en sus escritos la elegancia del estilo y la belleza de la lengua: "Eadem interprtandi sequenda est regula, ut ubi non sit damnum in sensu, linguae, in quam transferimus, euphonia et proprietas conservetur”. En otro lugar dice: ''Et hoc nos sequimur, ut ubi nulla est de sensu mutatio, latini sermonis elegantiam conservemus[1]. Sería, pues, vana presunción querer superar al Santo Doctor en el lenguaje y en el estilo latino. Pero no se debe olvidar que S. Jerónimo en la traducción de la S. Escritura no estaba del todo libre para seguir sus inclinaciones lingüísticas y retóricas, esto muy especialmente en los Salmos. El texto de los Salmos era tan familiar a los fieles de lengua latina, que el traductor no podía atreverse a introducir nuevos cambios y debía resignarse a conservar no poco de la antigua versión latina entonces en uso, como dice él mismo: ''Et nos emendantes olim Psalterium, ubi sensus ídem est veterum interpretum consuetudinem mutare noluimos, ne nimis novitate lectoris studium terremus''.[2]
Dos ejemplos bastan para ilustrar este modo de proceder en la traducción de los Salmos. Mientras en los otros libros del A. T. en vez de ''haereditare'' y ''haereditas'' de la antigua versión latina pone, como más acorde con el texto Original, ''possidere'', ''possessio'', en los Salmos, sin embargo conserva ''haereditas'', como también la palabra ''saIutaris'' en vez de ''Salvator'' del N T.[3]
De esto resulta que los criterios del Santo no eran puramente lingüísticos, sino que tenía consideraciones de orden práctico por aquel entonces (como lo demuestran las numerosas críticas e impugnaciones que se le hicieron)[4] de mucho valor, pero que hoy no tienen importancia. Se planteaba entonces para los traductores, no obstante la indiscutible autoridad de S. Jerónimo, el problema de reexaminar la cuestión del latín que hay que usar en una moderna traducción latina de los Salmos.
Las opiniones expresadas en los últimos decenios a este respecto eran muy divergentes. Había quien abogaba con celo por el latín clásico, p. ej. Herkenne[5] el cual por razones históricas preferiría el latín vulgar usado por los cristianos de los primeros siglos; del mismo parecer era Coppens, el cual dice: ''La fidelidad al texto greco-latino que nosotros preconizamos, nos impedirá introducir en el Salterio las correcciones del vocabulario, de la gramática y del estilo, que no tienen otro fin que el de vestir los Salmos con un lenguaje latino más castigado, que se acerque al ideal clásico''[6]. Esta última vía se recomienda desde un punto de vista práctico: nuestros futuros sacerdotes en sus años de estudio, aprenden el latín de los autores del último siglo antes de Cristo, y de los dos siguientes a Cristo. Una traducción latina de los Salmos que, salvo expresiones estrictamente cristianas, se atenga al vocabulario, a la gramática y al estilo de aquel que fue el mejor período de la latinidad, sin dudas da más seguras garantías de ser comprendida y debidamente estimada, que una versión que retenga muchos elementos del latín vulgar y posterior. Ni aún es plenamente cierto que la Iglesia  prefiera el latín vulgar; las partes de la Vulgata que ha traducido más cuidadosamente del hebreo, como por ejemplo el Génesis, son de un idioma latino que no dista mucho del clásico,  y se sabe que en tiempos más cercanos a nosotros, los Sumos Pontífices en sus Encíclicas y Bulas usaban un latín que es un magnífico ejemplo de la manera de dar a las sublimes ideas cristianas una digna veste latina. Que el latín de los Salmos de la Vulgata esté tan lejano de este ideal, no es una ventaja, al menos así lo juzgaba S. Jerónimo, sino más bien una imperfección conservada en el Salterio Galicano por motivos prácticos, proveniente en parte de una traducción muy servil del griego, en parte del ambiente eclesiástico de los primeros siglos que no era de clase letrada. No se vé por qué, en una traducción del todo diferente, se deba conservar tal índole, con perjuicio de la claridad y la inteligibilidad.
