sábado, 10 de enero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo X (II de II)

Trátase de conocer ¿qué inmediación hay entre la semana 69° y la 70°?

Cuestión ociosa, se responde. Del número 69 al 70 no hay intersticio alguno; concluido el 69 comienza el 70. Luego la extirpación del Ungido consiguiente a la 69° semana abre consigo la 70...
Y, sin embargo, ese razonamiento es muy superficial.
Los números de la Biblia no son una categoría abstracta que prescinde de lo numerado. En esta profecía sobre todo, las 70 semanas son recortadas por Dios sobre Jerusalén a Israel en orden a la plenitud mesiánica. Es este tiempo esencialmente judío y de preparaciones divinas. Es movimiento progresivo de Israel hacia el reino de Dios. Ahora bien, ¿qué ha sucedido con la extirpación del Ungido Israel, a raíz del deicidio del Calvario?
Ha sucedido, sencillamente, que Israel, como Pueblo ungido execrado queda arrojado fuera de la corriente de las aguas vivas. Ha sucedido que Israel se ha convertido en un campo de huesos áridos sobre el cual no sopla todavía el espíritu de vida. Privado del impulso misericordioso que Dios le imprimía, Israel ha quedado, como la mujer de Loth, petrificado, sin adelantar un paso más en el camino de la salvación mesiánica.
El tiempo mesiánico que sigue, no es ya tiempo de Israel, es tiempo de los Gentiles[1].  Las aguas vivas de la misericordia, el Espíritu de vida se han derramado sobre las Gentes extrañas a la nación judía. Y mientras ésta permanece estancada y yerta y sepultada entre los muertos, aquéllas, llamadas e injertas por Dios sobre el buen olivo a pesar de su naturaleza silvestre, corren en la divina presencia hacia la salud y el reino...

No; los tiempos que siguen a la Muerte de Jesucristo y a la evacuación del Ungido Israel no son ya tiempos judíos. Son tiempos gentílicos, durante los cuales el Cordero inmolado compra para Dios con su Sangre una falange de Santos de toda tribu y lengua y pueblo y gente porque la viña ha sido arrendada a otros labradores que pagarán al dueño sus frutos en los tiempos de ellos...
Luego las Semanas daniélicas, tiempo de Israel en marcha hacia la plenitud mesiánica, quedaron interrumpidas con el estancamiento del Pueblo judío, a partir del Calvario. A la 69° semana no siguió de inmediato la 70°. Si el texto nos hizo antes compactar los dos primeros períodos de la vida de gracia, de Israel, ahora nos obliga a separar el tercer período de los anteriores, puesto que el reloj divino no marca ya las horas de Jerusalén: et non ei gratia[2].

Pero el estancamiento de Israel no es definitivo. Todavía tendrá que correr bajo el vivificante impulso de la Gracia hacia la plenitud mesiánica durante una semana. Sobre el campo de huesos áridos soplará el Espíritu de vida, y el Pueblo judío, descontados los hijos de perdición, volverá, Pródigo arrepentido, a la casa paterna. Israel, ingerido de nuevo sobre su propia raíz, tornará a vivir a los ojos de Dios y a caminar en su presencia. De nuevo los tiempos de gracia antes gentílicos, volverán a ser tiempo judíos por excelencia aun cuando a ello se opusieran los Gentiles…
Cuando Israel sea bautizado en la sangre de Jesucristo, hecho, de incrédulo, fiel discípulo del Crucificado, pese a la apostasía de las Gentes, entonces empezará el tercer período de Jerusalén y del pueblo judío en orden a la Promesa infalible de la plenitud mesiánica. Entonces se reanudarán sobre el Calvario las semanas de Daniel. Entonces se inaugurará la 70° semana, tiempo escatológico que dispone inmediatamente a través del Drama  apocalíptico a la feliz recepción del inmenso bien divino descrito en el versículo 24 como «terrestre esbozo del reino celestial».

Hacia ese sentido, único natural y conforme al texto, habrían podido orientarse los intérpretes, si hubiesen guardado mayor respeto y consideración para con las enseñanzas de los primeros Padres de la Iglesia. Estos, mejor situados que nosotros para conocer el pensamiento de Jesucristo y de los Apóstoles sobre la Profecía de Daniel, separan la 70° semana de las anteriores y la reservan para el tiempo escatológico del Anticristo. «Eso hicieron —dice Bigot en el Artículo ya citado del Diccionario de Teología católica— Amonio de Alejandría, San Ireneo, San Hipólito, Julio Africano, el Pseudo-Cipriano, Victorino, San Hilario, San Ambrosio, sin contar los que, como Apolinar de Laodicea y Hesiquio de Salona, no quisieron despegar la última de las otras, pero para tocar con ella a los tiempos escatológicos del Anticristo que creían cercanos, computaron las 70 semanas desde el nacimiento de Jesús para adelante».

Pasma el atrevimiento y la precipitación con que los modernos dicen: «Dejamos a un lado la interpretación llamada escatológica... Bajo cualquier forma que se presente es inadmisible por inverificada y arbitraria»: (Bigot, art. cit., col. 75). Lleven todos los Padres arriba citados, para su vergüenza, el sambenito que les cuelgan los sabios de hoy día.

