domingo, 16 de diciembre de 2018

El Acto del Cuerpo Místico, por Mons. Fenton (IV de V)


Los que poseen un carácter relativamente pasivo, lo que son recipientes más que agentes en la actividad propia de la Iglesia, son los poseedores del carácter bautismal, quienes son capaces de recibir los otros sacramentos. Este poder está centrado principalmente en la Sagrada Eucaristía, “en la cual consiste principalmente el culto a Dios, en cuanto es el sacrificio de la Iglesia”[1].

 El culto a Dios es “una cierta profesión de fe por medio de signos exteriores”. Y dado que esta profesión de fe está destinada a ser continuada hasta el fin de los tiempos ante la oposición que surge inevitablemente de los enemigos de la cruz de Cristo, existe un carácter sacramental que faculta y designa oficialmente a los miembros de la Iglesia para el conflicto espiritual contra los enemigos de la fe[2]. Es el carácter de la Confirmación, que se convierte así en una designación oficial que faculta para el desempeño del sacrificio Eucarístico en contra de los ataques hechos contra él. Vicente Contenson[3], al comentar esta fase de la economía sacramental, muestra la cercana analogía entre el carácter sacramental y la designación militar en los asuntos naturales. Mientras que cualquier ciudadano puede luchar contra los enemigos de su país, sólo el soldado está designado y facultado oficialmente para este trabajo. Así el cristiano confirmado es el defensor del sacrificio Eucarístico designado oficialmente.

Finalmente, toda la enseñanza sobre la Eucaristía resalta el hecho que es la operación inmediata, el acto y perfección propios del Cuerpo Místico. Con razón se lo llama sacrifico “en cuanto es rememorativo de la pasión del Señor”[4]. Que la Misa es “un verdadero y propio sacrifico” es un dogma de fe[5]. Además, es un sacrificio que pertenece al Cuerpo Místico de Cristo como organización. Incluso aquellas Misas en las cuales el sacerdote solo comulga sacramentalmente deben ser consideradas comunes a la Iglesia como un todo, “en parte porque en ellas comulga el pueblo espiritualmente, y en parte porque se celebran por medio de un ministro público de la Iglesia, no sólo para sí, sino para todos los fieles que pertenecen al Cuerpo de Cristo[6]. Santo Tomás enfatiza el mismo punto en la Summa Theologica.

“En las Misas privadas basta con tener un ministro que ocupa el lugar de todo el pueblo católico”[7].

La Santa Eucaristía es el sacramento perfectivo de la Iglesia en cuanto que significa y causa nuestra unión en Cristo por la caridad. Al mismo tiempo, es el sacrificio del pueblo de Dios. Puesto que la operación propia del Cuerpo Místico es el sacrificio de la Misa, una función social más que meramente individual, los miembros de la Iglesia como un todo pueden ser llamados por san Pedro: “Linaje escogido, un sacerdocio real, un pueblo conquistado”. Y puesto que el sacrificio es el acto supremo de religión, resumiendo y expresando los actos del culto interior de Dios, y testificando de manera única la divina excelencia, puede seguir hablando de ellos como constituidos en esta dignidad especial “para que anunciéis las grandezas de Aquel que de las tinieblas os ha llamado a su admirable luz”[8]. Puesto que esta acción es aquella en la cual la Iglesia hace suya la pasión del Redentor, el sacerdote que lleva a cabo este acto de sacrificio, se dice con toda verdad que ocupa el lugar del mismo Cristo. Es en el sacrifico Eucarístico, la operación propia de la Iglesia de Dios, donde las palabras de Malaquías encuentran cumplimiento:

“Porque desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi Nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi Nombre incienso y ofrenda pura, pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice Yahvé de los ejércitos”[9].

Entender el Cuerpo Místico de Cristo en función de su operación propia tiene la ventaja de resaltar la unidad de la actividad católica. La operación en la que la Iglesia encuentra su perfección inmediata, que es preeminentemente el acto del Cuerpo Místico, es la Misa, un verdadero y propio sacrificio. El sacrificio es un signo, una expresión de los actos internos de religión, particularmente de devoción y oración. El acto esencial de la consagración expresa pues los actos de oración y devoción que constituyen el texto de la Misa. Las mismas oraciones de la Misa expresan deseos y esperanzas que exigen, para su congruente entorno, la compleja plenitud de la vida cristiana. Los actos de todas las virtudes entran en el entorno de la oración, y el sacrificio Eucarístico, ofrecido por el sacerdote en el nombre y persona de Cristo, por los miembros de su Cuerpo Místico, exigen sinceridad de oración y devoción entre aquellos por quienes se ofrece.

Así, la vida del Cuerpo Místico, tan brillantemente resumida en la obra del P. Mura, encuentra su unión en su expresión común en el sacrificio Eucarístico, el acto del Cuerpo Místico.



[1] Ibid. III, q. 63, art. 6.

[2] Ibid. III, q. 72, art. 5.

[3] Theologia Mentis et Cordis (Lyons, 1687), Lib. XI, pars. 1, diss. 1, cap. 2.

[4] Summa Theologica, III, q. 73, art. 4.

[5] Trento, sesión 22, canon 1, Dz. 948.

[6] Ibid., cap. 6, Dz. 944.

[7] Summa Theologica, III, q. 83, art. 5, ad 12.

[8] I Ped. II, 9.

[9] Mal. I, 11.