lunes, 3 de diciembre de 2018

Ezequiel, por Ramos García (XIII de XXI)


3. Isaías.

No menos expresivamente habla Isaías de los repatriados de Efraím y de Judá para formar un solo reino:

En aquel día el Señor extenderá nuevamente su mano, para rescatar los restos de su pueblo que aún quedaren, de Asiria, de Egipto, de Patros, de Etiopia, de Elam, de Sinear, de Hamat y de las islas del mar (las regiones de Occidente). Alzará una bandera entre los gentiles, y reunirá los desterrados de Israel; y congregará a los dispersos de Judá, de los cuatro puntos de la tierra. Cesará la envidia de Efraím, y serán exterminados los enemigos de Judá. Efraím no envidiará más a Judá, y Judá no hará más guerra a Efraím. Se lanzarán, al occidente, sobre los flancos de los filisteos (a las costas) y juntos saquearán a los hijos del Oriente; sobre Edom y Moab extenderán la mano, y los hijos de Ammón les prestarán obediencia (los que habitaren en esas regiones). Yahvé herirá con el anatema la lengua del mar de Egipto (?), y levantará con impetuoso furor su mano sobre el río, lo partirá en siete arroyos, de modo que se pueda pasar en sandalias. Así habrá un camino para los restos de su pueblo, para los que quedaren de Asiria, como lo hubo para Israel el día de su salida del país de Egipto. (Is. XI, 11-16; cf. Os. XI, 11 ss.; Is. XXVII, 17 s.).

Debemos, pues, sostener que algún día volverán también los dispersos de Asiria (Samaria) y se sumarán a los de Babilonia (Jerusalén), aunque esto contradiga la buena intención de nuestro autor, que escribe lo contrario, comentado Ez. XXXVII, 21 (ver arriba).

Sería fácil aducir otros lugares paralelos.

Entre éstos están todos aquellos, en que, con esa distinción o sin ella, nos habla Isaías de la venturosa restauración futura de todo Israel, como aquel tan emotivo que a nosotros se dirige:

En los días venideros (haba'im) se arraigará Jacob, Israel echará vástagos y flores y llenará con sus frutos a faz de la tierra (Is. XXVII, 26, 6 hebr.; cf. Os. XIV, 6 s.);

Y aquel otro, del que no es más que un comentario gran parte del libro de Ezequiel:

Espinas y abrojos cubren la tierra de mi pueblo y todas las casas de placer de la ciudad alegre. Pues el palacio está abandonado, la ciudad populosa es un desierto, el Ofel y la fortaleza son madrigueras para siempre (= desolación secular), delicias para asnos monteses, pastos para rebaños, hasta que sea derramado sobre nosotros el Espíritu de lo alto (cf. Lc. XXIV, 49), el desierto (= Os. II, 14; Ez. XX, 35; Ap. XII, 6) se convierta en campo fértil, y el campo fértil sea reputado como selva (Is. XXXII, 13-15 ss.).


Es el tema que desarrolla luego más despacio en casi toda la segunda parte, que comienza anunciando la final consolación tras los azares del destierro secular:

Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén (= Os. II, 14) y gritadle que se ha acabado su malicia (en lugar de “militia” con el hebreo), que ha sido expiada su culpa, etc. (Is. XL, 1 s.).

Por otros anuncios sabemos que el futuro gran consolador de Israel, que luego se introduce en este cuadro es Elías redivivo, del cual fue solo una figura el gran Bautista (Lc. I, 11). Como Juan el Bautista, y más todavía que Juan, así también Elías, nuevo Bautista de las doce tribus (Apoc. VII), clamará en el desierto, al que será trasladada la esposa, y que ya conocemos por Os., Is., Ez. y Ap.

Tras una serie de proezas nunca vistas (Is. XLI; cf. Mich. IV, 6-8.12 s.; V, 7-9), a las órdenes de su gran caudillo (el mismo caudillo de Os. I, 11), Jerusalén cesará, pues, de ser militante, para comenzar a ser triunfante en este suelo (Is. cc. LII, LX-LXII; al. pass.). ¡Cuánto le falta todavía para llegar a esa gloriosa meta! Pero entre tanto tiene el derecho de esperar en esa gloriosa perspectiva con todos los profetas de Israel, cuyos anhelos recoge el autor del Eclesiástico en el c. XXXVI y celebrando luego a los padres en el himno de su nombre, dice del gran profeta Isaías que

Vio con su grande espíritu los últimos tiempos, y consoló a los que lloraban en Sión. Anunció las cosas que han de suceder hasta el fin de los tiempos, y las ocultas, antes que aconteciesen” (Ecco. XLVIII, 27 s.).

¡Cuán lejos está el pensamiento del hijo de Sirac del de tantos exégetas que con la varita mágica del alegorismo alejandrino todo lo dan ya por cumplido en la historia de Israel o de la Iglesia!

