martes, 1 de septiembre de 2020

La Disputa de Tortosa (XIII de XXXVIII)

    Nuestra opinión: 

En lo personal, creemos que la objeción de los Rabinos es correcta y la defensa de Jerónimo, lejos de ser excelente, nos parece bastante pobre. 

1) Sobre todo este tema de la vuelta del Cautiverio, nos remitimos a lo ya publicado en otra ocasión cuando transcribimos el Fenómeno VII de Lacunza: Babilonia y sus Cautivos (ver AQUI). Prueba allí, con contundencia, que el cautiverio de los judíos continuó tras la vuelta de Babilonia, que siguieron esclavos (lo dice explícitamente Neh. IX, 36-37) y que de ninguna manera se cumplieron las profecías que anunciaban el fin del Cautiverio. 

De hecho, el mismo Jesús parece aludir al cautiverio de Israel y a su dispersión cuando, al llorar sobre Jerusalén el domingo de Ramos, dijo: 

“Jerusalén, Jerusalén, tú que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise Yo congregar a tus hijos, como la gallina reúne su pollada debajo de sus alas, y vosotros no lo habéis querido! Ved que vuestra casa os va a quedar desierta. Yo os lo digo, no me volveréis a ver, hasta que llegue el tiempo en que digáis: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Lc. XIII, 34-35). 

Si Jesús quiso congregar a los judíos, es porque todavía estaban dispersos. 

Deut. XXX, 1-5; Ez. XXVIII y decenas de textos por el estilo, no se han cumplido literalmente. Es preciso forzar los textos de manera violenta para hacerles decir lo contrario. 

2) El texto de Joel es el que en verdad presenta sus complicaciones. 

Pero veamos, como siempre, lo que dice Lacunza al respecto[1]: 

Segunda: verán y experimentarán por sí mismos la santidad de Jerusalén y de todos sus habitantes, con quienes hablarán en una misma lengua, de quienes recibirán toda suerte de obsequios con sencillez de corazón y en quienes no verán otra cosa universalmente sino óptimos ejemplos infinitamente más eficaces para persuadir que todas las palabras. De esta santidad de la Jerusalén futura hemos hablado ya en varias partes, especialmente en el capítulo VIII y no hay que repetirlo aquí. Estos devotísimos peregrinos de todas las naciones o pueblos de la tierra nueva, parece que son aquellos mismos con quienes se habla en el capítulo último de Isaías, v. 10. 

“Alegraos con Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis: gozaos con ella de gozo todos los que lloráis sobre ella (por ahora), para que maméis, y seáis llenos de la teta de su consolación: para que chupéis, y abundéis en delicias de toda su gloria. Porque esto dice el Señor: He aquí que yo derivaré sobre ella como rio de paz “. 

En el templo mismo donde entrarán frecuentemente como en casa de oración, pues como se lee en Isaías: 

Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. 

Verán lo que anuncia Ezequiel para su nuevo templo: 

Miré, y he aquí que la gloria del Señor henchía la casa del Señor: y me postré sobre mi rostro”. 

Verán lo que se anuncia en los escritos del profeta Jeremías 

Aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés, y así como apareció á Salomón, cuando pidió que el templo fuese santificado para el grande Dios”. 

Entonces se entenderá bien, pues se verá perfectamente cumplida la célebre profecía de Ageo, cuya explicación ha sido siempre bien incómoda. 

“Aún falta un poco (o como lee S. Pablo con los LXX en la epístola a los Hebreos, XII, 26: aun una vez...) yo conmoveré el cielo y la tierra, y el mar y todo el universo. Y moveré todas las gentes: y vendrá el deseado de todas las gentes: y henchiré esta casa de gloria... Mía es la plata, y mío es el oro... Grande será la gloria de esta última casa, más que la de la primera... y en este lugar daré yo la paz…”. 

Decís aquí que todo esto se verificó literalmente en aquel segundo que edificaron los que vinieron de Babilonia, pues en él se dejó ver muchas veces; el Mesías mismo predicó, habló, enseñó, etc. A lo cual respondo en breve que no tenéis razón: 

Lo primero, porque aquel templo, aunque fue el segundo, no fue el novísimo o el último, ni le puede competer este nombre con propiedad: contra esta idea universalmente recibida en el sistema vulgar, clama a grandes voces la verdad de las Escrituras, las cuales prometen para lo futuro, otro templo infinitamente mejor, así en lo material como en lo formal. 

Lo segundo: porque en aquel segundo templo, en todos los 500 años que duró, no se cumplió aquella promesa del Señor: y en este lugar daré Yo la paz. 

Lo tercero: porque la gloria de aquel segundo templo no fue mayor, ni aun siquiera igual a la del primero, que edificó Salomón; vos mismo lo confesáis así en otras partes; pues es innegable, según toda la historia sagrada. Si leemos el libio de Nehemías, y los dos de los Macabeos, hallamos todo lo contrario. Si leemos los Evangelios, hallamos aquel segundo templo en tanta profanación y tanta ignominia, que el Mesías mismo, entrando en él, se sintió abrasado del celo de la casa del Señor (Jn. II, 14.17). Confrontad ahora, como de paso, este suceso con aquellas últimas palabras de la profecía de Zacarías: no habrá más mercader en la casa del Señor de los ejércitos en aquel día y hecha esta confrontación en juicio y en justicia, juzgad rectamente”. 

Hasta aquí las palabras de Lacunza, con su acostumbrada luminosidad. 

Jerónimo dice, contra toda evidencia de las Escrituras, que no va a haber más Templo: contra esta afirmación claman los últimos nueve capítulos de Ezequiel, clama Daniel en el último versículo de las 70 Semanas, clama Nuestro Señor en el Discurso Parusíaco, clama San Pablo a los Tesalonicenses, clama, por último, San Juan en el Apocalipsis. 

Solamente un sistema preconcebido, que anula el Milenio, se ve forzado a sacar estas violentas conclusiones. 

En favor de Jerónimo sea dicho, con todo, que el texto del Talmud parece darle, si no la razón, al menos cierta verosimilitud a su exégesis, y esto le bastaba como argumento ad hominem. 

Aun así, ¡cuán eficaz hubiera sido (y sería también en nuestros días) que se les concediera a los judíos lo que piden sobre el Templo y sobre el cautiverio, solamente diciéndoles que se cumplirán cuando vuelva el Mesías que rechazaron hace ya dos mil años!


 [1] La Venida, III parte, cap. XII, párrafo 2 (pag. 298-301 de la ed. de Belgrano).