miércoles, 5 de agosto de 2020

Un reciente comentario al libro del Génesis, por Ramos García (III de XI)

El autor como tantos otros, traduce así Gen. IV, 26: 

“Entonces comenzó a invocarse el nombre de Yahvé”

 Y añade el consabido comentario sobre el supuesto culto del Señor bajo el nombre de Yahvé contra lo que se dice en Ex. VI, 3 (pág.  83). Son suposiciones gratuitas fundadas en una falsa interpretación del texto, que a todo nuestro entender debió traducirse así: 

“Entonces se comenzó a clamar (o bien: “Este comenzó a clamar) en el nombre de Yahvé”.

 Así es como resulta que es el primero de los ocho pregoneros de la justicia contra la corrupción que acarreó el Diluvio, a terminar en Noé, que hace con eso el octavo, según la conocida aseveración de San Pedro (II Ped. II, 5)[1]. El nombre de Yahvé se pone ahí por anticipación y no hay más que cavilar ni que pedir[2].

 La cifra de 318 que suman los siervos de Abraham en la expedición contra los reyes orientales, sería sencillamente la expresión del valor numérico del nombre de Eliezer, senescal del dicho patriarca. Harto más en su puesto hubiese estado una observación sobre sus aliados, `Aner, Eskol y Mambré (Gen. XIV, 24), que con Abraham hacen cuatro, y tendríamos con eso desatado el enigma del nombre de Quiryat-Arba (“la ciudad de los cuatro”), llamada también Hebrón (“lugar de la alianza”), y todo ello con alusión a una expedición famosa, en que fueron desbaratados por los cuatro aliados los cuatro reyes orientales. Sabiendo, por otro lado, que la ciudad de Tanis fué fundada siete años más tarde que Hebrón (Num. XIII, 22), tendríamos un precioso sincronismo entre la historia de Egipto — dinastía XVI según la antigua crónica[3]- y la de Kanaán, Elam y Babilonia. Vaya coincidencia inesperada.

 El escándalo del autor ante una Sara provecta, capaz no obstante de inspirar amor en el corazón de Abimelek (Gen. XX) se desvanecería en buena parte anteponiendo ese episodio al otro episodio similar con el Faraón (Gen. XII, 9 ss.). Es el camino apuntado ya por San Agustín, y del que hay indicios nada fantásticos en el texto (cf. Gen. XX, 1 con XII, 9).

 Puesto el caso de Gerar delante de su paralelo el de Egipto se explican fácilmente tantas cosas:

 1. Se comprende cómo muy lejos todavía de ser madre (Gen. XI, 30), de edad no más de 66 años (cf. Gen. XII, 4 con 17, 1.17), pudiese conservar aún mucho de su natural atractivo.

 2. Se explica por qué Abraham da ante Abimelek larga razón de su conducta como quien se ve de repente en un ambiente social desconocido (Gen. XX, 11-13).

 3. Se quita mucho de la escabrosidad que parece llevar su conducta con el Faraón, como de quien obra fiado en la especial providencia de Dios para con él, tan bien experimentada en el lance anterior. En esa misma providencia especial descansará luego Isaac (Gen. XXVI).

 Por lo demás, no juzgamos necesario acudir a la teología primitiva de estos hombres; o a las ideas erróneas de aquel tiempo sobre la absoluta dependencia de la mujer frente al marido, para explicarnos el proceder de Abraham. Basta con ponerse en la dura realidad tal como él la presentía. Si Saray pasa por hermana, la mujer irá al harem, pero el marido vivirá; si, en cambio, pasa por su mujer, ella irá lo mismo al harem, y al marido le quitarán la vida. Escoge, pues, lo que pareció mal menor, ya que la podía llamar hermana sin mentir, diga lo que quiera el autor del comentario.



 

[1] Nota del Blog: ¡Bellísima exégesis!

 [2] Nota del Blog: Lamentablemente, aquí no lo podemos seguir al autor. Nos quedamos, una vez más, con Drach. En el tomo 1 de su Harmonie (pag. 420-424), después de citar Ex. VI, 2-3

“Y habló Dios a Moisés y le dijo: “Yo soy Jehová; Me aparecí a Abrahán, a Isaac y a Jacob como Dios Todopoderoso; mas con mi nombre de Jehová no me di a conocer a ellos”.

 Cita las versiones caldea y jerosolimitana, más algunos comentarios. Veamos:

 “I. Paráfrasis caldea de Jonatán-ben-Huziel

“Pero yo no me les manifesté por medio del rostro de mi esencia divina”.

