III) el Primogénito de los
muertos y el Príncipe de los reyes de la tierra
Notas Lingüísticas:
Zerwick: “πρωτότοκος τῶν νεκρῶν (Primogénito de los muertos): Entre los que resucitan es el primero no sólo en
tiempo sino también en dignidad”
Zerwick: “πρωτότοκος καὶ ἄρχων (Primogénito y Príncipe): expresa el dominio universal”.
Comentario:
A diferencia del título
anterior, este parece referirse únicamente al Milenio y más concretamente a los
dos grandes grupos que allí habrá: por un lado los Santos en la Jerusalén
Celeste y por el otro los Viadores en la Jerusalén Terrestre y en el resto de
la tierra.
1) Primogénito de los muertos (ὁ πρωτότοκος τῶν νεκρῶν): como bien lo indican los autores, esta primogenitura es no sólo de
tiempo sino principalmente de dignidad.
Jesucristo ha sido el primero en resucitar para no volver ya a morir.
La expresión griega “ὁ
πρωτότοκος τῶν νεκρῶν” parece estar como calcada sobre una expresión técnica de suma importancia en el Nuevo
Testamento: “τῆς ἀναστάσεως τῆς ἐκ νεκρῶν” es decir: “la resurrección,
la de entre los muertos”.
Dejemos hablar aquí a Van
Rixtel[1]
que con su habitual claridad nos dice:
“Como prueba concluyente de
esta doctrina de Jesús los milenaristas citan el siguiente pasaje, en el cual
el Señor trata “ex professo” contra los saduceos, de la resurrección: “Los
que sean dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos,
no se casan, ni son dados en casamiento; porque no pueden ya más morir, pues
son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios al ser hijos de la resurrección.
Y en cuanto a que los muertos han de resucitar, aún Moisés lo dio a
entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán
y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Dios no es Dios de muertos, sino
de vivos; porque para El todos viven” (Luc. XX, 29-40).
Este pasaje va dirigido
contra los saduceos que negaron la resurrección, aun la de los justos, porque
negaron la inmortalidad del alma.
De ello se desprende:
1º que Jesús
distingue entre una resurrección de justos, en la cual los resucitados serán
como ángeles del cielo, y son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección; y
la resurrección general que se basa en la inmortalidad del alma.
2º a la primera Jesús le da
el nombre de “resurrección de entre los muertos” (Luc. XIV, 14). Jesús la llama
“resurrección de los justos” para distinguirla de una otra resurrección. Esta
expresión: “Resurrección de entre los muertos” (Ek toon necroon) se usa 49
veces en el Nuevo Testamento, mas nunca refiriéndose a los muertos no
creyentes. Quiere decir, pues, que la resurrección de los no-creyentes no será
una resurrección de entre los muertos, o sea la de los justos.
3° Además, Jesús
distingue el tiempo entre estas dos resurrecciones, haciendo ver que los justos
que resucitarán de entre los muertos, son los que serán juzgados dignos de
alcanzar “aquel siglo”; los demás, pues, no alcanzaran “aquel siglo” al que Jesús
en otro lugar llama: el tiempo de la” regeneración” (Mat. XIX, 28 texto
griego).
No todos serán pues los que
alcanzaran aquel “siglo” (la edad del Reino), sino solo los elegidos, que como
“hijos de la resurrección” serán congregados por los ángeles, siguiendo a Jesús
en la regeneración, después de haberle seguido en sus pruebas.
Solo estos elegidos, oyendo
la Voz del Hijo de Dios, saldrán del sepulcro para ir al encuentro de Jesús,
que les tomará a Sí mismo en el día de la consumación de la presente edad,
cuando venga para destruir al Anticristo y restaurar a Israel. Entonces
Él les dará el reino y brillaran como el sol, y juzgarán a las doce tribus de
Israel, reinando con Jesús por mil años. Es esta la primera
resurrección. Los demás muertos no volverán a vivir, hasta que se acabe esta
futura edad: los mil años”.
Hasta aquí Van Rixtel.
Recordemos los principales
textos:
Col. I, 15-20:
“Él (Cristo) es la imagen del Dios
invisible, el primogénito de toda creación; pues por Él fueron creadas todas
las cosas, la de los cielos y las que están sobre la tierra, las visibles y las
invisibles, sean tronos, sean dominaciones, sean principados, sean potestades.
Todas las cosas fueron creadas por medio de Él y para Él. Y Él es antes de
todas las cosas, y en Él subsisten todas. Y Él es la cabeza del cuerpo de la
Iglesia, siendo Él mismo el principio, el primogénito de entre los muertos
(πρωτότοκος ἐκ τῶν νεκρῶν), para que en todo sea Él lo primero. Pues plugo (al Padre) hacer habitar en Él toda la plenitud y por medio de Él
reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo,
haciendo la paz mediante la sangre de la cruz”.
Heb. I, 6: “Y
al introducir de nuevo al Primogénito en el mundo dice: “Y adórenlo todos los
ángeles de Dios”.
Sobre lo cual Straubinger
comenta: “San Pablo interpreta este versículo del Sal. XCVI, 7 refiriéndose
al triunfo de Cristo en la Parusía, cuando el Padre le introduzca de nuevo en
este mundo”.
I Cor. XV, 20-25:
“Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron. Puesto que por un hombre vino la
muerte, por un hombre viene también la resurrección de los muertos. Porque como
en Adán todos murieron, así también en Cristo todos serán
vivificados. Pero
cada uno en su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía;
después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya
destruído todo principado y toda potestad y toda virtud. Porque es necesario
que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies”.
