viernes, 10 de agosto de 2012

La Iglesia Católica y la Salvación, por J.C. Fenton. Capítulo I

I
EL CUARTO CONCILIO ECUMÉNICO DE LETRÁN


En Firmiter, el primer capítulo de las declaraciones doctrinales del Cuarto Concilio de Letrán, encontramos la siguiente declaración: ““Una sola es la Iglesia universal de los fieles fuera de la cual absolutamente nadie se salva”.[1]
Esta fórmula presenta una singular semejanza con la que se encuentra en la profesión de fe prescripta por Inocencio III en 1208 para los Valdenses que querían retornar a la Iglesia: “De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia, no de herejes, sino la Santa, Romana, Católica y Apostólica, fuera de la cual creemos que nadie se salva[2].
Cada uno de estos documentos presenta tres proposiciones diferentes como verdades realmente reveladas por Dios, y por lo tanto como enseñanzas que los hombres están obligados a aceptar con asentimiento de fe divina. Por una implicancia inmediata y necesaria estas proposiciones condenan como heréticas las enseñanzas contradictorias a estos tres dogmas de fe Católica. Estas verdades de fe afirman:

1) Es una verdad divinamente revelada que hay sólo una verdadera ecclesia o Iglesia de Dios.
2) Es una verdad divinamente revelada que esta verdadera ecclesia es la Iglesia Católica, aquella unidad social llamada propiamente “la Iglesia universal de los fieles”.
3) Absolutamente nadie, según la propia revelación de Dios, puede salvarse si, al momento de la muerte, se encuentra “fuera” desta sociedad”.