Algunos ejemplos ilustrarán la cuestión. En el Salm. 95, 6 la Vulgata dice: ''Confessio et pulchritudo in conspectu eius, sanctimonia et magnificentia in sanctificatione eius''. Sobre la palabra ''confessio'' se tratará más adelante. ''Sanctimonia'' es una palabra ciceroniana, pero rarísima, aquí tampoco corresponde al hebreo ´oz = fuerza, potencia; ''sanctificatio'' en el contexto debe tener el significado de ''santuario'', sentido completamente extraño a la palabra que significa el acto de santificar. La recta inteligencia del corto verso es, pues, impedida por tres palabras latinas que no corresponden en absoluto al texto del hebreo. ¿Se debería entonces, por una no sé qué consideración histórica, mantener una tal traducción, mientras el verdadero sentido, se puede expresar en un latín límpido y claro: ''Maiestas a decor praecedunt eum; potentia et splendor sunt in sede sancta eius''? Recordemos también que palabras como ''subsannare'' eran del latín vulgar y eran poco usadas hasta los tiempos de S. Jerónimo en lugar de ''irridere''[7]; ''abusio'', esto es ''contemptus''; ''assumptio'' por “protectio”, en hebreo ''clipeus'' ; ''susceptio capitis'' por ''galea''; ''significatio'' por ''signum, vexillum''; ''singularis ferus''[8] para expresar el hebreo ''ziz'' = animal, bestia; ''sanctitudo'' en lugar de ''sanctitas, o sanctuarium'' ; ''salutare'' en lugar de ''salus''; ''salutaris'' en lugar de ''Salvator''; ''praeparatio sedis'' por ''fundamentum'', y tantas otras que no fueron elegidas por S. Jerónimo para expresar un cariz particular del hebreo, sino por razones extrañas al texto sagrado[9]. ¿Una oración bien comprendida deberá ser impedida, sin ninguna utilidad, por tales frases y palabras?
De cualquier modo que sea, no debiendo servir en primera línea a la ciencia, sino más bien al uso práctico de los sacerdotes, debía expresar el sentido del original en un latín llano, límpido, correcto, en cuanto lo permite el carácter de la traducción. Por otra parte es claro que el latín no puede aspirar nunca a la pureza que es propia de los originales. Es verdad lo que dice S. Jerónimo: ''Non debemus impolita interpretatione torquere, cum damnum non sit in sensibus, quia unaquaeque lingua... suis proprietatibus loquitur''; pero no es menor verdad lo que dice el mismo autor: ''Difficile est, alienas lineas insequentem non alicubi excidere; arduum ut, quae in aliena lingua bene dicta sunt, eundem decorem in translatione conservent''; aún más, una traducción hecha por Cicerón mismo, dice S. Jerónimo, puede ser tal: ''ut qui interpretata nesciant, a Cicerone dicta non credant''[10].
Cuando después, como en nuestro caso, no se trata de un libro cualquiera, sino de un libro inspirado, eclesiástico, del libro de oración de la Iglesia, entran otros aspectos que no se pueden descuidar; aquí se requiere un estilo simple y fácil, concorde con la tradición del lenguaje eclesiástico, apto para expresar cuidadosamente la doctrina y las ideas religiosas del Sagrado Libro inspirado, fluido, para poder ser recitado con facilidad en coro. Se trataba de combinar una veste latina que de una parte fuera conforme a los mejores períodos de la latinidad, y de la otra no discordase del conjunto de los demás libros litúrgicos de la Iglesia.
