jueves, 30 de enero de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Tercera Parte La Iglesia Universal. Cap. III, II Parte

Las sedes de Pedro.

Anteriormente, ¿había tenido el jefe de los apóstoles su sede en Jerusalén y en Antioquía como obispo particular de aquellas Iglesias?
Es cierto que, desde los primeros tiempos, Santiago estuvo establecido como obispo en Jerusalén[1] por lo cual aquella Iglesia, primogénita entre todas las demás, primer tipo de las Iglesias particulares, es llamada, a veces, “madre de las Iglesias”[2], San Pedro, residente en Jerusalén, ejercía allí su cargo supremo, pero no era el obispo propio.
Más dificultades hay a propósito de Antioquía. San Pedro residió ciertamente en aquella ciudad (Gál. II, 11-14), gobernando desde allí la Iglesia naciente extendida ya lejos. Y dicha residencia de siete años[3] se celebra en la Iglesia, que hace su conmemoración anual. Pero ¿cuál fue su verdadero carácter?
¿Fue san Pedro propiamente obispo de Antioquía? ¿Fue erigida esta sede por él mismo, de modo que por el título episcopal, que es de suyo definitivo, y por una institución, que por esencia es perpetua, hiciera de ella la sede del sumo pontificado? ¿Y fue luego preciso que desposeyera de su prerrogativa a esta misma Iglesia de Antioquía para trasladarla a la Iglesia romana a la vez que se trasladaba él mismo?
En esta primera hipótesis se tropieza con graves dificultades. Por una parte, los traslados de los obispos, siempre odiosos no parecen haber debido ser estimulados por un ejemplo tan ilustre. La Iglesia los mira como graves infracciones a su disciplina y no los admite sino con dispensa. En todas partes los rechazaba la antigüedad. Pero Roma sobre todo las descartaba con celosa solicitud, y es sabido qué desórdenes causó el traslado de Formoso, mirado como un hecho sin precedente hasta entonces[4].
Según la tradición[5] conocía san Pedro, por revelación, su futuro y definitivo establecimiento en Roma,  y tal dirección divina parecía vedarle aceptar un título episcopal que en su intención sólo podía ser provisional.
Pero hay más. San León, siempre tan exacto, enseña que desde el comienza y en la repartición misma que de la evangelización del mundo había hecho san Pedro entre los apóstoles, él había elegido como su parte personal y su destino la capital del imperio romano[6].
De esta manera, todas las residencias anteriores de san Pedro en diversos lugares, en Jerusalén, en Antioquía, en Asia, las reduce a etapas gloriosas de un viaje apostólico, cuyo término estaba fijado anticipadamente en su espíritu por Dios, y públicamente ante el colegio de sus hermanos y ante la Iglesia naciente. Comprometido de antemano y ya desposado, por así decirlo, con la Iglesia de Roma, ¿podía contraer compromisos de obispo titular con otras Iglesias? La naturaleza precaria de aquellas permanencias transitorias ¿era compatible con vínculos duraderos y estables por naturaleza?

