miércoles, 28 de octubre de 2020

El año terrible en la vida de León Bloy (III de VI)

    Hasta aquí Juana; Bloy, por su parte, continúa. 

[Después de esta página, está pegado en el diario la fotografía del pequeño Andrés en su lecho de muerte]. 

Domingo 27. – Despertado por Estefanía a las 2.30, retomo mi vigilia interrumpida. Juana, profundamente abrumada, no descenderá sino más tarde, a las 6, cuando voy a la primera misa. Rosario, oraciones angustiosas, lucha contra la fatiga. 

¿Comulgué en la misa de las 6? Muy probablemente, pero no me acuerdo, pues este triste diario está muy retrasado. Recuerdo solamente que la fatiga era inmensa y el sueño aplastante. Elevé mi alma como pude, orando a partir de ahora a este Inocente que nos protegerá in conspectu Domini. 

“Nos autem propter innocentiam suscepisti. Et confirmasti nos in conspectu tuo in aeternum[1]. 

Tal es el lenguaje que la Iglesia supone en la boca de esos pequeños muertos sin pecado por los cuales está prohibido rezar. 

Llegada de Huguenet a eso de las 8. El pobre hombre está muy conmovido y golpeado por lo que me sucede. Me dice que anoche lloró por mí. Dios quiera que haya sido capaz de rezar. No puedo sino renovar la palabra de mi carta de ayer, con muy pocas posibilidades de ser comprendido. Lo único que saco de él es el testimonio inútil de su admiración por nuestra fuerza de espíritu. ¡Qué miseria! ¿Espera, pues, hasta vernos con convulsiones? 

Hacia las 9 visita del segundo médico. Este es educado y humano. Me da ciertas palabras certificando que la muerte le parece natural. Escaparemos, pues, al horror de una autopsia. Estamos tan tristes que esta misericordia casi me sorprende. 

Habiéndose ido Huguenet, Jury vino casi enseguida. Nueva emoción. Este querido niño se arroja en nuestros brazos sollozando. Esta explosión de ternura de parte de un amigo tan joven y reciente, que ha reemplazado a tantos otros tan antiguos, no será olvidada. 

Diversos trámites con él. Municipalidad. La hora del cortejo está decidida para mañana a las 9 de la mañana, sin más obstáculos. 

Visita al sacerdote de la parroquia, cargado con servicios fúnebres. Elijo la última clase. 9.75 francos. Habrá misa.

Retorno triste a la casa. Comienzo a temer que nuestro dinero no alcanza. Juana deberá comprar aún un velo de duelo y algunas flores, etc. 

Guérin vuelve al mediodía. Las horas pasan. Esperé encontrar, por un momento, un poco de auxilio en un libro y agarré las conferencias del P. Faber, donde encuentro esto: 

Jamás madre e hijo, jamás esposos tuvieron un éxtasis de amor comparable al del cuerpo y el alma del justo volviendo a unirse” (Aspectos de la muerte). 

Destello magnífico con el que soy completamente iluminado, completamente consolado. 

Recibimos dos cartas de Madame de Groux escritas ayer una después de otra a Juana, una antes y otra después de la nuestra. De esta forma nos enteramos que de Groux está en París y que puede llegar en cualquier momento. 

Guérin escribe a su jefe de oficina para decirle que no irá mañana a la mañana a la facultad de derecho. Jury escribe en el mismo sentido al auditor de su instituto. Por último, escribo, aconsejado por Juana, una pequeña carta a Curel[2], parecida a la que dejé ayer en vano en lo de Savine. Le pido que me envíe 50 fr. 

Guérin se va cargado con toda esta correspondencia. Hay algunas cartas escritas de prisa por Juana dirigidas, entre otras, a la Sra. L`Huillier y a mi cuñada de Périgueux. 

Cena con Jury que se decide pasar la noche con nosotros. Hacia las 9 llega Huguenet cuando recién empezaba a leer en voz alta un capítulo del P. Faber (Al Pie de la Cruz), lectura que nos llenaba de dulzura. Tendría que haber continuado y me equivoqué en no hacerlo. Temo cobardemente, humanamente exigirle mucho, y Juana se entristeció. Llegaron las banalidades, incluso los consejos y Juana se fue a recostar. 