Guiados por estos criterios los traductores excluyeron, sin embargo, sin ser demasiado rigurosos siempre que se trataba de palabras difícilmente sustituibles en su contexto, un buen número de palabras que no eran usadas por los autores latinos de los últimos siglos antes de Cristo, y de los dos primeros después de Cristo; o se usaban en un sentido diverso de aquel de los períodos posteriores; o que son palabras extranjeras, especialmente griegas. Por esta razón faltan en la nueva traducción palabras como: abyssus, aeternalis, amodo, beneplacitum, confiteri o confessio'', en el sentido de "laudare, gratias agere'', convallis, directus (en el sentido de plano), ecclesia (por coetus, conventus), elevo y elevare, elongo, episcopus (el oficio), eremus, eructo (por effundo, eloquor), evangelizo (annuntio), exalto, extermino (por deleo, destruo), fumigo, honorifico, humillo, illuminatio (vultus), incolatus, iubilare, iubilatio, iubilum, iustificatio (por praeceptum, lex), luminare (por lumen, sidus), memoriale, mirifico, morticinum, mortifico, operor (iniqua, miracula), organum, plasmo, prpsperor, quoadusque, rhamnus, sanctificatio, sanctificium, subsannatio, subsanno, topazion, unicornis, usquequo, vivifico.
Para sustituir estas y otras palabras semejantes se han elegido preferentemente aquellas que se encuentran en otros libros del A. y N. Testamento y en los textos litúrgicos de la Iglesia. Así p. ej. en el Salm. 26, 1 en lugar del poco claro ''Dominus illuminatio mea'', se dice ''Dominus lux mea'' (por lo demás, fiel traducción del hebreo ''orí'') lo cual recuerda que el Señor es la ''luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (S. Juan 1, 9). En el Salmo 66, 2, donde la Vulgata dice: “illuminet vutum suum super nos'', se traduce: “serenum praebeat nobis vultum suum'', aludiendo al canon de la Santa Misa: ''supra quae sereno vultu respicere digneris” (lo mismo en los Salmos 79, 4; 118, 135).
A la voz ''vivificare" que parece haber penetrado en el lenguaje eclesiástico del latín vulgar, se la sustituye por ''vitam dare'', o según el contexto ''tribueire, largiri, reddere, servare, restituere'', como lo promete el Señor en el N.T. ''Ego vitam aeternam dabo eis'' (S. Juan 10, 28; Act. 17,25). Según estos principios ha sido sustituida la palabra ''confiteri'', que se encuentra unas 65 veces en los Salmos, 5 en Isaías, y 5 en el N. T. en el sentido de ''alabar, celebrar, agradecer'' y el correspondiente sustantivo ''confessio'' (8 veces en el Salterio). Se trata de un helenismo que proviene de la traducción literal del griego ''exomológestai'' de los LXX, traducción poco feliz del hebreo ''hodah'', que al mismo tiempo significa ''confesar'', p. ej., los pecados, celebrar, agradecer. El ''confiteri'' en el sentido de ''celebrare'' o ''gratias agere'' no ha pasado enteramente a la lengua latina eclesiástica, fuera de los textos estrictamente bíblicos. San Agustín muchas veces se lamentó de que el pueblo oyendo la palabra ''confiteri'', pensase inmediatamente en la confesión de los pecados.
Que esta palabra no haya entrado en uso con el significado de ''alabar'', lo demuestran también los léxicos de la latinidad de la Edad Media. Como en este sentido no tiene la palabra derecho de ciudadanía en el latín eclesiástico, después de una madura reflexión y discusión, ha sido descartada sustituyéndola por la palabra ''celebrare'', que en el sentido de ''alabar'' ocurre muchas veces en el A. T., como también en la Liturgia (v. g. ''Te Joseph celebrent agmina coelitum…''). En otros Salmos se emplea según el sentido y el contexto la locución ''gratias agere'' frecuentemente usada en las Cartas de S. Pablo y familiar a todos por conducto de la Liturgia. Así p. ej. el Salmo 117 ''Confitemini Domino'' ahora comienza : ''Gratias agite Domino".
También en cuanto a la sintaxis los traductores prefieren los usos de los mejores períodos de la latinidad. En virtud de esta preferencia se dice p. ej: “Haec est dies quem fecit Dominus'' (Samio 117, 24); ''conteret die irae suae…'' (Salm. 109, 5); ''benedico Domino'' (Sal. 15, 7); en lugar del imperativo con negación (Vulg. ''ne facias'') regularmente se usa el ''ne'' con el subjuntivo perfecto (ne feceris), o también el ''noli'' con infinitivo: ''noli facere”.
