lunes, 3 de octubre de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Segunda Parte, Los Derrumbes para una Restauración (I de IV)

 6) Los Derrumbes para una Restauración 

“Porque es necesario que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies”... cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder” (I Cor. 15, 25-24). 

La Palabra de Dios proclama la extrema importancia del triunfo de Cristo sobre sus enemigos, ese triunfo diferido sin cesar por la maldad e incredulidad de los hombres.

Las luchas de Cristo contra sus enemigos, los poderosos de la tierra, los reyes, el Anticristo y Satanás, son muy a menudo incomprendidas. Los textos de la Escritura son amenazas impresionantes contra aquellos que merecerán beber “la copa de la cólera de Dios...” ¿Quiere decir que tenemos que acusar a Dios de crueldad y violencia? De ninguna manera.

Las descripciones de la matanza y destrucción se encuentran en el último libro del Nuevo Testamento, así como en el Antiguo, y se explican en consideración de la perfecta justicia del Reino. Entonces habrá pasado el tiempo de gracia. 

Si Cristo debe establecer un Reino de paz –recordemos a Salomón–, deberá venir antes que nada a destruir a las falsas autoridades y fundar su Reino sobre la equidad y la justicia. 

“Reinará un rey con justicia” (Is. XXXII, 1). 

En las Escrituras, la expresión “los reyes de la tierra” designa a los enemigos más grandes del “Príncipe de la paz”. Su destrucción precederá a su Reino.

La dulce Virgen María, después de Ana, madre de Samuel, lo anunció: 

“Desplegó el poder de su brazo;

Bajó del trono a los poderosos” (Lc. I, 51-52: I Rey. II, 1-11). 

“Él es Terrible para los reyes de la tierra” (Sal. LXXV, 13).

 a) La Destrucción de la Estatua 

La destrucción de los reinos y sus jefes fue profetizada en un sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia, que fue interpretado por Daniel. Nos da precisiones sobre las sucesivas destrucciones de los poderes humanos, hasta la última destrucción de los diez reyes, por parte del mismo Cristo “la piedra que destrozó el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro” (Dan. II, 35).

Nabucodonosor –o Nebucadnetsar, según el hebreo– vio en sueños una gran estatua, cuya cabeza era de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies en parte de hierro y en parte de barro. 

“Mientras estabas todavía mirando, se desgajó una piedra —no desprendida por mano de hombre— e hirió la imagen en los pies, que eran de hierro y de barro, y los destrozó” (Dan. II, 34). 

La gran estatua fue destruida y la piedra que la había golpeado “se hizo una gran montaña y llenó toda la tierra” (Dan. II, 35). Daniel, llevado ante el rey, le explicó el significado simbólico de la visión. 

“Tú, oh rey, eres Rey de reyes –los reyes de Babilonia llevaban este título–, a quien el Dios del cielo ha dado el imperio, el poder, la fuerza y la gloria… Tú eres la cabeza de oro.

Después de ti se levantará otro reino inferior a ti, porque está hecho de plata (el reino de los medos y persas).

Y otro tercer reino de bronce, que dominará sobre toda la tierra (el Imperio de Alejandro).

Luego habrá un cuarto reino fuerte como el hierro. Del mismo modo que el hierro todo lo destroza y rompe, y como el hierro todo lo desmenuza, así él desmenuzará y quebrantará todas estas cosas (el imperio Romano).

Los dedos de los pies eran en parte de hierro, y en parte de barro (esto significa) que el reino será en parte fuerte, y en parte endeble” (Dan. II, 37-42). 

El poder romano no subsistirá. Entonces Daniel agregó: 

“En los días de aquellos reyes, el Dios del cielo suscitará un Reino que nunca jamás será destruido, y que no pasará a otro pueblo; quebrantará y destruirá todos aquellos reinos, en tanto que él mismo subsistirá para siempre, conforme viste que de la montaña se desprendió una piedra —no por mano alguna—, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro” (Dan. II, 44-45).

“Y fueron como el tamo de la era en verano. Se los llevó el viento, de manera que no fue hallado ningún rastro de ellos” (v. 35). 

La “piedra” que golpea la estatua se hace una gran montaña y llena toda la tierra es Cristo, evidentemente, pero Cristo en su Retorno, cuando golpee a las dominaciones terrestres, y venza a los diez reyes unidos al Anticristo y a la Babilonia mundial.

Sin embargo, son numerosos los exégetas que afirman que Cristo destruyó a la estatua en su Primera Venida.

Pero el imperio Romano estaba entonces en toda su fuerza y fue un gobernador romano el que condenó a Cristo al suplicio de la Cruz. Recién cuatro siglos después de Cristo el imperio dividido conoció, en occidente, la decadencia y la ruina. Fue reemplazado por los reyes bárbaros, ¿pero estos reyes fueron como el tamo de la era en verano que se los lleva el viento?

¿Es Cristo actualmente el único Rey? Evidentemente que no. “Al presente, empero, no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas” (Heb. II, 8), muy por el contrario. Parece, pues, cierto que los dedos de la estatua formados de hierro y barro, representan todos los estados salidos de Roma: repúblicas, dictaduras, realezas debilitadas, las cuales buscan, bajo diversas formas, levantarse contra el poder de Dios sobre la tierra, revelarse contra su autoridad.

Pero entonces la “Piedra”, que es Cristo al volver para establecer el Reino de Dios, golpeará al antiguo coloso y la estatua se destruirá.

De hecho, el conjunto de los gobiernos actuales no forma más que una estatua de cenizas, al amparo del aire, muy lejos del soplo del espíritu divino.

Entonces, cuando pase el viento del Espíritu, todos los dictadores o jefes, sometidos al Anticristo, ¡serán como el tamo de la era en verano que se los lleva el viento! 

“Trabajaron los pueblos por nada y las naciones se han cansado para el fuego” (Jer. LI, 58). 

Todos los reinos, todos los dictadores serán destruidos en un abrir y cerrar de ojos. Solamente Jesús será “el más excelso entre los reyes de la tierra” (Sal. LXXXVIII, 28). 

En cuanto a “la gran montaña” ¿puede simbolizar a la Iglesia?

No, sino que representa el Reino mesiánico que se extenderá sobre la tierra, según la profecía de Isaías: 

“No habrá daño ni destrucción en todo mi santo monte;

Porque la tierra estará llena del conocimiento de Jehová,

Como las aguas cubren el mar” (Is. XI, 9).