Otra manera de contradicción descubre, como ya notamos en la primera parte, en el relato de la expulsión de Agar con su hijo Ismael, el cual según se desprende de P (Gen. XVI, 16), tendría ya quince años por lo menos, mientras E, de quien es el relato, le supone muy niño, tanto como para podérselo cargar su madre a cuestas juntamente con el odre de agua (pág. 263). Mas el autor, contra las reglas de crítica literal sigue en esto la lección más fácil de los LXX en vez de la difícil del original que no explica la tal sobrecarga. ¿Qué queda, pues, de la contradicción? Eso sin contar que para nosotros el documento P (años de Abraham al nacerle Ismael), invocado contra E, es igualmente de E.
Parecida contradicción, aunque latente y problemática, acerca de los años de Abraham, cuando murió, que según P (Gen. XXV, 7), fue a los ciento setenta y cinco años y según J, sería a los ciento cuarenta, año en que se casó Isaac (cf. Gen. XXI, 5 con XXV, 20). Cuando el senescal volvió trayendo consigo a Rebeca (Gen. XXIV, 62-67 J), Abraham habría muerto ya, pues no aparece para intervenir en nada (pag. 286). Donde se dice, pues, que “Isaac se consoló de la muerte de su madre” (Gen. XXIV, 67), antes se debió de leer “...de la muerte de su padre”, y endosa la posterior corrección al redactor.
El caso se presta a varias reflexiones. Si la corrección se hizo por el redactor inspirado, hay que darla por bien hecha, mientras no se pruebe lo contrario, que no se probará; y eso supondría además que había allí quién vigilaba la verdad de la Escritura, incompatible con la contradicción, y por eso se la elimina. Cuando, pues, tantas otras veces se la deja correr, en sentir de la crítica independiente, es que no se la juzgó contradicción verdadera, sino sólo aparente. Y esto es lo que vamos comprobando.
Véase otro caso de esa susceptibilidad de la crítica en punto a contradicciones. Tratase de la edad de Esaú, cuando Jacob le hurtó la bendición de su padre (pag. 312). Mientras JE le supondría aún muchacho, a quien la madre guardaba los vestidos (Gen. XXVI, 15), según P estarla ya casado (Gen. XXVI, 34). La respuesta no es difícil. Que le guardase o no los vestidos después de casado, la madre sabía bien dónde estaban, y se los pudo coger por un momento, para vestir con ellos a Jacob. La dificultad no es seria.
Menos serio nos parece el decir (ib.) que según P tendrían entonces los mellizos unos ciento veinte años de edad, es decir, la diferencia entre los sesenta años de Isaac, cuando nacieron (Gen. XXV, 126) y la muerte de Isaac a los ciento ochenta años (Gen. XXXV, 28), poco después de impartir la bendición (Gen. XXVII, 4). Creemos que una cosa es el que Isaac pensara que iba a morir presto, al verse casi ciego, (Gen. XXVII, 1 ss.), y otra muy diferente el que muriera en breve. Lo propio aconteció a Tobías en su ceguera (Tob. IV, 1 ss.), y sobrevive aún más de cuarenta años después de bendecir al hijo. Otro tanto le restaba a Isaac. Según se desprende de otros datos, los mellizos podrían, tener unos setenta y seis años, pues Jacob tuvo a José catorce años después (cf. Gen. XXX, 25 ss con XXXI, 41) a los noventa años de su edad, ya que el mismo José tenía unos cuarenta (cf. Gen. XLI, 46; XLV, 6), cuando Jacob bajó a Egipto a los ciento treinta. (Gen. XLVII, 9). He aquí las ecuación: 130 - 40 = 90 – 14 =76; y en sentido inverso, mudados los signos: 76 + 14 = 90 + 40 = 130.
Todavía vivió Jacob diecisiete años más en Egipto, hasta los ciento cuarenta y siete en que murió (Gen. XLVII, 28). Mas esto en sentir de la crítica, se da sólo según P, a quien atribuye ese verso por razón de las cifras. Según E, habría muerto mucho antes, verosímilmente poco después de su llegada, y se cita en apoyo Gen. XLVIII, 11 E (“Israel dijo a José: Yo no pensaba ver ya más tu rostro, y he aquí que Elohim me ha dejado ver, no sólo a ti, sino a tu prole”) y en todo caso, durante el período del hambre, como se desprendería de Gen. L, 21 E (“Ahora, pues, no temáis; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros niños; y así los consoló, hablándoles al corazón”) (pag. 425). Extraña, en verdad que, con tan fútiles argumentos, verdaderas quisquillas literarias, se quiera establecer contradicción entre los textos. Pues ya, ¿qué decir, si ni Gen. XLVII, 28 es de P, sino de E, ni Gen. XLVIII, 11 es de E, sino de P, como persuade el nombre de Jacob en el primer caso y el de Israel en el segundo? Desde luego que el atribuir Gen. XLVII, 28 a P, por la sola razón de las cifras, no pasa de ser un prejuicio crítico mal fundado.
