El Discurso Parusíaco XVII: Respuesta
de Jesucristo, XII.
El Juicio de las Naciones y la Parusía (III de III)
Por su parte, el texto “paralelo” de San Lucas es muy diferente al
de los otros dos sinópticos y trae una frase un tanto misteriosa:
Lc. XXI, 28: “Más cuando estas cosas
comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza porque vuestra redención
se acerca."
Aquí surgen básicamente dos preguntas: primera: ¿a quién va
dirigido? y segunda: ¿a qué se refiere con “estas cosas”?
Para la primera pregunta caben dos respuestas: o bien se trata de
los mismos elegidos de Mt y Mc
o bien se trata de Israel.
Si bien la primera opción parecería estar confirmada por algunos pasajes
bíblicos que hablan de la redención (ἀπολύτρωσις)
para los cristianos (cfr. Rom. III, 24; VIII, 23; Ef. I, 7.14; IV, 30; I Cor. I, 30; Col. I, 14; Tito,
II, 14; Heb. IX, 15; I Ped. I, 18), sin embargo creemos
que el texto se refiere a la redención de
Israel y esto por dos motivos:
1) En San Lucas
el término ἀπολύτρωσις o sus
equivalentes se refieren siempre a
Israel, y así tenemos:
a) Lc. I, 68 ss: “Bendito sea el
Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido (λύτρωσιν) a su pueblo, al suscitarnos un poderoso Salvador, en la casa de David su
siervo, como lo había anunciado por boca de sus santos profetas, que han sido
desde los tiempos antiguos: un Salvador para librarnos de nuestros enemigos,
y de las manos de todos los que nos aborrecen; usando de misericordia con
nuestros padres, y acordándose de su santa alianza, según el juramento hecho a
Abraham nuestro padre, de concedernos que, librados de la mano de nuestros
enemigos, le sirvamos sin temor en santidad y justicia, en su presencia, todos
nuestros días”.
La misma idea se encuentra en el Magnificat.
b) Lc. II, 38: “Se presentó (Ana)
también en aquel mismo momento y se puso a alabar a Dios y a hablar de aquel
niño a todos los que esperaban la redención
(λύτρωσιν) de Jerusalén”.
c) Lc. XXIV, 21: “Nosotros, a la
verdad, esperábamos que fuera Él, aquel que habría de redimir (λυτροῦσθαι) a Israel…”.
Lagrange[1] comenta: “A la
opinión general sobre Jesús ante la intervención brutal de la jerarquía,
Cleofás agrega la del círculo de discípulos; expresa su fe mesiánica en
el rescate de Israel. Λυτροῦσθαι:
“librar un esclavo pagando por él”.
d) Hechos VII, 35: “A este Moisés, a
quien negaron diciendo: “¿Quién te ha constituido príncipe y juez?, a este
envió Dios para ser caudillo y redentor (λυτρωτὴν) por medio del ángel que se le apareció en la zarza”.
La misma idea se encuentra a través de todo el Antiguo Testamento,
particularmente en los Salmos e Isaías:
Éxodo XV, 13: “Guiaste
en tu misericordia al pueblo por Ti redimido (ἐλυτρώσω); con tu poder lo condujiste a la morada de tu santidad”.
Job XIX, 25, “Más yo
sé que vive mi Redentor (גֹּאֲלִ י) y que al final se alzará sobre la tierra…”[2].
Salmo XVIII (XIX), 15:
“Hallen
favor ante Ti estas palabras de mi boca y los anhelos de mi corazón, oh
Yahvé, Roca mía y Redentor (λυτρωτά) mío”.
Salmo XXV (XXVI),
9-11: “No quieras juntar mi alma con los pecadores, ni mi vida con los
sanguinarios, porque en sus manos tienen crimen, y cuya diestra está llena de
soborno, en tanto que yo he procedido con integridad; redime (λύτρωσαί) me y apiádate de mí”.
Salmo XXX (XXXI), 6: “¡Tú me redimirás
(ἐλυτρώσω), oh Yahvé Dios fiel!
Salmo XXXIII (XXXIV),
23: “Yahvé redime (λυτρώσεται) las almas de sus siervos, y quienquiera se
refugie en Él no pecará”.
Salmo XLIII (XLIV),
26-27: “Agobiada hasta el polvo está nuestra alma, y nuestro cuerpo pegado a la
tierra. ¡Levántate en nuestro auxilio, redímenos (λύτρωσαι ἡμᾶς), por amor a tu nombre!