Huguenet se va a las 11.30. Antes que toquen las 12 me saturo con café para poder estar despierto, pues puse a Jury, que se caía de sueño, sobre el sofá, en la misma habitación donde Juana dormía vestida junto con Verónica, pues nuestra casa es un campamento desde ayer. 

[Esta página del diario está reforzada, abajo a la derecha, por un ribete pegado al papel transparente, signo de numerosas lecturas]. 

Lunes 28.- Desde medianoche hasta las 2.30 hago uno de los esfuerzos más grandes de mi vida durante la oración. Rosario con los brazos en cruz, Oficio Parvo de la Virgen, etc. La presencia de este pobre cuerpito, cuya alteración comienza, obra en mi alma con mucha fuerza. Finalmente, agotado, voy a despertar a Juana, a la cual suplanto. Me dice que rezó con mucho consuelo. De suerte que nuestro Inocente ha podido derramar nuestras almas a los pies de Dios durante la mitad de esta fría noche. Pues ha sido una de las más frías que he visto, como si hubiera sido preciso este otro detalle para la miseria de nuestro duelo. Felizmente pudimos prender fuego, pues el carbonero no nos rechaza todavía su crédito. 

Comulgo lo más ferviente que puedo, a las 6. Continuación de las oraciones de la noche. Le ruego a mi hijo, a mi amado hijo Andrés, y no me olvido de Huguenet. ¡Qué novena! 

A las 8.30 llegan los que se llevan el féretro. Ceremonia cruel la de colocarlo en el ataúd. Besos de adiós al cuerpito de nuestro amado niño. 

Salida para la Iglesia. Misa de blanco por los pequeños difuntos y viaje al cementerio de Bagneux con un tiempo frío pero magnífico. Juana, Verónica y Estefanía viajan en auto. Voy entre Guerin y Jury. Huguenet no pudo venir. Entierro del pobrecito, no lejos de Camilo[3] y del mismo lado del cementerio. ¡Ah! Nuestro deseo, nuestro misterioso deseo de estar cerca de este cementerio cuando buscábamos casa en la Gran Montrouge. 

A la vuelta, Juana me habla de la alegría de haber dado un Santo a Dios. 

(…) 

Tal como lo preveía, regresamos del cementerio casi sin un centavo. Tuvimos exactamente lo que necesitábamos. 

Pasamos la tarde de mudanza. La habitación de la planta baja, ocupada hasta ahora por Juana y Andrés, es abandonada. Arreglos nuevos que nos ocupan, fatigan e impiden sentir la enorme tristeza de esta casa que nos parece vacía. 

A las 6 llega Huguenet y me trae 5 francos. Me propone salir con él y no resisto. 

… Conversación con Huguenet, siempre lleno de objeciones, cuando lo que debería hacer es arrojarse en los brazos de Dios como un niño. ¿Qué no le he dicho desde hace varios días? Pero lo sobrenatural no lo penetra hasta ahora y temo mucho que no vea en mí más que buenas intenciones que lo conmueven sin que sea alcanzada el fondo de su alma. ¡A la gracia de Dios!, pero es horroroso pensar que este hombre ha sido arrojado en mi vida e involucrado en una de las catástrofes de mi vida para su salvación o su condenación.  

Todo lo que tenía lo he ofrecido por usted, le dije. He aquí, Dios mío, este pequeño cadáver. Os lo ofrezco para que este desafortunado hombre os conozca. Os lo ofrezco con el corazón destrozado y no puedo hacer más, en verdad”.


 [1] Sal. XL, 13, según la Vulgata: 

“Tú me has sostenido por tu inocencia, y me has afianzado para siempre en Ti”. 

Oración tomada del oficio de sepultura de los párvulos. Tanto el Salmo como el ritual hablan en singular, con lo cual, tal vez se deba a un desliz de Bloy. 

[2] De la editorial Dentu. 

[3] Camilo Redondin, tal era su nombre completo; fue un amigo de Bloy en quien se basó para el personaje Leopoldo, uno de los principales de La Mujer Pobre y, de hecho, fue, en ese libro, como una segunda encarnación literaria de Bloy. 

Había muerto el 17 de mayo de 1890 a los 34 años.