domingo, 19 de enero de 2014

La restauración de Israel, por Ramos García (X de XIII)

V. — Los dos Vicarios de Cristo,
el uno en lo espiritual y el otro en lo temporal.

SUMARIO. —Los dos jefes y las dos capitalidades: textos que abonan y definen la capitalidad de Sión en lo político. —Significación providencial del gran Caudillo lo llevan en gestación la Iglesia y la Sinagoga. —Armonías teológicas e históricas de esta concepción: últimos esfuerzos de la oposición anticristiana.

El gran Caudillo y el gran Profeta son seguramente las dos piedras principales en el edificio de la restauración futura, al menos desde el punto de vista de Israel, pero no son ciertamente las únicas, aun entre las principales, pues con el gran Caudillo está el gran Pontífice, y con el gran Profeta Elías viene otro no menos grande, que sería Henokh, según expondremos por su orden.
Si al Zorobabel, hijo de Salatiel, jefe político de los repatriados del cautiverio babilónico, corresponde un Zorobabel esecatológico a quien Zacarías identifica con el tsémah de la tradición profética, al Jesús, hijo de Josedec, jefe religioso de aquella comunidad, en calidad de sumo sacerdote, trasladado todo esto a la nueva Ley, no le puede corresponder otro que el Papa, como sumo sacerdote de la Iglesia.
A la verdad, nada de transcendental se podría hacer sin él en la Economía nueva. Ahora bien, después de la institución del sacerdocio cristiano, hecha directamente por Cristo, nada más trascendental que la restitución del reino a Israel (τῶ Israél), por las inopinadas consecuencias, ventajosas desde luego, que esa restauración ha de tener en la organización de la sociedad entera.
Efectivamente, aunque tantas veces, como vimos, la restauración se presenta como una vuelta de lo antiguo, que por eso se la llama la deutérosis, mas no vuelve lo antiguo sólo, sino que con ello se juntan elementos y factores nuevos, no sólo en cuanto que a lo externo, que es el cuerpo, se une lo interno, que es el espíritu evangélico, como vimos antes, sino en cuanto que el mismo cuerpo ha de crecer y conformarse hasta alcanzar su perfecto desarrollo, como veremos ahora. En consonancia con todos los Profetas asegura Miqueas que veniet potestas prima, regnum filiae Jerusalem (Mich. IV, 8); mas ese reino no se circunscribe ya a los límites antiguos, sino que se extiende hasta los confines del orbe, según una multitud de óráculos, que os son familiares, por el estilo del Salmo LXXI, 8; y en consecuencia, la ciudad santa queda constituida en centro de atracción e irradiación universales, según advertiréis por doquier en los Profetas (Pss, II, 6; XLVI, 7-10; LXVII, 30; CIX, 2; Mich. IV, 1-4; V, 4; Is. II, 2-5; LVI, 7-8; cap. LX-LXII; LXVI, 23.24; Ag., II, 7-10; Zac. 2, 11; VIII, 20-23; XIV, 16 ss.; al.).
Hanse querido explicar tales vaticinios sobre la gloria futura de la Jerusalén restaurada por medio de ingeniosas alegorías de tendencia espiritualista, que no pueden convencer, sino al que está convencido de antemano, pues hay en esa interpretación olvido absoluto del cuerpo, en que el espíritu se sustenta; es, a saber, de la Jerusalén que cayó y fué desolada, que esa y no ya otra es la que ha de resurgir, para ser la capital del mundo venidero. Y respecto de este punto no se ha distinguido lo bastante entre la capitalidad religiosa y la política, que es la que ahora más nos interesa.
Preséntase ésta en los Profetas como una verdadera hegemonía universal de parte de la nueva Sión, a la cual corresponde en justa correlación el vasallaje universal, que de grado o por fuerza le prestarán las demás naciones. Nótese aquel  inciso «de grado o por fuerza», atendido el cual, hemos de convenir en que no está directamente en vista la Iglesia en su estadio actual. Y porque no nos gusta hacer afirmaciones sin documentadas, vayan algunos textos, además de las llamadas anteriores, en confirmación de nuestra posición:


Am. IX, 12: ut possideant reliquias Idumææ, et omnes nationes: eo quod invocatum sit nomen meum super eos, dicit Dominus faciens hæc.

