CAPITULO
DECIMOTERCIO
LA GUERRA
ESCATOLÓGICA Y LOS ASOLAMIENTOS SUBSIGUIENTES
V. 26c: "… y hasta el fin, guerra decretada con desolaciones".
Antes de la «inundación» catastrófica en que
Dios se presenta como Goël definitivo de su atribulado Job, regístranse
acontecimientos de naturaleza extraordinaria y espantosa. La destrucción de
Jerusalén y del Santuario[1] ya mencionada, es, sin duda,
un episodio, episodio culminante por cierto, de un hecho de más vastas proporciones:
guerra escatológica, con sus consiguientes horrores. En tres palabras de peso enorme,
como todas las de la Profecía, lo consigna Daniel: «Y hasta el fin, guerra
decretada con desolaciones».
La traducción del texto es algo difícil.
El hebreo, según Knabenbauer, dice: «et usque
ad finem, bellum, decretae vastationes»: «hasta el fin, guerra, asolamientos
decretados».
El griego es más alambicado: καὶ ἕως τέλους πολέμου συντετμημένου τάξει ἀφανισμοῖς: "et usque
ad finem belli consciti ordine vastationibus», frase truncada cuyo sentido
no es claro.
La traducción que adopta el P. Lagrange
como más conforme, dice él, al hebreo y a las antiguas versiones y mejor
fundada en la puntuación masorética, es la siguiente: «y hasta el fin de la
guerra, decreto de cosas horríficas».
Preferimos la traducción de Montgomery, citada en nota por
el mismo Padre (p. 186), y que se apoya en la versión de Aquila y Símaco: «y
hasta el fin, guerra decretada, con asolamientos». Esta traducción
parece armonizar los elementos algo disparatados del hebreo y del griego. Del
hebreo, donde, como es natural, «el fin» no se refiere a la guerra sino al fin
de la 70° semana[2] identificado con el fin que
acaba de ser predicho, esto es, con la inundación consumidora del Adversario.
Del griego, donde, como es también natural, lo «decretado» tiene por objeto
directo la guerra con sus circunstancias y consecuencias devastadoras.
Luego, hasta el fin catastrófico en que crece
el Invasor antijudío, hay guerra en Palestina. Este es el horizonte actual de
Daniel. Tal vez otros pasajes del Profeta autorizarían un ensanche de ese
horizonte. Pero, no salgamos del texto actual. Guerra prevista y decretada con
las horribles devastaciones que produce. Guerra, por lo tanto, organizada con
arreglo a un plan detallado que incluye la determinación exacta del tiempo en
que estalla y de las fuerzas que la realizan y de los fines que persigue y de
la rapidez de su desarrollo y de la fecha en que termina y de las condiciones
que la rodean y de los asolamientos que deja implantados...
Si la previsión de Hitler, que quiso
abarcarlo todo fué deficiente y desacertada, la del futuro Fuehrer no lo será.
¿Quién prepara tan certera y minuciosamente
el belicoso programa?
«Podría creerse —dice el P. Lagrange— que
este decreto viene del enemigo... Pero todo el carácter del pasaje indica más
bien el Decreto del poder de Dios, ejecutor del castigo, hasta el momento en que
comenzará la salud» (p. 186).
Ambos sentidos se compenetran. Pues la guerra
escatológica, preparada tan esmeradamente por la sabiduría, el poder y la técnica
del pueblo antimesiánico, está preordenada en los decretos de Dios que se
transparentan en la Revelación y ha de servir los planes divinos «con un furor
providencial».
Es imposible aplicar esta Profecía a la
guerra siria de Antíoco y de sus sucesores contra la Jerusalén de los Macabeos,
así como también a la guerra romana de Vespasiano y Tito contra la Jerusalén
del año 70.
Traduzca el P. Lagrange: «Y hasta el fin de
la guerra (destructora de la ciudad y del Templo), decreto de cosas horríficas...»
y díganos ¿qué decreto de cosas horríficas duró hasta el fin de la guerra
siria, la cual se prolongó por largos años después de la purificación del
Santuario y de la muerte de Antíoco? Y explíquenos también ¿qué salud mesiánica
comenzó, terminando el castigo de la persecución y de la guerra siria y
caducado el decreto de cosas horríficas…?
