El
gran autor jesuita (1830-1908) apenas si necesita presentación; tenido como “el
exégeta católico más grande de su tiempo” (Vosté), fue uno de los principales
autores del comentario Bíblico “Cursus Scripturae Sacrae”.
En
su Introductio specialis in N.T.[1]
estudia todos los libros del Nuevo Testamento y al llegar al Apocalipsis,
después de pasar revista a las principales cuestiones (autor, fecha y lugar de
composición, destinatarios, etc.), analiza el tema de las diversas interpretaciones,
y tras afirmar la existencia de tres escuelas, las comenta diciendo (n. 244):
“La primera de las tres interpretaciones
enseña que el argumento principal del libro son los acontecimientos últimos de la Iglesia en tiempos del Anticristo,
sin embargo, los primeros sucesos de la Iglesia están más bien apenas
alumbrados más que descriptos. A la cual se opone la segunda, que afirma
que el argumento del Apocalipsis son los
primeros tiempos de la Iglesia y principalmente su victoria sobre el
judaísmo y el politeísmo y que no son sino los dos últimos capítulos los
que brevemente alcanzan los últimos tiempos de la Iglesia. Finalmente,
la tercera, cree que en el Apocalipsis está predicha toda la historia de la Iglesia, de forma de estar indicados los
sucesos más importantes de cada edad”.
Con
buen criterio, el autor defiende la primera postura dando las razones a favor
de la que propugna y las críticas de las otras dos escuelas, para luego pasar a
las objeciones en contra de su posición, y es allí donde leemos estas
interesantes palabras (n. 248):
“Obj. 3. ¡Pero aquellos que siguen este sistema
deben admitir el reino milenario!
En primer lugar, respondemos que no se sigue
necesariamente. En efecto, Ribera, aunque defiende fuertemente este sistema[2], al
igual que otros intérpretes de la misma época que lo sostenían, (Viegas,
Alápide, etc.) rechazaron todo tipo de quiliasmo y no reconocieron ningún nexo
interno entre sus interpretaciones y las opiniones de los quiliastas. La
dificultad pues planteada, no existe. Además, advertimos, de tal forma está
temperado el quiliasmo por algunos autores católicos muy recientes, que
sostienen el mismo sistema de interpretación, al cual favorecían los Padres
antiquísimos Santos Justino, Ireneo, Victorino y otros, y al cual S. Agustín
reconoce que antiguamente lo defendía y lo llama tolerable “si entendieran que
en aquel sábado habían de tener algunos regalos y deleites espirituales con el
Señor”, que no sé si no tiene alguna probabilidad[3]. Pero no es necesario entrar
en este tema, dado que la primera respuesta es suficiente y la opinión de los
antiguos intérpretes (Ribera, etc.) parecería ser mucho más probable”.
Escritas
estas palabras en la segunda edición de 1897, fueron republicadas póstumamente
en 1925, con lo cual lo único que les queda por hacer a los impugnadores del
Milenarismo es aferrarse al decreto del 1944 sobre el cual ya hemos hablado
tantas veces; baste ahora para nuestro propósito recordar que se trata de un
decreto que condena como imprudente
(y no como falso) la existencia
futura de un reino visible de Cristo;
pero he aquí que ninguno de los principales autores milenaristas defiende un
reino visible de Cristo, ni hay base
escriturística al respecto.
Cabe
recordar que, por los mismos años, el P. Rosadini, profesor de la
Gregoriana, escribió unas palabras muy parecidas a las de Cornely para
responder a la misma objeción y, por si fuera poco, en una universidad romana
(la Urbaniana), nuestro Ramos
García explicará el Apocalipsis defendiendo inequívocamente el Reino
Milenario durante unos 15 años.
A
la lista de estos ilustres autores se agrega ahora la del eximio Cornely,
reconocido y alabado por todos como uno de los más grandes exégetas de la
Iglesia.
Así,
pues, como podemos apreciar, los ataques contra el Reino Milenario carecen de
sustento y se desmoronan uno a uno.
Vale!
[1] París, 1925.
[2] O sea, la primera de las tres escuelas de
interpretación citadas más arriba.
[3] “El Excelentísimo cardenal Franzelin (De Divina
Traditione, p. 204), después de mostrar con gran erudición, que las
afirmaciones de estos Padres sobre el reino milenario no fueron sino “opiniones
privadas de cada uno, de ninguna manera un consenso común en materia de fe”,
concluye de esta manera:
“Sin embargo, no quiero que se
entienda todo esto como si creyera que fuera lícito señalar alguna censura a la
opinión de los milenaristas recientes”.
Cómo entienden los
intérpretes católicos recientes el reino milenario, cfr. Bisping, Apocalypse, p. 314-320, Krementz, Offenb. Des h. Iohannes p. 166 ss” (Cornely).