Knabenbauer cree asunto facilísimo refutar la interpretación escatológica: «Statim a limine esse repudiandam eam interpretationem… extra omnem est controvorsiam». Que al punto, desde la puerta, debe ser rechazada esa interpretación, cosa es que está fuera de toda controversia... Con todo, busca razones para explicar su incontrovertible repudio.

Su primera razón afirma que la dislocación de la última semana es arbitraria: «Haec acceptio arbitrario modo hebdomadas discerpit; sine ullo vestigio textus spatium indefinitum interponit inter hebdomadam 69 et ultiman». A tal afirmación debe responderse que, en efecto, si se tratara de tiempo abstracto, prescindiendo del sujeto a quien pertenece y de la luz que implica su medición, cualquier dislocación o solución de continuidad imaginada en él sería una fantasía arbitraria; pero en tratándose, como es el caso, de tiempo concreto recortado en Jerusalén y el Pueblo judío, según éste va marchando por gracia de Dios hacia los bienes mesiánicos, cambia el asunto: corre o queda estancado ese tiempo según que el pueblo Judío camina o se estanca en su trayectoria. Detenido sin gracia vital, desde la Muerte de Jesucristo, en su caminar hacia la salvación mesiánica, Israel ha cesado, por ahora, de realizar la trayectoria daniélica. Cuando vuelva a vivir en Cristo su Jefe y emprenda nuevamente entre lágrimas su camino, su tiempo volverá también a correr en presencia de Dios.

La segunda razón que apunta Knabenbauer toca a la inteligencia del versículo 24. Dice lo siguiente: La interpretación escatológica peca con toda evidencia contra el v. 24, porque, si los bienes mesiánicos anunciados en él son ya realizados en la Iglesia católica, es evidente que ha pasado la 70° semana. Pues sería arbitrario reportar esos bienes mesiánicos a la consumación de los siglos, época, sin embargo, en que serán dados con entera perfección: «arbitrarium est bona messiana in v. 24 solum referre ad consummationem saeculorum, ubi utique in summa perfectione dabuntur».
A este segundo reparo hay que contestar: la intercalación de un tiempo indefinido antes de la 70° semana pecaría contra el anuncio de los bienes mesiánicos descritos en el v. 24, si estos bienes fueran enteramente identificables con los que Dios, por gracia de Cristo, ha concedido a los creyentes de la gentilidad. Pero los bienes que Daniel describe no son esos. Él los ve incorporados en el Pueblo judío y en la Ciudad santa, no en Roma y en las Gentes. El los ve en su admirable plenitud, libres ya históricamente de toda mancha y acometida del mal, y no como nosotros los poseemos en germen que dolorosamente va progresando entre luchas terribles. La gracia preparatoria de la Salvación mesiánica, revertida a las Gentes por la evacuación de Israel, no está descrita en Daniel. Es un germen y una preparación que por eficaz y santificante que sea no puede confundirse con su eflorescencia y fruto perfecto contemplado por Daniel para después de las 70 semanas judías. Banquete regio que seguirá a la vuelta del Hilo Pródigo a la casa del Padre, murmuraciones y envidias del hijo mayor, esto es, pese a las protestas airadas de la gentilidad contra el resucitado Israel, de Roma contra Jerusalén. Drama apocalíptico.

Más reservado en sus apreciaciones se muestra en este asunto el Padre Lagrange: «Esos Padres escatologistas —escribe— son autoridades de peso y las más antiguas._ Knabenbauer los ejecuta sin remordimiento. No pretendemos tampoco seguirlos. Pero, desde luego, tenemos el derecho de decir que no hay consentimiento de los Santos Padres ni opinión tradicional sobre el punto de capital importancia: la aplicación a Cristo de la última semana» (p. 194).

Por consiguiente, el P. Lagrange cree que puede en buena exégesis hacer retroceder la 70° semana al tiempo de los Macabeos y de Antíoco Epífanes. Nosotros, al contrario, nos creemos en la obligación de respetar a aquellas autoridades de peso y las más antiguas, que, más por tradición apostólica que por examen minucioso del texto, relegaron la 70° semana daniélica al tiempo de la futura conversión de Israel, tiempo escatológico por antonomasia, tiempo del Anticristo.

Esta es, además, la única interpretación que, pesadas todas las expresiones de la Profecía, se desprende de ellas con la mayor naturalidad.




[1] Cuestión delicada ¿Los tiempos de los Gentiles terminan con el comienzo de la septuagésima semana? Creemos, por varias razones, que no es así, sino que se deberá esperar recién hasta el comienzo del Milenio.

[2] Todas estas palabras que hemos subrayado, exceptuando un par de pequeñas observaciones que ya hemos hecho, nos parecen una de las claves para poder entender esta profecía. La explicación de Caballero Sánchez nos parece contundente y no deja lugar a dudas. Son semanas, y por lo tanto tiempos, judíos. El reloj avanza o se detiene conforme Israel avance o se detenga. Jerusalén es, como dicen bellamente los exégetas, el reloj de Dios. Nos guste o no, Israel maneja los hilos de la historia: pasada, presente y futura.