Una duda pudiera darse con respecto a las proposiciones dependientes de los verbos ''sentiendi et dicendi''. La Vulgata pone casi en todas partes en los Salmos y en los otros, las partículas ''quod, quia, quoniam'' y mucho más raramente se encuentra el acusativo con el infinitivo (p. ej. Luc. 24, 23: dicunt eum vivere; Act. 14, 18: aestimantes eum mortuum esse; 27, 13: aestiomantes propositum se tenere; otros lugares (Rom. 2, 19; Filip. 3, 16; Deut. 4, 26). Podría entonces darse la apariencia de que aquí se trate de una construcción propia o particular del latín eclesiástico; pero de ninguna manera es así. Hasta los tiempos de S. Agustín el acusativo con infinitivo era la construcción más usada; aun Tertuliano prefiere en mucho el infinitivo. El hallarse tan frecuente en la Vulgata ''quod, quia'', no es más que un helenismo, traducción literal del ''hoti''. Es significativo que en los pocos casos en donde se encuentra el acusativo con el infinitivo en la Vulgata, casi siempre el texto griego tiene un infinitivo; como que también entre los escritores eclesiásticos el uso de las partículas en cuestión es más frecuente en las citas de los textos bíblicos, que en las composiciones propias. En consecuencia no hay razón alguna particular para conservar en una nueva traducción el uso de las antedichas partículas; por su parte los traductores se inspiraron en la mejor tradición de los autores clásicos si prefirieron el uso del acusativo con el infinitivo diciendo p.ej. ''Credo visurum me bona Domini in terra viventium'' (Sal. 26, 18) ; o en el Cántico de Moisés (Deut. 32, 26) : ''Quando videbit lassari manus et deficere servos et liberos'', en lugar del ''videbo quod infirmata sit manus'' de S. Jerónimo.
Cuanto se ha dicho del modo de traducir el hebreo ''hodah = confiteri'', ya por ''celebrare'' ya por ''gratias agere'', muestra que los traductores no se atienen al criterio riguroso de traducir siempre y en todas partes por la misma palabra latina, sino que se inspiran en la regla de S. Jerónimo de traducir no ''verba, sed sententias”; esto porque puede tener, como en realidad lo tiene, una misma palabra hebrea diversos matices en sus diversos contextos; es tarea del traductor elegir aquella voz latina que sea más adecuada al contexto. La palabra hebrea ''hésed'' es traducida constantemente en la Vulgata por ''misericordia''; en verdad puede significar no sólo ''misericordia'', sino también ''gracia, caridad, benignidad''. Según esto se dice en el Sal. 102, 4 ''qui coronat te gratia et miseratione'', en lugar del ''praevalet misericordia eius'', tratándose de la remisión de los pecados; en el Sal. 88, 1: ''Gratias Domini in aeternum cantabo'', pues el Salmista celebra la gratuita elección de David y de su estirpe al reino eterno; en el Salmo 98, 3: ''recordatus est bonitatis et fidelitatis suae''. La palabra ''yesa'' de la raíz ''yasa'' = salvar, se traduce no sólo por salud, sino siguiendo el contexto, también por ''auxilio o victoria".
Cuando, por el contrario, no hay particulares razones exigidas por el contexto, la misma palabra es traducida generalmente de la misma manera. El hebreo ''rasa'' = malhechor, impío, en el Salterio de la Vulgata es traducido 66 veces por ''pecador'', 15 por ''impío'', mientras ''Hatta'', pecador, se traduce 3 veces por pecador y 2 por impío. En la nueva traducción, de manera más conforme con el significado de la raíz hebrea, ''rasa'' de ordinario es traducido por impío y ''hatta'' por pecador, salvo los casos donde el contexto pide otras palabras. En este punto los traductores se atienen, entonces, según la técnica moderna en el arte de traducir, a un principio del todo contrario al de S. Jerónimo el cual, no precisamente para traducir más fielmente la palabra en su contexto, sino más bien para satisfacer a las reglas retóricas de su tiempo, cambia cuanto es posible la expresión, como por ej. el nombre ''edah'' = congregatio, en los Números cap 16, en donde se encuentra 12 veces, es traducida por ''sinagoga, multitud, concilio, pueblo, reunión del pueblo, globo, congregación, todo el pueblo, turba''. La nueva traducción por su parte pone, contra las reglas de estilísticas antigua y moderna, en el Sal. 71, 12 tres veces la palabra ''pauper''.

