10. San Pedro.
A
los impacientes de todos los tiempos, que dicen: “¿Dónde está
la promesa de su Parusía? Pues desde que los padres se durmieron todo permanece
lo mismo que desde el principio de la creación” (II Ped. III,
4), les responde S. Pedro con la hermosa teoría de los tres mundos
sucesivos: el prediluviano, que terminó con el diluvio de agua; el actual, que
terminará con el diluvio de fuego y el futuro de paz y bienandanza -
el orbe de la tierra
venidero de S. Pablo-, que tenemos tantas veces prometido: Pues esperamos también
conforme a su promesa cielos nuevos y tierra nueva en los cuales habite la
justicia (II Ped. III, 13 = Is. LXV,
17; LXVI, 22; Ap. XXI, 1).
Este tercer mundo es el que
nos promete Dios por los profetas –según
su promesa- y sólo cuando aparezca ese tercer mundo, que es subceleste como los dos primeros[1], se
cumplirán todas las promesas de justicia y paz social, que en nombre de Dios
nos hicieron los profetas, para
que se vea la veracidad de tus profetas.
Y
ese venturoso evento sucederá en breve -No es moroso el Señor en
la promesa (II Ped. III, 9; Hebr. X, 37; Ecco. XXXV, 22; Hab.
II, 3)-, siquiera esa brevedad se haya de medir a lo divino, y ese paso del
mundo actual al tercer mundo no haya de ser instantáneo. Se llega a él por varios
jalones, primero de los cuales es la restitución de la realeza a Israel (Hech. I,
6) que, al cristianarse en el bautismo, resulta automáticamente de derecho
positivo cristiano, pero no obtiene su triunfo definitivo hasta tanto que
son destruidos por el fuego vengador las fuerzas recalcitrantes de Gog y Magog,
es decir, de toda la gentilidad apóstata -en los cuatro ángulos de la
tierra (Ap. XX, 8)-; y sólo entonces se establece aquí de
lleno el tercer mundo de la perspectiva de S. Pedro.
11. San Pablo.
El
autor de la carta a los hebreos en esta su epístola lo mismo que Santiago en la
suya, responde a los impacientes de una manera parecida a la del príncipe de
los Apóstoles S. Pedro.
No
les dice, como les diría un alegorista de éstos: “Ya tenéis lo que esperábais;
dejaos de esotras fantasías”, sino: Esperad con fe lo prometido, tanto tanto más, cuanto que veis
acercarse el día (Hebr.
X, 25 ss.; cf. Sant. V, 7 ss.).
En esto los discípulos no
hacen sino glosar la idea del Maestro: Pero
al comenzar estas cosas a suceder, erguíos y levantad vuestras cabezas porque
se acerca vuestra redención (Lc. XXI, 28) - cerca está el Reino de Dios (Lc. XXI, 31)- está cerca, a las puertas (Mt. XXIV, 33; cf. Mc. XIII, 29). Cuando
escribían los evangelistas, y uno de ellos inspirado por S. Pablo, habíase
verificado ya la redención, y aquí nos dicen que la esperamos otra vez, y en
ella el reino que es su equivalente - se
acerca vuestra redención = cerca está
el Reino de Dios-; y es que también aquí hay dos maneras de redención, la
una histórica y la otra escatológica que tendrá muchas señales precursoras en
el cielo y en la tierra - al comenzar
estas cosas a suceder -; y a ésta mira el Señor en su discurso
escatológico, y con él los apóstoles de Cristo, y antes de ellos los profetas
de Israel.
Sólo
los alegoristas a ultranza se apartan de esta perspectiva de Salud - para la salvación que está a punto de manifestarse en (este)
último tiempo (I Ped. I, 5), en la esperanza hemos sido salvados (Rom. VIII, 24)-, queriéndonos persuadir que aquí no
resta más que esperar ni que pedir, porque todo se cumplió ya en Cristo y en su
Iglesia, y si algo queda por cumplir, se reserva para la otra vida.
La verdad es que todo tiene
que cumplirse en Cristo y en su Iglesia, pero no todo está ya cumplido: falta una
manera de redención, la del reino messiano en su sentido más genuino, la
universal restauración escatológica -la restitución
de todas las cosas de Hech. III, 21-, de la que es parte central y
principal la restauración del reino a Israel (Act. I, 6); en una palabra, la
actuación de la realeza messiana en ese pueblo prodigio, y en él y por él en la
Iglesia, de que ha de formar parte algún día para bien de todos los redimidos: Pues si su repudio es
reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión sino vida de entre muertos? (Rom.
XI, 15).
No
explica S. Pablo el contenido de esta indicación sintética, pero no es difícil
colegirla del fondo de tantas profecías sobre este tema. Contra la institución
de la hegemonía messiana de derecho positivo en Israel, reacciona el poder
cesáreo en la persona del último anticristo (Ap. XII y XIII), a
quien el Señor Jesús matará por el aliento (lit. espíritu) de su boca y (¿esto
es?) anulará por la manifestación de su parusía (II Tes. II, 8 = Ap. XIX, 11 ss.), pues cabalmente
viene a eso, a salvar a su Ungido (Hab. III, 13 = Ap. XI, 15), el tsémah y éste usufructuará desde
entonces pacíficamente la soberanía hasta la universal rebeldía de la
gentilidad apóstata, y sofocada ésta en un diluvio de fuego (Ap. XX, 9; Ez. XXXIX, 22 = II Pet. III, 10-12; 2
Tes I, 8; Hebr. X, 27; I Cor. III, 13-15; Ecco. XXXIX,
33 ss.; Is. LXVI, 15 s.; Sal. X, 7; XCVI, 3) queda triunfante para siempre la
soberanía messiana en Israel, para bien de la humanidad redimida.
He
ahí la verdadera dimensión en que avizoran los profetas la era messiana: Israel en la universalidad cristiana; no esa
universalidad a secas. Léase y medítese otra vez el cap. XI de la
epístola de S. Pablo a los Romanos.
[1] Este tercer mundo es todavía subceleste, pues según se admite
comúnmente, la perspectiva de los profetas de Israel no alcanza a la gloria del
cielo, sino que se limita a la de la tierra, y aun cuando la alcanzase, no sucedería al mundo actual, pues coexiste ya
con él desde hace siglos.