jueves, 6 de abril de 2023

El Reino de Cristo consumado en la tierra, vol. 2, por J. Rovira, S.J. (Reseña) (II de IV)

Disquisición Segunda: Cristo, Esposo de la Iglesia, y los Santos que reinarán con Él

 

Al momento de su Venida, Nuestro Señor encontrará tres grupos de personas: por un lado, los impíos, los que adhieran plenamente al Anticristo; por el otro, los fieles y santos; y, por último, los arrepentidos que, por miedo o debilidad, recibieron la marca, y estos tres grupos corresponden a los enumerados más arriba cuando habla de Cristo como Juez y Vengador, como Esposo y como Rey.

Defiende Rovira que el Reino de los Santos ha de ser después de la derrota del Anticristo, y sobre los viadores.

Al propugnar la resurrección parcial de los Santos, el Autor comienza por probar que la resurrección de los santos al momento de la de Nuestro Señor fue con cuerpo glorioso, para nunca más morir.

A renglón seguido afirma que se debe admitir otra resurrección parcial, que es la que trae el cap. XX del Apocalipsis, donde arguye: 

“… esta resurrección no es una resurrección analógica, sino verdadera y propia. No es una resurrección espiritual o de las almas del pecado a la gracia, porque esta resurrección es propia de los pecadores; pero la resurrección que aquí se muestra es la resurrección de los santos, o bien de los mártires… y no es, como otros quisieran, el tránsito de las almas justas a la vida celeste y a la visión beatífica, porque a este tránsito nunca la Sagrada Escritura le ha llamado resurrección y no se dice, por ejemplo, San Pedro ya ha resucitado, porque tampoco las almas de los justos están, ni puede decirse, muertas, pero esta resurrección es resurrección de muertos, como claramente se deduce de las palabras: los restantes muertos no vivieron”. 

Luego argumenta basado en el célebre pasaje de la I Cor. XV, donde San Pablo indica el orden de los resucitados: primero Cristo, como primicia, luego los que son de Cristo, al momento de la Parusía, y, por último, la resurrección, al momento del fin, cuando Nuestro Señor venza todo enemigo y entregue el reino al Padre.

A renglón seguido pasa a hablar, por un lado, de aquellos que tendrán parte en la primera resurrección (que ha de ser gloriosa y definitiva) y se inclina por pensar que no serán todos los santos sino solamente los mártires (posición un tanto singular, sobre la que volveré más adelante al tratar de algunas observaciones a la obra), y por el otro, trata sobre los arrebatados, es decir, los que no hayan aceptado al Anticristo, y que tendrá lugar al momento de la segunda Venida.

Con respecto a los que han de tener parte en la primera resurrección, admite las siguientes características: no se casarán; podrán comer y beber (esta afirmación la prueba fácilmente basado en lo que hizo Nuestro Señor resucitado, y también por lo que leemos que hicieron algunos ángeles en el A.T.), aunque, claro está, no necesitarán de comida y bebida; no han de vivir vida mortal y terrena; no estarán en medio de los mortales, para poder distinguirse de ellos, sino con Nuestro Señor, que estará presente al menos moralmente en la tierra, aunque el autor se inclina a pensar que será una presencia real, aunque invisible[1].

Los Santos con Cristo han de celebrar el banquete de las bodas aquí en la tierra, y mientras haya viadores. Para evitar que sus palabras suenen groseramente, el Autor pasa a enumerar algunas características que tienen los banquetes: 

1. Per se no está ordenado a la mera sustentación de la vida corporal.

2. Es una manifestación de alegría y sucede con motivo de alguna dicha.

3. Requiere multitud de invitados.

4. No consiste en llenar el estómago ni en la mera delectación del gusto, sino que todos los sentidos gozan de él. 

Los Santos que han de juzgar sobre los viadores serán, en primer lugar, los Apóstoles, según la promesa explícita y clara de Nuestro Señor, pero también habrá otros santos.

 

Disquisición Tercera: Cristo Rey y su Reino sobre los Viadores 

Comienza el Autor con una distinción tan elemental como importante: el reino de Cristo sobre los viadores ya existe hoy en día y no hay que esperar hasta la segunda Venida, pero con una diferencia: ahora, ese reino está incoado, mientras que en el futuro será consumado.

El argumento tipológico es en extremo interesante. Dice así: 

Así como David fue ungido tres veces, así también Cristo, el nuevo David, puede verse ungido tres veces. Así como David fue ungido primero en su casa paterna, después en Hebrón y, por último, en Jerusalén, de la misma manera, Cristo, nuevo David, fue ungido primero en su encarnación, después en su resurrección y, por último, en la consumación o su segunda venida”. 

Y luego desarrolla aún más el paralelismo: 

1) David fue ungido secretamente en la casa paterna por el profeta Samuel, enviado por Dios, pero entonces padeció la persecución de Saúl y, de hecho, no reinó sino acaso sobre unos pocos varones que le siguieron (I Sam. XXII, 1-2; XXVII, 1-2).

1) Cristo Jesús fue ungido en su misma Encarnación en el seno de la Virgen María, y desde entonces es verdadero rey de los judíos; pero entonces padeció persecución, pasión y muerte y no reinó sino acaso sobre pocos justos, que le reconocieron como verdadero Mesías. 

2) David fue ungido rey en Hebrón por los varones de Judá y entonces reinó sobre la casa de Judá y sobre los que vinieron a él de otras tribus de Israel.