Siguiendo el hilo de las cifras, hemos pasado por alto otros varios casos de contradicción textual, que el autor recoge con cuidado.
Es el primero la oposición que supone entre J y E, a la vista de dos frases bíblicas. Según J, “Jacob salió de Berseba y se partió para Harán” (XXVIII, 10) en la Mesopotamia del Norte, mientras según E, “Jacob alzó sus pies y se partió para el país de los hijos de Oriente” (XXIX, 1), que serían los sirios del NE de Kanaán, a este lado del Éufrates, separados del país de Kanaán por el macizo del Basán y Galaad. Y ve en esta posición la solución más congruente al hecho de que Labán alcanzase a Jacob fugitivo en Galaad, tras siete jornadas de camino (XXXI, 23), cuando el Harán mesopotámico dista de Galaad alrededor de 600 kilómetros (pag. 335).
A nuestro juicio, la solución está en admitir la ecuación tradicional: Harán en Mesopotamia = país de los hijos de Oriente, y sin desechar la ecuación vulgar: Galaad (Hebr. Gil`ad) = Gal'ed (majano del testimonio), que podría tal vez discutirse dentro de la más sana ortodoxia exegética, no dar demasiada importancia a la cifra de los siete días, como ya insinúa también el autor en su fluctuante exposición (ib.).
Dice más adelante el autor del Comentario que el redactor del capítulo XXXVI (los Fastos de Esaú), sobre la base del texto P, intercala diversos documentos relativos a Edom, ya para que no se perdieran, ya para dar ciertas explicaciones que interesaban en su tiempo; y pondera allí la gran probidad del autor sagrado en reproducir los aludidos documentos sin intentar siquiera armonizarlos (pag. 373).
Salvas algunas lecciones viciosas, que no trascienden la crítica textual, nosotros no vemos que haya que armonizar en ese capítulo. Mas a nuestro autor le interesa en todo caso probar la diversidad de fuentes, tal como la concibe la crítica independiente, y para eso no halla recurso más eficaz que de las continuas divergencias y contradicciones que cree descubrir en el texto. Al ponderar luego la probidad del autor sagrado en acoplar, sin corregir, los varios documentos que compila, hace indirectamente la apología de la probidad crítica, que tales incongruencias descubre por doquier.
A nosotros, en verdad, nos hace muy poca gracia esa deferencia por la crítica literaria, tal como se la suele ejercer, no tanto porque es muchas veces problemática, cuanto, porque fácilmente queda comprometida en ella la sana doctrina de la inerrancia bíblica.
Un caso más y terminamos.
Afirma el autor que según E (Gen. L, 15-21) los hermanos de José no asistieron a los funerales de su padre “porque después de la muerte del padre ven a José por primera vez” (pág. 444). Es decir, que la crítica distribuye de tal manera los textos entre las varias fuentes, que los hermanos de José según E, no intervienen para nada hasta este punto después de la muerte del padre. Ni aun sabríamos por E hasta este punto que Jacob hubiese muerto, salvo que se introduce ex abrupto en L, 9 E (es de P) la caravana de carros y caballos que asistió a sus funerales.
¿Qué sería de la teoría crítica de las fuentes sin esos contrastes y desarmonías en los textos, sacadas a furia de mutilaciones, pues su base más socorrida es el fragmentarismo? No podemos seguir al autor por ese camino, que juzgamos inseguro, cuando no engañoso y falaz. Nosotros insistimos en la existencia de un texto fundamental, sencillamente transcrito, o ligeramente retocado y añadido por J, y luego entreverado del texto más breve y compendioso de P, con sus lucubraciones filosófico-religiosas, genealógicas, etnológicas y jurídicas, de tal manera acoplados que desglosados ambo textos resulte cada uno de ellos completo o casi. Pero de esto tratamos muy de propósito en otra parte[1].