Jesús
vendrá, pues, “con sus santos” (Jud. 14), y atraerá hacia Sí aquellos
que resuciten en Su Parusía (I Cor. XV, 23), los cuales tendrán parte en
“la Resurrección, la Primera” (XX, 6) y de ellos se dice que es el
“Primogénito entre muchos hermanos” (Rom. VIII, 29).
2) El Príncipe de los Reyes de la tierra.
Este título también parece
ser netamente Parusíaco como se puede apreciar tanto por los lugares paralelos
como así también por el grupo de personas “los reyes de la tierra”.
a) Lugares paralelos:
Apoc. XI, 15-17: “Y
tocó la trompeta el séptimo ángel, y se dieron grandes voces en el cielo que
decían: “el reino del mundo ha pasado a
Nuestro Señor y a su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos”. Y
los veinticuatro ancianos que delante de Dios se sientan en sus tronos, cayeron
sobre sus rostros y se postraron ante Dios, diciendo: “Te agradecemos, Yahvé, el Dios, el Todopoderoso, el que eres y
el que eras, por cuanto has asumido tu poder, el grande y has empezado a
reinar.
Apoc. XVII, 14: “Estos
guerrearán con el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores
y Rey de reyes; y los que están con Él,
llamados y escogidos y fieles.”
Apoc. XIX, 16: “Y tiene sobre su
vestido y sobre su muslo escrito un nombre: Rey de reyes y Señor de señores”.
Para no salirnos demasiado,
bastará citar un par de Salmos, los que nos llevan todos a los mismos sucesos:
Sal. II, 1-2.6.8-9:
“¿Por qué se amotinan las gentes, y las naciones traman vanos proyectos? Se
han levantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes
contra Yahvé y contra su Ungido (…) Soy Yo quien he constituído a mi Rey
sobre Sión, mi santo monte” (…) Pídeme y te daré en herencia las naciones, y
en posesión tuya los confines de la tierra. Con cetro de hierro los gobernarás,
los harás pedazos como a un vaso de alfarero”.
Lo mismo se ve en el Salmo
paralelo, el CIX, 1.5-6:
“Oráculo de Yahvé a mi
Señor: “Siéntate a mi diestra, hasta que Yo haga de tus enemigos es escabel de
tus pies” (…) En el día de su ira destrozará a los reyes. Juzgará las
naciones, amontonará cadáveres, aplastará la cabeza de un gran país”.
b) “Los Reyes de la tierra”.
Sobre este grupo ya hemos
hablado más en detalle AQUI,
pero baste por ahora decir que son un grupo selecto de reyes que fornicarán
con Babilonia y que serán muertos, no en la batalla del Armagedón sino en el
juicio de las Naciones. “Los reyes de la tierra”, que durante la
Septuagésima Semana serán enemigos de Dios y del Cordero, durante el Milenio,
en cambio, reconocerán y adorarán al verdadero Dios según aquello de San
Juan:
“Y las naciones andarán
a la luz de ella y los reyes de la
tierra llevan su gloria a ella (Apoc.
XXI, 24).
Según esta cita, pues, estos
reyes han de ser viadores durante el
Milenio, y así tenemos retratados en los dos títulos de Jesucristo, los
Santos de la Jerusalén Celeste por un lado y los viadores por el otro, los
cuales han de ser regidos no directamente por Jesucristo y los Santos,
sino indirectamente por medio de la
Jerusalén Terrestre, pues hasta ella irán los Reyes de la tierra a buscar las
leyes con las que han de gobernar a sus pueblos, según aquello de Isaías,
II, 3:
“Y llegarán muchos pueblos y
dirán: ¡Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob! Él
nos enseñará sus caminos, e iremos por sus sendas; pues de Sión saldrá la ley,
y de Jerusalén la palabra de Yahvé”.
Cfr. también Miq. IV, 1-3.
En definitiva, ambos
títulos, el de Primogénito y el de Príncipe, dan a entender, como bien lo nota Zerwick,
“el dominio universal”, dominio que recién ejercerá plenamente y de hecho,
durante el Milenio.
Caballero Sánchez:
“El “Principado” de Cristo, tanto en griego como en latín, es activo a
modo de fuente: es primum incipiens, Cabeza de donde se derivan los
demás principados”.
Para resumir, veamos que el Salmo
LXXXVIII es como un compendio destos atributos divinos, pues allí vemos
retratado:
1) La fidelidad de Dios: versículos 2.3.6.9.15.25.34.50.
2) Se habla que esa
fidelidad ha de ser anunciada “de generación en generación” (v. 2),
término técnico aplicado a los
tiempos del Milenio (Sal. XLIV, 17-18; LXXI, 5; LXXVIII, 13; XCIX, 5;
CI, 13; etc.) y que sin duda se identifica con “todas las
generaciones” (Sal. LXXVI, 9; LXXXVIII, 4; CI, 25, etc.) de las
cuales nos habla Nuestra Señora en su Magnificat:
“Y he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las
generaciones… y su misericordia, para los que le temen, va de generación en
generación” (Lc. I, 48.50).
3) La fidelidad es pregonada también por “la asamblea de los Santos”,
es decir, por la Jerusalén Celeste (vers. 6.8).
4) El Mesías es llamado
“Primogénito” y “el más excelso de los reyes de la tierra” (vers. 28).
5) Su trono será firme y
durará para siempre (versículos 5, 14-15.30.37).
6) La luna será el testigo fiel de las promesas de Dios
sobre la duración eterna del reinado de Su Hijo (v. 38).
[1] El Testimonio de nuestra esperanza, cap. VII.