2) Cristo Jesús, después de su pasión y resurrección fue ungido rey, recibió del Padre toda potestad en el cielo y en la tierra y empezó a reinar sobre la casa de Israel, es decir, sobre la primitiva Iglesia recogida entre los judíos que creyeron, y sobre los gentiles, que, por la predicación de los Apóstoles y otros predicadores del Evangelio, se convirtieron a la fe y se sometieron a Cristo Rey. Este reino es la santa Iglesia, que fue fundada y constituida el día de Pentecostés. 

3) David fue ungido rey de todas las tribus de Israel, y entonces reinó en Jerusalén sobre todo Israel y Judá.

3) Cristo Jesús, en su segunda venida, será rey universal; entonces, predicado ya el Evangelio en todo el mundo y extendido por toda la tierra, destruida Babilonia, aniquilado todo poder anti-teocrático y atado y encerrado Satanás, príncipe del mundo, en el abismo, Cristo Jesús reinará en todo el orbe; será la consumación del reino mesiánico o reino de Cristo consumado”. 

El reino de Cristo consumado tendrá lugar después de la destrucción del Anticristo y de la segunda Venida. Esta afirmación es importante en contra de quienes aceptan un reino de Cristo universal después de la destrucción del Anticristo, pero posponen la segunda venida al final de ese reino.

Jesucristo, como nuevo David, deberá restaurar el trono de David y reinar sobre los judíos.

Como no podía ser de otra manera, Rovira tiene que tratar la célebre objeción de que en el A.T. las profecías que hablan de Jacob e Israel se deben entender en sentido alegórico y no literal, es decir, de la Iglesia y no del pueblo de Israel.

Responde acertadamente de la siguiente manera: 

“… se deben entender en sentido espiritual cuando se estudia el sentido alegórico, pero no cuando se estudia el sentido literal. Al menos en general, los nombres Jacob e Israel han de ser entendidos tal como suenan, es decir, de los Israelitas según la carne, y por varias razones:

1. Porque las amenazas y castigos son anunciados a los israelitas según la carne; luego, se entiende conforme con ello que las promesas sean hechas a los mismos israelitas.

2. Porque no es raro que las promesas y bendiciones se contrapongan a las amenazas y castigos, como en Jer. XXXII, 42; Ez. XXXVI, 20-24 y Zac. VIII, 11-15…

3. Lo único que puede impedir el cumplimiento de las promesas divinas con respecto al pueblo de Israel, son los pecados, ceguera y endurecimiento del pueblo; pero esto no impide que, tal como consta por las promesas divinas, el pueblo de Israel, a pesar de sus faltas e infidelidades, aun cuando sean grandes, nunca será rechazado por el Señor, la estirpe y semilla de Israel nunca será abandonada por el Señor, Am. IX, 8; Jer. XXX, 10-11; XXXI, 35-37; XXXIII, 23-26; porque también claramente consta y es admitido comúnmente por los teólogos la futura conversión del pueblo de Israel, llevada a cabo por Elías y sus discípulos.

4. Con frecuencia el pueblo de Israel se contrapone a las naciones; pero las naciones se han de entender según el origen; luego, también el pueblo de Israel ha de ser entendido según su naturaleza y origen.

5. Por último, es el sentido natural y obvio de las predicciones de la SSEE, y así la entendieron los judíos, testigo San Jerónimo, y después de los judíos, también muchos de los cristianos más antiguos. Mas Dios destinaba las SSEE del A.T., en primer lugar, a los israelitas, como afirma el Apóstol (Rom. III, 2; IX, 4-5) y en ellas se habla a los israelitas y les promete grandes bienes en el futuro tiempo mesiánico. Por lo tanto, si no se quiere concluir que Dios engañó a los israelitas o al menos permitió que muchos de ellos fueran defraudados con promesas vanas y falsas o ambiguas, que nunca podrían ser cumplidas en Israel según la carne ni en los israelitas posteriores, sino que sería cumplido en el Israel espiritual, esto es, en la Iglesia de los gentiles, ha de admitirse que el nombre Israel y Jacob se debe entender en sentido verdadero y obvio”. 

Relacionado con este punto es la cuestión 5, que trata sobre la Restauración del Reino de Israel, donde analiza la famosa respuesta de Nuestro Señor a los apóstoles al momento de la Ascensión.

Defiende Rovira con sólidos argumentos que Nuestro Señor enseña claramente la existencia del futuro reino de Israel, y que los Apóstoles de ninguna manera cayeron en el “error judaico”, pues ya eran columna y fundamento de la Iglesia, san Pedro ya había sido constituido vicario de Cristo y había sido puesto a cargo de todo el rebaño (Jn. XXI, 15-18), ya les había dado el Espíritu Santo (Jn. XX, 21-23), y, por último, no es creíble que, después de formarlos sobre el reino de Dios durante los cuarenta días que pasó en la tierra después de su Resurrección, los Apóstoles hubieran confundido algo tan elemental, sobre todo teniendo en cuenta que ya les había abierto la inteligencia para entender las Escrituras (Lc. XXIV, 44-45).

Pero el mejor de los argumentos son las mismísimas palabras del texto, pues si lo que afirmaban los Apóstoles era un error, y tan grave, es de suponerse que el mismo Cristo los hubiera corregido, pero no sólo no lo hizo, sino que los confirmó con su respuesta, pues tanto la pregunta como la respuesta versan sobre el tiempo, y tanto la pregunta como la respuesta dan por sentado el hecho de la restitución del reino de Israel.

La respuesta no es más que un eco de lo que ya había dicho en otra oportunidad en el discurso Parusíaco: 

“Más en cuanto al día aquel y a la hora, nadie sabe, ni los ángeles del cielo, sino el Padre solo” (Mt. XXIV, 36).



 [1] Inútil resaltar la importancia de este punto y su relación con el decreto del Santo Oficio del año 1944.