d) ¿Dónde está colocada esa abominación
mortalmente horrenda?
El texto masorético que parece decir: «sobre
el ala de (las abominaciones)», no tiene sentido satisfactorio. Las versiones
griegas son más claras: pterigion, pinnaculum o ἱερὸν, sacrum,
son expresiones que no designan ninguna parte determinada del templo judío
herodiano, sino el lugar eminente santificado por la presencia y contacto de la
Hostia y Pontífice suprimidos[1].
La naturaleza del Sacrificio y de la Oblación
suprimida queda suficientemente aclarada si nos situarnos en la perspectiva
escatológica del Judaísmo cristiano.
Si la 70° Semana tuviera por teatro la
Jerusalén precristiana de los Macabeos, habría que entender aquí per sacrificio
y oblación los sacrificios cruentos e incruentos de la Antigua Ley; en
especial, la víctima que tarde y mañana se ofrecía a Yahvé sobre el altar de
los holocaustos.
Si fuera permitido dejar a un lado la 70°
semana, podríamos imaginar que se trata aquí de la cesación efectiva de
aquellos mismos sacrificios antiguos con la destrucción del Templo en la guerra
de los romanos.
Pero no podemos salir de la 70° semana, y
ésta se desarrolla sobre Jerusalén ya iluminada por la Fe cristiana, sobre los
Judíos inmersos ya ellos también en la Sangre del Cordero, inmolado por sus
pecados y los de todo el mundo.
Trátase, por consiguiente, de la Eucaristía
en su doble aspecto de Sacrificio y de Comunión, Inmolación de la
Víctima inmaculada y co-inmolación de los fieles purificados[2]. Liturgia santa que
para subir hacia Dios en olor de suavidad no debe estar ni en su fuente sacerdotal ni en sus diversos
ritos, para no volverse Cáliz de abominación... Misas sacrílegas y horrendas de
un sacerdocio traidor sujeto a los dioses del Estado…
El anverso de la medalla, representado por la
abominación de la desalación, se vislumbra ya también perfectamente.
En el lugar santo, Liturgia sacrílega y Sacerdocio
traidor. Culto abominable y horrendo. Cáliz de la Ramera cuyo nombre es
Babilonia la grande. Inmenso desierto de almas extinguidas. Imperio de la
Muerte.
Este es el momento de preguntarnos por qué
Daniel, en toda esta larga cláusula, atribuye las distintas acciones que va
enumerando, «destruir, pactar alianza, hacer cesar...», al «pueblo de un
jefe que vendrá» y no a este Jefe mismo.
La razón es sencilla.
El Jefe-Anticristo del Pueblo antimesiánico deberá
tener su Apoteosis, o Parusía. Esa es su Venida, en contraste con la
Venida de Jesucristo. Tal apoteosis que lo manifestará a los ojos de las
naciones seducidas y engañadas como que él es el verdadero Ungido de Dios,
dentro de la Iglesia gentílica, para Rey del mundo, no puede realizarse si
"su pueblo" no le prepara los caminos. Hay que destruir el
Judaísmo, llevando la guerra devastadora a Palestina, Tierra santa, suprimiendo
la Iglesia de Jerusalén y su Sacerdocio y sus fieles, y extendiendo hasta en
los Lugares[3] por excelencia Santos, el
Culto y el sacerdocio promovidos desde Roma por el Pontífice traidor y usurpador.
Desaparecida oficialmente de la vida social la Iglesia de Jerusalén, con sus pretensiones
a la hegemonía religiosa del mundo, no queda más que la entonces apóstata Iglesia
gentílica, dentro de la cual el Pueblo aquél victorioso puede hacer ungir y
consagrar a su Jefe, rodeándolo de prestigio y honores divinos.
Y así se aclara con luz meridiana la
naturaleza del misterio anunciado por San Pablo a los Tesalonicenses con
expresiones algo enigmáticas, que tantos dolores de cabeza han causado a los
intérpretes:
«Nadie os engañe en ninguna manera (hermanos,
como que esté encima el Día del Señor). Porque (no vendrá) sin que primero venga
la apostasía y sea revelado el Hombre del pecado, el hijo de la perdición,
el que hace frente y se ensalza contra todo quien es llamado Dios o que recibe
adoración, hasta tanto que se asiente él en el Templo de Dios, mostrándose a sí
mismo como que es Dios. ¿No os acordáis que cuando estaba todavía con vosotros
os decía estas cosas? Y ahora sabéis qué le retiene impidiéndole
manifestarse en el tiempo suyo. Porque el misterio de iniquidad ya se está
obrando. Solamente que hay quien retiene (y retendrá) hasta que sea
quitado de en medio. Y entonces será manifestado el Inicuo, a quien el
Señor Jesús quitará la vida con el aliento de su boca y lo deshará con la
manifestación de su advenimiento» (II Thes., II, 1-8).
