III
Algunas Razones
del Malentendido
Este libro no estaría completo sin dar por lo menos una rápida
indicación de los accidentes históricos que provocaron enseñanzas deficientes e
incluso erróneas sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación en algunas
secciones de la literatura Católica popular de nuestros días. Es completamente
obvio para cualquiera que esté bien familiarizado con los escritos Católicos
populares durante la última centuria que este dogma ha sido malentendido y
malinterpretado más extensa y profundamente durante este período que cualquier
otra parte de la enseñanza Católica. Incluso
hoy, después de la aparición de la Mystici
Corporis Christi, Suprema haec sacra
y de la Humani generis, todavía
encontramos de vez en cuando interpretaciones objetables de esta doctrina.
La mayor parte de las erróneas interpretaciones de
este dogma surgen de una noción lamentablemente inadecuada de la Iglesia.
Durante el siglo pasado ha habido muchos escritores Católicos que parecieron no
haberse podido dar cuenta de la absoluta verdad sobre la doctrina de que la
Iglesia Católica Romana visible es en realidad lo mismo que el Cuerpo Místico
de Cristo y el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. La lección enseñada en la Mystici Corporis y repetida en la Humani generis era muy necesaria en el mundo de las letras
Católicas.
Ahora bien, para cualquier estudiante de la historia de la sagrada
teología es completamente obvio que no hay otra sección de la doctrina Católica
en la cual tuvo lugar un malentendido tan diseminado y profundo. No ha habido
tal malinterpretación de la verdad revelada, por ejemplo, dentro de los
confines de los tratados de la Santísima Trinidad y de la Encarnación. El hecho
de que tal condición fuera posible en este tema particular, dentro del tratado
teológico de la Iglesia de Dios, ciertamente requiere una explicación. Y la
razón de tal condición es completamente manifiesta en la historia del tratado de ecclesia.
En primer lugar, se debe recordar que el tratado
teológico sobre la Iglesia fue una de las últimas secciones de la teología
dogmática en tomar una forma científica. La teología escolástica ha sido
estudiada intensamente desde el siglo XII. En todo sentido, los tratados que
han sido más perfectamente investigados y escritos fueron aquellos contenidos
en el Libri sententiarum de Pedro
Lombardo y luego en la Summa theologica
de Santo Tomás.
En la antigua disposición escolástica de los
estudios eclesiásticos había por lo menos tanto sobre la Iglesia en el Decretum de Graciano como en los Cuatro Libros de las Sentencias o en la Summa theologica. Y bajo estas antiguas
condiciones, lo más cercano a un tratado escolástico sobre la Iglesia se
encontraba incorporado en algún escrito ocasional como la obra controversial de
Moneta de Cremona contra los valdenses y los cátaros o el Comentario al Credo de los Apóstoles de Santo Tomás. El De regimine Christiano de Juan de
Viterbo apareció al comienzo del siglo XIV. Era un libro completo pero su fin
esencial y primario era polémico.
No fue sino hasta mediados del siglo XV que apareció
el primer tratado bien desarrollado sobre la Iglesia en la literatura
escolástica. Fue la famosa Summa de
ecclesia escrita por el Cardenal dominico Juan de Torquemada. También tenía
un objetivo controversial, pero logró su fin por medio de un meticuloso estudio
escolástico de lo que Dios había revelado sobre la natura y características de
su reino sobre la tierra.
La Summa de
ecclesia ha sido siempre un libro raro. Fue publicado por última vez en
Venecia en 1561. Nunca fue comentado y explicado como los Cuatro Libros de las Sentencias y la Summa theologica. Si hubiera sido usado como fuente para un estudio
genuino y para el desarrollo del tratado escolástico sobre el tratado de la
Iglesia, la historia de este tratado ciertamente hubiera sido diferente.
De hecho la Summa
de ecclesia nunca se usó como se pudo y debió usarse debido al accidente
histórico de la reforma. Hacia el fin del siglo XV, los teólogos de la Iglesia
Católica se vieron envueltos en la controversia más seria que jamás se haya
centrado sobre el tratado de ecclesia.