Etenim liberabit pauperem invocantem,
et miserum, cui non est adiutor,
Miserebitur inopis et pauperis,
et vitam pauperum salvabit,

esto, porque el texto original, evidentemente no al acaso, tiene tres veces la palabra correspondiente ''ebyón''. Por la misma razón la partícula hebrea ''we'' casi siempre es traducida por la partícula latina ''et'', mientras que en una obra originalmente latina se debería bregar por introducir una cierta variación, haciendo también uso de las otras: ''at, atque, que'' y otras construcciones similares.
La tendencia dominante a acercarse al ideal clásico en cuanto es posible, tenía sin embargo sus límites que no podían ser sobrepasados sin causar daños a la obra misma que se estaba realizando.
Ante todo era necesario tener en cuenta el hecho de que la Religión revelada tiene muchas ideas o cosas propias y particularidades que, no encontrándose en el pensamiento y vida de Roma pagana, no tienen expresión en la lengua latina. Si bien no se deba decir con S. Gregorio: ''Indignum vehementer existimo, ut verba caelestis oraculi restringam sub regulis Donati''. El primer cuidado debía ser, pues, que el patrimonio doctrinal y religioso de los Sagrados Libros, encontrase una expresión fiel y clara. Por lo demás, es principio admitido por los mismos defensores del latín clásico que deben ser también admitidos como ''clásicas'' aquellas palabras que expresan ideas para las cuales no se encontraban términos en el período clásico. ''Estimamos, dicen los editores del Antibarbarus, que siempre que se trate de ideas específicamente cristianas de la Sgda. Escritura, las formas para ellas acuñadas por la Vulgata y por los Padres de la Iglesia occidental, deben considerarse como clásicas…”
No menos convenía conservar para los Salmos en la nueva traducción aquel carácter de las poesías orientales y semíticas, aquel colorido semítico que las distingue de las poesías y de los poetas griegos, latinos y modernos. Hemos dicho antes que se han evitado los hebraísmos y semitismos que por ser muy diferentes del modo de expresarnos nosotros, vuelven difícil la inteligencia del texto. Pero hay otros que se entienden fácilmente y nos son perfectamente familiares, ya sea por la Liturgia, ya por el N. T. Sin dificultad se comprende qué quiere decir ''Deus iustitiae'', ''Deus salutis meae''; o ''ambulare in via Domini''; también una locución corno ''cornu salutis'', una vez que se haya explicado el sentido del hebreo ''qeren'' = cornu, no presenta demasiada dificultad. La construcción del infinitivo absoluto con un verbo de la misma raíz, frecuente en hebreo para expresar una afirmación enfática o un matiz que signifique el deber o el poder hacer una cosa, se podía, al traducirla al latín, reemplazar por adverbios correspondientes; p. ej. el ''quawwoh qiwwiti'' del Sal. 39, 2 en la Vulg. ''expectans expectavi'', razonablemente se puede traducir por ''Firmiter speravi''; sin embargo, los traductores han preferido decir, imitando en alguna manera el hebraísmo: ''speravi, speravi in Domino'', como en el Sal. 117, 18: ''castigavit, castigavit me Dominus''; en el v. 13: ''impulsus, impulsus sum ut caderem''; en el Salmo 125, 8 se han conservado el ''euntes eunt'', “venientes veniunt'' de S. Jerónimo, tan apropiado a la idea del Salmista: ''al ir, lloraban'' y ''al volver, exultaban''. Tales semitismos, juntamente con la fiel conservación de las metáforas y las imágenes de la poesía hebrea, con un latín llano y sencillo que imita la índole sencilla del original hebreo, aseguran, como lo esperamos, a la nueva traducción aquel color que los Salmos tienen de su suelo nativo y de aquel pueblo que por la sabiduría de Dios había sido elegido para ser en el mundo el mediador de la revelación divina y el progenitor del Redentor…