Miq. V, 8: Exaltabitur manus tua super hostes tuos, et omnes inimici tui interibunt (cfr. Is. XLIX, 26; Jer. XXX, 16).

Is. XI, 14: Et volabunt in humeros (l. “in littora”) Philisthiim per mare, simul prædabuntur filios orientis; Idumæa et Moab præceptum manus eorum, et filii Ammon obedientes erunt (cf. Abd. 17-21; Sof. II, 9).

Is. XIV, 1-2: adjungetur advena ad eos, et adhærebit domui Jacob. Et tenebunt eos populi, et adducent eos in locum suum; et possidebit eos domus Israël super terram Domini in servos et ancillas: et erunt capientes eos qui se ceperant, et subjicient exactores suos (Cfr. Joel III, 7-8; Zac. IX, 13; XII, 6).

Is. XLI, 14-16: Noli timere, vermis Jacob, qui mortui estis ex Israël: ego auxiliatus sum tibi, dicit Dominus, et redemptor tuus Sanctus Israël. Ego posui te quasi plaustrum triturans novum, habens rostra serrantia; triturabis montes, et comminues, et colles quasi pulverem pones. Ventilabis eos, et ventus tollet, et turbo disperget eos; et tu exsultabis in Domino, in Sancto Israël lætaberis (cf. Miq. IV, 13; V, 8; Zac. X, 3).

Is. XLV, 14: Labor Ægypti, et negotiatio Æthiopiæ, et Sabaim viri sublimes ad te transibunt, et tui erunt; post te ambulabunt, vincti manicis pergent, et te adorabunt, teque deprecabuntur (cf. Is. XLIII, 3-4; Sal. LXVII y LXXI; al.).

Is. XLIX, 22-23: Ecce levabo ad gentes manum meam, et ad populos exaltabo signum meum: et afferent filios tuos in ulnis, et filias tuas super humeros portabunt. Et erunt reges nutritii tui, et reginæ nutrices tuæ; vultu in terram demisso adorabunt te, et pulverem pedum tuorum lingent... (Is. LXVI, 20; Miq. VII, 16-17).

Is. LX, 10.12.14.16: Et ædificabunt filii peregrinorum muros tuos, et reges eorum ministrabunt tibi; in indignatione enim mea percussi te, et in reconciliatione mea misertus sum tui… Gens enim et regnum quod non servierit tibi peribit, et gentes solitudine vastabuntur… Et venient ad te curvi filii eorum qui humiliaverunt te, et adorabunt vestigia pedum tuorum omnes qui detrahebant tibi… et suges lac gentium, et mamilla regum lactaberis (Is. XLVI, 12; Ag. II, 8-10, al.).

Is. LXI, 5-6: Et stabunt alieni, et pascent pecora vestra, et filii peregrinorum agricolæ et vinitores vestri erunt. Vos autem sacerdotes Domini vocabimini: Ministri Dei nostri, dicetur vobis (Cf. Is. LXVI, 21-22; Jer. XXXI, 36-37; XXXIII, 25-26).

Zac. II, 9: ecce ego levo manum meam super eos, et erunt prædæ his qui serviebant sibi (al. pass.).

Estos textos y otros más, que se podrían alegar, nos quieren dar la figura, no de una esclavitud a lo pagano, sino de una sabia hegemonía que, de grado o por fuerza, avasallará a todos los pueblos y naciones de la tierra. Que si en Daniel y la Sabiduría parece presentarse bajo una forma un tanto transcendente (Dan., II, 44; VII, 26.27; Sap., III, 7.8; V, 16 ss), en todos los demás profetas, incluso S. Juan, toma una figura bien localizada. Centro dirigente de toda la corporación humana, el pueblo de Israel rehabilitado. Centro dominante de Israel reintegrado, la ciudad santa de Jerusalén, restaurada de sus ruinas seculares. Centro dominante de Jerusalén restablecida el alcázar de Sión, o pabellón de la dinastía davídica, caída de tanto tiempo. Ocupante del trono de David y restaurador de su dinastía, el gran Caudillo, que ya conocemos, llamado por eso antonomásticamente el tsémah, que es decir el retoño el renuevo el pimpollo o vástago real[1].


