Por
lo dicho hasta aquí se puede ver que existe una relación esencial entre
la Santa Misa y la Iglesia en su triple status:
Militante, Purgante y Triunfante, razón por la cual
nos parece que no está de más indagar qué es lo que la Misa dice al respecto.
Antes
que nada, debe tenerse presente que en lo que respecta a la Iglesia
Militante, hay que hacer una doble distinción, a saber, aquellos que la
ofrecen y aquellos por los cuales se ofrece, mientras que en el caso de la
Iglesia Sufriente y Triunfante se dice por ellos y en su honor respectivamente.
Por
último, téngase en cuenta, y esto es casi un lieu commun,
que todas las citas tomadas de la Misa son a partir de lo que se conoce como la
Misa de los fieles[1],
es decir, con el comienzo del ofertorio después del Credo y esto es así ya que
a la llamada Misa de los Catecúmenos podían ingresar también los no-miembros de
la Iglesia, pues, como es sabido, esta primera parte de la Misa tiene un
carácter más bien didáctico.
Como señala Gihr:
“Los liturgistas de la Edad Media llamaban a
menudo a esta segunda parte Missa, la Misa por excelencia”.[2]
Iglesia Militante
1) Parte
Activa (quién ofrece):
a) “Ofrecémoste,
Señor, el cáliz de salvación, implorando tu clemencia…”[3].
b) “Y de tal manera sea ofrecido hoy nuestro sacrificio en tu presencia…”[4].
c) “Recibe, ¡oh Santa Trinidad!, esta oblación que
te ofrecemos…”[5].
d) “Orad, hermanos, para que este Sacrificio mío y vuestro…”[6].
e) “Por los cuales te ofrecemos, o ellos mismos te ofrecen”[7].
f) “Rogámoste,
pues, Señor, recibas propicio esta ofrenda de nuestra servidumbre y también de
todo tu pueblo”[8].
g) “Por
tanto, Señor, nosotros, tus siervos, y tu
pueblo santo… ofrecemos a tu
excelsa Majestad de tus propios dones y dádivas, la Hostia pura, la Hostia
santa, la Hostia inmaculada… etc.”[9].
Citas de autores:
I) Concilio de Trento:
“Porque celebrada la antigua
Pascua, que la muchedumbre de los hijos de Israel inmolaba en memoria de la
salida de Egipto [Ex. XII, 1 ss], instituyó una Pascua nueva, que era El mismo,
que había de ser inmolado por la Iglesia por ministerio de los sacerdotes
bajo signos visibles, en memoria de su tránsito de este mundo al Padre, cuando
nos redimió por el derramamiento, de su sangre, y nos arrancó del poder de las
tinieblas y nos trasladó a su reino [Col. I, 13]”[10].
II) P. Nicolas Gihr.
“Offerimus… el sacerdote en el altar es el embajador de la
Iglesia; ofrece pues la hostia, al igual que el cáliz, en nombre de todos
los fieles, y estos, sobre todo los asistentes, ofrecen en unión con el
sacerdote”.[11]
“El valor de una oblación depende no sólo de la naturaleza del don sino
también y sobre todo de la dignidad y santidad del que hace el don. Mientras
más puras y perfectas son las disposiciones interiores más agrada a Dios su
homenaje. Respexit Dominus ad Abel et ad munera ejus (Gen. IV, 4). “Lo primero fue la razón de lo segundo: el don
de Abel agradó al Señor porque él mismo le era agradable”. Hay que aplicar este
principio al sacrificio eucarístico, en tanto que la Iglesia, Sacerdotes y fieles,
son considerados como oferentes. Esto no debe entenderse en el sentido que
nuestras disposiciones puedan conferir a la víctima, preciosa en sí misma, un
precio más elevado, sino en cuanto que Dios la acoge más favorablemente de
manos más puras y santas. ¿Pero no puede suceder que la santidad de la Iglesia
y la complacencia de Dios en ella, tengan un mayor o menor grado? ¿A menudo
no carecen el sacerdote y el pueblo que ofrece con él del fervor, contrición y
pureza de corazón necesarios? Además ¿qué más natural que suplicar
humildemente al Señor de no irritarse con nuestras faltas, de no despreciar la
oblación eucarística presentada por nuestras manos indignas, sino de mirarla
con buenos ojos y de aceptarla, en cuanto es ofrecida por nosotros, a
fin que nos obtenga los beneficios celestes, no sólo como sacrificio de
Jesucristo sino también como sacrificio nuestro?
Para poder comprender mejor esta oración, y otras parecidas, observemos
que la Iglesia toma parte en el
sacrificio del altar, además, de otra manera: la Iglesia se ofrece a sí misma
en y con su jefe Jesucristo; el cuerpo real y el cuerpo místico del Salvador se
confunden en un mismo sacrificio. Este misterio está figurado en el
ofertorio por la mezcla de algunas gotas de agua en el vino; allí el sacerdote ha
rogado a Dios, en espíritu de humildad y con corazón contrito, de
aceptarnos como una hostia agradable y un poco más adelante le solicita
a los asistentes que pidan que su sacrificio, que es también de ellos, sea
recibido favorablemente por el Padre todopoderoso. ¿No le pedimos acaso al
Padre: “Haz de nosotros una ofrenda eterna a vuestra gloria” (nosmetipsos tibi perfice munus aeternum)[12].