Enigmas, y más aún, contradicciones.
Traduzca ahora Knabenbauer: «Y hasta el fin
(de la invasión romana), guerra y desolaciones decretadas», entendiendo con
esto que la nación judía no se levantará jamás de sus ruinas decretadas por
Dios a raíz y en consecuencia de la invasión romana: «rempublicam judaicam unquam
ex illis iri restitutum... decretum est a Deo» (p. 258)... y explíquenos por qué
la guerra dura sólo hasta que termine la expedición militar del romano invasor, mientras que las ruinas judías han
de durar eternamente, cuando, según el texto, ambas cosas, guerra y ruinas, son
«hasta el fin». Y explíquenos también por qué y cómo Jerusalén ha podido
revivir de sus ruinas eternas con tendencia a figurar de nuevo como capital de
la nación judía...
Pálpase la repugnancia de tales
interpretaciones.
La verdad es que la 70° semana es escatológica
y que la guerra aquí anunciada es la guerra escatológica, preparada con
detallado programa por el pueblo antijudío y antimesiánico; esfuerzo final por
borrar del mundo el nombre judío negando los derechos del Emmanuel: guerra
fulminante que con la ocupación subsiguiente de Palestina por las
langostas-milicianos del Anticristo que todo lo devoran dura hasta el fin de la
semana, tres años y medio del poderío antimesiánico[3].
Ya lo hemos insinuado. Nos parece que
Jesucristo tenía en vista esa suprema angustia de Jerusalén cuando dijo:
«Cuando veáis a Jerusalén cercada de ejércitos, entonces sabed que es llegado
el asolamiento de ella...» (Luc., XXI, 20). Eco fiel de Daniel: «guerra decretada
con asolamientos»[4].
¡Cuántas veces, en el horizonte escatológico,
idéntico al de la 70° semana, contemplaron los Profetas el espantoso cuadro de
los asolamientos finales de la Tierra santa con la invasión antimesiánica!
Crisol y fragua donde la mano de Dios echa a su pueblo para castigo de los
impíos y cómplices de las gentes malas, y purificación de los fieles.
«Endurece el corazón de ese pueblo y agrava
sus oídos y ciega sus ojos... Y yo dije: ¿hasta cuándo Señor? Y El respondió:
«Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador ni hombre en las casas y
la tierra sea tornada en desierto. Hasta que Yahvé hubiere echado lejos los hombres
y sea colmada la soledad en medio de la tierra. Pues aún quedará en ella la décima
parte y, a su vez, ésta irá al exterminio como el terebinto y la encina que
talados conservan un principio de subsistencia, así será el germen santo, que
subsista de ella» (Is., VI, 10-13)[5].
Asolamiento completo de la Tierra santa. Sin
perjuicio de que subsista escondida en ella la raíz de bendición, y aparezca
ella públicamente ocupada por las langostas y bestias de la tierra: tropas del
Anticristo.
[1] El autor es impreciso y supone cosas que debería probar:
a) ¿Quién y
cuándo construye el Templo?
b) ¿Dónde dice
la Escritura que el Templo va a ser destruído junto con la Ciudad?
[2] El hebreo bien podría entenderse así: "hasta el fin del
intervalo".
Notemos además
que es imposible que el fin sea el de la 70° Semana, puesto que ésta comienza
recién en el versículo siguiente.
[3] Forzado. La Semana 70° no ha comenzado todavía. Recién lo hace en el v.
27.
[4] Una vez más, una mala exégesis en las 70 Semanas repercute por fuerza
en el Discurso Parusíaco.
[5] La exégesis de esta formidable profecía, citada por Jesucristo después
de la parábola del Sembrador, y que narra la conversión de Israel, hay que
buscarla en el mismo Mt. XIII. Allí veremos los tiempos a los cuales se
aplica y nos será fácil ver su relación con las guerras profetizadas en el
Salmo LXXXII y Ezequiel XXXVIII-XXXIX.
Sobre esto ya
hemos hablado algo AQUI.