* * *

Esa denominación profética del gran Caudillo lleva en sí tanta intención, que no sólo el verbal tsémah, sino también el verbo tsámáh en sus varias formas gramaticales, alude indefectiblemente a un tal restablecimiento o reflorecimiento escatológico, en el tecnicismo literario de los Profetas. Ve, si no, Is. XLII, 9[2]; XLIII, 19; XLIV, 4; XLV, 8 (= Ps. LXXXIV, 12); LV, 10; LVIII, 8; LXI, 11; Jer. XXXIII, 15; Ez. XXIX, 21 (= Ps. CXXXI, 17); Zac. VI, 11.
Particularmente significativos son los tipos de Zorobabel y Eliacim, que le prefiguran, aquél como conductor de la cautividad y restaurador del templo, éste como providencial apoderado de las llaves de la casa de David. Desarrollemos un poco más el significado del segundo. Como el histórico mayordomo recogió del suelo las llaves de la casa de David, así algún día el futuro Caudillo de Israel las recogerá con mayor gloria (Is. XXII, 20, ss.); recibiéndolas de mano del mismo Cristo, que por derecho de devolución las guarda. (Ap. III, 7), y que con ellas le transmitirá su realeza soberana, como  con aparecida figura simbólica transmitió a Pedro el supremo sacerdocio (Mt. XVI, 19)[3].
Con esto tendríamos dos vicarios verdaderos de Cristo en esta nuestra tierra, uno para las cosas espirituales (quae sunt ad Deum) y otro para las temporales (quae sunt ad hominem), según se le mostró al profeta Zacarías en la confección y consignación simbólica de las dos coronas (Zac. VI, 9-15). Y como entrambas potestades no son más que un desdoblamiento de la omnímoda potestad de Cristo en el cielo y en la tierra (Mt. XXVIII, 18), no habrá rivalidad entre sus conscientes poseedores, sino armonía, colaboración e inteligencia; y así se le dice allí mismo a Zacarías: Ecce vir oriens (tsémah) nomen ejus, et subter eum orietur (...) Et ipse extruet templum Domini, et ipse portabit gloriam, et sedebit, et dominabitur super solio suo; et erit sacerdos super solio suo; et consilium pacis erit inter illos duos (Zac. VI, 12.13).
Con esta institución perenne de la soberanía temporal de derecho cristiano positivo, el Señor cumplirá fielmente a David la promesa jurada que le tiene hecha, de que no le faltaría sucesor de su familia en el trono (Pss. LXXXVIII, 20-38; CXXXI, 11-18; Jer., XXXIII, 23-26); y por eso cabalmente el tsémah, en quien esa sucesión se reanuda felizmente, entre otros nombres simbólicos, divinamente expresivos, lleva también el de David, como ya vimos (Os., Is., Jer., Ez., antes citados). El Salmo LXXXVIII, donde más claramente se contiene la promesa divina, comienza justamente «Misericordias Domini in aeternum cantabo» con alusión a Is. LV, 3 «Misericordias David fideles», y el citado paso de Jeremías (cap. XXXIII, 23 ss.) es un resumen de cuanto venimos diciendo sobre la restauración final de Israel bajo un solo caudillo de origen davídico, el cual llegará a dominar en todo el mundo[4] a tenor del Salmo LXXI, etc.
Es verdad que para S. Pablo, hablando a los judíos de Antioquía de Pisidia, las «misericordias David fideles» de Isaías, son las «sancta David fidelia» (Act. XIII, 34), que se nos cumplen en Cristo. Mas desde el momento que la soberanía, aunque temporal, del gran Caudillo, es de derecho positivo cristiano, lo uno no quita a lo otro: las promesas de perpetuidad dinástica, hechas por Dios a David, se le cumplen también a él de este modo en Cristo, a través del gran restaurador de la dinastía davídica. En Cristo está la plenitud de todo (Col. I, 19; II, 9; Eph. I, 22.23; IV, 13; al.; cf. Col. II, 3; I Cor. I, 30), y en particular la del poder omnímodo (Mt. XXVIII, 18), no solamente del sacerdotal, sino también del real (Jn. V, 22; XVIII, 37); y de su plenitud reciben todos (Jn. I, 16; cfr. Rom. XII, 3; I Cor. XII, 11; II Cor. X, 13; Eph. IV, 7), y así como recibe actualmente el sumo Pontífice, así recibirá algún día también el gran Caudillo.
A un tan insigne personaje le llevan a la vez en gestación la Iglesia y la Sinagoga. Y es así que la madre Iglesia, acosada de frente por el dragón rojo (Ap. cap. XII), que es la expresión de la antiiglesia, gime con dolores como de parto, hasta que logre dar a la luz a ese su gran defensor que lleva en las entrañas, llamado el filius masculus por S. Juan (Ap. XII, 5) quien toma esa denominación de Isaías (Is. LXVI, 7), el cual alude más bien a su origen israelítico. Ambos puntos de vista son igualmente verdaderos[5].
Digo pues, que la Iglesia lleva en su entraña el germen del futuro soberano universal, porque siendo ella una como replicación de Cristo en calidad de esposa (Ps. XLIV, 10, ss.; Is. LIV, 1, ss.[6]; al. pass.), recibió de Él entrambas potestades, la sacerdotal y la real, aunque en diferente manera, el sacerdocio como algo sustantivo, y la realeza como algo adjetivo, que califica al sacerdocio, siendo toda ella en puridad un regale sacerdotium en expresión de S. Pedro (I Petr. II, 9). Al revés, el pueblo de Israel, que es el primogénito de Dios (Ex. IV, 22; Ecco. XXXVI, 14; al.), y que en el plan divino de la salud mesiana le está reservado el primer lugar -Judaeo primum et graeco (Rom. I, 16; II, 9.10; cf. Mt. XIX, 30, y par.)-, tiene promesa formal del Señor, de que hará de él un regnum sacerdotale (Ex. XIX, 6), donde lo sustantivo es la realeza y lo adjetivo es el sacerdocio[7].
Es verdad que ese derecho de primogenitura, que lleva en sí la primacía sobre los demás pueblos, lo perdió miserablemente Israel, al sujetarse voluntariamente al César, desechando a Cristo (Jn. XIX, 15); mas cuando algún día arrepentido de su error  (Zac.
XII, 10, ss.) reconozca al verdadero Mesías, en Él hallará de nuevo la perdida primacía, sine poenitencia enim sunt dona et vocatio Dei (Rom. XI, 29).
Israel, convertido, traerá, pues, a la Iglesia la realeza mesiana, que desde entonces será en ella sustantiva lo mismo que el sacerdocio. Y la restauración de todas las cosas en Cristo (Eph. I, 10) será por fin un hecho consolador, no ya sólo según el sacerdocio, que promueve el orden divino, sino también según la realeza, que preside al orden humano; y el cuerpo místico de Cristo habrá alcanzado su perfecto desarrollo en este suelo, con la actuación de todas sus energías latentes.