Salmo XLVIII (XLIX),
8.16[3]: “Pues nadie podrá librarse a sí mismo, ni dar
a Dios un precio por su redención… pero mi vida Dios la redimirá (λυτρώσεται) del infierno, porque Él me tomará consigo”.
Salmo LIV (LV), 19[4]: “Él me redime (λυτρώσεται), dándome paz, de aquellos que luchan contra mí,
porque son muchos.”
Salmo LXVIII (LXIX),
17-19: “Escúchame Yahvé, porque tu gracia es benigna; mírame con la abundancia de
tu misericordia; no escondas tu rostro a tu siervo, escúchame pronto porque
estoy en angustias. Acércate a mi alma y rescátala (λύτρωσαι); por causa de mis enemigos, líbrame.
Salmo LXX (LXXI),
21-24: “Multiplicarás tu magnificencia y continuarás consolándome. Y yo, Dios
mío, alabaré con salmos tu fidelidad; te cantaré con la cítara oh Santo de
Israel. Y cuando te cante, de gozo temblarán mis labios, y mi alma que Tú
redimiste (ἐλυτρώσω). Mi lengua hablará
todo el día de tu justicia, porque han quedado confundidos y avergonzados
cuantos buscan mi mal”.
Salmo CVI (CVII), 2: “Así digan los
rescatados (λελυτρωμένοι) de Yahvé, los que Él redimió (ἐλυτρώσατο) de mano del enemigo…”.
Salmo CX (CXI), 9: “Él ha enviado la
redención (λύτρωσιν) a su pueblo, ha ratificado su
alianza para siempre; santo y terrible es su Nombre”.
Salmo CXVIII (CXIX),
153-154: “Mira mi aflicción y líbrame, pues no me he olvidado de tu Ley. Defiende
Tú mi causa y redímeme (λύτρωσαί με), guarda mi vida, conforme a tu promesa”.
Salmo CXXIX (CXXX), 8: “Porque en Yahvé está
la misericordia, y con Él copiosa redención (λύτρωσις). Y Él mismo redimirá (λυτρώσεται) a Israel de todas
sus iniquidades”.
Salmo CXXXV (CXXXVI),
23-24: “Al que en nuestro abatimiento se acordó de nosotros, porque su
misericordia es para siempre; y nos redimió (ἐλυτρώσατο) de nuestros enemigos, porque su misericordia es
para siempre”.
Isaías XXXV, 8 ss: “Y habrá allí una
senda, una calzada, que se llamará camino santo. Ningún inmundo la pisará, será
solamente para ellos; los que siguen este camino, aún los sencillos, no se
extraviarán. No habrá allí león; ninguna bestia feroz pasará por él, ni será
allí hallada, (allí) marcharán los redimidos y los rescatados de Yahvé
volverán; vendrán a Sión cantando; y regocijo eterno coronará sus cabezas.
Alegría y gozo será su suerte, y huirán el dolor y el llanto”.
Isaías XLI, 14: “No temas, gusanillo
de Jacob, ni vosotros, oh hombres de Israel. Yo soy tu auxilio, dice
Yahvé; y tu redentor (λυτρούμενός) es el Santo de Israel.”
Isaías XLIII, 1: “Y ahora, dice
Yahvé, el que te creó, oh Jacob, y el que te formó, oh Israel: no
temas, porque Yo te he redimido (ἐλυτρωσάμην),
te he llamado por tu nombre, tú eres mío”.
Isaías XLIII, 14: “Así
dice Yahvé vuestro redentor (ὁ λυτρούμενος), el Santo de Israel: por vosotros enviaré
gente contra Babilonia, y pondré en fuga a todos los que se jactan de sus
naves”.
Isaías XLIV, 21-24: “Acuérdate de estas
cosas oh Jacob, y tú, Israel, pues eres mi siervo. Yo te he formado, siervo mío
eres tú; Yo no te olvidaré oh Israel. He borrado como nube tus pecados, y
como niebla tus maldades. Conviértete a Mí porque yo te he redimido (λυτρώσομαί). Cantad cielos, porque
Yahvé ha hecho esto, exultad, profundidades de la tierra, prorrumpid en júbilo,
oh montañas, tú, selva y todo árbol que hay en ella; porque Yahvé ha
redimido (ἐλυτρώσατο) a Jacob y manifestado su gloria en Israel. Así
dice Yahvé tu Redentor (λυτρούμενός)…”.
Isaías XLVII, 3-4: “Descubriráse tu
desnudez, y veránse tus vergüenzas. Pues Yo tomaré venganza, y no perdonaré a
nadie. Nuestro redentor (גֹּאֲלֵ נוּ) tiene por nombre Yahvé de los ejércitos,
el Santo de Israel”.
