Una objeción salta a la vista
en contra de lo que aquí dice Lacunza y es que las conversiones no sólo
continuaron, sino que incluso aumentaron, así que, lejos de probar que los
argumentos de Jerónimo no fueron convincentes, debemos reconocer lo contrario.
A esto se puede responder de
varias maneras:
a) Primero y principal, como lo indica el P. Pacios,
Jerónimo ya había probado su tesis en forma clara, con lo cual
“Bastábale probar que las razones judías no
eran evidentes, no eran seguras; no necesitaba probar su falsedad; esa se
prueba desde el momento que se hace ver que
no son evidentes y que se oponen a
pruebas evidentes: pues la evidencia es criterio de certeza y de verdad, y
éstas han de encontrarse allí donde se halla la evidencia. Este cometido lo
cumplió Jerónimo debidamente: de ahí las conversiones. Las soluciones que da
son posibles y hasta buenas; esto basta para quitar la evidencia a las razones
judías: si es posible lo contrario de lo
que ellos dicen es que ya no es evidente lo que dicen. Pero la solución que
da ¿es siempre la verdadera? A eso ya no nos atreveríamos a responder
afirmativamente en todos los casos…”[1].
b) Además, no hay que olvidar que, en muchos casos, la razón de las conversiones había que buscarla por
fuera de los argumentos, como cuando los Rabinos negaban que todo el Talmud
fuera obligatorio. Eso ya era razón más que suficiente para que un judío se
planteara seriamente sus creencias, dado que siempre le habían enseñado lo
contrario, y más aún cuando vemos que los Rabinos obraron así por falta de
argumentos.
¿En qué consistía (y consiste)
el Mesianismo judío?
Dejemos hablar al P. Pacios[2]:
“Creemos que el error fundamental de este
concepto era el esperar al Mesías prácticamente como una bendición exclusiva de
Israel y, lo que es peor, bendición de un orden exclusivamente temporal. El
error está precisamente en ese exclusivismo,
y es tanto más difícil de desarraigar, cuanto que va nutrido por un orgullo de
raza que Dios abomina y un patriotismo exasperado por tantas calamidades.
No hay nada que tanto ciegue en el orden religioso como la pasión política.
Los judíos veían que las profecías ponían al
Mesías como bendición de todas las gentes (Gen. XII, 3; XVIII, 18; XXII, 18;
XXVIII, 14; XLIX, 10), pero se arreglan para dejar esa bendición en un plano
secundario y muy dudoso; la bendición de las naciones consiste en estar
sometidas políticamente a Israel. Prácticamente, toda la bendición queda así
para Israel; a él se ordenan los pueblos y a él el Mesías.
También las profecías hablan de la abundancia de
bienes espirituales traídos por el Mesías; pero también los judíos, sin negar
esos bienes, los ponen en un plan secundario; el Mesías no traerá ningún bien
espiritual nuevo: todos los bienes se encuentran en la ley de Moisés; el oficio
del Mesías no es otro que el de crear, como rey poderoso y santo, las
circunstancias externas que hagan posible la exacta observancia de la ley
mosaica; pero nada de justificación interna, nada de renovación interior, nada
de auxilio sobrenatural en cada alma para vencer al demonio.
Parecen olvidar completamente la primera profecía mesiánica, de la cual son mero
desarrollo todas las demás:
“Enemistades
pondré entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la de ella: ella
quebrantará tu cabeza” (Gen. III, 15).
No negamos las promesas mesiánicas especiales en
orden a Israel: el error está en haberlas puesto en primer plano, olvidando las
otras, más importantes (…) El incumplimiento aparente de esas promesas
es prueba clarísima de que ellos no son fieles a la verdadera fe, de que han
rechazado el verdadero Mesías. Esperamos
no obstante que el día en que le reconozcan —día que San Pablo nos dice llegará
(Rom. XI, 23-32)—esas promesas se cumplirán.
(…)
El
concepto mesiánico de los judíos se precisa así: el Mesías no viene, según el
cristiano ve en el Gen. III, 15, para destruir el pecado; eso es obra de la ley
de Moisés, que es perfecta y se basta a sí misma. Por consiguiente, la función
religiosa del Mesías no es sino crear las circunstancias externas que
favorezcan el cumplimiento de esa ley, a saber: acabar con la cautividad y
reedificar el templo para que prosiga el culto (…)
Abroquelados en ese concepto evidentemente falso,
dicen que toda prueba que le contraríe debe entenderse de un modo alegórico
(cf. vgr. ses. 15), y así pretenden desembarazarse expeditivamente de cuantas
autoridades demuestran que el Mesías ya ha venido…”.