sábado, 19 de enero de 2019

Ezequiel, por Ramos García (XIX de XXI)


13. El pormenor en la profecía.

Nos place sobremanera el comentario, que, a propósito de la ruina de Egipto, hace el autor sobre Ez. XXX, 12: “Yo el Señor lo he dicho”. Todo pormenor —dice— tendrá su cumplimiento, como solemnemente anunciado por el Señor: “Yo el Señor lo he dicho” (pág. 231). Sólo sería de desear que principio tan luminoso se aplicara por igual al libro de Ezequiel en general, en que tantas veces se pone sordina a las palabras del Sagrado Texto. ¿Por qué aquí se ha de cumplir la palabra del Señor en todos sus pormenores y en otras partes no?

Hablando el Señor de la Ley y los Profetas o bien de la Ley en sentido lato, que es cuanto decir del A.T., como pronóstico del Nuevo, dice: Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice de la Ley pasará, sin que todo se haya cumplido (Mt. V, 18). Todo se irá cumpliendo en Cristo oportunamente (donec transeat…). El error de muchos ha estado en quererlo ver cumplido todo desde el principio en su primera venida, y como la realidad no parecía responder a la profecía, se puso sordina en ésta, desdeñando en general los pormenores, y contentándose en consecuencia con no sé cuál fondo messiano insubsistente, para todo lo cual prestó excelentes servicios el socorrido alegorismo alejandrino de orientación espiritualista.

Una exégesis fundada en tales principios suele cristalizar sus afirmaciones en expresiones como ésta: Esto dice el texto…, pero quiere decir esto otro… Creemos que para una exégesis seria el texto no ha de decir más ni menos de lo que dice. Por eso nos place sobremanera el principio de sentido común formulado aquí por el autor: “Todo pormenor tendrá su cumplimiento”.

No tiene nada que hacer aquí no sé qué principio mal formulado, que parece encuadrarse, ya en la teoría de los géneros literarios, ya en la de la acomodación a la mentalidad del auditorio, con lo que se pretende soslayar ciertas apremiantes conclusiones, que arroja el texto de los vaticinios, como aquel “Volverá el antiguo poderío, la realeza de la hija de Jerusalén”, de Miq. IV, 8, al que hacen coro todos los profetas, y entre ellos Ezequiel. “Son estas —dice— maneras de hablar de los profetas propias del estilo oriental y acomodadas a la mentalidad judaica, para darse a entender de aquel pueblo camal, rudo e ignorante”.

Darse a entender ¿en qué? Aquel pueblo entendió siempre lo que las palabras suenan, de la reintegración total de las doce tribus y de la universal hegemonía de Israel reintegrado, y de la paz social del reino messiano. Si ahora me decís que el significado es otro, no veo la manera de darse a entender por tal camino. Eso sería halagar los supuestos falsos prejuicios de ese pueblo, y eso no lo hicieron nunca, ni lo pudieron hacer, sin faltar a su ministerio los profetas de Israel, ni los apóstoles de Cristo, ni menos el mismo Cristo, que en tantas ocasiones contrarió la mentalidad judaica de las turbas y de los propios discípulos.

Cuando, pues, lo mismo El que sus enviados, dejan correr esa mentalidad y aun parecen secundarla con su manera de hablar, no se nos venga con que ese es un caso de acomodación a cierta mentalidad infantil; es que no hallaron nada importante que corregir en ella. Haga el Señor que así lo entendamos todos en la exposición de las promesas divinas y hallaremos en ellas más consuelo, a la larga más edificación en la lectura de los Libros Santos (Rom. XV, 4).


Ciertos espiritualismos a ultranza, fuera del campo de la parenesis, pueden ser hasta contraproducentes, por lo infundado de sus afirmaciones. Vaya como ilustración el siguiente caso histórico, con que concluyo este punto.

Trátase de un judío romano, que debe de vivir todavía, de cultura superior y con las mejores disposiciones hacia el catolicismo, tanto que un sacerdote, amigo suyo y mío se prometía de un día para otro su conversión definitiva. Sólo le detenía una dificultad, pequeña al parecer, y era el cumplimiento tan precario de los grandes vaticinios de Israel en la Iglesia histórica. El sacerdote catequista hacía un verdadero derroche de exégesis bíblica, para convencer a su ilustrado contrincante de que bien entendidas las antiguas profecías —alegóricamente por supuesto—, ya estaban todas cumplidas en la Iglesia de Cristo. —Sí, como la profecía de Isaías y Miqueas sobre el desarme universal (Is. II, 4; Miq. IV, 3)—repuso el catecúmeno. Y no había manera de hacerle saltar la barrera.