Cuanto se ha expuesto, podrá dar una idea de los elementos que debe tener en cuenta quien se pone en la tarea de hacer una nueva traducción de los Salmos para el uso litúrgico y de la complejidad del trabajo; complejidad que se manifiesta en manera particular cuando se entrecruzan los diversos criterios. A primera vista podría parecer que no poco de la Antigua Vulgata se hubiera podido conservar, más de lo que en la nueva se ha conservado, pero al poner manos a la obra, los traductores se dieron cuenta que quitando de un verso una piedra, todo el edificio comenzaba a ceder; se cambiaba p. ej. el tiempo del verbo, como era necesario, y sin más quedaba destruido el ritmo del verso, el cual no se podía restablecer sino cambiando allí y allá esta o aquella locución, o cambiando la disposición de las palabras. Si no se diese más que esta experiencia, estaría ya lo suficientemente probado cuán difícil, por no decir imposible, fuera en la práctica la actuación de aquella propuesta hecha por no pocos; retocar simplemente la Vulgata, corrigiendo cuanto pareciese que tenía necesidad de corrección y conservando lo demás. Lo que hubiera resultado de esto sería un texto que no sería la antigua Vulgata, sin que por lo demás llegara a ser una traducción del texto original. Respecto a este último punto no se puede olvidar que, como justamente dice el Motu proprio, ''In cotidianis precibus'', habiéndose propuesto ''no otra cosa que mejorar el texto latino (de la versión entonces existente) sobre los textos griegos más correctos'', sin embargo ''no puso remedio totalmente a todas las oscuridades y deficiencias de aquella versión latina''. Un simple retoque de la Vulgata habría quizá hecho desaparecer un cierto número de expresiones menos exactas y aún erradas, pero no habría puesto en claro el sentido del texto original, el querido y expresado por el Espíritu Santo y menos aún los diversos matices de las frases, el vigor y la fuerza de la dicción, la belleza artística del lenguaje poético.
No habría sido en esta cuestión una solución satisfactoria aquella de retocar, como otros proponían, el Salterio de S. Jerónimo ''iuxta Hebraeos''. El fin del grande monje de Belén al hacer esta traducción no era el de satisfacer a los deseos cuales se han manifestado en los tiempos modernos: él se proponía ante todo dar a la Iglesia una texto del cual los apologistas pudiesen servirse en sus controversias con los judíos, un texto, por fin que no contradijese al texto hebreo en aquel entonces usado por los Doctores rabinos; los otros aspectos de la cuestión no estaban realmente en la primera línea de sus intereses: Así muchas de las imperfecciones de la Vulgata se han conservado igualmente en la versión ''iuxta Hebraeos''. Por esto, aunque este sea de grandísimo valor para la crítica textual, como también para la historia de la lengua hebrea, ciertamente no habría satisfecho, si bien retocada y corregida, a las exigencias modernas.
Para dar a los sacerdotes de nuestro tiempo un texto latino de los Salmos que no hiciese difícil su inteligencia, y con esto la oración devota, se requería de todas maneras una ''nueva traducción'' hecha sobre las bases de los actuales conocimientos de la lengua hebrea, de la crítica textual y de las leyes que rigen el arte poético de los antiguos semitas, como también según los principios de la técnica moderna en las traducciones. Embarcarse por esta vía era el único modo de resolver un problema que desde hacía siglos apremiaba, el cual particularmente en nuestros tiempos era sentido por los sacerdotes, los cuales en la recitación cotidiana del Breviario se veían obligados a servirse de un texto tan oscuro y no raramente ininteligible, mientras los laicos, para su lectura espiritual y la meditación de los Salmos, tenían a su disposición traducciones en lengua romances “por las cuales, como dice el Papa Pío XII, hoy aparece mejor con cuánta claridad de expresión, belleza de poesía y profundidad de doctrina brillan estos versos en su lenguaje nativo”. No suscita, pues, maravilla el que precisamente en los últimos decenios las voces que pedían una nueva versión latina de los Salmos se hiciesen más potentes y más insistentes.
