miércoles, 26 de octubre de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Segunda Parte, Los Derrumbes para una Restauración (IV de IV)

 d) Hecho está

El encadenamiento de Satanás y la ruina de la Bestia y el Falso Profeta van a permitir a Cristo –después de la destrucción de la Babilonia mundial–, continuar el desenvolvimiento del Libro y de decir “hecho está”. 

La última Copa de la cólera del Dios Todopoderoso ha sido derramada. Dios se ha acordado de Babilonia la grande. 

Y los cataclismos del fin de la era sacudieron la tierra. 

“Y desaparecieron todas las islas, y no hubo más montañas” (Apoc. XVI, 20). 

Jesús había advertido a los suyos que estos días de tribulación estarían marcados por el obscurecimiento del sol y la luna, por las estrellas que van a caer del cielo y por el ruido del mar y las olas. 

“Los hombres desfallecerán de espanto” (Mt. XXIV, 29-30; Lc. XXI, 25-26). 

Pedirán a las rocas que los escondan, que caigan sobre ellos. Huirán a las cavernas (Apoc. VI, 15-16; Os. X, 8; Lc. XXIII, 30). 

Los profetas han dado fascinantes descripciones de los sobresaltos de la tierra convulsionada, sacudida como en los últimos dolores de parto. 

“La tierra se rompe con gran estruendo,

La tierra se parte con estrépito,

La tierra es sacudida con violencia,

La tierra tambalea como un borracho;

Vacila como una choza;

Pesan sobre ella sus prevaricaciones;

Caerá, y no volverá a levantarse.

En aquel día Jehová juzgará a la milicia del cielo en lo alto,

Y aquí abajo a los reyes de la tierra.

Serán juntados como se junta a los presos en la mazmorra,

Quedarán encerrados en el calabozo,

Y después de muchos días serán juzgados.

La luna se enrojecerá

Y el sol se oscurecerá,

Porque Jehová de los ejércitos reinará

En el monte Sión y en Jerusalén,

Y delante de sus ancianos (resplandecerá) su gloria (Is. XXIV, 19-23). 

¡Esta página de Isaías, a la que habría que agregar la de Joel sobre el día del Eterno, “día de tinieblas y obscuridad” (Jl. II), nos dejaban muy perplejos en su momento! ¿Cómo explicar los fenómenos solares, lunares, estelares y esta angustia mortal de los hombres? 

Sé bien que se han “simplificado” las cosas, diciendo: “fin del mundo”; pero no se trata del fin del mundo físico sino, por el contrario, de un restablecimiento, esperando “la tierra nueva”. 

Ahora que hemos visto las explosiones de la bomba atómica, las destrucciones que se preparan sobre la tierra, el mar y en los aires, tenemos una de las claves del enigma del obscurecimiento del sol y de los astros, de las estrellas que caen del cielo, de los desmembramientos de la tierra, de nuestro planeta tambaleando como un borracho. 

Al mismo tiempo, los hombres se secarán literalmente de temor, por la acción de la desintegración atómica de las células y ya los refugios en las cavernas de los peñascos están previstos para la próxima conflagración mundial. 

Si San Juan tuvo una visión con efectos terribles, análoga a los del átomo desintegrado, si ha contemplado “la era atómica”, ha descrito lo que ahora sabemos y vemos. 

Necesariamente los profetas y él mismo han tenido que servirse de comparaciones conocidas en su tiempo y hablar de obscurecimiento del sol y la luna, de estrellas y de fuego que cae del cielo, de montañas y de islas desplazadas. Dios tiene otros medios –todos los medios– para cumplir su Palabra, pero nuestro tiempo nos permite balbucir algo y considerar su cumplimiento como cierto. 

Por último, se habla de un “gran terremoto de tierra” cuando el ángel derrama la séptima Copa y una fuerte voz clama: “¡Hecho está!”. 

La angustia del “mundo” se consuma, la destrucción de los enemigos de Dios se cumple y el Reino se va a poder establecer. “¡Hecho está!”. 

Si en la séptima y última Copa esta sonora voz –la del León de Judá, creemos– ha clamado: “¡Hecho está![1], el sonido de la séptima y última Trompeta ha clamado a su vez: “El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor” (Apoc. XI, 15). 

“Y tocó la Trompeta el séptimo ángel, y se dieron grandes voces en el cielo que decían: “El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos” (Apoc. XI, 15).

            ¡Hecho está!”.



 [1] Los profetas a menudo han comparado la voz del Eterno, al momento de los juicios, con los rugidos del león (Jl. III, 16; Am. I, 3).