Aconsejé a mi buen amigo le hiciera leer y meditar el cap. XI de la epístola de S. Pablo a los romanos sobre la conversión futura de Israel y los beneficios que esa conversión traería a la Iglesia, para con ello hacer concebir al judío la esperanza de que lo que no se ha cumplido aún, se cumplirá puntualmente algún día. Mas como al instructor no le era familiar esta exégesis futurista, formado como estaba en la exégesis corriente de la Escuela, penetrada toda ella de la euforia alegorista, no acertó a esgrimir bien la nueva arma y le sobrevino la muerte antes de dar cima a su empresa.

Con sentimiento del interesado, fustránronsele dos ocasiones de entrevistarse con el que esto escribe y luego, al sobrevenir la última guerra y haberme de volver a España, le perdí enteramente de vista. Es caso que aún me escuece en el alma[1].


14) Sintetizando lo expuesto.

Los profetas anuncian lo que oyen y ven de dos maneras: la una, derechamente, por figura o sin ella, y la otra, como por rodeos, mirando a los acontecimientos futuros a través de los hechos de su tiempo, que acaban por trascender, fijándose únicamente en el acontecimiento ulterior. El caso es frecuente en Is., Jer., Ez., Sof., Ag. y Zac., y en su tanto en Hab., Dan. y Apoc. Los profetas Os., Am., Abd., Miq., Joel y Mal., son más directos, sin dejar por eso de ser escatológicos, al menos en parte. La trascendencia del hecho histórico al acontecimiento futuro, del tipo al antitipo, del presagio a lo presagiado, del cliché de la cámara oscura a la imagen proyectada en el telón, lleva a veces a un verdadero salto profético, e implica siempre un doble objetivo en el mismo contexto, que es la base de la llamada teoría antioquena harto más respetuosa con la letra que la alegoría alejandrina. ¡Cuánto nos hubiera agradado que el autor del comentario a Ezequiel la hubiera usado con más frecuencia! Pero el concepto que tiene del contenido profético se lo impide.

Para él no hay propiamente más que una realidad histórica en vista, la liberación israelítica del cautiverio babilónico, que culmina en la Redención humana en general, o bien la misma Redención humana, cuyo preludio fué la histórica liberación de Israel. Entre estos dos extremos de esa única empresa redentora existe un nexo natural —“passaggio senza svalzi”, “nel modo piú naturale” (pág. 275, col, 2a) _, pues de otra manera no habría una realidad, sino dos o más realidades distintas, y eso no le hace gracia al autor.

De ahí que no piense mudar de objeto, aplicando estas magníficas promesas, ahora a uno de esos extremos, ahora al otro, o bien a cualquiera de sus puntos intermedios, en un incesante balanceo entre la renovación del mosaísmo y la institución del cristianismo, o los triunfos de los macabeos, como si fuera todo uno en esa única realidad poliédrica: “se si volesse inoltre riferir questa promessa, anche alla teocrazia...” (pág. 275, col. 2º).

A nuestro modesto entender, quien así se balancea mentalmente, titubea —titubea el profeta, y titubea el intérprete—; y quien titubea, duda, y quien duda no profetiza ni interpreta. Y es que esa única realidad poliédrica será todo lo cómoda que se quiera, pero es de una unidad perfectamente artificial y contingente, sin otra continuidad que la del tiempo, como que encierra en sí elementos que se excluyen, cuales son el mosaísmo y el cristianismo, el esperar al Messías y el gozar de su presencia.

Y todavía, si se mirara al cristianismo en su dimensión profética, que es cuando Israel participaría de lleno en la nueva economía, la asociación de elementos tales sería menos estridente, pero se le mira en su dimensión histórica, que es cabalmente cuando Israel viene excluido de esa misma economía; y así no hay manera de persuadir no esté previamente convencido del paralelismo entre la profecía y su cumplimiento, con el consiguiente desprestigio de la profecía y de su interpretación.
 
Una cosa es la vuelta del destierro babilónico, de color judaico, y otra la vuelta del destierro secular, de color más bien israelítico. Una cosa es la renovación, cuan sincera la queráis, del pacto sinaítico a la vuelta de Babilonia, y otra muy diferente la institución del nuevo pacto, que es el que se dice impreso en el corazón humano por el dedo del Espíritu Santo (II Cor. III, 3.). Finalmente, una cosa es la institución de esta nueva economía, de la que apenas hablan directamente los profetas, y otra la participación de Israel —de todo Israel—, en ella, que es de lo que hablan sin cesar, que parece no caérseles de la boca.

