martes, 14 de marzo de 2023

Similitudes entre el Santo Patriarca José, hijo de Jacob, y Nuestro Señor Jesucristo (Introducción) (II de VI)

 III. Contenido 

Pero de nada sirve al creyente tener en sus manos las Sagradas Escrituras si carece de las herramientas básicas para poder entender e interpretar este libro tan magnífico como profundo.

Antes que nada, es importante conocer a grandes rasgos cuál es el contenido de esa “carta” que Dios nos ha mandado; y, en primer lugar, no hay dudas que en los 73 libros que consta la Biblia hay muchas cosas, pero creo que todo se puede resumir a una sola:

Podríamos decir que lo que Dios nos ha revelado es, básicamente, una historia. En efecto, desde el primer versículo del Génesis, donde se narra la creación del cielo y la tierra, hasta los últimos versículos del Apocalipsis, donde se describen los cielos nuevos y tierra nueva, lo que tenemos es, en substancia, una historia.

Pero esta historia no es cualquier historia. Es, antes que nada, una historia sagrada, obviamente, como no podía ser de otra manera, pero además es, podríamos decirlo, una historia de salvación porque, como todos sabemos, Adán y Eva fueron creados de forma tal de ser capaces de conocer y amar a Dios como Él mismo se conoce y se ama; Dios quiso compartir con ellos su vida, su naturaleza, hacerlos formar parte de la familia divina. En definitiva: los creó en estado de gracia, la cual los teólogos definen, siguiendo a San Pedro, como una participación de la naturaleza divina en la criatura intelectual. Pero ese estado de amistad con Dios por el cual eran hijos adoptivos suyos, Adán y Eva lo habían recibido con la obligación de transmitirlo a sus descendientes. Era un don dado en ellos a toda la raza humana, un don que Adán había recibido como cabeza de la humanidad; pero como todos sabemos, fueron infieles a su misión, desobedecieron a Dios y pecaron. Y es por eso que somos concebidos en pecado original. Alejados de Dios. Enemigos de Dios.

Y si Dios hubiera dejado las cosas así, entonces la única historia que nos podría haber revelado hubiera sido una historia de condenación pues el hombre hubiera sido incapaz por sí mismo de pagar la deuda contraída ante Dios y de evitar el pecado, y entonces hubiera perecido eternamente en el infierno; pero en su infinita misericordia, lo que Dios hizo fue prometernos un Redentor que iba a pagar y satisfacer el pecado no sólo de ellos sino el de todos sus descendientes.

Y desde entonces lo que tenemos en la Biblia es, pues, una historia de Salvación y, por lo tanto, nada más obvio y natural que el centro de esa historia, o si me permite la expresión, el “actor principal” de esa historia, sea y no pueda ser otro más que el Salvador.

Y si el centro de esa historia es el Salvador, entonces nada más natural que Dios hable de Él a través de toda la Biblia.

 Y esta es la primera conclusión que tenemos que sacar:

Si la Biblia es una historia de salvación, entonces de una u otra manera toda la Biblia va a hablar del Salvador o estar dirigida a él.

La duda que inmediatamente viene al espíritu es de qué forma se valió Dios para hablar del Salvador a través de toda la Biblia, porque si bien está claro que el Nuevo Testamento no hace más que describir a Jesucristo y a su obra, lo cierto es que una lectura superficial del Antiguo Testamento nos puede convencer fácilmente de lo contrario.

A esta duda voy a tratar de responder a continuación al explicar lo que se ha dado en llamar los sentidos bíblicos.