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MEDITACIÓN
LA
DEVOCIÓN AL ESTADO DE GRACIA
"Si
alguno me ama, conservará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos en él nuestra morada" (Juan 14, 23).
I. El
estado de gracia es primero que todo LA PRESENCIA DE LA TRINIDAD SANTÍSIMA en
lo más íntimo del alma
Allí están,
dentro de mí, las tres divinas Personas, que poseen una misma vida, en la más
total unidad de su naturaleza. El Padre y el Hijo se aman en mí en su mismo
Espíritu.
Allí están,
dentro de mí, los Tres, los que causan toda la felicidad de los elegidos en la
gloria. El Cielo está incoado en mi alma por el estado de gracia. La gracia es
el germen. La gloria será la plenitud. Pero el Maestro lo ha dicho: "El
que me ama tiene la vida eterna". No ha dicho solamente: tendrá la
vida eterna. Desde ahora la vida eterna está en él.
Oh Trinidad
Santa, os adoro realmente presente en mi alma. El Cielo está en mí. Mi alma es
un Cielo. Para gozar totalmente y para siempre de la beatitud de las divinas
Personas, mi alma, al ser llamada a contemplarlas cara a cara, no tendrá que
hacer otra cosa sino que asirlas dentro de ella.
II. El
estado de gracia es LA DIVINIZACIÓN DEL ALMA POR UNA PARTICIPACIÓN A LA
VIDA DIVINA
El estado
de gracia no es sólo la Trinidad en nosotros; es la Trinidad para
nosotros.
Al morar en
nosotros, las Personas divinas no mantienen nuestra alma a cierta distancia… le
aplican directa e inmediatamente su substancia… graban en ella su imagen, para
comunicarle su semejanza… se dan a ella, y al hacerla penetrar en la intimidad
de su vida divina, la hacen capaz de participar en su actividad.
El alma
está toda transformada, sellada en su misma esencia, elevada a un estado divino,
apta para producir el acto que no pertenece como propio sino a Dios: el de conocerlo
y amarlo. Cierto es que sólo en la visión beatífica lo conocerá y lo amará
tal como Él se conoce y ama. Pero la gracia santificante pone en ella el poder
radical de contemplarlo así un día y, desde ahora, el poder de asirlo realmente
por el amor, tal como puede hacerlo a través de las claridades de la fe.
Oh Trinidad
Santa, dignáos daros a mí… sois mi Bien… yo puedo, por mis facultades, gozar de
vos, de vuestra presencia, de vuestra intimidad.
III. El
estado de gracia es, por último, UNA PARTICIPACIÓN A LA NATURALEZA DIVINA
EN CUANTO POSEÍDA POR EL HIJO
Por nuestra
introducción en la intimidad de la Trinidad, nuevas relaciones se establecen
entre nuestra alma y las Divinas Personas, porque participamos de la unión de
las divinas Personas entre ellas.
El Padre y el
Hijo poseen la misma naturaleza divina, pero uno la posee en cuanto Padre y el
otro en cuanto Hijo. Es lo que los constituye personas distintas y produce sus
relaciones.
Pero la
humanidad santa de Cristo participa en la relación eterna del Hijo con su Padre.
Únicamente el Hijo asumió la naturaleza humana. La gracia santificante, que adorna
su alma humana en plenitud, asocia esta alma y las facultades de Jesús, Verbo
encarnado a la relación del Hijo: es una gracia de hijo.
Pero
nuestra gracia santificante no es sino un derramamiento y una participación de
la gracia de Cristo, de su gracia de Hijo. Hace de nosotros por adopción, lo
que el Hijo es por naturaleza. Pone nuestra alma en participación de la misma
naturaleza divina que el Hijo recibe de su Padre. Por medio de Jesús, con
Jesús, somos introducidos en el seno de la familia divina. El Padre vuelve a encontrar
en nosotros la imagen de su Hijo y, por el Espíritu somos llevados en la gran corriente
de amor filial que lo lleva hacia el Padre.
Oh Padre,
dígnate dar a todas las almas el culto del estado de gracia ¡Que comprendan
que no hay aquí abajo un bien más precioso, y que se debe sacrificar todo para conservar
la pureza y la integridad de ese estado!