Acabo de recibir en este momento carta de un Instituto-Teológico de Argentina, donde a propósito de mi artículo “La Restauración de Israel” (Estudios Bíblico, año 1949, pág. 75-133) se dice entre otras cosas lo siguiente: “Muchas veces he buscado algo claro y terminante sobre estos asuntos tan importantes para la exégesis bíblica, y no he encontrado sino reticencias, medias tintas, aplicaciones alegóricas, que hacen de los textos más claros y terminantes verdaderos enigmas indescifrables y contradictorios”. ¡A cuántos hemos oído lamentarse en el mismo sentido!

A nuestro juicio no hay otra posición razonable que la de dejar hablar libremente al texto, según el sentido obvio y usual de la frase, cuando propio, propio, y cuando trasladado, trasladado, pero siempre dentro de la unidad dialéctica del contexto.

En las profecías referentes a hechos o instituciones del tiempo del autor, principalmente del ciclo babilónico, ver si la letra desorbita rebasando los hechos que sirvieron de punto de partida, y entonces se puede estar seguro de que se trata de profecías con doble objeto, el uno menor y próximo (el histórico) y el otro mayor y remoto (el escatológico), de los cuales el segundo es como una irradiación luminosa del primero, irradiación ampliada, es verdad, mas no por vía de culminación o perfeccionamiento real de algo rudimentario o embrionario sino por vía de significación ideal según que va tomando bulto en el texto el sentido mismo de la letra. Es el caso de la teoría antioquena.

Puédese en ella hablar de tipo y antitipo, para designar al uno y al otro objetivo, pero no se puede hablar de doble sentido, literal el uno, real el otro, que es el caso del sentido típico, porque no hay aquí más que un solo proceso significativo, que es el literal, y por tanto un solo sentido literal también, a terminar en dos objetos distintos, aunque no dispares, que daría dos sentidos literales, sino subordinados, en cuanto que a través del primero se significa el segundo.

Entre el sentido literal y el real o típico (cuando se da) no hay ningún nexo literal en el sagrado texto. La letra se cierra con el sentido literal. Sólo que la cosa significada por la letra, no la letra misma, significa a su vez alguna cosa ulterior en la intención divina, la cual es para nosotros un misterio, y de ahí que a ese segundo sentido se le llame místico y que se requiera revelación especial para venir en su conocimiento.

No así en el caso de la teoría antioquena, donde no hay propiamente dos sentidos, sino un mismo sentido in crescendo, en razón del doble objeto, mayor el segundo que el primero, con nexo literal del uno al otro. Y es que, a través del objeto próximo, el significado de la letra se proyecta hasta el remoto, como a través del objetivo de la cámara oscura, la luz se proyecta hasta el telón, y así por el hecho mismo de abultarse el primero en el contexto, divísase necesariamente el segundo, sin necesidad de nueva revelación.

Según esto, la letra de las profecías messianas, no se puede decir verdaderamente cumplida en la restauración histórica de Israel. Ese es el objeto próximo, en que no se para la letra, sino que en él y por él pasa a significar la restauración escatológica. Y así en el significado pleno, el cumplimiento verdadero de la profecía, correspondiente a su pleno contenido, sólo se dará cuando sobrevenga ese acontecimiento escatológico, cosignificado por la letra y el evento histórico a que alude; o de otra manera: por la letra a través del evento histórico; o de otro modo aún: por el evento histórico abultado por la letra; o de otro modo todavía: por la letra con doble objeto significativo el uno del otro en fuerza de la misma letra, y por la letra misma conocido, no por una revelación ajena a ella.

Un hermoso estudio sobre “La Teoria nella scuola esegetica di Antiochia” por el R. P. Vaccari, S. J. pueden verlo mis lectores en “Biblica”, volumen I (1920), págs. 3-36.



[1] Nota del Blog: ¿Y a quién no le desgarra el alma?

Es casi imposible convencer a un judío de error si se alegorizan las profecías referentes a la segunda Venida; si las profecías de la primera Venida se cumplieron literalmente, ¿por qué no va a suceder otro tanto con los de la segunda? No hay forma de saltar esta objeción. Medítense estas magistrales palabras de Lacunza que no precisan comentario: AQUI (Apéndice).