Por otra parte, tenemos no menor dificultad en admitir que la erección de la santa sede no sea a su vez esencialmente irrevocable y no apareciera desde un principio con este carácter.
A nuestro parecer, san Pedro no debió despojar a la Iglesia de Antioquía de su prerrogativa una vez conferida, para darla a la de Roma; como sus sucesores, en medio de las diferentes revoluciones del mundo, no han despojado nunca a esta sede en favor de ninguna otra Iglesia. ¿Tienen siquiera los papas este poder? Y si no lo tienen, por lo menos según la doctrina más constante, para no decir más, ¿conviene asignar sin necesidad a san Pedro un poder que no han heredado ellos?
La Iglesia de Antioquía se ha celebrado, a no dudarlo, como «fundada»[7] por san Pedro y como debiéndole la institución de su patriarcado; pero ningún texto ha hecho jamás alusión a su pérdida del soberano pontificado, ligado primeramente por institución a su sede y retirado, luego, de ella por una revocación expresa de esta disposición.
En una segunda hipótesis san Pedro, obispo de Antioquía, se habría limitado a establecer allí el episcopado y el patriarcado de Oriente, reservando a Roma, adonde lo llamaba ya la voz divina, el honor del soberano pontificado.
En este sistema, que parece, a primera vista, más cómodo, sin hablar de las presunciones desfavorables del traslado episcopal de san Pedro, que subsisten enteramente, una dificultad más grande se presenta a la mente. ¿Es posible que la verdadera sede del episcopado de san Pedro no fuera a la vez la sede del soberano pontificado? ¿Podían separarse estas dos cualidades?
Y no se alegue el ejemplo de papas que, juntamente con el sumo pontificado, retuvieron el título de una sede episcopal: san León IX (1049-1054) pudo así conservar la sede de Toul mientras ocupaba la de Roma, siendo simple obispo de Toul a la vez que era sumo pontífice de Roma[8]. Porque en el caso de esta acumulación conserva el sumo pontífice, juntamente con la sede y la sucesión de san Pedro, la herencia distinta de otro antepasado y de otro obispado, herencia que no es la de san Pedro y no se confunde con ella. Aquí, en cambio, se trata de la sede episcopal de san Pedro mismo. ¿No implica esta sede indivisiblemente, por la naturaleza misma de las cosas y por la fuerza de la institución divina, el soberano pontificado?
Finalmente, en una tercera hipótesis, san Pedro habría fundado la sede de Antioquía, pero no la habría ocupado en todo el rigor de los términos. Recorriendo hasta entonces Oriente ejercía la misión apostólica sin ligarla, a título permanente, a ningún lugar y todavía no había asumido el título ni el cuidado de ninguna sede particular.
Reservaba a la Iglesia el honor de ser su única esposa, la Iglesia de su episcopado y, consiguientemente, de su soberano pontificado. Este título debía pertenecerle no por traslado, sino por institución primera.
Sin zanjar absolutamente la cuestión, hasta ahora poco estudiada, y remitiéndola al examen de los doctos, nos inclinamos a esta última solución.
Los textos de la antigüedad que se pueden oponer a este sistema no nos parecen perentorios. Según los más dignos de consideración, san Pedro “fundó”[9] la sede de Antioquía, sin decirse precisamente que la ocupara y luego la abandonara. Conforme al antiguo lenguaje, se expresó fácilmente la residencia de san Pedro y sus trabajos apostólicos en Antioquía con el nombre de episcopado; en lo sucesivo no se distinguieron del episcopado de esta Iglesia sus trabajos apostólicos ejercidos en favor de este pueblo ni se creyó deber puntualizar con tanta exactitud. Sabernos que en los primeros tiempos el término de episcopado era susceptible de un sentido amplio y significaba el gobierno de las almas sin implicar necesariamente la idea del título episcopal entendido en sentida estricto.
Por lo demás san Pedro, soberano pontífice, tenía y ejercía en todas las Iglesias, sin tomar sus títulos particulares, la autoridad inmediata, es decir, el episcopado propiamente dicho, como lo definió el primer concilio Vaticano. Ejerció esta autoridad inmediata en Jerusalén, como lo muestra el libro de los Hechos, ordenando allí, a la cabeza de los otros apóstoles, a los diáconos de aquella Iglesia, condenando allí a Ananías y a Safira, sin perjuicio del episcopado de Santiago (Act. VI, 6; V, 1-10). Así un texto antiguo habla en los mismos términos de la residencia de san Pedro en Antioquía y de su residencia en Jerusalén sin distinguir la naturaleza de estas dos residencias[10].
En cuanto a los términos sedere, praesidere, sedem o cathedram tenere, pueden  entenderse muy naturalmente de la simple residencia. En nuestros días se haba corrientemente de la traslación de la santa sede de Aviñón, sin que esta expresión, mucho menos exacta, signifique que la santa sede cesara de ser la sede de Roma para convertirse en la sede de Aviñón. ¿Por qué exigir una exactitud más rigurosa en los documentos tan raros y tan breves de la alta antigüedad? Por otra parte, sabemos que san Pedro mismo ordenó a san Evodio obispo titular de Antioquía durante su permanencia en esta ciudad[11].
Finalmente, según el uso de los antiguos, se coloca a la cabeza de los dípticos de las Iglesias a los apóstoles o a los varones apostólicos que las fundaron con su predicación, aun cuando no fueran sus verdaderos obispos titulares[12]. Hay de ellos diferentes ejemplos, algunos de los cuales son ilustres.
La sede de Antioquía es en este sentido la sede de san Pedro, como la sede de Roma es llamada la sede de los santos apóstoles Pedro y Pablo, de san Pablo conjuntamente con san Pedro, aunque san Pablo no la ocupó ni fue su obispo titular, como diremos, puesto que el título no se comparte, pero san Pablo evangelizó a los romanos y con su apostolado trabajó por el establecimiento de esta augusta señora de las Iglesias. En este sistema que nos parece el más probable, la sede de Antioquía es llamada la sede de san Pedro en el mismo sentido amplio en el que la de Roma es atribuida a san Pablo.
La precedencia de la sede patriarcal de Alejandría frente a la de Antioquía, inexplicable si la sede de Antioquía es la sede de san Pedro, no ofrece dificultades, ya que estas dos sedes tienen una y otra como primeros titulares a dos discípulos del príncipe de los apóstoles.
Cualquiera de estas opiniones que se adopte en este punto particular, no deja de ser un gran espectáculo el de san Pedro encaminándose lentamente, a través de sus trabajos preparatorios y de las conquistas de su apostolado, hacia la última y más noble de sus conquistas. Así, en medio de los pueblos que va convirtiendo, avanza en su camino triunfal hasta aquella Roma, capital del mundo, cuyo imperio va él a hacer eterno entregándola a Jesucristo, su Maestro, y donde va a levantar el trono inmortal de su soberano pontificado.
Establece, dice Bossuet, primeramente la iglesia de Jerusalén para los judías, a los que debía anunciarse primeramente el reino de Dios para honrar la fe de los padres, a quienes había hecho Dios las promesas. El mismo san Pedro, habiéndola establecido, deja Jerusalén para ir a Roma, a fin de honrar la predestinación de Dios que prefería los gentiles a los judíos en la gracia de su Evangelio, y establece a Roma, que era cabeza de la gentilidad, como cabeza de la Iglesia cristiana… a fin de que esta misma ciudad, bajo cuyo imperio estaban reunidos tantos pueblos y tantas monarquías diferentes, fuera la sede el imperio espiritual que debía unir a todos los pueblos, desde levante hasta poniente, bajo la obediencia de Jesucristo, y fuera sierva de Jesucristo… y madre de todos sus hijos por su fiel servidumbre; porque con la verdad del Evangelio aportó san Pedro a esta Iglesia la prerrogativa de su apostolado, es decir, la proclamación de la fe y la autoridad de la disciplina[13].
Después de todos estos gloriosos trabajos estableció, pues, san Pedro su sede y su soberano pontificado en Roma.




