11. Y vi un trono grande, blanco y al sentado sobre él, de cuyo rostro huyó la tierra y el cielo y lugar no se halló para ellos.
Concordancias:
Θρόνον (trono): cfr. Dan. VII, 9; Mt. V, 34; XIX, 28; XXIII, 22; XXV, 31; Lc. I, 32.52; Lc. XXII, 30; Hech. II, 30; VII, 49; Heb. I, 8; IV, 16; VIII, 1; XII, 2; Apoc. III, 21; IV, 2-6.9-10; V, 1.6-7.11.13; VI, 16; VII, 9-11.15.17; VIII, 3; XI, 16; XII, 5; XIV, 3; XVI, 17; XIX, 4-5; XX, 4.12; XXI, 3.5; XXII, 3.
Λευκὸν (blanco):
cfr. Apoc. I, 14; II, 17; III,
4-5.18; IV, 4; VI, 2.11; VII, 9.13; XIV, 14; XIX, 11.14.
Τὸν καθήμενον (al sentado): cfr. Apoc. IV, 2-4.9-10; V, 1.7.13; VI, 16; VII, 10.15; XI, 16; XIX, 4; XXI, 5. Ver Mt. XIX, 28; XX, 21.23; XXV, 31; XXVI, 64; Mc. X, 37.40; XIV, 62; Lc. XXII, 30.69; Apoc. III, 21; XIV, 14-16; XX, 4. Ver Mt. XXII, 44; Mc. XII, 36; XVI, 19; Lc. XX, 42; Hech. II, 30.34; Ef. I, 20; Col. III, 1; Heb. I, 3.13; VIII, 1; X, 12; XII, 2.
Τὸν καθήμενον ἐπ’ αὐτόν (al sentado sobre él): cfr. Mt. XXIII, 22; Apoc. IV, 2-3.9-10; V, 1.7.13; VI, 16; VII, 10.15; XIX, 4; XXI, 5.
Προσώπου (rostro): cfr. Apoc. IV, 7; VI, 16; VII, 11; IX, 7; X, 1; XI, 16; XII, 14; XXII, 4.
Ἔφυγεν (huyó): cfr. Apoc. IX, 6; XII, 6; XVI, 20.
γῆ (tierra): cfr. Apoc. I, 5.7; V, 3.6.10.13; VI, 13.15; X, 2.5-6.8; XI, 4; XIV, 7; XVII, 2.5.18; XVIII, 1.3.9; XIX, 2.19; XX, 8-9; XXI, 1.24. Ver Apoc. III, 10; VI, 4.8.10; VII, 1-3; VIII, 5.7.13; IX, 1.3-4; XI, 6.10.18; XII, 4.9.12-13.16; XIII, 3.8.11-14; XIV, 3.6.15-16.18-19; XVI, 1-2.18; XVII, 8; XVIII, 3.9.11.23-24.
οὐρανός (cielo): cfr. Mt. V, 34; XXIII, 21-22; Hech. VII, 49; Apoc. III, 12; IV, 2; V, 3.13; VIII, 1; X, 1.4-6.8; XI, 12-13.15.19; XII, 1.3.7-8.10.12; XIII, 6; XIV, 2.13.17; XV, 1.5; XVI, 11.21; XVIII, 1.4-5.20; XIX, 1.14; XX, 1.9; XXI, 2.10.
Τόπος (lugar): cfr. Apoc. VI, 14; XII, 6.8.14; XVI, 16; XVIII, 17.
Εὑρεθῇ (halló): cfr. Apoc. II, 2; III, 2; V, 4; IX, 6; XII, 8; XIV, 5; XVI, 20; XVIII, 14.21-22.24; XX, 15.
Citas Bíblicas:
Is. VI, 1: “En el año en que murió el rey Ocias, vi al Señor sentado en un trono alto y excelso y las faldas de su vestido llenaban el Templo…”.
Comentario:
¿La tierra y el cielo que huyen son los mismos “cielos y tierra nueva” de XXI, 1?
Straubinger: “Descripción del juicio final, cuya explicación encierra todavía muchos misterios para la exégesis moderna. Se diría que, como en XIX, 11 ss. y en Mt. XXV, 31 ss., el juez es Cristo, el Hijo a quien Dios entregó el poder de juzgar al mundo (Jn. V, 22; Hech. X, 42; XVII, 31; Rom. II, 16; I Ped. IV, 5 s.) después de haber hecho entrega de ese mismo Hijo "para que el mundo se salve por Él" (Jn. III, 16-17). Sin embargo, los autores modernos (Fillion, Pirot, etc.) dan por seguro que San Juan presenta aquí a Dios Padre a quien llama desde el principio "el que está sentado en el trono" (IV, 9 y 10; V, 1.7 y 13; VII, 15, etc.) y que es el único juez supremo (Gelin) Cf. XXII, 13 y nota”.
