CAPITULO
TERCERO
NO
HAY INTERVALO ENTRE LAS 70 SEMANAS
Y LA
GLORIOSA ERA MESIANICA QUE LAS SIGUE
«Setenta Semanas
han sido recortadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para que sea consumida la
prevaricación, etc....»
El problema de si debe o
no debe admitirse un tiempo indefinido entre las 70 Semanas y la Era gloriosa
que ilumina el horizonte de ellas pertenece de lleno a la exégesis del v. 24.
Relegarlo a modo de conclusión general al fin del estudio de toda la profecía,
como lo hace el P. Lagrange, es exponerse a que consideraciones extrañas perturben
la pura percepción del sentido natural del texto.
Acerca de esta importante
cuestión, el P. Lagrange adopta la opinión que admite un intervalo
indefinido entre el término de las 70 Semanas y el principio de la era mesiánica.
He aquí sus palabras: «Para
los que creen que el v. 24 tiene por objeto directo la restauración macabea,
figura de los tiempos mesiánicos, esta cuestión es ociosa; pues el intervalo
entre la figura y lo figurado puede ser lo que se quiera. Pero si Daniel, como
es la verdad, indica aquí la obra de Jesucristo, ¿no será menester que el
cálculo de los tiempos nos lleve matemáticamente a la Persona del Salvador?
Tócase aquí la cuestión de la perspectiva profética. El que lee a Isaías podría
imaginar que el Emmanuel viene de seguida o durante la crisis asiria a lo más
tardar. La explicación auténtica de San Mateo prueba que el horizonte profético
se desarrolla en lontananza, sin que mida el profeta el intervalo que existe
entre su época y el objeto de su visión. Sabido es que la duración para los
profetas es las más de las veces un enigma que los hechos solamente pueden
resolver. Ningún católico pone reparo en intercalar una duración inmensa entre
los últimos versículos del capítulo XI de Daniel y el principio del capítulo
XII que anuncia la resurrección de los muertos...».
Por consiguiente, «primer
punto asegurado ya para nosotros: entre las 70 Semanas y la unción de una cosa
santísima nada impide colocar una duración ilimitada» (Ibíd., 197).
Precaución necesaria para
poder aplicar los acontecimientos de la 70 semana al tiempo de Antíoco Epífanes,
sin perjuicio de que los bienes anunciados para después de ella sean
estrictamente mesiánicos y realizados por Jesucristo.
Las observaciones del P.
Lagrange tocante a la perspectiva profética, exactísimas para las profecías que
no son de índole cronológica, carecen de eficacia para las que como ésta
entrañan cálculo de tiempo.
La revelación de sucesos
futuros no trae necesariamente consigo la determinación exacta del tiempo en
que han de verificarse. Por otra parte, para quien contempla el curso de los
acontecimientos históricos desde la cumbre de la eternidad, el tiempo, si una luz
particular no lo explicita, queda reducido a lo infinitesimal. Cuanto más alta es
la luz profética, cuanto más divinos son los misterios que se anuncian, más se
pierde la sensación concreta de los intervalos temporales para dejar lugar al sentimiento
de la inmediación de las cosas, porque mayor es entonces la participación del
vidente a la eternidad de Dios. Nótese además que la luz profética descubre
muchas veces los sucesos futuros según la conexión causal u orden providencial
que tienen con los presentes y no según distancia temporal que los separa de
ellos. Dios, las más de las veces se reserva la medida de los tiempos, y cuando
descubre a la vista de los profetas el cuadro cumbre de su Providencia sobrenatural,
esto es, la plenitud mesiánica de la Nueva Jerusalén en Israel justificado, lo
hace ordinariamente como sobreponiendo ese cuadro a los acontecimientos en que se
mueven los profetas y con los cuales está fuertemente ligado según el plan de
la divina Sabiduría «quae attingit a fine usque ad finem fortiter et
disponit omnia suaviter».
Luego, es cierto que la
duración profética es ordinariamente un enigma que los hechos tan sólo
podrán resolver.
Pero si, en algunos
casos, la luz profética ilumina al vidente con intención cronológica
y midiendo los tiempos, el enigma no existe.
Tal sucede con la Profecía
de las 70 Semanas.
El contexto y el texto de
esta profecía, manifiestan la evidente intención cronológica de esta revelación
divina.