Isaías XLVIII, 20: “¡Salid de
Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo con voz de júbilo, publicad esta
nueva, hacedla llegar hasta los confines de la tierra. Decid: “Yahvé ha
redimido (גָּאל) a su
siervo Jacob”.
Isaías XLIX, 7: “Así dice Yahvé,
el Redentor (גֹּאֵ ל) de
Israel y su Santo, al despreciado entre los hombres, al abominado de las gentes, al
esclavo de los tiranos…”.
Isaías XLIX, 26: “A tus opresores les
daré de comer sus propias carnes; y se embriagarán con su propia sangre, como
con vino nuevo; y sabrán todos los hombres que yo Yahvé, soy tu libertador,
y tu redentor el fuerte de Jacob”.
Isaías LI, 11:
“Volverán los rescatados (λελυτρωμένοις)
de Yahvé; con cantos de júbilo entrarán a Sión, coronada la cabeza con alegría
eterna. El gozo y la alegría serán su heredad, y huirán el dolor y el llanto”.
Isaías LII, 7-9[5]: “Cuán hermosos sobre los montes los pies del
mensajero de albricias, que trae la buena nueva de la paz, que anuncia
felicidad y pregona la salvación; diciendo a Sión: “Reina tu Dios”. (Se oye) la voz de tus atalayas; alzan el
grito y prorrumpen en cánticos todos, porque con sus propios ojos ven el
retorno de Yahvé a Sión. Saltad de júbilo, cantad a una, ruinas de
Jerusalén; pues Yahvé ha consolado a su pueblo, ha redimido (גָּאל) a Jerusalén”.
Isaías LIV, 4-5.8: “No temas pues no
quedarás confundida; no te avergüences, porque no tendrás de qué avergonzarte.
Te olvidarás de la vergüenza de tu juventud, y no te acordarás más del oprobio
de tu viudez. Porque esposo tuyo es el Creador, cuyo nombre es Yahvé de los
ejércitos, y tu Redentor (וְ גֹאֲלֵ) es el santo de Israel, que se llama Dios de toda la tierra (…)
En
un desborde de ira te oculté por un instante mi rostro; pero con eterna
misericordia tuve compasión de ti, dice Yahvé, tu Redentor (גֹּאֲלֵ).”
Isaías LIX, 20:
“Vendrá como Libertador de Sión, para (redimir) a los de Jacob que se conviertan del
pecado, dice Yahvé.”
Texto citado por San Pablo en Rom. XI, 26.
Isaías LX, 16: “Mamarás la leche de
los gentiles, pechos de reyes te alimentarán; y conocerás que Yo, Yahvé, soy
tu Salvador, y que el Fuerte de Jacob es tu Redentor (וְ גֹאֲלֵ)”.
Isaías LXII, 12: “Entonces serán
llamados “Pueblo Santo”, “Redimidos de Yahvé” (λελυτρωμένον ὑπὸ κυρίου), y tú serás llamada “Buscada”, “Ciudad no
desamparada”.
Isaías LXIII, 4: “Porque había fijado
en mi corazón el día de la venganza, y el año de mis redimidos (λυτρώσεως) había llegado”.
Isaías LXIII, 16: “Porque Tú eres
nuestro Padre, aunque Abraham no nos conoce, e Israel nada sabe de nosotros,
Tú, Yahvé, eres nuestro Padre; “Redentor nuestro” (גֹּאֲלֵ נוּ), este es tu nombre desde toda la
eternidad”.
Jeremías XXXI, 10-11: “Escuchad la palabra
de Yahvé, naciones, anunciadla a las islas remotas, y decid: “El que dispersó a
Israel, lo recoge, y lo guarda como el pastor a su rebaño.” Porque Yahvé ha
rescatado (ἐλυτρώσατο) a Jacob, lo ha librado del poder de uno que
era más fuerte que él”.
Jeremías L, 34: “Pero
su redentor (ὁ λυτρούμενος αὐτοὺς) es fuerte, Yahvé de los ejércitos es su nombre; Él no tardará en
defender la causa de ellos, para dar descanso al país y hacer temblar a los
habitantes de Babilonia”.
Miqueas IV, 9-10: “¿Por qué, pues,
gritas ahora tan fuerte? ¿No hay acaso rey en ti? ¿Ha perecido tu consejero?
¿Por qué te han atacado dolores como de mujer que está de parto? Retuércete
y gime, Hija de Sión, cual parturienta; pues ahora saldrás de la ciudad y
habitarás en el campo y llegarás hasta Babilonia; pero allí serás libertada,
allí te rescatará Yahvé del poder de tus enemigos”.