Straubinger: “Huyó la tierra, etc.: no es ya parcialmente, como en VI, 14; XVI, 20, sino que aquí no hay más tierra de modo que, dice Pirot, "es imposible ubicar el lugar del juicio" y por tanto no puede aplicarse, como en Mt. XXV, 31 ss., lo anunciado sobre el juicio de las naciones al retorno de Cristo en el valle de Josafat (Jl. III, 2), ni expresa allí Jesús las otras características que aquí vemos, como la resurrección, el tratarse sólo de muertos (vv. 12 y 13) sin quedar ningún vivo (v. 9; cf. I Tes. IV, 16-17); los libros abiertos; la exclusiva mención del castigo y no del premio[1] (vv. 14 y 15); el contenido general del juicio sin referencia a las obras de caridad (Mt. XXV, 35 ss.), ni al Rey (íd. 34 y 40), ni a su Parusía, ni a sus ángeles (íd. 31), ni a la separación entre ovejas y machos cabríos (íd. 33). Por ahí vemos cuánto debe ser aún nuestro empeño en profundizar la doctrina e intensificar nuestra cultura bíblica. Sobre el Libro de la vida, cf. III, 5 y nota”.
Gelin: “Henos aquí llegados al término del drama terrestre. Dios solo, Juez supremo (cfr. sin embargo XVII, 12[2] y Jn. V, 22), aparece en medio de un cataclismo cósmico que preludia el nuevo cosmos (XXI, 1); Cristo también había anunciado que “el cielo y la tierra pasarán” (Mc. XIII, 31). El trono judiciario es grande en comparación a los tronos de los asesores divinos (IV, 4) o de los beneficiarios del Millenium (XX, 4). Su color blanco simboliza la justicia o tal vez San Juan quiere insinuar que Dios es la única claridad de un mundo que desaparece (Cfr. IV Esd. IV, 41-42). El lugar del juicio no es localizable a causa de esta desaparición”.
Caballero Sánchez: “El poderío incontrastable del Señor vence a la muerte en su último reducto. En su primer encuentro victorioso, se había arrebatado a Sí mismo a las garras del sepulcro; primicia de la resurrección. En el segundo, le arrebató los cuerpos de los “suyos”, para darles la vida eterna y el reino milenario. En el tercero, le arrebata los restantes muertos de la “tierra”, así como los muertos del “mar” y los del “Abismo”, para su Juicio eterno.
De este juicio general están exentos los hijos de la
primera resurrección, proclamados ya bienaventurados y santos: “El que oye la palabra del Hijo y cree en
el que le envió, tiene vida eterna y a juicio no va, son que pasa de la muerte
a la vida”.
Los citados a juicio son
todos los demás muertos: “Todos los que están en los sepulcros, oirán la voz
del Hijo del hombre, voz de arcángel, voz de la última trompeta y saldrán, los
que hubieren obrado el bien para resurrección de vida y los que hubieren obrado
mal para resurrección de juicio reprobatorio[3]”.
Charles: “Y vi un trono grande: Distinto del mencionado en IV, 4; XX, 4, este trono es designado como “grande”. Además, mientras Dios tiene asesores sentados en tronos contiguos en Dan. VII, 9, aquí juzga solo”.
Fillion: “Vidi thronum: Los dos epítetos magnum y candidum (λευκὸν, blanco) muestran que este trono es todavía más rico que el de IV, 2”.
Iglesias: “No se encontró sitio para ellos (semitismo): Desaparecieron, no se les vio más”.
Swete: “A través de todo el libro, el Sentado sobre el trono es el Padre Omnipotente, distinguido del Hijo Encarnado (…) Que el Padre sea el Juez Supremo de la humanidad es una doctrina que parece contradecir a Jn. V, 21 (…) pero se puede encontrar una reconciliación en la unidad del Padre y del Hijo (Jn. X, 30), cuando el Hijo obra, el Padre obra con y a través de Él (Jn. V, 19). Por eso San Pablo puede escribir en un lugar: “Pues todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo” (II Cor. V, 10) y en otro: “Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios” (Rom. XIV, 10)”.
Biblia de Sacy: “No es que los cielos y la tierra se deben consumir para ser aniquilados, sino que serán purificados en esa gran conflagración y serán restablecidos a una forma nueva, según la predicción de Isaías (LXV, 17; LXVI, 22) y de San Pedro (II Ped. III, 12-13), de suerte que el fuego no servirá sino para consumir toda la impureza, y sucederá en el último día a la tierra y a los cielos, lo mismo que a nuestros cuerpos, una resurrección que los cambiará en mejor y les dará una nueva perfección”.
Ribera: “No cambiará la substancia sino la figura de la tierra y el cielo, como interpretan los Santos Padres, y nos enseña claramente el Sal. CI, 26-27: “En el principio cimentaste la tierra, y obra de tus manos es el cielo. Ellos van pasando, más Tú permanecerás; todo en ellos se envejece como una vestidura; Tú los mudarás como quien cambia de vestido, y quedarán cambiados”.
Ribera: “Y lugar no se halló para ellos: No se encontraron ni el cielo ni la tierra, sino que perecieron según la forma que tenían antes”.
Bonsirven: “El profeta presenta como juez a Dios, no al Hijo del hombre a quien fue confiado este poder (Jn. V, 22-23.27); pero Dios actúa por su Hijo y San Pablo habla indiferentemente del tribunal de Cristo (II Cor. V, 10) y del tribunal de Dios (Rom. XIV, 10)”.