domingo, 15 de febrero de 2015

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. III: Algunas Razones del Malentendido (II de V)

Este empobrecimiento del tractatus de ecclesia como resultado del accidente histórico de la controversia contra los protestantes en ningún modo fue el único, o ni siquiera el más serio golpe dado a la explicación del dogma de la necesidad de la Iglesia en la literatura de la teología escolástica. Una de las historias más trágicas, pero cómicas en cierto sentido, narrada en la historia de la teología tiene que ver con un muy importante malentendido de la enseñanza propuesta por San Roberto en el más importante de sus escritos, el libro  De ecclesia militante. Este malentendido tuvo las consecuencias más desafortunadas en la enseñanza sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación.
El De ecclesia militante de San Roberto está dedicado esencialmente a la defensa de una tesis: la verdad de que la vera y única ecclesia de Dios en el Nuevo Testamento es una unidad social organizada y visible. Esta tesis es presentada en el segundo capítulo del libro, y el resto de la obra está dedicada a una demostración detalla y clásicamente efectiva de esta verdad. Sería imposible entender cómo fue malinterpretada la enseñanza de San Roberto sin conocer lo que dijo en realidad en ese segundo capítulo.
La primera parte de este capítulo: “La Definición de la Iglesia” está dedicada a la descripción y refutación de varias teorías desarrolladas por herejes para explicar la composición de la vera Iglesia militante del Nuevo Testamento. San Roberta trata cinco de estas teorías, y luego presenta su propia enseñanza, que es verdadera doctrina Católica. Esta es la sección pertinente del segundo capítulo:


Pero es nuestra enseñanza que sólo hay una ecclesia y no dos, y que esta única y vera Iglesia es la congregación de hombres unidos por la profesión de la misma fe cristiana y la comunión de los mismos sacramentos, bajo el gobierno de los legítimos pastores y especialmente del Romano Pontífice, el único Vicario de Cristo en la tierra. De esta definición es fácil inferir quiénes pertenecen a la Iglesia y quiénes no. Hay tres partes en esta definición; la profesión de la vera fe, la comunión de los sacramentos, y la sujeción al Romano Pontífice, el pastor legítimo.
En razón de la primera parte están excluídos todos los infieles, tanto los que nunca han estado en la Iglesia como los Judíos, los musulmanes y los paganos, como los que han estado en ella y han salido, como los herejes y apóstatas. En razón de la segunda quedan excluídos los catecúmenos y los excomulgados, ya que los primeros no han sido aún admitidos a la comunión de los sacramentos, mientras que los segundos han sido excluídos de ellos. En razón de la tercera parte son excluídos los cismáticos que tienen la fe y los sacramentos, pero que no están sometidos al legítimo pastor y que por lo tanto profesan la fe y reciben los sacramentos fuera (de la Iglesia). Todos los demás están incluídos (dentro de la Iglesia, a la luz de la definición) aunque sean réprobos, pecadores e impíos.
Ahora bien, ésta es la diferencia entre nuestra enseñanza y todas las otras (las “definiciones” dadas por varios herejes, y discutida en la primera sección de este segundo capítulo del De ecclesia militante): que todas las demás requieren virtudes internas para que alguien esté “dentro” de la Iglesia, y por lo tanto hacen a la vera Iglesia invisible. Pero, a pesar del hecho de que creemos que todas las virtudes, fe esperanza, caridad, y las demás, se encuentran dentro de la Iglesia, no creemos que ninguna virtud interna sea necesaria para hacer que el hombre pueda decirse absolutamente parte de la vera Iglesia de la cual hablan las Escrituras, sino (lo que se requiere para esto) es solo la profesión externa de la fe y la comunión de los sacramentos, que son perceptibles por medio de los sentidos. Pues la Iglesia es una asamblea de hombres tan visible y palpable como la asamblea del pueblo romano o el reino de Francia o la república de Venecia.
Debemos notar lo que Agustín dice en su Breviculus collationis, donde trata en la conferencia del tercer día, de que la Iglesia es un cuerpo vivo, en el que hay alma y cuerpo. Y los dones internos del Espíritu Santo, fe, esperanza y caridad y los demás son el alma. La profesión externa de la fe y la comunión de los sacramentos son el cuerpo. De aquí que algunos son del alma y del cuerpo de la Iglesia, y por lo tanto unidos tanto interna como externamente a Cristo, la Cabeza, y tales personas están de la manera más perfecta posible dentro de la Iglesia. Son, como si dijéramos, miembros vivos en el cuerpo, aunque algunos de ellos participan de esta vida en mayor y otros en menor medida, mientras que otros sólo tienen el comienzo de la vida y, por así decirlo, sensación sin movimiento, como las personas que sólo tienen fe sin caridad.
Otros son del alma y no del cuerpo como los catecúmenos y excomulgados si tienen fe y caridad, como puede suceder.
Y, finalmente, algunos son del cuerpo y no del alma, como aquellos que no tienen virtudes internas, pero que aún profesan, por algún bien temporal o por miedo, la fe y comulgan en los sacramentos bajo el gobierno de los pastores. Y tales individuos son como pelos o uñas o líquidos nocivos en el cuerpo humano.
Por lo tanto, nuestra definición tiene en cuenta solamente esta última forma de ser en la Iglesia, porque es lo que se requiere, como mínimo, para que alguien pueda ser parte de la Iglesia visible[1].

