jueves, 9 de enero de 2014

Notas a la Escritura Santa, II. E. Berry sobre el Milenio

Nota del Blog: el siguiente texto, con algunas observaciones muy interesantes, está tomado del comentario al Apocalipsis del Padre E. Sylvester Berry, pag. 189 ss.

The original text may be seen HERE 

La posición del P. Berry es la que Van Rixtel denomina "no-milenarista" y a él nos remitimos, especialmente en su Capítulo Seis.

II

Un texto de E. Sylvester Berry sobre el Milenio

“Las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses prueban claramente que el Anticristo debe ser un individuo, y nuestro estudio del Apocalipsis muestra que todavía no ha aparecido en el mundo. Pero prácticamente todos los intérpretes que aceptan estas conclusiones, toman el reino del Anticristo como un preludio del juicio final y del fin del mundo. Luego, contrariamente al sentido natural de las Escrituras, colocan el reino universal de Cristo antes del tiempo del Anticristo. Esto, a su vez, hace del encadenamiento del Dragón, un difícil problema. Algunos lo refieren a los tiempos de la muerte del Salvador o a Pentecostés. Otros fijan la fecha en la conversión de Constantino, el reino de Carlomagno, la caída del imperio occidental, o la toma do Constantinopla por los turcos, todas fechas arbitrarias como se ve por la gran divergencia.
Una atenta lectura del Apocalipsis muestra claramente que el Anticristo aparecerá muchos siglos antes del juicio final y del fin del mundo. De hecho, su reino será el último intento de Satanás por prevenir el reino universal de Cristo en este mundo. Desde Pentecostés, la Iglesia ha estado involucrada en una guerra perpetua. El judaísmo fue su primer enemigo; luego siguieron el Arrianismo, el Mahometismo, el cisma griego, la reforma y las sociedades secretas que promovieron el ateísmo y el racionalismo. Hoy en día está luchando contra el indiferentismo y contra un recrudecimiento del paganismo. El reino del Anticristo va a ser el conflicto final en esta lucha prolongada contra el poder de las tinieblas.
Después de la derrota del Anticristo las naciones gentiles retornarán a la Iglesia y los judíos van a entrar en su redil. Entonces se cumplirán las palabras de Cristo: “Habrá un solo rebaño y un solo pastor”. Desafortunadamente el pecado y el mal no habrán desaparecido completamente, los buenos y los malos estarán mezclados en la Iglesia, aunque los buenos predominarán. Después de muchos siglos, simbolizados por mil años, la fe va a disminuir y la caridad se enfriará debido a la larga paz y seguridad que habrá gozado la Iglesia. Luego Satanás, desencadenado por un poco de tiempo, va a seducir a muchas naciones (Gog y Magog) para hacerle la guerra a la Iglesia y perseguir a los fieles. Estas naciones apóstatas van a ser inmediatamente reprimidas con un diluvio de fuego y la Iglesia va a salir de nuevo triunfante. El juicio general y el fin del mundo van a estar entonces cerca. Los hombres vivirán expectantes hasta que Nuestro Señor aparezca en las nubes con la rapidez de un rayo (Mt. XXIV, 27).
El establecimiento de la Iglesia sobre todas las naciones está profetizado casi en cada página de la Sagrada Escritura (Sal. LXXI, 8-9; LXXXV, 9; Is. IX, 7; Dan. VII, 27; Zac. IX, 10)[1].