El contexto, primero. Nos
presenta a Daniel cronólogo investigando con esmero el cumplimiento de
los 70 años anunciados por Jeremías y pidiendo, con la preocupación del
tiempo, misericordia para Jerusalén e Israel: «No pongas dilación
por amor de Ti mismo, Dios mío; que llevan tu Nombre y con él son llamadas tu
ciudad y tu pueblo.» Cosa violenta sería que la palabra amorosa de Dios, en
respuesta a la súplica acogida de Daniel que desea resolver el enigma de los
tiempos de Israel le defraudara en este punto esencial de su expectación.
Pero, el texto mismo del
v. 24, leído sin prevención, obliga a reconocer que no hay distancia temporal
entre las 70 Semanas y las misericordias divinas prometidas a Israel. El mismo
P. Lagrange parece admitirlo cuando pondera el sentido natural de las palabras:
«Trátase —dice, y todos convienen en ello— de semanas de años. Esas semanas son
como recortadas del bloque de los tiempos. Por detrás de ese corte muéstrase la
obra de Dios. El verbo hathak para significar: «fijar, determinar», sólo
en este texto es usado. El sentido etimológico de partir, dividir, separar,
indica que tras el término de las 70 semanas se abrirá una Era nueva» (loc.
citada, 182).
Ahora bien; ¿cómo
podríamos imaginar que Dios hace un recorte en el bloque de los tiempos,
indicándonos que entonces viene la era nueva, y creer al mismo tiempo que desde
aquel término fijo hasta los principios de dicha Nueva Era podrían correr
siglos indefinidos? Eso sería no sólo interpretación arbitraria, sino
interpretación contraria al texto.
Lo que el texto
naturalmente dice es que señala dos eras diversas: con el filo cortante de la
espada de su Palabra pone una línea divisoria en el bloque de los tiempos: 70
Semanas de años para acá, Nueva Edad para allá. No hay resquicio temporal entre
las dos partes divididas por la voluntad y sabiduría de Dios. ¿Para qué, en
efecto, se determinan las 70 semanas de años sino para que se sepa cuándo Dios
entrará en escena realizando la plenitud mesiánica sobre Jerusalén y el pueblo
judío? A Jeremías Dios había predicho que terminados setenta años desde el
primero de Nabucodonosor, su mano poderosa quebrantaría en Babilonia la prepotencia
caldea. Profecía que se cumplió a la letra. A Daniel Dios anuncia que,
transcurridas 70 semanas de años sobre Jerusalén e Israel, su amoroso corazón
efectuará con ellos sus grandes misericordias. Palabra que tendrá por fuerza
que realizarse también con escrupulosa exactitud.
El verdadero enigma
profético no está, por lo tanto, en la cuestión del intervalo que separaría las
70 semanas de la Era subsiguiente: Tal intervalo no existe. Al inverso del
P. Lagrange, debemos concluir: «entre las 70 semanas y la inauguración de la
plenitud mesiánica en Israel, todo, texto y contexto, prohíbe colocar la más
mínima duración».
El único enigma de toda la
profecía consiste en la colocación temporal de esas mismas Setenta semanas de
años, enigma, decimos, no con relación al texto, que es bastante claro, sino
con relación a la generalidad de los comentadores, que han buscado, por
cálculos de toda clase, la solución más acomodada a ciertos puntos de vista
personales.
Baste por ahora hacer
resaltar un rasgo del texto ordinariamente preterido. Las 70 Semanas son
recortadas sobre Jerusalén y el pueblo judío en orden a los bienes
mesiánicos.
Trátase de Israel
en marcha hacia la plenitud mesiánica, razón de su ser y objeto de todas
sus aspiraciones. Sobre este Israel fecundado por la savia divina del olivo
cuyas ramas naturales él constituye, Dios recorta las 70 semanas de años. Estos
tiempos no son puras relaciones abstractas destinadas a medir cualquier
sucesión terrestre. Son tiempos concretos esencialmente judíos,
y no judíos de cualquier modo, sino en cuanto Jerusalén e Israel caminan
bajo el influjo de la gracia hacia la plena realización de la secular promesa.
La razón es obvia. Dios recorta esos tiempos en la vida del pueblo judío, en
cuanto éste de veras vive dentro de la corriente mesiánica, esto es, progresa,
sostenido por la gracia, hacia el fin de
su vocación...
Tal es la noción concreta
de las 70 Semanas daniélicas, recortadas por Dios sobre la ciudad santa y el
pueblo judío en orden a la plenitud mesiánica, noción que debe ser tenida en
cuenta si se quiere comprender el sentido natural de toda la Profecía y de sus
divisiones.