IV
Volviendo a nuestro punto de partida, pasamos a
investigar cuál era el simbolismo antiguo
de la levadura tal como lo conocían los hebreos en tiempos de Cristo y cómo lo
entendían los oyentes de la parábola. La cuestión se reduce a la pregunta: ¿Tomaban los contemporáneos del Señor la
levadura solamente como simbolismo, como figura de un efecto bueno? En el
primer caso, la parábola de la levadura pintaría, como la de la cizaña, los peligros que asechan al Reino de Dios:
la astucia de los enemigos que se infiltran en el mismo e intentan depravarlo
espiritualmente. En el segundo caso, la parábola pertenece a la clase de las
que describen un aspecto glorioso del Reino.
Para averiguar
el simbolismo de la levadura en tiempos de Cristo tenemos dos fuentes: la misma
Biblia y la literatura talmúdica. Esta última no está a nuestro alcance, pero
leemos en Vigouroux, Dictionnaire
Biblique, tomo IV, columna 198, que los doctores judíos solían comparar la
levadura con la mala doctrina. El artículo es firmado por H. Lesétre, el cual
remite al lector a Buxtorf, Lexicon
talmudicum, edit. Fischer, p. 1145.
En la Biblia se refieren al valor simbólico de la
levadura, fuera de Mat. XIII, 33 y
el lugar paralelo de Luc. XIII, 21,
los siguientes pasajes: Mat. XVI, 6 ss.;
Mc. VIII, 15; Luc. XII, 1; I Cor. V, 6-8; Gál. V, 9 y todos los pasajes del
Antiguo Testamento que prohíben el uso de la levadura en los sacrificios y
ciertas ocasiones festivas.
En Mat. XVII,
6 ss. y sus lugares paralelos (Mc. VIII,
15; Luc. XII, 1) dice Jesús a los discípulos: "Mirad y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos”. Y
cuando los Apóstoles pensaban que el Señor se refería a los panes que habían
olvidado traer, Jesús les dió a entender que hablaba en sentido simbólico, y el
Evangelista termina la narración de este episodio con las palabras de Cristo: "¿Cómo no entendéis que no de los panes
os quería hablar al deciros: Guardaos de la levadura de los fariseos y
saduceos? Y entonces comprendieron que no había querido decir que se guardasen
de la levadura de los panes, sino de la
doctrina de los fariseos y saduceos" (Mat. XVI, 12).
Lo
sorprendente en esta escena evangélica es el hecho de que no sólo Cristo
tornara la levadura corno símbolo de la mala doctrina, sino que los Apóstoles
al darse cuenta que el Señor hablaba de la levadura espiritual, inmediatamente
y sin esperar explicaciones sobre el simbolismo lo entendían como figura de una
cosa mala, lo que quiere decir que este concepto (levadura igual a mala doctrina)
era corriente en Israel, como ya lo vimos más arriba al referirnos al concepto
talmúdico. Esta reacción espontánea e instintiva de los discípulos ante una
locución simbólica es sumamente elocuente, ya que nos revela qué sentido figurado
daba el pueblo a la levadura. Huelga decir que Jesús bien sabía lo que pensaba
el pueblo[1].
San Pablo emplea dos veces el símbolo
de la levadura, en I Cor. V, 6-8 y Gál. V, 9.
El primer pasaje dice: "¿Acaso no sabéis que poca levadura pudre toda la masa? Expurgad
la vieja levadura, para que seáis una masa nueva... Festejemos, pues, no con
levadura añeja ni con levadura de malicia y maldad, sino con ácimos de sinceridad
y de verdad". El Apóstol de los
Gentiles reprocha a los Corintios su falta de criterio moral porque se
manifiestan indiferentes frente al escándalo provocado por el incestuoso. Les
recuerda que así como un poco de levadura basta para pudrir toda la masa, así
también un solo individuo puede corromper toda una comunidad.
Lo que dice a los Corintios, lo inculca también a
los Gálatas, usando las mismas palabras
introductorias que suenan como un refrán: "Poca levadura Pudre toda la masa" (V, 9).
Se refiere a
los falsos doctores que so capa de austeridad intentaban someter a los Gálatas
al rigor de la Ley mosaica, negando de esta manera la necesidad de la fe para
la justificación. San Pablo los trata como Jesús trataba a los fariseos
hipócritas, los cuales pretendían ser más piadosos que el Apóstol y en realidad
eran levadura "que pudre toda la
masa".
La idea de
tomar la levadura como símbolo de la corrupción la encontramos ya en la
legislación y en las costumbres del Antiguo Testamento, donde los panes sin
levadura, los ácimos, eran considerados como cosa sagrada. Según sabemos, también los
pueblos paganos del Oriente daban esa misma preferencia a los ácimos. "No se ofrecía pan fermentado a los dioses, porque
se lo consideraba en cierta manera corrompido" (Dictionnaire Biblique, l. c.).