Los Apóstoles fueron enviados a predicar el Evangelio a todas las naciones y a todas las creaturas (Mt. XXVIII, 16[2]) y San Pablo le aplica a ellos las palabras del salmista: “Por toda la tierra se oye su sonido y sus acentos hasta los confines del orbe” (Rom. X, 18; Sal. XVII, 5). ¿Puede creerse que estas profecías se cumplieron por la conversión de unos pocos miles de almas en varios países paganos del mundo? ¿Podemos admitir que un mundo impregnado en paganismo y dividido con cismas y herejías es el único resultado de la muerte de Cristo sobre la Cruz? Tal admisión es necesaria si el cierre del abismo y la atadura de Satanás fuera puesta al comienzo de la cristiandad, y los mil años del reino de Cristo, antes de la derrota del Anticristo.
Las profecías citadas arriba y cien otras desparramadas por las Escrituras prueban ciertamente que el reino de Cristo va a ser verdaderamente universal. Después que las naciones gentiles vuelvan a la fe, los judíos se someterán también al yugo del Evangelio. San Pablo afirma este hecho muy claramente en Rom. XI, 15.25-26 (cfr. Is. LIX, 20).
Estas profecías no se cumplirán antes del tiempo del Anticristo, ya que el Apocalipsis muestra claramente que vendrá a un mundo acosado por paganismo, apostasía, cisma y herejía (IX, 20-21). Los judíos que todavía no se hayan convertido, lo aceptarán como Mesías y le ayudarán en su lucha contra la Iglesia. Recién después de la derrota del Anticristo y el retorno de las naciones gentiles a la fe, los judíos aceptarán a Cristo como a su vero Mesías. Entonces comenzará el reino universal de Cristo sobre todos los pueblos y tribus y lenguas.
Después de la destrucción de Roma en los días del Anticristo, no quedará sino un montón de ruinas para siempre y un lugar frecuentado por animales impuros; “la gran ciudad no será hallada más”. Este hecho unido a las muchas profecías sobre la gloria futura de Jerusalén, justifica la creencia de que va a ser la ciudad de los Papas y la capital de la cristiandad desde el tiempo del Anticristo hasta la consumación del mundo. Creemos que esto no es contrario a la enseñanza de la Iglesia. Muchos teólogos sostienen que el Papado está unido al episcopado de Roma por divina institución; sin embargo esto no puede ser un artículo de fe porque no se encuentra ni en las Escrituras ni en la tradición. Es de fe que el sucesor de San Pedro es la cabeza de la Iglesia, y en el orden presente de las cosas es de fe también que el Obispo de Roma es el sucesor de Pedro.[3]
La transferencia del Papado de Roma a Jerusalén puede ser hecha por un decreto de un concilio general actuando con el Papa, o por una intervención directa de la divina Providencia. Los profetas antiguos profetizaron la gloria futura de Jerusalén cuando vuelva a ser la Ciudad Santa y la capital espiritual del mundo de donde saldrán las aguas de la salvación hacia todos los pueblos. Será también la capital de la nación judía reunida alrededor de ella una vez más (Is. XII, 6; Zac. II, 10.12; VIII, 3.7.8.13; XIV, 7-11; Je. III, 17).
Estas y similares profecías hicieron surgir en el pecho judío un ansioso deseo por el despertar glorioso de Israel. El pueblo buscaba el tan esperado Mesías como un gran líder de la restauración. Los Apóstoles compartían esta expectación de sus compatriotas. Cuando Nuestro Señor les dijo que el Espíritu Santo iba a venir pronto sobre ellos, le dijeron: “¿Señor, es este el tiempo en que restableces el reino para Israel?”. Cristo no les dijo que su expectación era vana, sino que simplemente les dijo: “No os corresponde a vosotros conocer tiempos y momentos que el Padre ha fijado con su propia autoridad” (Hech. I, 6-7). Les dijo, en efecto, que el Reino sería restaurado a Israel pero que no les correspondía conocer el tiempo porque el Padre no lo ha revelado”.




[1] Muy forzado. Estos textos se aplican claramente a Israel y no a la Iglesia; por caso en Is. IX, 7 dice que el Mesías se sentará “sobre el Trono de David”, que no debemos ni podemos confundir con la Iglesia.

[2] El autor cita Lc. XVI, 15 pero la cita está mal. Tal vez se refiera a la parábola del gran banquete, XIV, 15 ss.

[3] Tema extremadamente controvertido que seguramente la gran mayoría de los teólogos rechazaría. Sobre este tema nada mejor que esta joya de Fenton que está pidiendo a gritos una traducción: The Local Church of Rome