El Mesías hijo de David e hijo de José, por P. Drach
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La tradición judía se refiere
al Mesías unas veces como el Mesías hijo de David y otras, como
el Mesías hijo de José. Ver Talmud, tratado Aboda-Zara,
fol. 5 recto; tratado Succa, fol. 52 recto; tratado Yebamot, fol.
62 recto, y fol. 63 verso; tratado Sanedrín, fol. 97 recto, sig.
Nacido, según la carne, de la
sangre de David, por la ilustre y humilde esclava del Señor (Ecce ancilla
Domini, Lc. I, 38), Jesucristo fue considerado durante mucho tiempo, en
su nación, como el hijo de José, el santo esposo de la más pura de las vírgenes.
Ut putabatur filius Joseph, dice San Lucas, III, 23 (cf. también ibid.,
IV, 22; Jn. I, 45; VI, 42). Su propia madre bendita lo llama hijo de José.
"Tu padre y yo, te estábamos buscando", Lc. II, 48. Lo
llamó así porque le habló delante de todos los doctores, sedentem in
medio doctorum, y aún no había llegado la hora de revelar que Él era el pan
vivo bajado del cielo, el misterio que tanto iba a escandalizar a los
judíos. “Entonces los judíos se pusieron a murmurar contra Él, porque había
dicho: “Yo soy el pan que bajó del cielo”; y decían: “¿No es éste Jesús, el
Hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo, pues, ahora dice: “Yo he
bajado del cielo?” Jn. VI, 41, 42.
Si la ley mosaica considera
al hijo mayor del hebreo que, en ejecución de la ley del levirato, se casa con
la viuda de su hermano, como hijo del difunto (Deut. XXV, 6: “El
primogénito que ella diere a luz, será sucesor del nombre del hermano difunto,
para que su nombre no se borre de Israel”), con mayor razón se le habría
concedido a Jesucristo el título y los derechos de hijo del que fue esposo de
su madre. Algunos piensan que el significado muy extenso de la palabra hijo
en las lenguas orientales autoriza a explicar hijo de José, como
significando el que fue exactamente figurado en la persona de José,
undécimo hijo del patriarca Jacob[1]. Esta no es nuestra opinión.
Hemos dicho que San José era el esposo de la Santísima Virgen. Según la ley mosaica, los esponsales constituían un vínculo real, llamado, en términos teológicos judíos, erucin. Cuando un hombre comprometido, aruss, quería volver a ser libre, estaba obligado a recurrir a la formalidad del repudio, al igual que un hombre casado. Entre los romanos, el repudio era igualmente necesario para romper el compromiso. La fórmula era: Conditione tua non utor (renuncio a tenerte por mujer mía). Para el divorcio después del matrimonio, la fórmula era: Res tuas tibi habeto (llévate tus cosas).
El prometido,
designado con el término ארוס, es muy diferente del prometido judío actual, que se
llama hhatan, התן. Este
último sólo se compromete mediante una simple promesa de matrimonio, que
puede retirar a cambio de una pequeña multa en beneficio de la novia. Esta
multa a menudo no se paga, ya que no se debe legalmente, y también porque la
parte perjudicada no desea recibir esta indemnización. De ahí que los esponsales
modernos, que no van acompañados de ninguna ceremonia religiosa, se llamen en
hebreo kenass, קנס, que significa multa, porque cada una de
las partes se compromete, no por contrato sino por promesa, a
pagar la multa determinada en el acta que se redacta con este motivo, en caso
de que renuncie.
Voltaire, que es tan ridículo
cuando quiere ser erudito en lingüística oriental, hace de nuestro hhatan
un gatito en los personajes de su Précis du Cantique des cantiques.
El padre Adán, encargado de masticar (¡Voltaire tiene expresiones tan
nobles!) esta parte de su trabajo, mereció en esta ocasión el reproche que le
hizo su amo, cuando le regañó: Padre Adán, usted no es el primer
hombre del mundo.
Los esponsales de la
antigua sinagoga producían un verdadero vínculo a los ojos de la religión.
Esta fianza estaba bajo la protección de la autoridad pública. Si la
prometida se olvidaba de sí misma en perjuicio de aquel a quien había prometido
su fe, la ley ordenaba que fuera lapidada públicamente (Deut. XXII, 23-24).
Hemos visto que, si el prometido
no quería casarse con su prometida, estaba obligado a repudiarla en
forma.