[1] Santiago, “hermano del  Señor” (Mt. XIII, 55), desempeña un papel en el primer plano de la primera comunidad cristiana de Jerusalén desde el comienzo de los tiempos apostólicos (Act. XII, 17; XV, 13-21; XXI, 28-26; I Cor. XV, 7; Gál. I, 19; II, 9.12). Gobierna a la Iglesia madre después de la partida de Pedro, en el verano del año 58 (Act. XII, 17), hasta su martirio hacia el año 62.

[2] Justino I, emperador romano (518-527), carta al papa Hormisdas; PL 63,503: «Sin embargo, a ella (la Iglesia de Jerusalén) todos otorgan su favor, como a la madre del nombre cristiano.» Concilio de Constantinopla I (381), Carta conciliar 1°, Labbe 2, 965, Mansi 3, 587: “(La Iglesia de Jerusalén), que es la madre de todas las demás.» Es frecuente la expresión en las liturgias orientales, por ejemplo «por la gloriosa Sión, madre de todas las iglesias.» «Por la santa Sión, madre de todas las Iglesias», en Renaudot, Liturgiarum Orientalium Collectio, Francfort  1847, t. 2. 13, 94 y 128.

[3] Liber Pontificalis, éd. L. Duchesne, París 1886, vol. 1, p. 118. San León, Sermón 3, en el aniversario...: «Fue él (Pedro) quien fundó la sede de Antioquía, la que ocupó durante siete años, aunque luego hubo de abandonarla»; citado por Pío IX, encíclica Quantum supra (6 de enero de 1873) a los armenios; cf. San Gregorio, Carta 40, a Eulogio, Patriarca de Alejandría.