Los escritores protestantes defendieron la tesis de que el vero y genuino reino
sobrenatural de Dios sobre la tierra no era en absoluto una sociedad
organizada, sino simplemente la suma total de todos los buenos hombres y
mujeres en este mundo. Clasificaron sus propias organizaciones religiosas, como
la de los luteranos, calvinistas y otros semejantes, meramente como sociedades
voluntarias que podían ser útiles a las personas que ya estaban dentro de la ecclesia a través de la membrecía de lo
que llamaban la “Iglesia invisible”.
Los escritores Católicos que se opusieron al principio a los
polemistas protestantes defendieron exitosamente la verdad revelada de que
Dios, en Su sabiduría y misericordia, constituyó en realidad la única y vera ecclesia del Nuevo Testamento como una
sociedad organizada, la unidad religiosa que se describe en los Hechos de los
Apóstoles y que existe ahora como la Iglesia Católica Romana. Pero estos primeros campeones Católicos de
la verdad en la controversia contra los protestantes eran primeramente
polemistas. Sus obras no eran, y no afirmaron que fueran, algo así como
tratados completos o adecuados sobre la vera Iglesia. Solamente se propusieron
desenmascarar los errores defendidos por sus oponentes. No explicaron aquellos
puntos donde no había controversia alguna. Tal vez los mejores ejemplos
deste proceder se encuentran en la Assertio
sacrorum quorundam axiomatum de Miguel
Vehe, en el Enchiridion locorum
communium de Juan Eck, y
especialmente en la Assertio catholicae
fidei circa articulos confessionis nomine Illustrissimi Ducis Wirtenbergensis
oblatae per legatos eius Concilio Tridentino de Pedro Soto.
Es un hecho que los protestantes estaban
perfectamente convencidos que no hay salvación fuera de la vera Iglesia de Dios
sobre la tierra. De aquí que no había necesidad que los teólogos Católicos discutieran
sobre este punto particular. Y puesto que los escritos de estos teólogos
Católicos estaban dirigidos en aquel tiempo primaria y esencialmente a la
refutación de la posición protestante, el dogma sobre la necesidad de la
Iglesia para la salvación no fue para nada tratado extensivamente en estos
escritos.
La siguiente generación de teólogos Católicos que escribieron sobre la
Iglesia incluía algunos de los hombres más brillantes que Dios jamás ha dado al
estudio de la sagrada teología. Entre ellos había figuras tales como Tomás Stapleton, Juan Wiggers, Melchor
Cano, Francisco Suárez, San Roberto Belarmino, Gregorio de Valencia, Domingo
Báñez, Adán Tanner y Francisco Silvio.
Algunos de los escritores de la primera generación de la Contrarreforma habían
comenzado hacía poco a organizar el contenido de esta doctrina Católica. Los
maestros de Lovaina Juan Driedo y Santiago Latomus fueron los principales en este grupo. Los hombres de la
segunda generación desarrollaron y explicaron lo que habían preparado estos
escritores más antiguos.
Algunos de estos escritores de la segunda generación, como Stapleton, organizaron sus enseñanzas
en monografías. Otros, como Cano, San
Roberto y Silvio, las
incorporaron en resúmenes de controversia Católica más o menos extensos. Wiggers, Báñez y otros, por su parte,
insertaron esta teología controversial de
ecclesia en sus comentarios escolásticos a la Summa theologica de Santo Tomás. Esta táctica estaba destinada a
tener una inmensa repercusión en la historia del tratado escolástico de ecclesia.
Sin dudas, por aquel entonces no se le había encontrado al tratado de ecclesia ningún lugar en la actual
organización de la Summa theologica. Wiggers, Báñez, Gregorio de Valencia
y Tanner, sin embargo, intentaron
hacerle un lugar insertando este tratado como una especie de apéndice después
del tema tratado por Santo Tomás en la primera cuestión de la Secunda secundae. En todo caso, sin
embargo, el material incorporado de esta manera en un comentario de la Summa, una obra del más alto orden en el
campo de la teología escolástica especulativa, era esencialmente el mismo
material controversial que polemistas como San
Roberto y Francisco Silvio incluyeron
en sus Controversiae. Era, en otras
palabras, el desarrollo de la enseñanza que había estado contenida en las obras
de los primeros teólogos de la contra-reforma que se habían limitado,
deliberadamente, al punto de la doctrina Católica que se habían opuesto directamente
los herejes protestantes. Ninguno de estos escritos tiene algo parecido a un
tratado adecuado del dogma de que fuera de la Iglesia Católica no hay
salvación.