En el pasaje que acabamos de citar, San Roberto se dispone a explicar y definir la tesis que va a defender y explicar a través del resto del libro De ecclesia militante. El increíble talento deste gran doctor de la Iglesia es precisamente su poder de exposición convincente y claro. En la sección supra citada, ese talento se ejerció tan perfectamente como en cualquier otra sección de sus obras.
San Roberto afirma que el único reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, la ecclesia de la que hablan las Escrituras, ha sido constituída por Dios como una sociedad compuesta de miembros o partes cuya pertenencia a esta compañía es manifiesta a todos los hombres. Arguye que los factores por los cuales el hombre se constituye como miembro o parte desta sociedad son la profesión de la vera fe Cristiana, el acceso a los sacramentos y la sujeción al Romano Pontífice. El grupo que constituye la única ecclesia de Dios en este mundo es en realidad la compañía de hombres que tiene estos factores de unidad.
Reconoce dentro de la Iglesia la presencia la fe, esperanza, caridad y las otras virtudes sobrenaturales como así también que estas virtudes infusas constituyen otro lazo de unión con Nuestro Señor y entre Sus discípulos. Sin embargo insiste en que este lazo de unidad espiritual o interno no es el factor que constituye al hombre como parte o miembro de la Iglesia militante del Nuevo Testamento.
Sin embargo, a pesar de la perfección de la enseñanza de San Roberto y la claridad de su exposición, esta sección del segundo capítulo de su De ecclesia militante estaba destinada a ser el origen de un serio y muy desafortunado malentendido por los teólogos posteriores. La parte débil de ésto, tal vez el pasaje más importante en los escritos de cualquier teólogo post tridentino, fue el uso de “cuerpo” y “alma” por parte de San Roberto refiriéndose a la Iglesia.
En primer lugar, la referencia al Breviculus collationis de San Agustín es lamentablemente inexacta. No existe afirmación tal como “la Iglesia es un cuerpo vivo en la cual hay cuerpo y alma” en ninguna parte del Breviculus collationis. En un capítulo posterior del De ecclesia militante, San Roberto atribuye de nuevo la dicotomía alma-cuerpo a este libro de San Agustín, y allí indica la sentencia a la cual obviamente se refiere tanto aquí como en este capítulo posterior. En el capítulo noveno del De ecclesia militante encontramos el siguiente pasaje:

