2) Concepto Mesiánico Judío.
Llegamos a una parte importantísima de la Disputa, pues vamos a poder apreciar el concepto que los judíos tenían (y tienen) del Mesías.
A decir verdad, al llegar a esta sección, uno nota a los Rabinos más seguros y firmes en sus argumentos, o al menos, dando batalla y, en más de una ocasión, creemos que hay que darles incluso la razón.
Nota Lacunza al comienzo de su obra, un principio tan elemental como importante en la exégesis de las profecías bíblicas que es, en substancia, el siguiente:
“Toda aquella profecía que no se ha cumplido literalmente en la primera venida, se deberá cumplir literalmente en la segunda”.
Este principio, que parece obvio, es a menudo olvidado por los exégetas católicos y de hecho se ve mucho en esta disputa la siguiente dicotomía:
Jerónimo interpreta literalmente las profecías sobre la primera Venida (nacimiento en Belén, su Pasión, etc. etc.), y en esto tiene razón, pero a la hora de interpretar las profecías que no se han cumplido, dice que se cumplieron alegóricamente en la Iglesia.
Los Rabinos, por el contrario, razonan al revés: lo que para el cristiano son las profecías de la primera Venida, en realidad se deben interpretar en forma alegórica, mientras que el resto de las profecías se deben entender literalmente, y es por eso que el Mesías no ha venido.
¿Quién no ve aquí que los dos están dando un paso en falso? ¿Cómo no ver que en los dos casos hay una parte de verdad?[1]
Todo el tiempo en la Disputa se ve claramente que la discusión gira alrededor de estos argumentos.
Si Jerónimo quería convencer sin sombra de dudas a los Rabinos, ¿por qué no reconocerles que lo que ellos esperaban se iba a cumplir literalmente cuando volviera el Mesías?
Viene al espíritu inmediatamente una página maravillosa de nuestro Lacunza donde nos explica, en dos palabras, la sustancia de la disputa con los judíos[2]:
“Las
cosas que acabamos de observar en este fenómeno forman en sustancia la
dificultad más grave de todas cuantas han opuesto, y oponen hasta ahora los
judíos, a los que les hablan de la venida del Mesías. Después que se ven rodeados y atacados por todas partes con sus mismas
Escrituras; después que ya no hallan qué responder a los argumentos clarísimos
y eficacísimos que les hacen los doctores cristianos; después que se ven
convencidos y concluidos con suma evidencia; se acogen, al fin a aquella última
fortaleza, que sin razón han tenido en todos los tiempos por inexpugnable; se
acogen, quiero decir, a las profecías.
Su modo de discurrir, reducido a cuatro palabras, es el siguiente: las profecías (digan lo que dijeren los cristianos e interpreten, y acomoden como mejor les pareciere), es cierto que no se han cumplido; luego el Mesías no ha venido. El antecedente lo prueban, mostrando una por una (con grande y molestísima prolijidad) no solamente aquellas pocas que nosotros hemos observado, sino otras muchas más que hemos omitido. La consecuencia la deducen a su parecer clarísimamente de las mismas profecías; pues entre éstas es fácil notar que unas anuncian expresamente, otras suponen evidentemente, que toda visión y profecía se habrá ya cumplido cuando venga el Mesías, o se acabará de cumplir plena y perfectamente en su venida. Basta leer el capítulo IX de Daniel, en donde (v. 24) se hallan juntas, y unidas, y como inseparables estas dos cosas entre otras: es a saber, el cumplimiento pleno y perfecto de toda profecía y visión, y la unción del Santo de los santos: “ut impleatur visio et prophetia, et ungatur Sanctus sanctorum”. Con que, si el Mesías ha venido, deberá ya haber sucedido la unción del Santo de los santos. Si ésta ha sucedido deberá ya haberse cumplido plena y perfectamente toda visión y profecía. Esto último es evidentemente falso, luego también lo primero, pues no hay más razón para lo uno, que para lo otro; luego el ungido o Cristo del Señor no ha venido, etc.
Este argumento de los doctores judíos es el único entre todos al que no han podido responder hasta ahora los doctores cristianos, a lo menos de un modo perceptible, capaz de contentar y satisfacer a quien desea la verdad, y sólo en ella puede reposar. En todo lo demás tengo por cierto e indubitable que convencen evidentemente a los doctores judíos, los confunden y los hacen enmudecer; y esto con tanta eficacia y evidencia, que algunos rabinos más modernos (y sin duda más doctos y sinceros que los antiguos) se han visto precisados a decir en fuerza de los argumentos, que el Mesías debía ya haber venido muchos siglos ha, según las Escrituras; mas que ha dilatado su venida por los pecados de su pueblo. Otros todavía más doctos y más sinceros han dicho (y parece que en esto han dicho la pura verdad sin entenderla) que el Mesías ya vino, pero que está oculto por la misma razón, esto es, por los pecados de su pueblo (Pinamonti, La sinagoga disinganata).