 Tendremos ocasión, dice Drach, de ver más adelante que la expresión hebrea ver el rostro de Jehová significa ser iniciado, en el grado que sea, en el misterio de la esencia de Dios, de su manera de ser, de su unidad y trinidad.

 II. Paráfrasis jerosolimitana

Pero yo no les hice conocer el nombre del Verbo de Jehová”.

 (…)

 III. Comentario de Rabbi Moisés Nahhménides: 

“Esta es la verdadera exposición de las palabras del Señor: Yo, Jehová, me aparecí a Abraham, Isaac y Jacob por medio del espejo del nombre de Dios todopoderoso; pero no les fue dado verme en el espejo resplandeciente. Pues nuestros patriarcas conocen bien la unidad de Jehová, pero ignoran esta unidad en la profecía”.

 Es decir, no conocen la unidad de Dios en sentido profético, en su relación con las profecías que anuncian un Mesías Hombre-Dios. 

IV. Comentario de Isaac Abarbanel: 

Aunque me aparecí a los Patriarcas, fui ignorado por ellos, es decir no era conocido y sabido; pues no profetizaban (“profetizar” significa, en esta frase, ser favorecido con la comunicación divina”) cara a cara, sino solamente por intermediarios. Y puesto que la Redención (de la esclavitud de Egipto, Drach) era necesaria, Dios se reveló a Moisés de esta manera, a fin que él y todo Israel, cada uno según su progreso y santidad, profetizaban (conocieran a Dios) cara a cara, de forma de conocer y saber la majestad y grandeza de Jehová; lo cual era ignorado antes por los Patriarcas, dado que su profecía no era cara a cara”.

 Estos comentarios y paráfrasis, que muestran muy claramente lo que se debe entender por conocer el nombre de Jehová, responden a una dificultad que no puede dejar de presentarse al espíritu de cualquiera que esté un poco familiarizado con la escritura Santa. El Señor dice a Moisés que no se dio a conocer a los tres Patriarcas por su nombre Jehová; sin embargo, leemos en el capítulo XV del Génesis que en una visión (en una profecía, dicen las paráfrasis caldeas) el Señor dijo a Abraham: “Yo soy Jehová que te saqué de Ur de los caldeos”? ¿No invocó Isaac el nombre de Jehová sobre el altar que había erigido (Gen. XXVI, 25)? ¿No dijo el Señor a Jacob (Gen. XXVIII, 13): “Yo soy Jehová, el Dios de tu padre Abrahán, y el Dios de Isaac?

 Decir que Moisés no ha puesto sino por anticipación (es Drach quien subraya) el nombre Jehová en este y otros versículos, es ir en contra de la sana lógica, pues el escritor sacro narra en estos pasajes las propias palabras del Señor. Además, que su piadoso respeto por aquel que las había pronunciado debía prohibirle cambiar en ellas una sílaba, ¿por qué motivo habría cambiado un nombre por otro, sobre todo cuando escribía en la misma lengua que el Señor había hablado?

 Por el contrario, había razones para abstenerse de esta sustitución, a fin de no ponerse en contradicción con el capítulo VI del Éxodo, donde el mismo Señor afirma que no se había hecho conocer a los Patriarcas por su nombre inefable. Es preciso pues, admitir que los primeros padres de la nación judía tuvieron, en verdad, conocimiento del nombre venerable Jehová, pero que no veían en él sino, podríamos decir, la corteza, sin penetrar hasta el misterio sublime que lo encierra. Dios no les reveló sino que este nombre, por su significado y por sus elementos, indica la verdadera esencia, la verdadera manera de ser de la divinidad, mientras que Moisés: 

Veía claramente, no de una manera enigmática, ni en figuras, a Jehová que conversaba con él confidencialmente (boca a boca)” (Num. XII, 8).

 Leemos en otra parte que: 

Jehová hablaba con Moisés cara a cara, como suele hablar un hombre con su amigo” (Ex. XXXIII, 11).

 Podríamos citar Padres de la iglesia y comentadores católicos que dan la misma solución. Rosenmuller dice muy bien: 

“Por lo tanto, les fue conocida la voz, pero no la cosa que la voz denota”.

 [3] Según Jorge Sincelo, los egipcios poseían: 

“Una Tabla llamada Antigua Crónica, que contenía 30 dinastías en 113 generaciones”.

 En ella, por primera vez, se nombra a Tanis como sede de la dinastía XVI.