Para los exégetas modernos de agudo
entendimiento, San Pablo quiere únicamente decir que el fin del mundo (Día
del Señor) será precedido por un alud de impiedad negadora de Cristo (apostasía)
concretizada en una colectividad de agentes perversos (Adversario-Anticristo),
por el momento frenada, aunque vivaz (misterio de iniquidad ya en obra) pero
que al fin, cuando le sea quitado el freno, se manifestará en toda la grandeza
de su poder diabólico. Y entonces es el Juicio final.
En cuanto a la naturaleza de ese freno u
obstáculo que retiene e impide la total manifestación de la sociedad
diabólicamente pecadora, abundan los sistemas. Un joven autor enumera ocho
principales. El Obstáculo sería:
1) El Imperio romano
2) Los carismas del Espíritu
3) El Decreto divino
4) La imperfecta difusión del Evangelio
5) El arcángel San Miguel
6) La economía de la salvación
7) El Templo de Jerusalén, quemado el año 70.
Y como de esos Obstáculos, algunos ya fueron
quitados hace tiempo (el 1°, el 2° y el 8°) sin que nada pase; otros no parece
que puedan ser quitados (el 3°, el 6° y el 7°); y los dos otros (el 4° y el 5°)
no son obstáculos, sino elementos propicios para la aparición del Anticristo,
nuestro nuevo intérprete propone un Noveno Obstáculo, la Colectividad de los Predicadores
buenos del Evangelio, o sea los Dos Testigos apocalípticos que frenan a las
Bestias mientras dura su Testimonio.
Verdad es que el Evangelio y los que lo
sostienen, Palabra-Trigo, no podrán nunca ser ahogados por la Palabra-Cizaña.
Verdad es que la Bestia, para poder ahogar en el mundo todo a los Testigos del Evangelio,
deberá haberse ya manifestado como Dueña del campo. Y luego, la quitada del
Obstáculo es consecuencia y no condición anterior de la manifestación del
Anticristo… Sin contar que los Dos
Testigos, a pesar de toda la Crítica y sabiduría moderna, pueden ser y son en realidad
otra cosa que la que enseña el P. Allo... En fin, la nueva tentativa de
explicar el obstáculo famoso no es muy satisfactoria.
Si los Intérpretes quisieran admitir que la
Escatología de San Pablo es la misma que la de Daniel y la de todos los
Profetas, inclusive San Juan y Cristo mismo, ya sabrían que el Día del Señor
no es el acabamiento del mundo, sino su limpieza; que el Anticristo no
es una ola de impiedad Indefinida, sino un organismo social determinado con su
jefe personal: «pueblo de un jefe que vendrá», organismo confederado con otros
semejantes y todos animados del mismo espíritu cismático (apostasía, discessio)
respecto del verdadero Eje religioso del mundo: Iglesia de Jerusalén rediviva.
Sabrían que el Obstáculo que impide la Venida apoteósica de aquel Jefe,
agente y cosa a la vez (neutro y masculino en los textos de Pablo) es el
Sacrificio y la Oblación de que habla Daniel, suprimidos en Jerusalén por aquel
pueblo que la ocupa[4] y que así celebra las Vísperas
del endiosamiento o consagración religiosa de su Fuehrer, elevándolo a la
categoría de Amo del mundo por gracia del Dragón y voluntad del Pontífice de la
"discessio"… el falso-Profeta que delante de él hace prodigios y lo expone a la veneración de
toda la tierra. «Abominación de la desolación» de la 70° semana
daniélica. Tres años y medio del poderío político-religioso-diabólico de las tres
Bestias apocalípticas. Abominación que tuvo en vista Jesús al decir en su
discurso escatológico: «Y será pregonado este Evangelio del reino por toda la
tierra habitada en testimonio a todas
las gentes, y entonces vendrá el fin. Cuando, pues, viereis la abominación
de la desolación, la dicha por Daniel el Profeta, dominando en el lugar
santo (quien lee entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes...
porque habrá entonces Tribulación grande, cual no la hubo desde
el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá...» (Mat., XXIV, 14-21).
Hora de la Consumación del siglo malo.
«He aquí: Yo estoy con vosotros hasta la consumación
del siglo.»
[1] No está claro si aun así el autor se está refiriendo o no al Templo
(reconstruído) de Salomón.
[2] ¿Por qué no ver aquí la unión de la Misa (sacrificio)
y los sacrificios judíos (oblación) siguiendo las huellas de Lacunza?
[3] Demasiada imaginación. "El pueblo" no le prepara nada al
Anticristo sino que es éste el que toma Jerusalén, dando muerte a los dos
Testigos, como se ve en Apoc. XI, 7.
Además, notemos
la imprecisión del autor cuando habla de "lugares santos", en plural,
cuando Jesucristo en el Discurso Parusíaco habla en singular.
[4] Esto no resuelve nada, al contrario, ya que es el Anticristo quien hace
cesar el culto, con lo cual ya ha aparecido, de lo que se sigue que no puede
ser el obstáculo.
Esto se prueba
por dos razones:
a) La
profanación del Templo dura lo mismo que el reinado del Anticristo.
b) "La
Abominación de la Desolación" de la cual hablan Daniel y Jesucristo es el
mismo Anticristo profanando el Templo. Ver AQUI.