domingo, 1 de marzo de 2020

Sobre algunos grupos de personas en el Apocalipsis (II edición) (V de XV)


6) Serán embaucados por el Falso Profeta a fin de que adoren al Anticristo.

Las frases

“La Bestia que tiene la plaga de la cuchilla y vivió” (Apoc. XIII, 14)

y

“Se maravillarán los que habitan sobre la tierra… viendo la Bestia, que era y no es y estará presente”.

Parecerían ser sinónimas.  

7) Fornicarán con la gran Ramera.

Es posible que este grupo de personas, que ha de aparecer en los últimos tiempos, sea el mismo del cual ya hemos hablado antes al referirnos a “esta generación” (ver AQUI). En efecto, va a intentar impedir, nuevamente, la venida del Reino de Jesucristo, y es por eso que se va a oponer nuevamente a la predicación de la Buena Nueva por todo el mundo, dando muerte a los Mártires del quinto Sello (ver el grupo siguiente), y sin dudas de ellos se valdrá el demonio para perseguir a la Mujer del cap. XII, como así también al resto de su linaje y, por último, para dar muerte a los dos Testigos.

De este mismo grupo ya había hablado el gran profeta Isaías a través de dos capítulos:

Is. XXIV, 1-6[1]: “He aquí que Yahvé devastará la tierra, y la dejará desolada, trastornará la superficie de ella y dispersará sus habitantes. Y será del pueblo como del sacerdote, del siervo como de su amo, de la sierva como de su dueña, del comprador como del vendedor, del que presta como del que toma prestado, del acreedor como del deudor[2]. La tierra será devastada y saqueada del todo, por cuanto Yahvé así lo ha decretado. La tierra se consume de luto, el orbe se deshace y se marchita; desfallecen los magnates de la tierra. La tierra está profanada por sus habitantes; pues han traspasado las leyes y violado los mandamientos, han quebrantado la alianza eterna. Por eso la maldición devora la tierra, y son culpables sus moradores; por eso serán consumidos los habitantes de la tierra, y quedará solamente un corto número de hombres[3]”. Cfr. también v. 11.


Is. XXVI, 19-21: “Vivirán tus muertos, resucitarán los muertos míos. Despertad y exultad, vosotros que moráis en el polvo; porque rocío de luz es tu rocío, y la tierra devolverá sus muertos. Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tus puertas tras de ti; escóndete por un breve instante hasta que pase la ira[4]. Pues he aquí que Yahvé sale de su morada para castigar la iniquidad de los habitantes de la tierra, y la tierra dejará ver la sangre derramada sobre ella, y no ocultará más sus muertos”.

Como corolario de todo esto no debemos olvidar, para nuestro consuelo, que los católicos no somos habitantes de esta tierra, sino que hemos sido llamados a algo más grande, pues como lo dice San Pablo:

Heb. XI, 9-10: “Llamado por la fe, Abraham obedeció para partir a un lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó en la tierra de la promesa como en tierra extraña, morando en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, porque esperaba aquella ciudad de fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”.

Heb. XIII, 14: “Porque aquí no tenemos ciudad permanente, sino que buscamos la futura”.
.
Ante lo cual Straubinger comenta:

La futura: alude a la Jerusalén Celestial, como vimos en XI, 40 y nota. Allí está escondida nuestra vida que es Cristo (Col. III, 4). De allí esperamos que Él venga y en eso ha de consistir nuestra conversación (Fil. III, 20 s). Eso hemos de buscar (Col. III, 1) y saborear anticipadamente en esperanza (Tito 2, 13)”.

Además, como nos amonesta San Pablo:

“El Reino de Dios no consiste en comer y beber, sino en justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. XIV, 17)

Y como nos lo recuerda San Pedro, estos cielos y esta tierra van a ser mudados, razón de sobra para no poner en ellos nuestra morada:

“Pero el día del Señor vendrá como ladrón, y entonces pasarán los cielos con gran estruendo, y los elementos se disolverán con gran estruendo, y los elementos se disolverán para ser quemados, y la tierra y las obras que hay en ella no serán más halladas. Si, pues, todo ha de disolverse así ¿cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta y piedad para apresurar la Parusía del día de Dios, por el cual los cielos encendidos se disolverán y los elementos se fundirán para ser quemados? Pues esperamos también conforme a su promesa cielos nuevos y tierra nueva en los cuales habite la justicia. Por lo cual, carísimos, ya que esperáis estas cosas, procurad estar sin mancha y sin reproche para que Él os encuentre en paz. Y creed que la longanimidad de Nuestro Señor es para salvación…” (II Ped. III, 11-15).

Por último, no debemos perder de vista que hemos sido llamados a formar parte de la morada de Dios con los hombres, es decir, a ser habitantes de la Jerusalén Celeste (Apoc. XXI, 3).



[1] Como lo indica Lacunza, todo este capítulo se refiere al juicio del que nos habla San Juan en Apoc. XIV, 14 ss y que coincide con el juicio de las Naciones que tendrá lugar durante los 45 días posteriores a la destrucción del Anticristo, como ya lo dejamos dicho AQUI. Todo esto se corrobora, además de las razones apuntadas por Lacunza, por el hecho que ya ha sido destruida Babilonia, “la ciudad de la vanidad” (v. 10).

[2] Uno no puede menos que recordar aquellas palabras del Apocalipsis (XIII, 16):

Y hace que a todos: los pequeños y los grandes y los ricos y los pobres y los libres y los siervos para que se les dé una marca sobre la mano de ellos, la derecha, o sobre la frente de ellos…”.

[3] Sigo la traducción de Straubinger, pero agrego “de hombres” que está literalmente en el original Hebreo y en los LXX. La diferencia entre los moradores de la tierra y los hombres es clara.

[4] La alusión a la Mujer que huye al desierto salta a la vista. Straubinger comenta:

“Dios consuela a su pueblo y le exhorta a tener paciencia en la soledad (Os. II, 14; Apoc. XII, 6) hasta que Él realice el castigo de los impíos. Véase Apoc. XVI, 6 ss; XVII-XVIII

(Straubinger cita además VI, 9 ss, pero nos parece que este juicio, si bien es contra los moradores de la tierra, es anterior a la huida de la Mujer al desierto).

Como curiosidad, comentamos que hay quienes han querido ver aquí una prueba del rapto de la Iglesia pre-parusíaco pero esto no es posible por dos razones:

a) Porque Dios está hablando a “su pueblo”, es decir a Israel.

b) Porque el misterio de la Iglesia estuvo escondido en el A. Testamento y sólo se reveló en el Nuevo. Misión encomendada a San Pablo (Ef. III).