Puesto que nos unimos al cuerpo de Jesucristo a fin de formar una sola víctima
con Él, llevando con nosotros todas nuestras ocupaciones y deseos, se comprende
fácilmente que el vivo sentimiento de nuestra indignidad nos determina a
invocar sobre nosotros y nuestra ofrenda la misericordia divina.
Tales súplicas no se limitan exclusivamente a la aceptación, por Dios, del pan
y el vino, sino que reaparecen a menudo en la liturgia de la Misa, e incluso se
las encuentra al fin (Séate agradable, Placeat tibi). Se justifican perfectamente en
cuanto se relacionan a la oblación, tanto de la Eucaristía como de nosotros
mismos. Para cumplirla dignamente debemos poseer una santidad perfecta, pero
puesto que carecemos de ella entonces recomendamos nuestra ofrenda a la bondad,
a la condescendencia de Dios a fin que le sea más agradable y que nos sea más
saludable”[13].
III)
P. Filograssi S.I.:
“Todos admitimos que Cristo cumple el oficio sacerdotal según la naturaleza
humana y no según la divina. De aquí que, puesto que la Eucaristía es tanto
sacramento como sacrificio, la relación con la humanidad de Cristo es distinta
según el caso. En la confección del sacramento por medio de la
transubstanciación y en la colación de la gracia, la humanidad de Cristo actúa
como instrumento unido a la divinidad, la cual (la divinidad) es la única
causa principal. En cambio, en la oblación sacrificial Cristo, en cuanto hombre,
actúa como la única causa principal, concurriendo siempre como Dios como causa
primera, tributando a Dios por nosotros (y, en la Eucaristía, por los sacerdotes
ministeriales y la Iglesia co-oferente) el culto de latría, acción de gracias
y propiciación.”[14]
Y
luego un poco más abajo en la Tesis XVIII: “La Iglesia universal ofrece y se
ofrece junto con Cristo, Sumo Pontífice y con el Sacerdote ministerial” y
después de citar in extenso, en confirmación de su tesis a Pío XI
(Encíclica Miserentissimus Redemptor) y a Pío XII (Mystici
Corporis y Mediator Dei[15]) continúa:
“2. Nota teológica:
De fide divina et catholica. La afirmación de la Iglesia como oferente es de suma
importancia en la doctrina del sacrificio eucarístico, sea para penetrar
correctamente el dogma, sea para investigar la esencia del sacrificio. Este
sacrificio es esencialmente eclesiástico. En el actual orden de la
providencia la renovación sacramental del sacrificio de la cruz, que en sí y
por sí mismo no puede estar sujeto a renovación, es posible sólo porque la
Iglesia ofrece.
Por lo cual en la Misa deben intervenir necesariamente tres oferentes:
Cristo, el sacerdote ministerial y la Iglesia. Cristo como sacerdote
principal; el sacerdote ministerial “que consagra en nombre y con la potestad
del Dios omnipotente, pero realiza la oblación en su nombre y en el de todos
los fieles. Como instrumento de Dios consagra, y como procurador de la
Iglesia ofrece[16] y actúa in persona
Christi como su vicario”.
Y
luego de citar documentos litúrgicos y Santos Padres, el autor nos da la razón
teológica:
“Que la Iglesia universal ofrece, consta por la naturaleza del
sacrificio, en cuanto es social, como lo es la Misa. Pues se dice que el
sacrificio es ofrecido por la sociedad a la cual pertenece el sacrificio. Pero
el sacrificio de la Misa pertenece a la Iglesia. Ergo, la Iglesia ofrece. El sacrificio es social ya que por
medio de la oblación de la ofrenda la sociedad profesa el honor y la reverencia
a Dios como así también el sentido y la necesidad de la propiciación.”
Y
finalmente, precisando más el modo en que esto sucede, dice:
“La participación de todo fiel en la oblación se explica ya que por el
bautismo es miembro de la sociedad eclesiástica visible, en la cual se ordenan
los oficiales públicos a fin de realizar inmediatamente la acción sacrificial.
Esta participación, habitual en sí misma, puede ser cumplida de hecho de varias
formas por los miembros de la Iglesia.
El valor de esta
explicación aumenta en cuanto que el carácter bautismal “es una participación
del poder sacerdotal por la cual Cristo so ofrece a Dios como hostia”[17].
IV) San Roberto Belarmino.
“El sacrificio de la Misa es ofrecido por tres: Por Cristo, por la
Iglesia y por el ministro, pero no de la misma manera. Cristo ofrece como
sacerdote principal, y ofrece por medio del sacerdote como Ministro suyo. La
Iglesia en cambio no ofrece como Sacerdote por medio del Ministro, sino como
pueblo por medio del Sacerdote. Así pues, Cristo ofrece por su inferior y la
Iglesia por su superior…”.
