lunes, 13 de enero de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. VI, IV Parte.

  Nota del Blog: sin ánimo de entrar en debates, somos de la opinión que tanto este corto post como así también el ANTERIOR tienen importantes consecuencias teórico-prácticas en nuestros días.

Lo que es cierto con respecto a la profesión de la fe cristiana es también cierto sobre la dirección que Dios nos da a través del gobierno de la Iglesia Católica. El régimen o gobierno de la Iglesia Católica es, en última instancia, una manera en la cual Nuestro Señor mismo guía y dirige a las almas a la obtención de la Visión Beatífica. Cuando la Mystici Corporis Christi terminó de hablar sobre la dirección o gobierno invisible que Dios da a los hombres por medio de una acción directa en cada alma individual, agrega: “Ni se ha de creer que su gobierno se ejerce solamente de un modo invisible y extraordinario, siendo así que también de una manera patente y ordinaria gobierna el Divino Redentor, por su Vicario en la tierra, a su Cuerpo místico[1].
Las directivas dadas por Nuestro Señor mismo vienen no solo a través del Romano Pontífice sobre la Iglesia militante universal del Nuevo Testamento, sino también a través del gobierno de las iglesias locales individuales por medio de los Obispos residenciales a las cuales han sido asignados. La encíclica afirma: “Y lo que Nos hemos dicho en este lugar de la Iglesia universal, debe afirmarse también de las particulares comunidades cristianas tanto Orientales como Latinas, de las que se compone la única Iglesia Católica; por cuanto ellas son gobernadas por Jesucristo por medio de la palabra y potestad de su Obispo[2].
El gobierno de la Iglesia universal por el Santo Padre tiene una suerte de infalibilidad práctica unida a él, en el sentido que sería completamente imposible que alguien se condene obedeciendo la legislación de la Iglesia militante Universal del Nuevo Testamento[3].  Como beneficiario de este favor, y como aquel que es guiado y dirigido por Nuestro Señor mismo por medio del gobierno de la Iglesia, el Católico tiene, una vez más, una tremenda ventaja en la vida espiritual. La directiva religiosa que se le ofrece visiblemente a un no-miembro de la Iglesia Católica por los encargados de la secta a la que pertenece, definitivamente no está en la misma clase que el régimen y gobierno visible de la vera Iglesia de Jesucristo.

Debemos tener en cuenta que, al tener acceso a la vida sacramental de la Iglesia Católica, el Católico goza de otra serie de grandes ventajas en la vida espiritual. La mayoría de los que no son miembros de la Iglesia no tienen el beneficio de ningún sacramento. La minoría que está válidamente bautizada usualmente no tiene acceso a la Eucaristía, o a los sacramentos de penitencia, confirmación y extremaunción. Y no debemos olvidar que, incluso en aquellas comunidades disidentes en las cuales se conserva válidamente el sacerdocio y en las cuales, como consecuencia, los miembros pueden recibir la Eucaristía, se acercan al sacramento y al sacrificio bajo circunstancias completa y objetivamente opuestas a la voluntad expresa de Dios.
Es cierto que, por ignorancia invencible, algunos de los miembros de estas comunidades disidentes y cismáticas pueden recibir la Eucaristía  y tomar parte en el sacrificio Eucarístico con fruto. Sin embargo, el hecho es que esto sólo es posible si se trata de ignorancia inculpable. La Eucaristía es el sacrificio y el sacramento de la caridad. Objetivamente, pertenece solo dentro de los confines del reino sobrenatural de Dios. Definitivamente no está en su lugar apropiado en ninguna comunidad distinta y opuesta a la vera ecclesia de Dios aquí en la tierra. Es fácil ver que la persona que tiene incluso válidamente la Eucaristía en una comunidad religiosa distinta y opuesta a la Iglesia Católica está en una gran desventaja con respecto con un miembro de la vera Iglesia.
Las grandes ventajas en posesión de los miembros de la Iglesia Católica y que carecen aquellos que están en la Iglesia sólo por un deseo implícito de entrar en ella pueden ser resumidas en la enseñanza autoritativa e infalible de la revelación pública divina, la guía de Nuestro Señor a través del gobierno de la vera Iglesia y la vida sacramental y litúrgica dentro del Cuerpo Místico de Jesucristo. Junto con esto van también las diversas bendiciones, oraciones e indulgencias que, en su conjunto, constituyen un beneficio inmenso para aquellos que buscan servir a Dios en la vera Iglesia de Su Divino Hijo.
El que no es miembro de la Iglesia Católica está comparativamente inseguro con respecto a su salvación precisamente porque carece de estos beneficios. Aunque debería estar en estado de gracia y aunque debería desear entrar implícitamente en la vera Iglesia, no tiene el beneficio de un magisterium visible y vivo que le puede hablar con la voz y con la autoridad de Nuestro Señor mismo. No es el beneficiario de un gobierno visible en el cual Nuestro Señor mismo dirige y guía a su Iglesia y no puede vivir, hasta que entre de hecho en la Iglesia Católica, la vida sacramental dentro del Cuerpo Místico de Jesucristo.




[1] AAS, XXXV, 210.

[2] AAS, XXXV, 211.

[3] Cf. Billot, De Ecclesia Christi, 5th ed. (Roma, 1927), I, 477-482.