El Reino de Cristo consumado en la tierra,
vol. 2, por J. Rovira, S.J.
J. Rovira, S.J., El Reino de Cristo consumado en la tierra, vol. 2. Ed. Balmes, España, 2018, 684 pág. El libro se puede adquirir AQUI o AQUI.
Con mucho retraso presentamos
al lector la reseña del segundo volumen de la gran obra del P. Rovira, cuya
primera parte ya habíamos criticado AQUI.
En esta segunda parte de la obra, que en nada desmerece de la primera, el P. Rovira estudia con gran detenimiento y erudición las características del reino de Cristo consumado, para lo cual dividirá esta sección en tres grandes temas, conforme al lugar que ocupan las diversas personas en ese reino:
1) En primer lugar, tenemos a Nuestro Señor, y allí se analiza a Cristo como Juez, así como también el juicio de Cristo sobre los vivos y los muertos.
2) La Iglesia y los Santos.
3) El Reino de Cristo y los viadores.
Es decir, Cristo Rey, por un
lado, y, por el otro, los dos grandes grupos de personas que intervienen en ese
reino: los santos, que han tenido parte en la primera resurrección y que han de
reinar con Cristo por mil años, y los viadores, sobre quienes se ha de ejercer
ese juicio o reino.
Por haber olvidado esta básica distinción de personas, muchos cayeron en el error de atribuir a unas lo que corresponde a las otras, como por ejemplo los Saduceos (y luego los herejes, con Cerinto a la cabeza) quienes decían que los santos se casarían y procrearían durante el Milenio, error combatido y rechazado por todos los Padres de la Iglesia.
Disquisición Primera: Cristo Juez y su juicio
El Autor comienza analizando
el famoso artículo del credo “ha de venir a juzgar a los vivos y a
los muertos” y confiesa que existe entre los autores diversidad de
opiniones, pues algunos las toman en sentido literal y otros, en sentido
figurado. Al no poder zanjar la cuestión por esta vía, el autor se vuelve a las
Escrituras y defiende la idea que las palabras deben entenderse de los viadores,
es decir, deben ser tomadas en sentido literal.
Como argumento a favor de su postura indica, en primer lugar, que el resto de las palabras del Credo se toman en sentido propio y no figurado, y, por otro lado, que las mismas Escrituras parecen indicarlo así:
Hech. X, 41-42: “A nosotros los testigos predestinados por Dios, los que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos. Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Éste es Aquel que ha sido destinado por Dios a ser juez de los vivos y de los muertos”.
Rom. XIV, 7-9: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, ni nadie muere para sí; que, si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Luego, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos. Porque para esto Cristo murió y volvió a la vida, para ser Señor así de los muertos como de los vivos”.
I Ped. IV, 4-6: “Ahora se extrañan de que vosotros no corráis con ellos a la misma desenfrenada disolución y se ponen a injuriar, pero darán cuenta a Aquel que está pronto para juzgar a vivos y a muertos. Pues para eso fue predicado el Evangelio también a los muertos, a fin de que, condenados en la carne, según (es propio de) los hombres, vivan según Dios en el espíritu”.
Por último, trae dos
argumentos más que interesantes: por un lado, en la escena del juicio final de
Apoc. XX, 11-15, no hay mención de vivos, sino sólo de muertos, mientras que en
Mt. XXV, 31-46, sucede todo lo contrario, no hay alusión alguna a la
resurrección, ni se habla de los niños, etc. sino que toda la atención está
puesta en las obras de misericordia.
Interesante también es la
triple distinción al momento de la segunda Venida de Nuestro Señor, pues ha de
venir como Combatiente para luchar contra el Anticristo y las Naciones,
como Esposo para celebrar las bodas con la Iglesia, y como Rey
para juzgar y gobernar sobre las naciones durante el Milenio.
La sección 8 está dedicada a
analizar la Salvación y protección de los buenos y el castigo de los enemigos:
tanto de Babilonia como del Anticristo (persona singular y no moral), quien
será derrotado en el Monte de los Olivos, pero no por medio de la Segunda
Venida de Cristo, sino con una manifestación previa.
Este punto, que tiene su importancia, ya lo habíamos tratado en otra oportunidad AQUI.
Citemos a Rovira (con algunas modificaciones menores para corregir el estilo[1]):
“Pero sea lo que sea de ésto, ha de afirmarse claramente que no es lo mismo la venida del Señor que las manifestaciones de su venida. La venida del Señor no será sino una, mientras que las manifestaciones de la venida pueden ser y serán muchas y diversas. Y de esta manera dice San Pablo que el Anticristo será aniquilado por el Señor con el aliento de su boca y será destruido por la manifestación de su venida (II Tes. II, 8). Por lo tanto, claramente distingue el Apóstol entre la venida de Cristo Señor y la manifestación de su venida”.
En la cuestión 5 analiza la tan mentada atadura del demonio, de la que nos habla el cap. XX del Apoc. Es muy interesante la exégesis que trae de la parábola del fuerte armado (Lc. XI, 21-22). Mejor citar a nuestro Autor:
“En
el reino del diablo se pueden distinguir, en cierto modo, tres períodos: el
primer período de paz, el segundo, de lucha, y el tercero, de calamidad y
atadura.
El
primer período es de paz. Pues, cuando un hombre fuerte y bien armado guarda
su palacio, seguros están sus bienes, Lc. XI, 21.
El
segundo es el período de lucha, que dura el tiempo que sea, hasta que llegue
uno más fuerte que él, que le vencerá completamente, Lc. XI, 22.
El tercer período, por último, es el de las calamidades y atadura; se le quitarán todas las armas en que confiaba y se le saqueará su casa y se repartirán sus despojos, Lc. XI, 22; Mt. XII, 29”.
Prueba, con los argumentos
clásicos, que Satanás no está atado: antigüedad de los Padres, que
apelaban a la tradición, el contexto del Apocalipsis, otros textos de la SSEE
(Ef. Mt. XVI, 18; Lc. XXII, 31-32; II, 12; VI, 12; I Ped. V, 8-9), y también
por medio de la razón y la historia: falta de unanimidad de la posición
contraria, sumado a la famosa oración de León XIII para después de la Misa.
Es por demás interesante el análisis que hace, al responder la primera objeción, de la famosa exégesis de San Agustín. En contra de su interpretación dice:
“1.
San Agustín, con esta explicación, no excluye otras, sobre todo teniendo en
cuenta que el santo Doctor parece admitir diversos sentidos en las palabras,
incluido el literal.
2.
Esta interpretación de San Agustín no es tradicional, es decir, que el santo no
la recibe por tradición, sino más bien es lo que descubre y arregla con su
ingenio; por lo cual no es de admirar si no se adapta a las palabras y sentido
del texto del Apocalipsis…
3. Esta
interpretación, como es natural, es demasiado alegórica y, con dificultades, se
sujeta a lo descrito y también a lo propuesto por muchos y grandes intérpretes,
como Ribera, Alápide y otros, que, aunque sostienen que ahora el diablo está
atado y encerrado en el abismo, no obstante, no quieren admitir que con el
nombre de abismo se entienda el corazón de los impíos.
4. Esa interpretación tiene también muchas dificultades…”.
Dificultades que enseguida
pasa a enumerar: que el abismo sea la multitud de los impíos, y que allí esté
atado, la gran dificultad para explicar la frase para que no seduzca más a
las naciones, el afirmar que esta frase implica que las naciones, que de
infieles se hicieron fieles, no van a poder ser seducidas por el demonio, lo
cual la historia demostró ser falso.