[4] Formoso (hacia 816-896), obispo de Oporto, fue enviado en 366 por el papa san Nicolás I (858-867) como misionero a Bulgaria. El rey Boris “hizo saber en Roma que deseaba mucho a Formoso como Arzobispo de Bulgaria. Se le opuso una negativa tajante por razón de la vieja regla que prohibía trasladar a un obispo de una sede a otra. Formoso hubo de regresar a Oporto hacia fines del 867”. P. Viar, art. Formose, en Catholicisme, t. 4 (1956), col. 1452. Cf. Hefele, 4, 435-443. Algunos años más tarde, Formoso era elegido papa (1891-896).

[5] En las antiguas actas griegas, en que están recogidas con cuidado las tradiciones de las Iglesias fundadas por san Pedro y sus discípulos, se  lee: «El Señor le apareció por la noche en sueños: Levántate, Pedro, dijo, toma el Occidente; porque tienen necesidad de ti, que llevas  adelante la antorcha de la luz; y yo estaré contigo"»; Bolandistas, Acta Sanctorum, De SS. Petro et Paulo, c. 2, t. 27, p. 277. San León parece hacer alusión a esta tradición cuando nos muestra a san Pedro avisado de antemano sobre los éxitos de sus trabajos en Roma, y sobre el fin de su carrera: Sermón 82, para la fiesta de los apóstoles, n.° 5; PL 54, 425: «Sin dudar del éxito de tu empeño y sin ignorar la duración de tu vida, llevabas la  antorcha de la cruz de Cristo a la ciudadela de Roma, donde te habían precedido en los decretos divinos el honor del poder y la gloria del martirioSegún San Gregorio, san Pedro no ocupó la sede de Antioquía sino «cuando se marchaba» (a Roma): Carta 40, a Eulogio; PL 77, 899. San Inocencio I (402-417) enseña que la Iglesia de Antioquía, aunque primera sede y primera residencia del primer apóstol, hubo de ceder a la de Roma porque no tuvo «sino de paso» lo que fue «recibido y consumados en la Iglesia de Roma”; Carta 24, a Alejandro de Antioquía, 1: PL, 20, 548.

[6] San León; Sermón 82, 3; PL 54, 424.

[7] Id., ibid.; PL. 54, 425: “Tú habías fundado ya Iglesias en Antioquía, allí donde brotó primeramente la dignidad del nombre cristiano.»

[8] Cf. Hefele 4, 1002.

[9] San León, Sermón 82, sobre todo, n. 5: PL 54, 422-428; cf. id, Carta 119 a Máximo, obispo de Antioquía, 2; PL 54, 1042.


[10] Martirologio de la Iglesia de santa Gudita, en Bruselas, en Bolandistas, Acta Sanctorum, 22 de febrero, t. 6, p. 287: «Después de la ascensión de Cristo ocupó Pedro, durante cuatro años la cátedra sacerdotal en los países de Oriente (Jerusalén); luego fue a Antioquía y, después de expulsar a Simón el Mago, estableció allí su cátedra pontifical, que conservó durante siete años. Al final de este período, para triunfar de Simón el Mago, fue a Roma, donde dirigió con dignidad la Iglesia romana durante 25 años, 7 meses y 8 días.»

[11] Martirologio romano, 6 de mayo: «En Antioquía, San Evodio: como escribe el bienaventurado Ignacio a los antioquenos, primer obispo de esta ciudad, ordenado por el apóstol san Pedro, terminó su vida con un glorioso martirio.» Sobre la pseudocarta de san Ignacio de Antioquía a sus diocesanos, cf. Funk, Patres Apostolici, Tubinga, 1901, tomo 2, p. 169.

[12] Eusebio, citando a San Ireneo, presenta a san Juan a la cabeza de la Iglesia de Éfeso, sin creer contradecirse después de haber dicho antes que san Timoteo había sido el primer obispo de aquella ciudad: «Se refiere que Timoteo obtuvo el primer episcopado de la Iglesia de Éfeso.» «Pero la Iglesia de Éfeso, fundada por Pablo y donde permaneció Juan hasta los tiempos de Trajano...»; Historia eclesiástica, L. 3, c. 4, 5 y (20) c. 23, 4; PG 20, 219 y 258.

[13] Bossuet, Lettre 4 a une demoiselle de Metz. N° 38, loc. cit., p. 29. Sobre la estancia de san Pedro en Roma, véase Pío XII, Alocución de 7 septiembre de 1955.