3) Dan. IX, 24-27: “Setenta semanas están decretadas para tu pueblo y para tu ciudad santa, a fin de acabar con la prevaricación, sellar los pecados y expiar la iniquidad, y para traer la justicia eterna, poner sello sobre la visión y la profecía y ungir al Santo de los santos. Conoce y entiende: Desde la salida de la orden de restaurar y edificar a Jerusalén, hasta un Ungido, un Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas; y en tiempos de angustias será ella reedificada con plaza y circunvalación. Al cabo de las sesenta y dos semanas será muerto el Ungido y no será más. Y el pueblo de un príncipe que ha de venir, destruirá la ciudad y el Santuario; más su fin será en una inundación; y hasta el fin habrá guerra (y) las devastaciones decretadas. Él confirmará el pacto con muchos durante una semana, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación; y sobre el Santuario vendrá una abominación desoladora, hasta que la consumación decretada se derrame sobre el devastador”[1].
Profecía Mesiánica tal como es aceptado por católicos y judíos[2], a Jerónimo sólo le quedaba probar su cumplimiento.
La exégesis de las LXX Semanas es tan importante como difícil, y si bien no compartimos la interpretación de Jerónimo, sin embargo, para su propósito, fue más que suficiente.
Jerónimo les cita una autoridad que hace comenzar la profecía con la destrucción del primer Templo y la termina el año 70 con la destrucción del segundo Templo; esta cronología no fue negada por los Rabinos.
Los judíos respondieron dando otra interpretación al texto:
“Respecto a la identificación de los dos Ungidos o Cristos, para ellos el primero ("usque ad Christum ducem") es Ciro o Zorobabel y el segundo ("occidetur Christus") es Agripa; el "non erit eius populus qui eum negaturus est" lo interpretaban: "y no tendrá descendencia", es decir, también le morirá su hijo (cf. ses. 22). La aplicación a Ciro del "usque ad Christum ducem" también la hicieron algunos escritores cristianos, pero parece inadmisible, no sólo porque el punto de partida no es el que se supone (la profecía de Jeremías), sino otro posterior a Ciro, sino también porque, según el texto, es el mismo Cristo muerto ("occidetur Christus"), pues no dice que faltan para él siete semanas, sino siete semanas y sesenta y dos semanas, es decir, sesenta y nueve, que son las que faltan para el "occidetur Christus". En cuanto a Agripa, pasaron, desde la profecía de Jeremías, mucho más de setenta semanas de años”[3].
Dejando estos tecnicismos de lado, lo cierto es que, a pesar de la cronología un tanto defectuosa, una cosa es cierta en la profecía: el v. 26 habla claramente de la destrucción del Templo y antes habla de la muerte del Mesías, es decir, el Mesías vino antes del año 70.
De aquí que los judíos no pudieran responder nada a la respuesta de Jerónimo a su exégesis y se remitieran a lo ya dicho.
Como complemento, Jerónimo dio dos pruebas bíblicas más: Ag. II, 7-10 y Mal. III, 1 para probar que el Mesías había de venir bajo el segundo Templo.
En conclusión: los textos del Génesis y de Daniel prueban sin sombra de duda que el Mesías ya vino, y de ahí que los judíos tenían que recurrir a argucias como decir que “tendría que haber venido, pero no lo hizo por los pecados del pueblo”, etc.
[2] Critica con razón el P. Pacios en nota al pie a Nácar-Colunga que interpretan esta profecía como cumplida en tiempos de los Macabeos.
[3] I.250, nota 46.