Como consecuencia, según la enseñanza destos documentos sería herético imaginar que hay más de una unidad social que pueda ser designada como la verdadera ecclesia de Dios, que la Iglesia Católica no es esta verdadera ecclesia, o que alguna persona puede obtener la salvación fuera de la Iglesia Católica.
En un estudio como el nuestro, el valor especial destos documentos se encuentra en el hecho de que colocan el dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación en contra de sus propio historial y que ambos, particularmente la afirmación del Concilio de Letrán, resaltan claramente la necesidad real y completa de la Iglesia según los designios actuales de la providencia de Dios.
Estas dos declaraciones de la ecclesia docens durante el pontificado de Inocencio III colocan el dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación en su propia perspectiva precisamente porque exponen esta enseñanza en contra del historial de las verdades divinamente reveladas que afirmaban que hay solo un verdadero reino sobrenatural de Dios (o ecclesia) en el mundo, y que esta ecclesia es la Católica. El vero reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, la ecclesia de Dios, es algo definible y entendible en términos de su necesidad para obtener la Visión Beatífica. Para entender la terminología usada por el Cuarto Concilio de Letrán, debemos tener en cuenta que quienes escribieron esta profesión de fe y todos los hombres del siglo trece, tanto Católicos como herejes, eran conscientes del hecho de que “la unidad social fuera de la cual absolutamente nadie se salva” y “la vera Iglesia o reino de Dios” son objetivamente idénticos. Lo que los herejes negaban era que la unidad social sobre la cual preside el Obispo de Roma sea la vera ecclesia de Dios descripta en las Escrituras. Pero ciertamente no negaban el hecho de que esta vera ecclesia, esté donde esté, es la agrupación fuera de la cual absolutamente nadie puede obtener la posesión de la Visión Beatífica.
Para todos estos hombres, tanto Católicos como herejes, la genuina Iglesia de Dios era la agrupación de Su pueblo elegido, el pueblo de Su testamento. Era la agrupación de aquellos que profesaban la aceptación de la ley divina y sobrenatural por las que Dios dirige al hombre para la obtención de la última y eterna felicidad disponible para ellos, la felicidad que solo puede ser obtenida en la posesión de la Visión Beatífica. La vera Iglesia fue la beneficiada de las promesas de Dios. Fue el depósito de Su revelación sobrenatural. Habitaba en este mundo como en un lugar de peregrinaje, esperando la gloria de la casa paterna del cielo.
Sabían que la Iglesia triunfante en el cielo debía ser la continuación y el florecimiento de la Iglesia militante que existe ahora en la tierra, y que los que forman parte de la Iglesia triunfante eran, de hecho, aquellos que salieron desta vida “dentro” de la Iglesia militante viviendo la vida de la gracia santificante. Así pues, veían que la Iglesia militante era en realidad algo que se entendía en términos de la necesidad para obtener la salvación eterna.
Tanto la profesión de fe del Cuarto Concilio de Letrán, cuanto la fórmula que los Valdenses estaban obligados a aceptar insistían en la unidad y unicidad de la Iglesia fuera de la cual nadie se puede salvar. Ambas afirmaban que esta ecclesia, definible y entendible como la unidad social fuera de la cual nadie puede obtener la salvación eterna, es la sociedad religiosa sobre la cual preside el Obispo de Roma. La profesión de fe de los Valdenses afirma que esta ecclesia de Dios no es la iglesia de los herejes sino la Iglesia “Santa, Romana, Católica y Apostólica”. La declaración Firmiter enseña exactamente lo mismo cuando afirma que esta ecclesia fuera de la cual absolutamente nadie puede salvarse es “la Iglesia universal de los fieles”.
El término fidelis tuvo y todavía tiene u significado técnico preciso en el lenguaje de la cristiandad. The fideles o fieles, son no sólo aquellos individuos que han hecho un acto de fe divina al aceptar la enseñanza de la revelación pública y cristiana de Dios. De hecho son aquellos que han hecho la profesión bautismal de la fe, y que no se han separado a sí mismos de la unidad de la Iglesia por medio de la apostasía, herejía o cisma públicos y que no han sido expulsados de la Iglesia por la excomunión. En otras palabras, según la presente terminología de la sagrada teología, el fidelis es simplemente el católico, el miembro de la Iglesia Católica. Así, la Iglesia de los fieles, la universalis ecclesia fidelium, no es sino la visible Iglesia Católica misma. Y la fórmula del Cuarto Concilio de Letrán nos dice que la ecclesia fidelium es el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, la agrupación fuera de la cual absolutamente nadie puede obtener la salvación eterna.
De hecho, en el lenguaje tradicional de la Iglesia el término christianus tuvo una aplicación más amplia que la palabra fidelis. Un catecúmeno puede ser designado como christianus pero nunca como fidelis.[3] El hombre obtiene la dignidad y la posición de fidelis por medio de la recepción del sacramento del bautismo. Este sacramento es precisamente el sacramento de la fe. Por la fuerza del carácter incorpora a aquel que lo recibe en aquella comunidad que es el Cuerpo Místico de Jesucristo. El efecto desa incorporación se destruye solo por la apostasía, herejía o cisma públicos o por la excomunión mayor. El hombre en quien no se destruye la fuerza incorporante del carácter sacramental es el fidelis, el miembro de la Iglesia Católica. La unidad social compuesta de estos fideles es, según la enseñanza del Cuarto Concilio de Letrán, la vera Iglesia fuera de la cual absolutamente nadie se salva.
Ahora bien, el Concilio enseña que el hombre debe estar de alguna manera “dentro” de la Iglesia de los fieles para poder salvarse. De ninguna manera enseña o incluso afirma implícitamente, que nadie excepto los fideles pueden obtener la Visión Beatífica. Y, de hecho, ninguna otra declaración autoritativa de la Iglesia afirma tal cosa o sostiene tal implicancia. No es, y nunca fue, parte de la enseñanza de la Iglesia Católica que solo los miembros actuales de la Iglesia pueden obtener la salvación eterna. Según la enseñanza de propio magisterio de la Iglesia, la salvación puede obtenerse, y de hecho ha sido obtenido por personas que, al momento de la muerte, no eran miembros de la Iglesia Católica. Así, pues, la Iglesia nunca ha confundido la noción de estar “fuera de la Iglesia” con la de ser un “no-miembro” de la Iglesia Católica.
Así los Padres del Cuarto Concilio de Letrán y todos los hombres de iglesia que redactaron las declaraciones autoritativas de la enseñanza de la Iglesia sobre la necesidad de la misma para obtener la salvación eterna conocían perfectamente bien lo que San Agustín había enseñado sobre aquellos que habían sufrido el martirio por amor a Cristo antes de que tuvieran la oportunidad de recibir el sacramento del bautismo. En su De Civitate Dei San Agustín enseñó que “todos aquellos que, sin haber recibido el agua de la regeneración, mueren por Jesucristo, les vale esta tanto para obtener la remisión de los pecados, como si se lavasen en la fuente santa del bautismo”[4]. Puesto que el perdón del pecado mortal u original se da sólo con la infusión de la gracia santificante, la persona a quien se le perdonan los pecados está en estado de gracia. Si esta persona muere en estado de gracia, va a obtener indefectiblemente la Visión Beatífica. Va a salvarse al haber muerto “dentro” y no “fuera” de la Iglesia.
Además sabían que no puede haber una pertenencia real a la Iglesia Militante del Nuevo Testamento, la vera y única ecclesia fidelium, si no es por la recepción del sacramento del bautismo. Así pues, cuando los Padres del Cuarto Concilio Ecuménico de Letrán y los demás encargados de enseñar autoritativamente en la Iglesia Católica seguían a San Agustín al afirmar que un hombre podía salvarse si moría mártir y sin haber recibido el sacramento del bautismo, claramente mostraban que, en sus declaraciones de que no hay salvación fuera de la Iglesia, su intención no era afirmar que sólo los miembros de la Iglesia pueden obtener la Visión Beatífica. El mártir no bautizado pasa de esta vida “dentro” de la ecclesia fidelium, a pesar del hecho de haber muerto sin haber obtenido el status de fidelis.
De nuevo, los Padres del Cuarto Concilio Ecuménico de Letrán, sabían bien que un no-bautizado podía salvarse incluso si no moría como mártir. Todos aceptaban como doctrina católica la enseñanza presentada por San Ambrosio en su sermón “De obitu Valentiniani”:

He oído que estás dolorido por que no recibió (el Emperador Valentiniano II) los ritos del bautismo. Dime ¿qué otra cosa hay en nosotros sino deseo, petición? Ahora bien, su intención era bautizarse antes de venir para Italia. Me hizo saber que quería ser bautizado por mí cuanto antes, y por esta razón me mandó a llamar. ¿No tiene acaso la gracia que deseó? ¿No tiene lo que pidió? Sin dudas, puesto que lo pidió y lo recibió. De aquí que “el alma del justo descansará sin importar la clase de muerte que tenga”.[5]

San Ambrosio estaba hablando del caso de un catecúmeno que había muerto antes de recibir el sacramento del bautismo. Esta persona pasó, pues desta vida como un no-miembro de la ecclesia fidelium. En el momento de la muerte no era uno de los fideles y sin embargo, según San Ambrosio, este hombre tuvo una buena muerte. Había rezado por la gracia del bautismo y Dios le había respondido desta manera[6]. Salió desta vide “dentro” y no “fuera” de la Iglesia de los fieles, y fue capaz de obtener la salvación eterna.
Estos eran los antecedentes contra los cuales los Padres del Cuarto Concilio de Letrán promulgaron su enseñanza sobre la necesidad de la Iglesia Católica para la obtención de la Visión Beatífica. Creían que los no-miembros podían salvarse. Así, cuando enseñaban que absolutamente nadie se salva “fuera” de la Iglesia de los fieles, obviamente no quisieron decir que estar fuera de la Iglesia equivalía a ser un no-miembro de esta unidad social.
Por otra parte, tampoco quisieron dar a entender que ser miembro de la Iglesia o incluso desear entrar en ella, constituía una garantía absoluta de salvación. Desafortunadamente es posible que un hombre muera como miembro de la Iglesia y en estado de pecado mortal, como también es posible que un hombre que desea entrar en la Iglesia y que muera antes de ser bautizado se condene por alguna otra ofensa contra Dios. En otras palabras, es posible que un hombre se condene si está “dentro” de la Iglesia. El Cuarto Concilio de Letrán indicó que es absolutamente imposible salvarse si la uno sale de esta vida “fuera” de la Iglesia.
Así, según la enseñanza infaliblemente verdadera desta sección de los decretos del Cuarto Concilio de Letrán, podemos sacar las siguientes conclusiones:
1) Al momento de la muerte el hombre debe estar de alguna manera “dentro” de la Iglesia Católica (sea como miembro o como alguien que desea y pide entrar en ella) para obtener la salvación eterna.
2) No hay ninguna excepción a esta regla. Caso contrario la frase: “absolutamente nadie (nullus omnino)” se salva fuera de la Iglesia Universal de los fieles, no sería verdadera. Y esta sentencia es verdadera. Es una declaración dogmática infalible de un Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica.
3) Cualquier intento de explicar la necesidad de la Iglesia para la salvación afirmando que se trata solo de medios “ordinarios”, o imaginando que es un requisito sólo para aquellos que conocen su posición y dignidad, es completamente falso e inaceptable.


[1] Dz. 430: Una fidelium unversalis Ecclesia extra quam nullus omnino salvatur.
[2] Dz. 423: Corde credimus et ore confitemur unam Ecclesiam non haereticorum, sed sanctam Romanam catholicam, apostolicam et, extra quam neminem salvari credimus.
[3] Cf. Duchesne, Origines du culte chrétien (Paris, 1898), p. 281 ; y Fenton, Faith and the Church, en AER, CXX, 1 (Enero, 1949), 60.
[4] De Civitate Dei, XIII, 7. ML, XLI, 381.
[5] De Obitu Valentiniani, 51. ML, XVI, 1374.
[6] Cf. Fenton, “The Necessity of the Church and the Efficacy of Prayer”, en AER, CXXXII, 5 (Mayo, 1955), 336-49.