[1] Nota del Blog: todos estos textos tienen lugar durante el milenio, ergo el Caudillo no puede ser sino el Mesías.

[2] Nota del Blog: Parecería que esta cita está mal. Las demás, exceptuando la de Zacarías que parece referirse al caudillo del que viene hablando, y la de Ezequiel que nos parece se refiere a un suceso próximo anterior a la venida de Elías y a la conversión parcial de Israel, las demás, decimos, se aplican sin problemas al Mesías y su reino durante el Milenio.

[3] Nota del Blog: citado por Straubinger in Is. II, 22.

[4] Nota del Blog: ergo, si domina todo el mundo no puede ser sino el Mesías durante el Milenio.

[5] Nota del Blog: aquí se ve bien la confusión del autor. En primer lugar la Mujer no es la Iglesia, y para ello nos remitimos a Lacunza en su insuperable Fenómeno VIII (lectura obligada si las hay. Creemos que no se puede entender el capítulo XII del Apocalipsis si no se lee a Lacunza). El Filius masculus, tanto en el Apocalipsis como en Is. LXVI, no puede ser sino Jesucristo, como lo indica Lacunza in loco y puede verse AQUI in fine.

[6] Nota del Blog: De nuevo. Ni en el Salmo XLIV ni en Is. LIV se habla de la Iglesia sino de Israel.

[7] Nota del Blog: Esto es muy interesante.