En el capítulo
XII del Éxodo manda Dios que los israelitas coman el Cordero pascual "con panes ácimos" (v. 8), y no
solamente en el día de Pascua, sino durante toda la semana: "comeréis panes ácimos siete días, y desde el
primero suprimiréis la levadura en vuestras casas, pues cualquiera que coma pan
fermentado desde el primer día al séptimo, será extirpado de Israel" (v. 15). La pena de muerte se prescribe también en el v. 19, para los que coman
en ese tiempo pan fermentado.
En las disposiciones sobre los sacrificios leemos: "Ninguna
oblación que ofrezcáis a Yahveh estará hecha con masa fermentada, pues ni de
levadura ni de miel habéis de ofrecer sacrificio ígneo a Yahveh. Lo podréis
presentar a Yahveh como ofrenda de primicias, mas no subirán al altar como
sacrificio de olor grato" (Lev.
II, 11-12). Según esta ley el pan
fermentado estaba excluido del altar. En la ley sobre los sacrificios de acción
de gracias dispone Moisés que con el sacrificio eucarístico se ofrezcan tortas
ácimas y galletas ácimas (Lev. VII, 12), pero permite panes con levadura en ese
mismo acto (ibíd. v. 13) porque no eran sacrificios en sentido propio, sino que
servían para el banquete subsiguiente al sacrificio.
En la
consagración sacerdotal de Aarón y de sus hijos se menciona una canastilla de
ácimos (Ex. XXIX, 2; Lev. VIII, 2), que los consagrados tenían que comer a la
entrada del Tabernáculo de la Reunión (Ex. XXIX, 32). Lo que sobraba estaba
destinado para el fuego, "no se
comerá, porque es cosa santa" (ibíd. v. 34).
Si un nazareo
cumplía el tiempo de su nazareato, estaba obligado a ofrecer, entre otras
cosas, una canastilla de panes ácimos, de flor de harina (Núm. VI, 15).
En Am. IV, 5
se enumeran entre los pecados de Israel también las oblaciones de acción de
gracias hechas de harina fermentada.
Como se ve, la
Ley Antigua exigía para el culto panes ácimos y permitía panes con levadura
solamente en el caso de Lev. VII, 13, o sea para el convite que seguía al
sacrificio pacífico. Incluso Gedeón el galeadita, cuyo padre había erigido un
altar a Baal, sabía que a Dios no se podía ofrecer panes con levadura, por lo
cual "se marchó, aderezó un cabrito,
y con un efa de harina, panes ácimos", para ofrecerlos a Yahveh (Juec.
VI, 19).
Hasta en la vida profana los panes ácimos eran una comida preferida que se ofrecía a huéspedes
distinguidos. De ello tenemos, como por casualidad, algunos ejemplos en la
Escritura. Así vemos que Lot quiso
honrar a los huéspedes (ángeles) ofreciéndoles panes sin levadura (Gén. XIX, 3). Lo mismo hizo la
pitonisa de Endor con motivo de la visita del rey Saúl (Rey. XXVIII, 24).
También se cree que eran ácimos los panes que Sara coció en el rescoldo para
atender a los Tres bajo la encina de Mamré (Gen. XVIII, 6), porque el rescoldo
se prestaba mejor para cocer ácimos, mientras que para cocer pan fermentado se
usaba el horno. Esta costumbre se observa todavía hoy entre los árabes de
Palestina.
El Occidente
conservó poco de estas costumbres, si es que llegó a conocerlas; al contrario,
panes ácimos son para los occidentales una excepción, por no decir una cosa
desabrida, y ninguna mujer se atrevería a ofrecerlas a un huésped. Hay, pues,
una diferencia fundamental entre Occidente y Oriente en lo que se refiere a la
apreciación de los ácimos por una parte y del pan fermentado por la otra.
Hoy día
solamente en la Liturgia de la Misa se ha mantenido el uso del pan ácimo; pues pan sin levadura comió Jesús la noche de
la Cena. Pan sin levadura fué el que convirtió Jesús en la substancia de su Cuerpo,
diciendo: "Tomad y comed, esto es mi
cuerpo" (Mat. XXVI, 26). Pan sin levadura es desde entonces la materia
prescrita para la celebración de la Misa.
V
Después de estas digresiones que eran necesarias
para conocer la mentalidad de los antiguos hebreos respecto de la levadura y
los ácimos, no nos parece
suficientemente fundada la interpretación corriente que ve en la levadura de Mat.
XIII, 33 el símbolo de una cosa buena y santa, porque toda la Sagrada Escritura
y la ideología hebrea insinúan lo contrario. Volvemos, pues, sobre la
parábola de la levadura y nos preguntamos: ¿En
qué sentido la entendían los Apóstoles? ¿Podían ellos tomar la levadura como
símbolo de una cosa buena? Creemos que no, dado que no solamente los
doctores judíos sino también todos los otros pasajes de la Biblia que hacen al tema, ven en la levadura una especie de
inmundicia, un agente de la corrupción, por ende una imagen y símbolo de la
mala doctrina. De ahí que el Señor no
necesitara explicar a los discípulos el sentido de esta parábola. La entendían sin mayor explicación en el
sentido entonces acostumbrado, porque no podían conocer otro significado
simbólico de la levadura. El Señor sabía qué concepto simbólico tenían los
Apóstoles de la levadura, y no los corrige, lo cual quiere decir que la
parábola de la levadura es probablemente gemela de la parábola de la cizaña que
se cuenta en el mismo capítulo, y presenta, como ésta, una profecía del peligro
al cual está expuesto el Reino de Dios a causa de su contacto con el mundo.
