6) Serán embaucados por el Falso Profeta a fin de que
adoren al Anticristo.
Las
frases
“La Bestia que tiene la plaga de la cuchilla y
vivió” (Apoc. XIII, 14)
y
“Se maravillarán los que habitan sobre la tierra…
viendo la Bestia, que era y no es y estará presente”.
Parecerían
ser sinónimas.
7) Fornicarán con la gran Ramera.
Es
posible que este grupo de personas, que ha de aparecer en los últimos tiempos, sea
el mismo del cual ya hemos hablado antes al referirnos a “esta generación” (ver
AQUI).
En efecto, va a intentar impedir, nuevamente, la venida del Reino de Jesucristo,
y es por eso que se va a oponer nuevamente a la predicación de la Buena
Nueva por todo el mundo, dando muerte a los Mártires del quinto Sello (ver
el grupo siguiente), y sin dudas de ellos se valdrá el demonio para perseguir a
la Mujer del cap. XII, como así también al resto de su linaje y, por último, para
dar muerte a los dos Testigos.
De
este mismo grupo ya había hablado el gran profeta Isaías a través de dos
capítulos:
Is. XXIV,
1-6[1]: “He aquí que Yahvé devastará la tierra, y la dejará desolada,
trastornará la superficie de ella y dispersará sus habitantes. Y
será del pueblo como del sacerdote, del siervo como de su amo, de la sierva
como de su dueña, del comprador como del vendedor, del que presta como del que
toma prestado, del acreedor como del deudor[2]. La tierra será devastada y
saqueada del todo, por cuanto Yahvé así lo ha decretado. La tierra se consume
de luto, el orbe se deshace y se marchita; desfallecen los magnates de la
tierra. La tierra está profanada por sus habitantes; pues han traspasado
las leyes y violado los mandamientos, han quebrantado la alianza eterna. Por
eso la maldición devora la tierra, y son culpables sus moradores;
por eso serán consumidos los habitantes de la tierra, y quedará
solamente un corto número de hombres…[3]”. Cfr. también v. 11.
Is. XXVI,
19-21: “Vivirán tus muertos,
resucitarán los muertos míos. Despertad y exultad, vosotros que moráis en el
polvo; porque rocío de luz es tu rocío, y la tierra devolverá sus muertos.
Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tus puertas tras de ti;
escóndete por un breve instante hasta que pase la ira[4]. Pues he aquí que Yahvé
sale de su morada para castigar la iniquidad de los habitantes de la tierra, y
la tierra dejará ver la sangre derramada sobre ella, y no ocultará más sus
muertos”.
Como
corolario de todo esto no debemos olvidar, para nuestro consuelo, que los católicos
no somos habitantes de esta tierra, sino que hemos sido llamados a algo
más grande, pues como lo dice San Pablo:
Heb.
XI, 9-10: “Llamado por la fe, Abraham
obedeció para partir a un lugar que había de recibir en herencia, y salió sin
saber a dónde iba. Por la fe habitó en la tierra de la promesa como en tierra
extraña, morando en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, coherederos de la
misma promesa, porque esperaba aquella ciudad de fundamentos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios”.
Heb.
XIII, 14: “Porque aquí no tenemos
ciudad permanente, sino que buscamos la futura”.
.
Ante
lo cual Straubinger comenta:
“La futura: alude a la Jerusalén
Celestial, como vimos en XI, 40 y nota. Allí está escondida nuestra
vida que es Cristo (Col. III, 4). De allí esperamos que Él venga y
en eso ha de consistir nuestra conversación (Fil. III, 20 s). Eso hemos
de buscar (Col. III, 1) y saborear anticipadamente en esperanza (Tito
2, 13)”.
Además,
como nos amonesta San Pablo:
“El Reino de Dios no consiste en comer y beber, sino
en justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. XIV, 17)
Y como nos lo recuerda San Pedro, estos
cielos y esta tierra van a ser mudados, razón de sobra para no poner en ellos
nuestra morada:
“Pero el día del Señor vendrá como ladrón, y
entonces pasarán los cielos con gran estruendo, y los elementos se disolverán
con gran estruendo, y los elementos se disolverán para ser quemados, y la
tierra y las obras que hay en ella no serán más halladas. Si, pues, todo ha
de disolverse así ¿cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta y piedad
para apresurar la Parusía del día de Dios, por el cual los cielos encendidos se
disolverán y los elementos se fundirán para ser quemados? Pues esperamos también
conforme a su promesa cielos nuevos y tierra nueva en los cuales habite la
justicia. Por lo cual, carísimos, ya que esperáis estas cosas, procurad estar
sin mancha y sin reproche para que Él os encuentre en paz. Y creed que la
longanimidad de Nuestro Señor es para salvación…” (II Ped. III, 11-15).
Por
último, no debemos perder de vista que hemos sido llamados a formar parte de la
morada de Dios con los hombres, es decir, a ser habitantes de la
Jerusalén Celeste (Apoc. XXI, 3).
[1] Como lo indica Lacunza, todo este capítulo se refiere al
juicio del que nos habla San Juan en Apoc. XIV, 14 ss y que
coincide con el juicio de las Naciones que tendrá lugar durante los 45 días posteriores
a la destrucción del Anticristo, como ya lo dejamos dicho AQUI.
Todo esto se corrobora, además de las razones apuntadas por Lacunza, por
el hecho que ya ha sido destruida Babilonia, “la ciudad de la vanidad” (v.
10).
[2] Uno no puede menos
que recordar aquellas palabras del Apocalipsis (XIII, 16):
“Y hace
que a todos: los pequeños y los grandes y los ricos y los pobres y los libres y
los siervos para que se les dé una marca sobre la mano de ellos, la derecha, o
sobre la frente de ellos…”.
[3] Sigo la traducción de
Straubinger, pero agrego “de hombres” que está literalmente en el original
Hebreo y en los LXX. La diferencia entre los moradores de la tierra y los
hombres es clara.
[4] La alusión a la Mujer
que huye al desierto salta a la vista. Straubinger comenta:
“Dios consuela a su pueblo y le exhorta a tener
paciencia en la soledad (Os. II, 14; Apoc. XII, 6) hasta que Él realice
el castigo de los impíos. Véase Apoc. XVI, 6 ss; XVII-XVIII”
(Straubinger cita además VI, 9 ss, pero nos parece que este
juicio, si bien es contra los moradores de la tierra, es anterior
a la huida de la Mujer al desierto).
Como curiosidad, comentamos que hay quienes han querido ver aquí una prueba
del rapto de la Iglesia pre-parusíaco pero esto no es posible por dos razones:
a) Porque Dios está hablando a “su pueblo”, es decir a
Israel.
b) Porque el misterio de la Iglesia estuvo escondido en el
A. Testamento y sólo se reveló en el Nuevo. Misión encomendada a San Pablo
(Ef. III).