Se comprende fácilmente que la realización de tales deseos hicieron surgir no pocos problemas difíciles y delicados de orden bien sea científico, bien sea técnico. La empresa de traducir los Salmos de su original hebreo era un paso de una importancia extraordinaria, una innovación en la cual la Iglesia desde los tiempos de S. Jerónimo no había querido poner manos, y a la cual se podían oponer, como se oponían de hecho, no pocas objeciones. Se entiende entonces, que la Iglesia, como siempre en cuestiones de grande importancia, no procedería sino después de una larga y madura reflexión. El Sumo Pontífice indica ''la dificultad del asunto'' y las objeciones basadas en que ''la Vulgata tiene estrechísimas relaciones con los Santos Padres y con los comentarios de los doctores, que la misma, por el largo uso de tantos siglos, goza en la Iglesia de una grandísima autoridad", pero continua el Motu proprio: ''Hemos, sin embargo, decidido secundar aquellas piadosas ansias'' esto es, de cuantos habían expresado el deseo de ''tener para la cotidiana recitación de los Salmos una traducción latina, en la cual con mayor evidencia reluciese el sentido querido por el Espíritu Santo, más perfectamente se expresasen los afectos del Salmista, y en su justa luz se mostrase la belleza artística y el vigor de la palabra''.
La pastoral solicitud del Vicario de Cristo y su paterna caridad con los sacerdotes y con todas las personas consagradas a Dios, ha decidido la cuestión; el Vicario de Cristo con la suprema autoridad de su palabra ha dado el paso por tantos, deseados, que ciertamente quedará como uno de los más memorables en la historia de la Sagrada Escritura. Dichosos y honrados por poder así contribuir en algún modo a la actuación de la gran idea del Padre Santo, conscientes al mismo tiempo de la importancia suma de la obra y de la propia responsabilidad, los traductores pusieron de consuno las manos en el delicado trabajo, diciendo como escribe S. Jerónimo al Papa S. Dámaso: ''…me consoletur quod…tu, qui Summus Sacerdos es, fieri iubes''. Ya la obra está terminada y bien pronto estará en las manos de millares de sacerdotes. Quiera el Señor que las esperanzas del Vicario de Cristo se verifiquen, y que ''de ahora en adelante saquen de la recitación del Oficio Divino todos los días luz más copiosa, gracia y consolación que infundan en ellos lumbre y fuerza, para imitar mejor…los modelos de santidad que brillan en los Salmos, y se sientan movidos a nutrir y a fomentar en sí aquellos afectos de amor divino, animosa fortaleza y piadosa penitencia que enciende en nosotros el Espíritu Santo con la lectura de los Salmos''.

(Traducción del Dr. Octavio Hernández Londoño Manizales).



[1] Epist. ad Sunniam et Fretelam, PL 222, 356-357.
[2] Ib. 343.
[3] Véase W. Matzkow, “De vocabulis quibusdam Italae et Vulgatae christianitatis”, Berlín 1933, pag. 45 ss.
[4] Véase F. Cavallera, “Saint Jerome”, Lovaina, 1922, 103-113.
[5] Das Problem einer Revision der Psalmen, 1928.
[6] “Pour une novelle version du Psaultier”, p. 11
[7] Parece ser que S. Jerónimo tuviera una cierta predilección por ''subsannare'' y ''subsannatio'', palabras que usa aún en donde no se encuentran en los Salterios antiguos.
[8] ''Singularis'' es traducción literal del griego ''monios'' esto es, "solitario, salvaje'' de los LXX.
[9] Gran parte de estas palabras son comunes a todas las traducciones antiguas, por lo cual es más exacto decir que S. Jerónimo las conservó y no las eligió.
[10] Epist. 106 ad Sunniam et Fretelam, PL 22, 847.