Como en la parábola de la cizaña el
campo es el mundo, así en la parábola de la levadura lo es la masa, y lo que en
aquélla hace el enemigo que vino de
noche y sembró la cizaña en medio del trigo, esto mismo hace en ésta la mujer que oculta un poco de levadura en la masa para corromperla. En esta
explicación el abscondit conserva su verdadero
significado sin que haya que darle una nota atenuante que le quite la fuerza.
El
paralelismo entre las dos parábolas es sorprendente, y tiene la ventaja de dar
a la parábola de la levadura más realidad, pues todos sabemos que la levadura
del espíritu de este mundo ha penetrado profundísimamente en la sociedad
cristiana y que las masas de hoy, simbolizadas por la masa de la parábola, han
sido fermentadas por ella
completamente.
Tememos,
además, que los que toman la levadura como símbolo de la virtud interna del
Evangelio, nunca lleguen a ver el cumplimiento total de su interpretación,
porque el espíritu corruptor (la levadura) del mundo cunde cada vez más entre
los pueblos cristianos, y este fenómeno no dejará de existir, pues el mismo
Señor predijo la apostasía en masa (Luc. XVIII,
8; Mat. XXIV, 12) y San Pablo lo confirma en II Tes. II, 3 ss. Ya desde este punto de
vista parece preferible atribuir a nuestra parábola un sentido semejante al de
la cizaña. Ambas representan el misterio
de la paulatina secularización y descristianización y son una ilustración de la
actividad destructora de los falsos profetas y doctores en medio de la grey de
Cristo (cf. Mat. XXIV, 11 y 23 ss.).
VI
No pretendemos con esta interpretación resolver
definitivamente el problema que presenta la parábola en cuestión, sino
solamente proponer una solución que, a nuestro parecer, concuerde mejor con la
mentalidad e ideología antigua oriental.
Aun con esta
explicación queda del todo oscuro otro rasgo de la parábola: las tres medidas, en griego tres satos, en que la mujer esconde la
levadura. ¿Por qué precisamente tres satos? Los tres satos significan, según S. Crisóstomo,
una cantidad indeterminada, según S. Agustín, en cambio, el corazón, el alma y
la inteligencia, o bien las tres cosechas de ciento, sesenta y treinta (Mat. XIII, 23), o bien los tres hombres
justos Noé, Daniel y Job (Ez. XIV, 14),
que son figuras de tres clases de hombres. San Jerónimo ve en los tres satos
las tres partes del alma que se leen en Platón: la razonable, la irascible y la
concupiscible; según otros representarían la fe en el Padre, en el Hijo y en el
Espíritu Santo; o la Ley, los Profetas y el Evangelio; o las naciones salidas
de Sem, Cam y Jafet, etc., etc. Tantas y tan diversas interpretaciones parecen
indicar que aquí se esconde un misterio lo mismo que en la palabra abscondit[2].
En todo caso esta parábola merece ser puesta entre
aquellas cuestiones a las cuales se refiere la Encíclica Divino Afflante Spiritu diciendo: "Quedan, pues, muchas cuestiones y
ellas muy graves, en cuyo examen y exposición se puede y debe libremente
ejercitar la agudeza y el ingenio de los intérpretes católicos, a fin de que
cada uno conforme a sus fuerzas contribuya
a la utilidad de todos”.
[1]
Este argumento es contundente y hasta
tanto no se revierta, la exégesis de Straubinger debe ser tenida como la
verdadera. Tanto los Apóstoles como el pueblo en general entienden el
simbolismo en un sentido negativo y
Nuestro Señor no hace nada para cambiarles el parecer, supuesto el caso que
fuera otra la enseñanza que Él quiso inculcar.
Este es un caso análogo al famoso tiempo de la restauración del reino para Israel sobre la cual le
consultaron los Apóstoles antes de la Ascensión (Hechos I, 6) y ante lo cual Nuestro Señor, sin negar el hecho, les respondió únicamente sobre el tiempo.
[2]
Nos gusta la exégesis de Van Rixtel,
La Esperanza, pag. 563:
Las tres medidas representan:
a) La levadura de los fariseos es la mala
doctrina de los formalismos y prácticas exteriores (Mt. XXIII, 14-36).
b) La levadura
de los saduceos es el espíritu escéptico del hombre inflado frente a todo lo
sobrenatural y a las Escrituras (Mt.
XXII, 23-30).
c) La levadura
de los herodianos es el espíritu mundano que contemporiza la religión con
las normas del mundo, arrastrando a los cristianos en los negocios temporales (Mt. XXII, 15-22; Mc. III, 6).