viernes, 13 de marzo de 2020

Sobre algunos grupos de personas en el Apocalipsis (II edición) (VII de XV)


Esto explica también lo que dice San Juan al abrir su profecía, cuando dice que testificó “la Palabra de Dios” y “el Testimonio de Jesucristo” (I, 2.9), es decir de los dos grandes grupos de Mártires del Apocalipsis, el primero es aquel del que estamos hablando ahora y del segundo hablaremos en el próximo grupo.

En I, 3 dice:

Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas escritas en ella; en efecto, el tiempo (está) cerca”[1].

AQUI básicamente habíamos dicho que “el que lee” (en el Templo) es Elías y “los que oyen y guardan las cosas escritas” son estos mismos encargados de predicar el Evangelio a todo el mundo.

Como se vé, todo gira siempre alrededor de las mismas ideas.

Y lo que acabamos de decir se confirma también por la misteriosa frase de Nuestro Señor a la Iglesia de Filadelfia cuando le dice:

“He aquí que he puesto delante de ti una puerta abierta, que nadie puede cerrarla”.

La cual es símbolo de la predicación y del Apostolado como nos lo dice San Pablo en varias oportunidades:

Hech. XIV, 27: “Llegados reunieron la Iglesia y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”.

 I Cor. XVI, 8-9: “Me quedaré en Éfeso hasta Pentecostés, porque se me ha abierto una puerta grande y eficaz, y los adversarios son muchos”.

 II Cor. II, 12-13: “Llegado a Tróade para predicar el Evangelio de Cristo, y habiéndoseme abierto una puerta en el Señor, no hallé reposo para mi espíritu, por no haber encontrado a Tito, mi hermano…”

 Col. IV, 2-4: “Perseverad en la oración, velando en ella y en la acción de gracias, orando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra una puerta para la palabra, a fin de anunciar el misterio de Cristo…

Es decir, los perseguidores de este grupo (los habitantes de la tierra, para ser más exactos) no podrán evitar la predicación en todo el mundo (o para ser más exactos, contribuirán a ella por medio de las persecuciones) del anuncio del próximo Reinado de Jesucristo, predicación que servirá, por otra parte, para que nadie pueda excusarse de seguir al Anticristo cuando aparezca[2].

De este grupo habló Jesús en la parábola del juez inicuo, Lc. XVIII, 1-7:

“Les propuso una parábola sobre la necesidad de que orasen siempre sin desalentarse: “Había en una ciudad un juez que no temía a Dios y no hacía ningún caso de los hombres. Había también allí, en esta misma ciudad, una viuda, que iba a buscarlo y le decía: “Hazme justicia librándome de mi adversario”. Y por algún tiempo no quiso, mas después dijo para sí: “Aunque no temo a Dios ni respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me importuna, le haré justicia, no sea que al fin venga y me arañe la cara”. Y el Señor agregó: “¿Y Dios no habrá de vengar a sus elegidos, que claman a Él día y noche, y se mostrará tardío con respecto a ellos? Yo os digo que ejercerá la venganza de ellos prontamente”.

Los elegidos que claman a Él día y noche parecerían incluir no sólo los Mártires del quinto Sello[3], sino también los del Anticristo, ya que el famoso final del v. 8, que no puede ser separado de todo lo que antecede, es del todo Parusíaco:

Pero el Hijo del hombre cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?”.



[1] Sobre los “bienaventurados” en el Apocalipsis, nos remitimos a lo ya dicho en otra oportunidad AQUI

[2] Como nota al pie es interesante destacar que esta interpretación corroboraría lo dicho sobre el primer grupo, ya que Al Vencedor de la Iglesia de Laodicea se le promete sentarse en el trono de Jesús, y en el capítulo XX vemos que San Juan contempla los tronos y a los mártires del quinto Sello, que corresponden a la Iglesia de Filadelfia.

[3] Ita Straubinger.