miércoles, 16 de enero de 2019

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (IV de IX)


Apéndice III.

Joseph Anger, op. cit. pag. 286 y ss.

“La Pasión ha sido ofrecida por Cristo a fin de adquirir el derecho de poseer a la Iglesia como a su esposa y su Cuerpo espiritual; ella (la pasión) ha sido sufrida por todos los hombres sin distinción, pues todos son llamados a pertenecer al Cuerpo de Cristo. El sacrificio del altar es ofrecido sólo por aquellos que de hecho son parte de la Iglesia; ofrecido sólo por ellos les aprovecha igualmente sólo a ellos. Sin dudas la Misa, celebrada por la prosperidad y el bien de la Iglesia, no deja de beneficiar a los mismos herejes e infieles cuya conversión contribuye a la belleza y perfección del Cuerpo Místico; pero, sin embargo, directamente, aprovecha sólo a los miembros de Cristo. En este número se incluye a todos los fieles bautizados que viven aquí abajo, que participan de los frutos del sacrificio en la medida de su colaboración en la ofrenda y de su unión más o menos estrecha con Cristo por medio de la fe y la caridad. Pero también están incluidas todas las almas del Purgatorio, sea que hayan dejado esta vida con el carácter bautismal o no. En efecto, todos, incluso los no bautizados, pertenecen a la fracción sufriente de la Iglesia y forman parte del Cuerpo Místico, ya que todas tienen la gracia, que a todas les asegura la salvación y que tales privilegios no nos vienen más que por Cristo. Sin duda, los no bautizados, si duermen el sueño de la paz (“dormiunt in somno pacis”), no llevan en sus almas el “signum fidei”, esto es, el carácter bautismal, pero aún así creemos que pertenecen, con toda justicia, a Cristo y, justificadas por Él, aunque no lleven el sello de la pertenencia divina, se aprovechan, también, de la sangre que las ha santificado, pues allí la distinción entre el cuerpo y alma de la Iglesia no tiene razón alguna de ser.[1] Y si se pregunta por qué no participan directamente aquí abajo de los frutos del sacrificio y sí lo hacen en el otro mundo, respondemos: en esta tierra sólo participan directamente de los frutos del sacrificio sólo los que lo ofrecen; pero sólo los bautizados, marcados con un carácter, que es una verdadera iniciación sacerdotal[2], pueden ser los sacerdotes del sacrificio y, por lo tanto, sólo a ellos les aprovecha directamente; por el contrario, en el Purgatorio, las almas, bautizadas o no, no ofrecen el sacrificio, sino que es ofrecido por ellas; todas ellas no tienen más que un rol pasivo; reciben, no hacen nada; así, pues, se comprende sin dificultad que si para tomar parte en la acción sacrificial, en la ofrenda de la inmolación, se necesita tener un cierto carácter sacerdotal, no se exige lo mismo si se trata sólo de aprovechar los frutos del sacrificio; es suficiente con estar unido por la caridad a Cristo Víctima”.
 

Hasta aquí el Abbé Anger.[3]

Lo mismo dígase de los Santos del Cielo (Iglesia Triunfante), aunque con esta diferencia: con respecto a la Iglesia Sufriente la Misa es ofrecida por ellos a fin de que les aproveche, mientras que con respecto a la Iglesia Triunfante se le aplica lo que dice Billot:

Con toda justicia la Misa se celebra para implorar el patrocinio de los Santos por medio de Cristo el Sumo Mediador, a fin de que ellos se dignen interceder en el cielo por nosotros, cuya memoria celebramos en la tierra[4]”.

Y como contrapartida, aquellos difuntos que no están en gracia de Dios (condenados en el infierno y en el limbo), no sólo no reciben, sino que no pueden recibir ayuda alguna en la Misa, y es por eso que está terminantemente prohibido decir la Misa por los condenados y por las almas que están en el limbo ya que a ellos no les aprovecha ni siquiera indirectamente, pues, como lo indica Santo Tomás, no son miembros ni siquiera en potencia del Cuerpo Místico, cf. III, q. 8, art. 3.


Apéndice IV.

Dom A. Gréa, La Sainte Liturgie, Livre II, Première Partie, chap. III.

“A estas oraciones que miran la acción del sacrificio, el sacerdote, en esta acción, a fin que el sacrificio nos aproveche, une las que contemplan todas las necesidades de los pueblos y de las almas. Ruega por los príncipes, por toda la Santa Iglesia militante. Invoca el auxilio de los santos y de la Iglesia triunfante unidos en una misma comunión: “Unidos por la comunión y venerando la memoria (Communicantes et memoriam venerantes). En esta oración ruega además por la Iglesia sufriente, por las almas de los justos que, en el purgatorio, son aliviadas, refrescadas y libradas por el sufragio de sus hermanos y por la aplicación que se les hace de los méritos infinitos de la Víctima.

Se trata pues, en esta unión, de todas las partes de la Iglesia, del misterio de la comunión de los santos, del cual la eucaristía es el centro y la consumación.”




[1] Billot De Sacramentis, Tomo 1, pag 642, 7 ed, Thesis LV.

[2]  Por y desde el Bautismo, somos hecho sacerdotes y víctimas con Jesucristo. San Fulgencio (Ep. 12, cap. 11, n 24, PL LXV, col. 391) habla de este único Cuerpo en el que cada miembro, unido a Cristo-Cabeza en el bautismo, es inmolado a Dios, desde entonces, como una verdadera hostia; nuestro nacimiento espiritual nos hace víctimas de Dios al mismo tiempo que nos consagra como templos de Dios.

Cuando cada miembro se une a Cristo-Cabeza en el bautismo, desde entonces se le inmola realmente a Dios una hostia viva. En razón del nacimiento (espiritual) se convierte a la vez en sacrificio y en templo. (“Quod (Corpus) in singulis membris quando in baptismo capiti Christo subjungitur, tunc jam Deo viva hostia veraciter immolatur. Illo enim nativitatis munere sic fit sacrificium sicut fit et templum). (Nota del autor).

[3] Cfr. Gihr, tomo 2 pag. 338 y ss.

[4] Billot, op. cit. Corollarium II.