Zacarías X, 8: “Los
llamaré con un silbido, y los congregaré porque los he redimido (λυτρώσομαι), y se multiplicarán como antes se han
multiplicado”.
Todos estos pasajes son proféticos para nosotros y por lo tanto futuros.
Miran el fin del cautiverio y la liberación de Israel.
2) Por lo dicho hasta
acá no debemos perder de vista que todo esto tiene lugar después de la
muerte del Anticristo y así se le pide a Israel que cuando comiencen a
suceder los signos en la tierra y en el cielo, (signos que durarán cuarenta y
cinco días y que se identifican con el juicio de las Naciones: Mt. XXV, 31
ss; Ag. III, 1 ss; Apoc. XIV, 14 ss, etc) que entonces se prepare para su
futura liberación.
Teniendo esto en mente creemos que es fácil entender los últimos versículos
del capítulo VI y comienzo del VII del Apocalipsis.
Después de narrar la apertura de los cinco primeros sellos el vidente
dice:
Apoc. VI, 12 ss: "Y vi cuando
abrió el sello, el sexto y un gran terremoto se produjo y el sol se puso negro
como un saco de crin y la luna entera se puso como sangre. Y las estrellas del
cielo cayeron a la tierra, como la higuera arroja sus brevas, sacudida por un
fuerte viento. Y el cielo fue retirado como un rollo que se envuelve y toda montaña
e isla fueron movidos de sus lugares. Y los reyes de la tierra y los magnates y
los quiliarcas y los ricos y los fuertes y todo siervo y libre se escondieron
en las cuevas y entre los peñascos de las montañas. Y dicen a las montañas y a
los peñascos: “Caed sobre nosotros y escondednos de la faz del Sedente en el
trono y de la ira del Cordero; porque ha llegado el día, el grande, de la ira
de ellos y ¿quién puede estar de pie?”.
Bien, hasta aquí la primera parte. Como ya quedó dicho más arriba este no
puede ser el sexto sello, sino sólo una visión
anticipatoria que lo prepara. Es decir que a la pregunta “¿quién podrá
estar en pie?” San Juan responde con el sexto sello:
Apoc. VII, 1 ss: “Después de esto vi
cuatro ángeles que estaban de pie en los cuatro ángulos de la tierra que
detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento sobre la
tierra, ni sobre el mar, ni sobre árbol alguno. Y vi otro ángel que subía del
Oriente y tenía el sello del Dios vivo, y clamó a gran voz a los cuatro
ángeles, a quienes había sido dado hacer daño (dañar) a la tierra y al mar. Y
dijo: “No hagáis daño (dañéis) a la tierra, ni al mar, ni a los árboles,
hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes”. Y oí
el número de los que eran sellados: cuento cuarenta y cuatro mil sellados de
todas las tribus de los hijos de Israel…".
Aquí tenemos, pues el sexto sello: la signación de los 144.000 que
forman la Mujer del capítulo XII, es decir estos serían parte de
aquellos a quienes irían dirigidas las palabras de Nuestro Señor que trae San
Lucas. Éstos van a poder estar en pie
cuando vuelva en Gloria y Majestad.
De ahí que el Salmista profetice I, 5: “Por eso en el
juicio no estarán en pie los malvados, ni los pecadores en la reunión de
los justos”.
En el Salmo XIX (XX), 7-10 se lee: “Ahora ya sé que Yahvé dará el
triunfo a su ungido, respondiéndole desde su santo cielo con la potencia
victoriosa de su diestra. Aquellos en sus carros, estos en sus caballos; mas
nosotros seremos fuertes en el nombre de nuestro Dios. Ellos se doblegarán y
caerán; mas nosotros estaremos erguidos, y nos mantendremos. Oh Yahvé salva
al rey y escúchanos en este día en que apelamos a Ti”.
El Salmo XXXV (XXXVI), termina diciendo: “He
aquí derribados a los obradores de iniquidad, caídos para no levantarse más”.
Y por eso en el Salmo XLV (XLVI), 1-4.7, la Mujer que huye al
desierto dice: “Dios es para nosotros refugio y fortaleza; mucho ha probado ser
nuestro auxiliador en las tribulaciones. Por eso no tememos si la tierra
vacila y los montes son precipitados al mar. Bramen y espumen sus aguas,
sacúdanse a su ímpetu los montes. Yahvé de los ejércitos está
con nosotros; nuestro alcázar es el Dios de Jacob… agítanse las
naciones, caen los reinos; Él hace oír su voz, la tierra tiembla.”
