miércoles, 10 de julio de 2019

La Neomenia Mesiánica en el Prólogo del cuarto Evangelio, por B. Pascual (I de X)


La Neomenia Mesiánica en el Prólogo del cuarto Evangelio

Nota del Blog: Interesantísimo estudio del P. Bartomeu Pascual, un exégeta catalán perfectamente desconocido por nosotros hasta que leímos dos pequeños trabajos suyos, uno de los cuales es el que presentamos en esta oportunidad.


El texto se puede leer en Analecta Sacra Tarraconensia, vol. III (1927), pag. 33-66.


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NOTAS PARA UN COMENTARIO DE SAN JUAN I, 5-9,
por el Doctor BARTOMEU PASCUAL.

I

Observación previa sobre el espíritu litúrgico de San Juan, revelado en sus principales obras y en un texto de Polícrates. - Valor literal e histórico de ese texto. - Su importancia para la crítica bíblica.


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Comenzando un estudio acerca del cuarto evangelio, publicado en ANALECTA SACRA TARRACONENSIA (vol. 2, pp. 407-426), escribíamos lo que sigue:

"El evangelio de San Juan es el de las festividades de Jerusalén y tiene un manifiesto carácter litúrgico que se prolonga sobre su otra grande obra del Apocalipsis".

Eso repetimos hoy, si cabe, con mayor encarecimiento, al empezar esta nueva investigación sobre el prólogo de aquel evangelio. Y, si no seguimos transcribiendo ni completando aquí las citas escriturarias con que entonces lo confirmábamos, es porque preferimos esta vez llamar ante todo la atención sobre la historicidad de un pasaje extrabíblico que por otra vía ilustra el mismo concepto; esto es, sobre el conocido texto de Polícrates o, mejor dicho, sobre una sola y rapidísima frase que en él se contiene, pertinente a nuestro propósito.

Las palabras son breves y por eso más interesantes. Gratior haustus e rivulo est, dijo San Ambrosio con fina psicología; y, en verdad, con singular placer las recogemos para nota introductoria del presente trabajo.

Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica (5, 24, 1-8), al tratar la cuestión de los cuartodecimanos, pone un largo fragmento de la epístola vehementísima que Polícrates, Obispo de Éfeso y presidente de la asamblea de los obispos de Asia, dirigió, por los años 190, al Papa Víctor manifestándole la práctica allí vigente y su unánime sentir en favor de la coincidencia de la Pascua cristiana con la judía, afirmándolo como intangible tradición recibida de apóstoles y de varones apostólicos, cuyas tumbas y cuyos recuerdos religiosamente se guardaban en aquellas iglesias. Entre esos pone al apóstol San Juan, "que llevó la lámina de oro".


Esas últimas palabras, a nuestro entender, son preciosas; contienen un detalle histórico casi perdido, un fuerte trazo de la fisonomía de San Juan en sus últimos años, un rasgo de su nobilísimo decoro y santo studium pulchritudinis, y más aún de su profunda comprensión y amor de la divina liturgia de Israel. La crítica bíblica no ha de pasarlas por alto. El estilo es el hombre, y esas dos cualidades personales del apóstol no podían menos de trascender a la obra literaria, ejecutada precisamente en aquel mismo período de su vida.

San Juan llevó la lámina de oro. Sobre la frente del sumo sacerdote aarónico, cual diadema pontifical, ligada a su tiara con lazo de púrpura violeta, debía brillar una lámina de oro purísimo (Ex. XXVIII, 36-39), con esa inscripción grabada, así como se graba un sello: "Santidad a Jahweh ". Aarón, prosigue la ley ceremonial del Éxodo, la llevará sobre la frente a fin de lograr propiciación para su pueblo, al presentarse ante el Señor. Y en efecto, así se cumplió hasta los últimos días del templo: Flavio Josefo lo escribe como testigo de vista (B. J. 5, 5, 7), y, antes de él, lo había cantado el autor del Eclesiástico en la estrofa que dedica a Aarón (Eccl. XLV, 12-14):

"Sobre la tiara llevó la corona de oro
con estas palabras grabadas: "Santo del Señor",
insignia de honor, obra de perfecta hermosura,
delicias de los ojos, magnífico ornamento:
nada igual hubo antes, ni tampoco lo habrá después,
ningún extraño se revistió de él,
mas solamente Aarón y sus descendientes
en toda la serie de las edades.
Sus holocaustos serán ofrecidos
dos veces cada día sin interrupción…".