De esta manera estaba la
Santísima Virgen desponsata con san José. Cuando éste resolvió repudiarla
(dimittere), animado como estaba por la caridad en grado heroico, no
quería denunciarla declarando el motivo de su divorcio. Es por ello que
estaba dispuesto a darle el libelo de separación sin la intervención de
las autoridades de la sinagoga (clam); pues, en rigor, el
ministerio de los sacerdotes no era necesario en este acto. Ver nuestro Tratado
sobre el Divorcio en la Sinagoga, pp. 99, 229-230[2].
Todas las tradiciones
antiguas, las paráfrasis caldeas, el Talmud y los Midrashim, nombran
indistintamente a un solo y mismo Mesías hijo de David e hijo de José.
El Midrash Tehillim, sobre el Sal. XCII, aplica al Mesías hijo
de David la bendición que Moisés dio a la tribu de José (Deut.
XXXIII, 17), porque se llama hijo de José. El Talmud, tratado Succa,
fol. 52 recto, reconoce la divinidad del Mesías hijo de José, ya
que le atribuye estas palabras: Y pondrán sus ojos en Mí, a quien
traspasaron y llorarán, etc. (Zac. XII, 10). Ahora bien, el texto pone
estas palabras en boca de Jehová.
Después de examinar todas estas tradiciones con mucho cuidado y durante mucho tiempo, estamos convencidos de que los antiguos doctores sólo llamaban al Mesías hijo de José cuando hablaban de su estado de sufrimiento, y que cuando hablaban de su estado glorioso lo llamaban constantemente hijo de David. Esta observación se confirma especialmente por el siguiente pasaje del Talmud, tratado Succa, fol. 52 recto:
“Nuestros doctores enseñan lo siguiente: Dios santo, bendito sea, dijo al Mesías hijo de David (¡que se manifieste pronto y en nuestros días!): Pídeme cualquier cosa y te la concederé, pues está escrito (Sal. II): “¡Yo promulgaré ese decreto de Jehová! Él me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, Yo mismo te he engendrado en este día. Pídeme y te daré, etc.”. Y el Mesías hijo de José, previendo que iba a ser condenado a muerte, dijo ante su rostro: Maestro del universo, sólo te pido la vida[3]. Y Dios le contestó: "Tu padre David ya profetizó sobre tu vida, pues dijo (Sal. XXI, 5): “Te pidió la vida y le has dado días que durarán por los siglos de los siglos”[4].
Los rabinos posteriores que,
para escapar a muchos de los irresistibles argumentos de los cristianos,
imaginaron dos Mesías diferenciados entre sí, un Mesías de gloria, hijo
de David, y un Mesías de oprobio y dolor, hijo de José por la tribu de
Efraín, no se remontan más allá del siglo XI.
Ver el Léxico Talmúdico
de Rabí Natán, art. גוף, y el comentario
de Rabí S. Yarhi sobre Is. XI, 13 y XXIV, 18.
Aben-Ezra, en su comentario a
Sal. LXXX, 18, menciona al Mesías hijo de Efraín; pero vemos en su comentario
a Is. XI, 13, que seguía admitiendo un solo Mesías.
Porque, con motivo de estas palabras del texto: Efraín no tendrá celos de
Judá, dice: "Efraín no tendrá celos de que el Mesías sea de una
familia de Judá". Este rabino floreció en el siglo XII[5].
Maimónides, que, en su Tratado
de los Reyes, cap. XI y XII, hace una descripción de los tiempos del
Mesías, no menciona al llamado Mesías hijo de José.
Sólo dice que: “En la profecía de Balaam observamos dos Mesías; uno es
el rey David, que salvó a Israel de sus opresores, y el otro es
el futuro Mesías, que liberará a Israel del poder de los hijos de
Edom”.
Los rabinos llaman a los
cristianos hijos de Edom.
El texto de ninguna profecía
se presta a la doctrina de un doble Mesías. Si la paráfrasis caldea del
Cantar de los Cantares (IV, 5; VII, 3) nombra dos Redentores, מפרקיך, uno hijo de David, el otro hijo de José,
se ve por el contexto que sólo quiere designar los dos estados del mismo Mesías[6].
En la Paráfrasis de
Jonathan-ben-Huziel sobre el Éxodo (XL, 11), se menciona a un Mesías hijo de
Efraín, que ha de salir de Josué. Se ha reconocido que este pasaje es
ajeno al texto del Targumista, y que se ha introducido por inadvertencia o más
bien por distracción de un copista.
1. ¿Cómo podría haber hablado
del Mesías en relación con este versículo: Ungirás la pila y su base, y la
consagrarás?