En el Salmo LXV (LXVI) la Mujer pide a los pueblos que alaben a
Dios que “reina con su poderío para siempre” (v. 7), “porque Él mantuvo
en vida nuestra alma, y no dejó que vacilara nuestro pie”.
Salmo LXXIV (LXXV),
10-11: “Mas yo me gozaré eternamente, cantando salmos al Dios de Jacob.
Y yo quebrantaré la cerviz de todos los impíos, y alzarán su cerviz los
justos”.
El Salmo LXXV (LXXVI), 8-9, después de narrar la destrucción de
los ejércitos enemigos, y particularmente de “el Asirio”, es decir del Anticristo[6],
como lo nota el epígrafe según los LXX, dice: “Terrible eres Tú y ¿quién
podrá estar de pie ante Ti cuando se encienda tu ira? Desde el cielo hiciste
oír tu juicio; la tierra tembló y quedó en silencio, al levantarse Dios a
juicio, para salvar a todos los humildes de la tierra”.
Nahúm I, 5-6: “Delante de Él se
estremecen los montes, se derriten los
collados. Ante su faz se conmueve la tierra, el orbe y cuantos en él habitan. ¿Quién
podrá subsistir ante su ira? ¿Quién resistir el ardor de su cólera?
Derrámase como fuego su indignación, y ante Él se hienden las rocas”.
Casi las mismas palabras se encuentran en el famoso pasaje de Malaquías
III, 1-2:
“He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí, y de
repente vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis; y el ángel de la
Alianza (διαθήκης)[7] a quien deseáis. He aquí que
viene dice Yahvé de los ejércitos”.
Hasta aquí la primera Venida, luego el profeta pasa a la segunda
Venida
cuando agrega:
“¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién es el que podrá
mantenerse en pie en su epifanía?...”.
Y es a ellos a los cuales Nuestro Señor les pide que levanten la cabeza
cuando vean que suceden estas cosas, ya que es exactamente lo mismo que Él hará
en su Parusía según el bellísimo Salmo CIX (CX), 7: “Beberá del torrente
en el camino; por eso erguirá la cabeza”.
A lo cual comenta Straubinger: “… los modernos tienden a
interpretar este pasaje en el sentido de que el Héroe divino, como los
guerreros de Gedeón (Juec. VII, 5 s.), apenas beberá un sorbo de
agua al pasar, no dándose tregua ni retirándose a descansar hasta el completo
aniquilamiento de los enemigos. Entonces, cuando no existan ya los que dijeron
como en la parábola: “No queremos que este reine sobre nosotros” (Lc. XIX,
14 y 27), lo veremos a nuestro amable Rey, que tiene “un Nombre
sobre todo nombre” (Fil. II, 9), levantar triunfante para siempre la sagrada
Cabeza que nosotros coronamos de espinas (Juan XIX, 2 s.) y que los
ángeles adoraron (Juan XX, 7). Lo veremos y lo verán todos (Apoc. I,
7), aún los que le traspasaron (Zac. XII, 10; Juan XIX, 37) y
celebrarán su triunfo los ángeles, que están deseando ver aquel día (I Ped.
I, 7-12)”.
La segunda duda del texto de San Lucas tiene que ver con la
frase “estas cosas”.
Lagrange, siguiendo con su
exégesis, ve aquí una referencia a la toma de Jerusalén de los versículos 20
y ss, pero sin razón ya que en ningún lugar la destrucción del Templo y de
Jerusalén es vista como una liberación, sino como un castigo (v. 22), además todo el contexto nos lleva a ver en
este versículo una continuación de lo dicho anteriormente sobre los signos en
el cielo y en la tierra, previos a la Parusía; así, pues el discurso de San
Lucas comienza a narrar la destrucción de Jerusalén para luego pasar
directamente a la Parusía sin volver a tratar de nuevo la destrucción de la
Ciudad Santa, y esto se confirma por lo que sigue, cuando Nuestro Señor les
propone la parábola de la higuera, sobre lo cual hablaremos en el siguiente
post.
Vale!
[1] In loco.
[2] Job es figura de Israel, como lo nota Lacunza agudamente, puesto que ha de
pasar, al igual que el santo Patriarca, por el triple status de: 1)
poseer bienes, 2) perderlos todos y 3) terminar teniendo mayores que al
comienzo.
[3] Texto oscuro y diversamente traducido, como lo
nota Straubinger.
[4] Seguimos la traducción de Zolli.
[5] ¡Pasaje de una belleza indescriptible!
[7] Inmediatamente viene a la mente Daniel IX, 27: “y él confirmará
el pacto (ἡ διαθήκην) con muchos…”.