Exégetas hay que apenas conceden a Isaías, aún después de mudarle en Deutero-Isaías, una perspectiva ulterior a la del Ciro histórico (Is. XLV), sin advertir que, como tantos otros personajes del ciclo babilónico, también al Ciro de Isaías debe considerársele como un varón de Presagio, según la observación de Zac. III, 8. Nueva y flamante aplicación de la teoría antioquena.


4. Jeremías.

Hable en cuarto lugar Jeremías y primero en el capítulo 3. En un ambiente enteramente escatológico, que rebasa, desde luego, los lindes mezquinos de la restauración histórica, cuando el Señor dará a los repatriados, pastores según su corazón (= Ez. XXXIV), y ellos no se acodarán más del arca de la alianza — altro che la rinascita del mosaismo—, y Jerusalén será el centro de atracción e irradiación universales (= Is. II, 2; al., etc., etc.),

En aquellos días se juntará la casa de Judá con la casa de Israel, y juntas vendrán de la tierra del Norte a la tierra que di en herencia a vuestros padres”.  (Jer. III, 18 = Os. I, 11).

¿No nos decía el autor que el núcleo principal lo constituían los exilados del 597 (tribu de Judá)? Pues aquí parece más bien lo contrario, que es Judá el que se unirá a Israel (Efraím), como la parte menor a la mayor y habremos de convenir en que el profeta sabe bien lo que se dice. En buena Hermenéutica son de preferir los lugares paralelos a tantas citas de comentadores, por buenos que parezcan.

Más adelante el mismo Jeremías, cap. XXIII, con referencia al mismo clima escatológico, que es el de los falsos pastores, sustituídos aquí como en Ezequiel por el retoño (tsémah) de la dinastía davídica, le hace decir al Señor que en sus días Judá será salvo, e Israel habitará en paz (Jer. XXIII, 6), siempre con la misma distinción, que tan poca gracia le hace a nuestro autor.

El mismo clima y la misma distinción en el cap. XXX, para concluir, como hará Ezequiel, que en adelante servirá a Yahvé su Dios, y a David su rey, que Yo les suscitaré (Jer. XXX, 9 = Os. III, 5).

Pero, ¿a qué cansarnos en recoger estos relieves del libro de Jeremías, si en el cap. XXXI directamente, y en el XXXII y XXXIII simbólicamente, además, nos colma el profeta todas las medidas?

Habla en el XXXI por separado de la vuelta de Israel y de la de Judá, y luego emboca ambos anuncios en un cauce común, donde dice entra otras cosas:

He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que haré una nueva alianza con la casa de Israel, y con la casa de Judá; no como la alianza que hice con sus padres cuando los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto. Ellos quebrantaron esa alianza, y Yo les hice sentir mi mano, dice Yahvé. Ésta será la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Yahvé: Pondré mi ley en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones; y Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo, etc., etc. (Jer. XXXI, 31 ss.).

Contra lo que se nos ha dicho varias veces en el comentario de Ezequiel, el pacto nuevo, según la interpretación de S. Pablo (Hebr. VIII, 8 ss.), no es el antiguo pacto del Sinaí en cuanto grabado ahora, no en tablas de piedra, sino en el corazón del hombre—esa es una diferencia accidental—, sino un pacto nuevo en su misma sustancia, es decir, la nueva economía cristiana, a la que son llamados todos, israelitas y gentiles, pero que haciéndose primeros los últimos y últimos los primeros (Mt. XIX, 16 y par.), los israelitas como pueblo (todo Israel) no la recibirán hasta que entre la plenitud de los gentiles (Rom. XI, 25 ss.), y sólo entonces, y no antes, se cumplirán en ellos las varias y magníficas profecías sobre el nuevo pacto.

En los cc. XXXII y XXXIII dice lo mismo, en otros términos, y lo explica por símbolos y figuras, en que tiene una nueva y cómoda aplicación la teoría antioquena.

Para ingerir en los contemporáneos la idea del retorno a sus antiguas posesiones después del cautiverio, se le ordena comprar un campo en Anatot y así lo hizo. Pero el Señor le habla luego en forma tal que aquella restauración histórica pasajera (tipo) pasa a la restauración escatológica y definitiva (antitipo) de las dos familias de Israel (Efraím y Judá), es decir, del pueblo de Israel en masa, según la perspectiva de San Pablo (Rom. XI, 26) y de todos los profetas, cosa que no se cumplió a la vuelta del conocido destierro babilónico, ni siquiera a la venida del Señor, pues entonces cayeron en un segundo destierro babilónico (el de la Babilonia apocalíptica), que aún perdura.

La ruina total de esta Babilonia apocalíptica y consiguientemente la liberación definitiva del pueblo de Dios todo entero – vendrán los hijos de Israel, y con ellos los hijos de Judá (Jer. L, 4)- es a lo que mira en último término el propio Jeremías en los cap. L y LI contra Babel, siguiendo las huellas de Is. XIII, 1-XIV, 23; + XXXIV, 9 ss., pasos todos que el vidente, a través du la Babilonia histórica columbra la Babilonia escatológica (apocalíptica), y de esa ulterior perspectiva hay indicios en la misma letra, que acaba por rebasar con mucho los datos de la historia.