2. Esta inserción contradice
la tradición de los rabinos a la que Jonathan-ben-Huziel es constantemente
fiel. Dice que este Mesías derrotará a Gog, mientras que los rabinos
enseñan que el hijo de José, después de haber matado al príncipe de
los idumeos[7], será derrotado a su vez y perecerá
en el combate que librará contra Gog. Este último sólo caerá por la mano
del Mesías hijo de David. Ver el libro אבקת הרוכל, que da
el boletín de las batallas futuras, lib. I, parte 1, signo 6 y signo 7; Rabí
Salomón Yarhi, comentario sobre Is. XXIV, 18.
El P. Caron, decano de Ailly-le-Haut-Rocher, diócesis de Amiens, trató el mismo tema con un notable talento y una rara erudición. Su obra se titula: Essai sur les rapports entre le saint patriarche Joseph et Notre-Seigneur Jésus-Christ. Este libro causa una profunda impresión en todos los israelitas que lo leen, y ha contribuido a la conversión de algunos de ellos.
[2] Nota del Blog: Sobre este tema ver el interesante estudio del P. Xaver Léon-Dufour S.J. que publicamos en su momento AQUI y AQUI.
[3] “Padre mío, si es posible, pase este cáliz lejos
de Mí”, dijo nuestro Salvador en aquel momento de agonía en que un sudor de
sangre brotaba de su adorable cuerpo.
Uno no puede, a
menos que sea un fariseo empedernido, leer estas palabras sin sentir algo de la
angustia del Hombre-Dios que estaba a punto de ser tan cruelmente
inmolado por nuestros pecados.
Un joven
israelita, erudito talmudista, que todavía era un neófito que se preparaba para
las órdenes sagradas en un seminario de la capital, y que desde entonces es el
jefe de una lejana misión, al leer por primera vez este pasaje del Evangelio,
dijo con un acento del más profundo dolor: Sabía por la tradición que la
muerte iba a ser un cáliz insoportablemente amargo para el Mesías. Pero nunca
hubiera creído que esta amargura afectara tanto a quienes obtienen todo el
beneficio de ella.
Se vio a una joven judía conversa romper a llorar cuando escuchó por primera vez la lectura de esta parte de la Pasión. Desde entonces ha tenido la suerte de abrazar el estado religioso.
[4] En efecto, Dios concedió la inmortalidad al cuerpo de Jesucristo tras su
resurrección.
Al hablar de Jesucristo en esta obra, relataremos una tradición de la sinagoga, que enseña que la carne del Mesías debe convertirse en fuego. ¿Quién no ve aquí, además de la transfiguración del monte Tabor, la glorificación de la santa humanidad de aquel a quien Jehová dijo: Siéntate a mi diestra?
[5] Leemos al final de su comentario sobre Daniel que terminó esta obra en el año 4916 del cómputo rabínico, que corresponde a 1156 de la era vulgar.
[6] Esta paráfrasis es citada por doctores judíos de la más alta antigüedad. Se
desconoce el autor. Algunos eruditos modernos afirman que es por lo menos
posterior al Talmud, obra del siglo VI, dicen, ya que habla de la distribución
de este código en seis secciones, I, 2. ¡Así es como razonan a veces estos
eruditos! Recordemos que la ley oral, tradicional, la Deuterosis,
siempre ha ido de la mano de la ley escrita, y que necesariamente siempre se ha
distribuido según el tema que trata; si las circunstancias surgidas tras la
disolución del estado de los judíos constituidos como cuerpo de una nación
hicieron necesaria su redacción, no podría argumentarse que no existiera antes,
aunque no hubiera pruebas positivas de ello que nos proporcionan todos los
monumentos de la antigüedad judía. Ver la Paráfrasis caldea sobre las Lamentaciones, II, 19.
Ver más arriba la Instrucción sobre el Talmud. Ver también el prefacio del Léxico caldeo de Elías Hallévi, titulado מתורגמן; el Léxico rabínico del mismo, art. פזר; prefacio del Léxico caldeo de Buxtorf hijo; los prolegómenos de la Poliglota de Wallon; Coccejus, título Sanedrín, § XVIII, nota 1; Helvicus, Tractatus de chald. Biblior. paraphras. cap. 2; Hottingerus, Thesaurus philologicus, Lib. 1, cap. 5, Sectio 1.
[7] Según los rabinos, los cristianos son los Idumeos, los hijos de Edom,
de Esaú, el enemigo mortal de Jacob.