“En donde debe observarse que toda la Iglesia ofrece todos los
sacrificios ofrecidos por todos los sacerdotes, pero no de la misma manera.
Pues algunos ofrecen sólo habitualmente, como los que están ausentes y que no
piensan sobre el sacrificio, pero que tienen el deseo habitual de ofrecer el
sacrificio; otros ofrecen en acto, a saber, los que están presentes en la Misa
con el deseo de ofrecer y otros ofrecen además como causa, ya que son la causa
que el sacrificio se haga, sea exhortando, rogando, ordenando. Finalmente el Ministro
ofrece, como sacerdote verdadero, pero ministerial.”[18]
V) Santo Tomás.
III, q. 83
“Artículo 4: ¿Están debidamente establecidas las palabras que acompañan
a este sacramento?
In corpore responde:
“Y, una vez que el pueblo ha sido preparado e instruido de esta manera,
se pasa a la celebración del misterio. Un misterio que se ofrece como sacrificio,
y se consagra y se toma como sacramento. Porque primero se hace la oblación,
después se consagra la materia ofrecida y, finalmente, se recibe esta ofrenda.
En la oblación hay que distinguir dos momentos: la alabanza del pueblo con el
canto del ofertorio, que significa la alegría de los oferentes, y la oración
del sacerdote que pide que la oblación del pueblo sea agradable a Dios”.
[1] Creemos
que no está de más tener presente el siguiente párrafo del mismo Fenton
en su magistral obra The Catholic Church and Salvation:
“El término fiel tuvo y tiene un significado
técnico preciso en el lenguaje de la cristiandad. Los fideles o fieles
no son sólo los individuos que han hecho un acto de fe divina al aceptar las
enseñanzas de lo revelado por Dios. En realidad, son aquellos que han hecho la
profesión bautismal de la fe y que no se han separado de la unidad de la
Iglesia pro medio de la apostasía o herejía públicas o por el cisma y que no
han sido separados por medio de la excomunión. En otras palabras, según la actual terminología de la sagrada
teología, el fidelis es simplemente el católico, el miembro de la
Iglesia católica. Así pues, la Iglesia de los fieles, la congregatio
fidelium no es otra cosa más que la misma Iglesia católica visible...”
Pag. 8 y 9.
Cfr.
Sauras, op. cit, p. 693 y ss.
[2] Gihr,
Le Saint Sacrifice de la Messe, vol. 2. Pag. 143 y
nota.
[3] “Offerimus tibi Domine Calicem salutaris, tuam deprecantes
clementiam…”.
[4] “Et sic fiat sacrificium nostrum in conspectu tuo
hodie…”.
[5] “Suscipe, sancta
Trinitas, hanc oblationem, quam tibi offerimus…”.
[6] “Orate, fratres, ut
meum ac vestrum sacrificium…”.
[7] “Pro quibus tibi
Offerimus vel qui tibi offerunt…”.
[8] “Hanc igitur oblationem servitutis nostrae, sed et cunctae familiae tuae, quaesumus,
Domine, ut placatus accipias…”.
[9] “Unde et memores,
Domine, nos servi tui, sed et plebs
tua sancta… offerimus praeclarae majestati tuae, de tuis donis ac datis,
hostiam puram, hostiam sanctam, hostiam immaculatam, etc.”.
[11] Gihr, vol. 2, pag. 178.
[12] Secr. Fer. II post Pent.
[13] Gihr, op. cit. Pag. 324 y ss. Cfr.
también la misma idea en las pag. 258, 286 y ss, 316, etc.
[14] I.
Filograssi S.I., De Sanctissima
Eucharistia, pag. 325. Rome 1953, 5ta ed.
[15] Estas son sus terminantes palabras:
“Hay una razón
más profunda para que pueda decirse que todos los cristianos, y especialmente
los que asisten al altar, toman parte en el ofrecimiento. Y para evitar errores
peligrosos en asunto tan importante es necesario precisar con exactitud el
significado de la palabra ofrecimiento. Pues la inmolación incruenta, por medio de la cual, una vez pronunciadas las
palabras de la consagración, Cristo está presente en el altar en estado de
víctima, es realizada solamente por el sacerdote, en cuanto representa la
persona de Cristo, y no en cuanto representa los fieles. Pero al poner sobre el
Altar la Víctima divina, el Sacerdote la presenta al Padre como oblación para
gloria de la Santísima Trinidad y para el bien de todas las almas. En esta
oblación propiamente dicha, los fieles participan a su manera y por un doble
motivo: porque ofrecen el sacrificio, no sólo por las manos del Sacerdote, sino
también, en cierto modo, conjuntamente con él y porque con esta participación
también el ofrecimiento hecho por el pueblo pertenece también al culto
litúrgico”.
[16] De
la Taille, Mysterium Fidei, pag. 328.
[17] Filograssi, op. cit., pag. 328 y ss. Cfr. también
pag. 357, 362 y sig.
[18] S. Roberto Belarmino, De
Eucharistia lib. VI, cap. IV.