Pero vino el verdadero sacrificio de Jesús, y cesaron los holocaustos figurativos y con ellos la gloria de los hijos de Aarón; y, trasladado el sacerdocio, San Juan, consciente de su derecho, trasladó sobre su frente de apóstol y de pontífice la lámina sacerdotal.

No sabemos por qué sobre la realidad histórica de esto último han de vacilar exégetas distinguidísimos.

"Apenas se puede creer, - dice Lagrange - que Juan haya en efecto portado ese ornamento; pero la intención de Polícrates es la de designarlo como especialmente dedicado a Dios, con una especie de superintendencia sobre las iglesias del Asia, que se desprende muy naturalmente del Apocalipsis (Ev. St. Jean, 54).

También Belser, alegorizando más sutilmente, ve en la frase una referencia al Apocalipsis, el libro de las visiones que tuvo San Juan cuando, a manera de sumo sacerdote, entró en el "Sancta Sanctorum" de los cielos (Einleitung, etc., p. 370).

Empero las palabras de Polícrates son categóricas y sencillamente dicen así:

“También Juan, que se recostó en el seno del Señor, que fue también sacerdote y llevó la lámina (de oro en la frente); fue por último mártir y doctor. Este Juan acabó sus días en Éfeso…”.

Si se conviene en que aquí todos los demás elementos son históricos y literales ¿por qué buscar tan sólo para este inciso una interpretación figurada? El detalle es en verdad inesperado, pero nada tiene de inverosímil; antes bien se ofrecen una serie de congruencias externas e internas que confirman y como que requieran su más estricta literalidad.

Lo que nos dice Polícrates pasaba en Éfeso. Y fué en Éfeso donde el templo de Diana, con su vasta y jerárquica ordenación de ministros y la magnificencia de sus solemnidades artemisias, estimuló a la primitiva cristiandad a contraponerse organizada y brillantemente al culto idolátrico, surgiendo allí, de propio fondo, más presto que en otros lugares, aquella que San Ambrosio llamaría sacrae opulentia disciplinae (la opulencia de la sagrada disciplina) y aquel desarrollo litúrgico que se notan ya en la primera carta a Timoteo y en otros escritos del Nuevo Testamento, conforme expusimos en un precedente estudio aquí publicado (ANALECTA SACRA TARRACONENSIA, vol. I, pp. 71-82).

Dada la relación íntima y el carácter figurativo del Antiguo Testamento respecto del Nuevo, bien se comprende que San Juan, con su fina percepción teológica de esos simbolismos, en aquellas circunstancias que requerían un noble y rápido desenvolvimiento de la liturgia cristiana, asumiera los más bellos y significativos elementos de la Ley vieja, y que en sus funciones pontificales de Éfeso se coronara con la lámina de oro, con el ornamento precioso que, cuando todavía humeaba el altar de los holocaustos, había contemplado con delicia de sus ojos, al concurrir al templo en las solemnidades de Israel. Esa actitud revela una tendencia del espíritu, y hasta un criterio teológico, litúrgico, disciplinar; y, como la cuestión de los cuartodecimanos era de liturgia y disciplina, se comprende toda la fuerza del detalle dentro del razonamiento de Polícrates cuando pone ante los ojos del Papa Víctor la figura venerable de San Juan, precisamente coronado con la diadema aarónica, porque esa sola actitud del apóstol era una clara demostración de que en su mente, sin confundirse la doctrina, se armonizaron y coincidieron hasta la letra no pocas prescripciones y prácticas de la Ley Antigua y de la Ley Nueva.

Concluyamos, pues, que el texto de Polícrates se halla sobre un fondo de internas y de externas congruencias que apoyan el sentido estricto de la letra. El caso es del todo verosímil y el hecho está bien afirmado: San Juan llevó realmente la lámina sacerdotal.

Y, como decíamos al principio, este hecho tiene su trascendencia para la crítica bíblica. ¿Cómo no habían de irradiar hermosamente sobre las páginas de estos escritos las áureas luces de la liturgia de Israel, cuando así brillaban sobre la frente y en la mente del autor?

Reflejos que han pasado desatendidos parécenos descubrir en el prólogo del evangelio, y vamos a indicarlos aquí, sometiendo esas rápidas notas al maduro juicio de los que más saben.