lunes, 20 de marzo de 2023

Similitudes entre el Santo Patriarca José, hijo de Jacob, y Nuestro Señor Jesucristo (Introducción) (IV de VI)

 Llegados aquí, se impone una pregunta: ¿cómo reconocer el sentido espiritual? O dicho de otra manera ¿sobre qué puede tratar?

Para responder a esta pregunta, comenzaré por citar a León Bloy que dice en una de sus obras: 

Dios no puede hablar sino de sí mismo”. 

O para decirlo de otra manera, el sentido espiritual va a tratar sobre el mismo Dios, y más en particular sobre la persona adorable de Jesucristo.

Pero es imprescindible tener en cuenta que el misterio de Cristo es más amplio de lo que puede parecer a primera vista, ya que puede ser considerado en un doble aspecto: 

1) Cuerpo Físico de Jesucristo: 

Y esto a su vez se subdividirá en dos, según se trate de:

1.a) La primera Venida.

1.b) La segunda Venida. 

2) Cuerpo Místico de Jesucristo, o sea, la Iglesia Católica, a la cual hay que añadir los sacramentos que están implícitos, como así también la vida de la gracia.

San Gregorio Magno resumirá admirablemente en una frase el sentido místico, afirmando que es: 

Una acción, realmente ejecutada, significativa de otra futura[1]. 

Teniendo en cuenta estas cosas, bueno será resumir a algunos principios generales la interpretación bíblica:

 

1) El sentido literal es el más importante porque es el primero que tenemos que buscar.

Lo indica, por ejemplo, Benedicto XV en su encíclica sobre la Sagrada Escritura[2]: 

“Debemos, ante todo, fijar nuestra atención en la interpretación literal o histórica”. 

2) Hay que interpretar en sentido literal propio a menos que sea imposible o conste claramente que se trata de lenguaje figurado.

Este principio lo enuncia así el P. A. Fernández[3]: 

“Hablando en absoluto, no se debe recurrir al sentido trasladado cuando la locución, tomada en sentido propio, sea apta para tener sentido”. 

3) En toda la Biblia hay un sentido literal (propio o figurado) pero no siempre hay un sentido típico.

En cuanto al sentido literal, es obvio, pues las palabras no pueden tener sino un significado, y en cuanto a la segunda parte, bastará citar una vez más a Pío XII[4]: 

“Ahora bien, si es proposición de fe que debe tenerse por principio fundamental que la Sagrada Escritura contiene, además del sentido literal, un sentido espiritual o típico, como nos ha sido enseñado por la práctica de Nuestro Señor y de los apóstoles, sin embargo, no toda sentencia o narración contiene un sentido típico, y fue un exceso grave de la escuela alejandrina el querer encontrar por doquiera un sentido simbólico, aun con daño del sentido literal e histórico. El sentido espiritual o típico, además de fundarse sobre el sentido literal, debe probarse, ya por el uso de Nuestro Señor, de los apóstoles o de los escritores inspirados; ya por el uso tradicional de los Santos Padres y de la Iglesia, especialmente en la sagrada liturgia, puesto que “lex orandi, lex credendi. 

4) El sentido espiritual supone y se basa en el sentido literal propio.

Complemento del anterior, este principio es de suma importancia. Bastará citar una vez más al Ángel de las Escuelas, Santo Tomás: 

El sentido espiritual se funda siempre sobre el literal y de él procede[5]. 

Dicho de otra manera: para que un acontecimiento sea imagen de otra cosa, es preciso que realmente haya tenido lugar y no haya sido una simple semejanza; por eso, si se hubiera tenido en mente este principio, no se hubiera llegado al error, por ejemplo, de negar como históricos algunos hechos narrados en la Biblia, tales como la historia del profeta Jonás (ver Mt. XII, 38-41; XVI, 4), que fue una hermosa y viviente imagen de la muerte y resurrección de Nuestro Señor. 

5) El sentido espiritual es profético.

Esta conclusión fluye de su propia naturaleza, ya que se trata de algo que es imagen de otra cosa futura. 

6) El sentido típico consta de dos elementos: la figura, la imagen, el tipo (ej. creación de Eva, el paso por el mar rojo); y la cosa figurada, el antitipo (ej. la creación de la Iglesia, el bautismo). 

7) Entre el tipo y el antitipo tiene que haber una relación de similitud o analogía.

La razón de este principio es muy clara, pues si fueran completamente iguales entonces tendríamos identidad y así, por ejemplo, si en lugar de la serpiente de bronce estuviera Cristo en la Cruz, no habría imagen sino realidad; pero tampoco pueden ser completamente diferentes pues en ese caso no habría manera alguna de relacionarlos entre sí.



 [1] El P. Sáenz, en la Introducción a su libro Cristo y las Figuras Bíblicas, Ed. Paulinas, 1967, tiene un buen resumen de este tema, tomado, básicamente del P. Danielou. 

[2] Spiritus Paraclitus, EB 534. 

[3] Institutiones Biblicae, Roma (1951), vol. I, Lib. IV, nro. 25. 

[4] Carta de la Pontificia Comisión Bíblica a los excelentísimos y reverendísimos arzobispos y obispos de Italia, 20 de agosto de 1941 EB 608. 

[5] Quodl. VII, q. 6, art. 1, ad 1.