“Debido a estas fuentes (una cita de una de las obras de San Agustín y referencias a otras afirmaciones suyas) no sólo Brenz y Calvino, sino incluso algunos Católicos se imaginan que hay dos Iglesias, pero esto eso solo imaginación. Pues ni las Escrituras ni San Agustín jamás indican dos Iglesias, sino que siempre hablan de una. Ahora bien, en el Breviculus collationis, en la narración de la conferencia del tercer día, cuando los donatistas objetaban a los Católicos la calumnia de que enseñaban la existencia de dos Iglesias, una que contenía sólo buenos y otra buenos y malos, los Católicos les respondieron que nunca habían soñado que había dos Iglesias, sino que solamente habían distinguido dos partes o períodos de la Iglesia. Hay partes porque los buenos pertenecen a la Iglesia de una manera y los malos de otra. Pues los buenos son la parte interior y, como si dijéramos, el alma de la Iglesia. Los malos son la parte exterior, y como si dijéramos el cuerpo (de la Iglesia) y daban el ejemplo del hombre interior y exterior que no son dos personas sino dos partes del mismo hombre.
Al distinguir los períodos de la Iglesia, afirman que ésta existe ahora de una manera, y que va a existir en un modo diferente después de la resurrección. Por ahora tiene tanto (miembros) buenos como malos. Entonces tendrá sólo buenos. Y ponían a Cristo como ejemplo, el cual, aunque siempre el mismo, era mortal y sujeto a sufrimientos antes de Su resurrección, pero después de ella, es inmortal y no está sujeto a sufrimientos”.

Con este pasaje del capítulo noveno de De ecclesia militante ante nosotros, es bastante fácil encontrar el pasaje del Breviculus collationis al cual apelaba San Roberto para justificar el uso de de la expresión “cuerpo de la Iglesia” y “alma de la Iglesia”. Ésta es la enseñanza del Breviculus collationis:

“(Los Católicos) no dicen que esta Iglesia que ahora tiene miembros malos mezclados dentro de ella es distinta del reino de Dios, donde no ha de haber miembros malos; sino (que dicen) que la Iglesia existe ahora de una forma, y que en un futuro ha de existir de otra. Ahora tiene hombres malos mezclados dentro de ella. Entonces no los tendrá. De la misma manera ahora es mortal, en el sentido de que está compuesta por hombres mortales. Entonces será inmortal en cuanto que nadie dentro de ella va a morir ni siquiera la muerte corporal. De la misma manera no hay dos Cristos sólo porque primero murió y luego fue inmortal. Y también hablaban del hombre exterior e interior, que, aunque son diferentes, aún así no se puede decir que sean dos hombres. Hay aún menos razones para decir que hay dos Iglesias, puesto que estas mismas buenas personas que ahora sufren a los malos mezclados entre ellos y mueren como personas que han de resucitar, son los que entonces no van a tener miembros malos mezclados con ellos y van a ser completamente inmortales”[2].

En este pasaje la palabra “alma” no aparece en absoluto. La palabra “cuerpo” se encuentra una vez pero con un sentido completamente diferente de cualquiera que pueda tener cuando se usa en la expresión “cuerpo de la Iglesia”. En esta sección del Breviculus collationis la palabra se usa en una oración que explica que la Iglesia triunfante es llamada inmortal “quod in ea nullus esset vel corpore moriturus”. San Agustín usó la palabra para explicar la enseñanza Católica de que la Iglesia triunfante es verdaderamente inmortal porque ninguno de sus miembros va a estar sujeto a la muerte espiritual del pecado o incluso a la muerte corporal.
Por supuesto, sería muy impreciso decir que San Roberto tradujo mal el Breviculus collationis. Era un hombre de su época y, de acuerdo con las costumbres del período en el que vivió, citaba escritores antiguos de una manera que sería considerada completamente inaceptable según los estándares más estrictos de la erudición moderna. La enseñanza que le atribuyó a esta sección del Breviculus collationis se encuentra en realidad en ese documento, por lo menos implícitamente. Pero San Roberto formuló esa enseñanza en su propia terminología y sin citar su documento verbatim, escribió como si su propia terminología como así también las verdades expresadas en ella se encontraban en la fuente original.



[1] De ecclesia militante, c. 2.

[2] San Agustín, Breviculus collationis cum Donatistis, coll. 3, c. 10, n. 20. ML, XLIII, 635.