Mas, aunque en todo lo demás convencen los doctores cristianos y confunden a los judíos, en el punto particular que ahora tratamos, parece cierto que no han hecho otra cosa, según su sistema, que hablar en tono decisivo, ponderar y suponer mucho, y al fin dejar intacta la dificultad, o por mejor decir, dejarla más visible y más indisoluble. Ved aquí toda la respuesta, y toda la solución de la gravísima dificultad.
Lo primero: saludan a los doctores judíos con la salutación acostumbrada, llamándolos groseros y carnales, pues se han imaginado que las profecías dictadas por el Espíritu Santo, se habían de cumplir así como suenan, o según su modo grosero de entender (en esto último no dejan de tener razón, y gran razón).
Lo segundo: les añaden, que han entendido las Escrituras “según la letra que mata y no según el espíritu que vivifica” (II Cor. III, 6) (lo cual también puede ser verdad, y lo es en gran parte, mas en su verdadero sentido).
Lo tercero: les enseñan, como si fueran capaces de admitir o de entender una doctrina tan extraña y tan repugnante al sentido común, que las profecías se deben entender, no como suenan o según el sentido que aparece; pues en este sentido, añaden, sería necesario admitir en Dios manos, pies, ojos y oídos materiales, todo lo cual se lee frecuentemente en las profecías, sino que se deben entender solamente en aquel sentido verdadero en que Dios habló. ¿Cuál es este sentido verdadero? Es, dicen, el sentido espiritual y figurado y en este verdadero sentido se han verificado ya en la Iglesia presente casi todas aquellas profecías, que no pudieron verificarse, ni tener lugar en los judíos; exceptuando algunas pocas, cuyo cumplimiento perfecto se reserva para el fin del mundo, cuando vuelva el Señor del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos, esto es, a todo entero el linaje humano, que lo espera en el gran valle de Josafat, ya muerto y resucitado, etc.
¿Y no hay más respuesta que ésta, ni más solución de una tan grave dificultad? No, amigo, no hay más, según todo lo que yo he podido averiguar. No por eso niego la posibilidad absoluta de alguna solución más perceptible; mas en el sistema ordinario no comprendo cómo pueda ser.
¡Oh verdaderamente pobres e infelices judíos! Por todas partes os sigue y acompaña el reato de vuestros delitos y la justa indignación de vuestro Dios. ¡Oh, sistema no menos funesto y perjudicial para vosotros, que el que abrazaron imprudentemente vuestros doctores! Aquél os hizo desconocer, reprobar y crucificar a la esperanza de Israel, y os redujo, por buena consecuencia, al estado miserable en que os halláis tantos siglos ha, anunciado clarísimamente en vuestras profecías; y este otro sistema en que os quieren hacer entrar con una violencia tan manifiesta, os ha cegado mucho más. Al sistema de vuestros doctores es evidente que les faltó la mitad de las profecías, o la mitad del Mesías mismo; y a este segundo sistema es no menos evidente, que le falta la otra mitad. Una y otra falta ha recaído sobre vosotros, y ha completado vuestra infelicidad.
¡Oh, si fuese posible unir entre sí estas dos mitades, secundum Scripturas! Con esto sólo parece que estaba todo remediado por una y otra parte. Ni era menester otra cosa, así para el verdadero y sólido bien de las gentes cristianas, como para remedio de los infelices judíos; sed hoc opus, hic labor est. Si se uniesen bien estas dos mitades, podrá decirse: ¿cómo pudieran cumplirse las profecías? ¿Cómo pudiera cumplirse todo lo que se lee en contra de los judíos y en favor de las gentes que ocuparon su puesto? ¿Cómo pudiera asimismo cumplirse lo que se lee para otros tiempos en contra de las gentes y en favor de los judíos? Todo se lograría con que los segundos se hicieran cargo de las circunstancias que habían de acompañar la primera venida del Mesías, según las Escrituras, y por consiguiente la creyeran; y los primeros, que creen la primera y esperan la segunda, hiciesen reflexión sobre tantas profecías, que hablan manifiestamente de ésta, y no de la primera, y por tanto entonces sólo tendrán su entero cumplimiento”.
Hasta aquí las palabras más que luminosas de Lacunza cuya aplicación tendremos oportunidad de ver una y otra vez a partir de ahora.
[1] Al final de la 4 sesión, Jerónimo estampa este principio general indiscutible, que ojalá hubiera sabido mantener en la discusión:
“El vocablo nunca debe tomarse impropiamente si se puede entender en
sentido propio”.