La tradición que ha sido representada y perfeccionada en la Summa de ecclesia de Torquemada le ha dado una atención especial a
este dogma. Después de todo, la necesidad para la obtención de la salvación es
una de las características fundamentales del reino sobrenatural de Dios sobre
la tierra. Torquemada le dio un trato adecuado, así como le dio una adecuada
atención a la tarea de explicar las características de la vera Iglesia al describir
los títulos que se aplican a esta unidad social y a sus miembros en la Escrituras
y en la tradición divino-apostólica.
Sin embargo, en las obras de los grandes teólogos de
la Contrarreforma se menciona el dogma primeramente con referencia a la
enseñanza de que ni los catecúmenos ni los excomulgados son miembros de la vera
Iglesia. Teólogos
como Stapleton y San Roberto, que fueron los primeros en usar la terminología
que se volvería clásica, tuvieron en cuenta el dogma al responder las
objeciones a su propia enseñanza. San Roberto enseñó con razón que el
catecúmeno no es miembro de la Iglesia. También sostuvo la verdad Católica que
un catecúmeno puede salvarse si muere antes de tener la oportunidad de recibir
el sacramento del bautismo. Considerando el dogma de que fuera de la Iglesia no
hay salvación como una objeción contra su enseñanza, San Roberto, siguiendo la
enseñanza de Tomás Stapleton, afirma que el dogma significa que uno no puede
salvarse si no está dentro de la Iglesia sea en realidad como miembro, o in voto como uno que desea o quiere volverse
miembro[1].
Tal fue el proceder, siguiendo el ejemplo de Stapleton y San Roberto, de todos los eclesiologistas
clásicos del período de la Contrarreforma. Y a pesar del hecho de que ni Stapleton ni San Roberto produjeron
manuales de teología escolástica, su acercamiento al dogma de la necesidad de
la Iglesia para la salvación y la terminología misma entraron en la fábrica de
los textos de teología escolástica de los siglos XVI y XVII. Estos comentarios
se desarrollaron, por medio de “cursos” como los de Juan de Santo Tomás, los Salmanticenses, Tournely y Billuart, en los manuales de teología
dogmática de los siglos XIX y XX. El tractatus
de ecclesia en estos manuales modernos era fundamentalmente aquello que
había sido insertado en los comentarios de Wiggers,
Báñez y Tanner. Y en estos manuales modernos, el trato del dogma de que no
hay salvación fuera de la Iglesia es parecido al que se encuentra en las obras
de San Roberto y Silvio, y no como se encuentra en la Summa de ecclesia de Torquemada.
En sí mismo eso ha sido altamente desafortunado para
la teología escolástica sobre la Iglesia. La enseñanza de que alguien puede
estar en la Iglesia sólo por intención o deseo y no como miembro y aún así obtener
la salvación eterna “dentro” de esta sociedad es, por supuesto, tremendamente
importante. Es parte de la doctrina Católica sobre la natura de la ecclesia de Dios. Pero el conocimiento
de esta sección de la verdad Católica de ninguna manera justifica ignorar la
doctrina igualmente importante de que la Iglesia es esencialmente, como
instituída en realidad por Dios, el vehículo y, como si dijéramos, el término del
proceso de salvación. Debido a que los manuales modernos continuaron la
tradición de Stapleton y San Roberto en detrimento de la de Torquemada, se
empobrecieron doctrinalmente con una explicación inadecuada del dogma.
Los escritores modernos cuyas aberraciones fueron reprobadas en la Singulari quadam y más recientemente en
la Humani generis se habían permitido
en los manuales contemporáneos de sagrada teología una exposición muy
inadecuada del dogma. Toda la atención se centró, en estos manuales, en mostrar
el hecho de que la membrecía en la Iglesia no era necesaria con necesidad de
medio para alcanzar la vida eterna. Casi que no había nada en ellos que
mostrara cómo la misma Iglesia, por divina institución, pertenece al esquema de
la salvación.
[1] Cfr. San Roberto, De ecclesia militante, c. 3; Stapleton, Principiorum fidei doctrinalium demonstratio methodica (Paris,
1579), p. 314.