jueves, 19 de julio de 2018

Las parábolas del Evangelio, por J. Bover (VII de IX)


2. OBJETO O RAZON DE SER DE LAS PARABOLAS. -

Mucho se ha discutido sobre el objeto o, como suele decirse, sobre el fin de las parábolas evangélicas, pero con doble limitación, que ha dificultado no poco la solución del problema. Por una parte, se ha limitado generalmente el problema a las parábolas por antonomasia del Reino de Dios en vez de extenderse a todas las parábolas del Evangelio[1]. Por otra parte, se ha estudiado, a lo menos principal y expresamente, la finalidad de las parábolas, descuidando los otros géneros de causalidad que puedan haber influido en su empleo. Para evitar este doble inconveniente, estudiaremos generalmente las parábolas evangélicas, antes de examinar especialmente las del Reino de Dios; y en uno y otro caso no nos limitaremos a considerar su finalidad, sino, más ampliamente, los diferentes géneros de causalidad que puedan haber influido en el frecuente uso que de ellas hace el divino Maestro.


A) Razón de ser de las parábolas en general.

VENTAJAS INTRÍNSECAS DE LA PARÁBOLA.

Para entender debidamente la razón de ser de las parábolas, conviene tener presentes las ventajas que de suyo ofrece el género parabólico.

La primera ventaja es el agrado con que se escuchan las parábolas, más si son tan bellas e interesantes como las del divino Maestro. Al hombre le retrae y fastidia lo abstracto; en cambio, le atrae poderosamente el hecho concreto y viviente, la acción. De ahí su afición a la historia, a la novela, al drama. La doctrina moral, que, descarnada, se escucharía con indiferencia, se oye con fruición si se encarna en una historieta. Y esto es la parábola[2].

Contribuye a este agrado el que con la parábola se despierta y aviva el ejercicio de la propia actividad. Mientras que la sentencia moral, escuetamente propuesta, apenas lograría sacudir la pereza de la inteligencia, en cambio, encarnada en una imagen sensible, pone en juego la imaginación y el sentimiento, y con ellos aviva la misma inteligencia: con lo cual todas las facultades del hombre entran en acción. Y sabida cosa es lo agradable que resulta la actividad psicológica, que sea a la vez fácil e intensa.

Esta intensa actividad proporciona otra ventaja, más apreciable todavía; la de una percepción más viva del objeto. Y esto por dos razones. Primeramente, porque intervienen juntamente todas las facultades, que mutuamente se ayudan. Luego, porque esta actividad conjunta de las facultades es más enérgica. Y como la viveza y consiguiente perfección de la percepción es, en paridad de circunstancias, proporcional a las energías desplegadas de las facultades, de ahí que la percepción de la verdad moral encarnada en la parábola sea mucho más viva que si la misma verdad se propusiera descarnadamente. Y además—otra ventaja no despreciable—, la verdad más intensamente percibida se ahínca y clava más fijamente en la memoria. Y en la memoria queda para servir de norma para la vida moral.

La percepción de la verdad propuesta parabólicamente es también más compleja e instructiva. Al relacionarse la verdad espiritual con la imagen parabólica, se descubren secretas afinidades entre el mundo moral y el mundo físico, cuya visión instruye agradablemente. La parábola provoca una visión sintéticamente comprensiva de dos mundos y de sus maravillosas afinidades y relaciones, que recíprocamente los iluminan.

Pero acaso la ventaja más apreciada de la parábola sea, desde el punto de vista pedagógico, la de ofrecer al que la propone la posibilidad de graduar o dosificar la luz con que convenga enunciar la verdad. Frecuentemente las verdades amargan. El divino Maestro tenía que anunciar a los judíos verdades muy ajenas y aun contrarias a sus inveterados prejuicios. Proponer de primera intención y, como vulgarmente se dice, a boca de jarro, semejantes verdades, hubiera sido contraproducente. En vez de lograr que la verdad se recibiese, hubiera con ella provocado inútilmente la repulsión y aun las iras de los judíos. En tales circunstancias, la misma verdad, que propuesta fulgurantemente habría sido repudiada, propuesta, en cambio, veladamente, podía ser bien recibida. Y para velar discretamente la verdad y dosificar la claridad en proponerla, nada mejor que la parábola, que, según convenga, puede enunciarla o con claridad meridiana o entre sombras tan oscuras como se quiera. Quien no se haga cargo de esta ventaja pedagógica de la parábola y de la prudente discreción con que el Maestro sabe utilizarla, no podrá comprender la razón de ser de las parábolas evangélicas.

INDICACIONES DE LOS EVANGELIOS. —

Que el divino Maestro tuviera presentes estas ventajas inherentes al género parabólico, no lo afirman explícitamente los Evangelistas, pero hacen ciertas indicaciones que nos permiten deducirlo. Por de pronto, llama extraordinariamente la atención el hecho de que las parábolas, o plenamente desarrolladas o simplemente insinuadas, llenan todo el Evangelio. Tan frecuente uso del género parabólico no se concibe en el sabio y discreto Maestro, si no hubiera tenido presentes y pretendido utilizar las diferentes ventajas de las parábolas. Recordemos algunas de las indicaciones de los Evangelios. San Mateo repite tres veces, a pocos versículos de distancia, esta indicación: "Otra parábola les propuso..." (XIII, 24.31.33) y luego agrega: "Todas estas cosas habló Jesús a las turbas por parábolas, y sin parábolas no les hablaba" (XIII, 34 = Mc. IV, 33-34.) Y el mismo Maestro interpela a los discípulos: "¿No entendéis esta parábola? ¿Y cómo entenderéis todas las otras parábolas?" (Mc. IV, 13.) Pero más que la repetición son significativas expresiones como éstas: "¿A quién asemejaré los hombres de esta generación? ¿Y a quién son semejantes?" (Mt. XI, 16 = Lc. VII, 31); “¿A qué asemejaremos el Reino de Dios? ¿O con qué parábola lo comparamos? (Mc. IV, 30): que muestran el empeño del Maestro en buscar (o parecer que busca) parábolas asequibles a sus oyentes, como si no hubiera otro medio más a propósito para declarar su pensamiento. Y dándose cuenta de que lo que más gustaba a sus oyentes eran las parábolas, para conciliarse su atención les dice: "Oíd otra parábola" (Mt. XXI, 33). Pero la revelación más clara de la finalidad pedagógica que pretendía el Maestro es esta declaración de San Marcos: "Con muchas semejantes parábolas les hablaba, según que eran capaces de entender, y sin parábola no les hablaba" (Mc. IV, 33-34.) La capacidad intelectual y moral de los oyentes era lo que tenía presente el prudente Maestro, y a ella acomodaba la luz que en cada caso daba a la parábola, según convenía a su propósito.

De todo lo dicho se colige que la principal razón de ser de las parábolas eran sus ventajas pedagógicas, que, a vueltas de despertar más vivo interés, permitían graduar mejor la claridad con que había de proponerse la verdad. A la luz de esta razón de ser general podremos apreciar mejor la propia de las parábolas llamadas por antonomasia del Reino de Dios.





[1] ¿Cabe esta distinción? Recordemos lo que decía Danielou en el trabajo sobre el Buen Samaritano (ver AQUI):

“En su libro sobre la parábola evangélica, Maxime Hermaniuck ha mostrado que las parábolas simbólicas no tienen por objeto dar una lección moral general, sino que son revelaciones del secreto relativo al establecimiento del Reino de Dios (p. 456). Esto es particularmente claro con las parábolas que Cristo mismo explicó, como el de la cizaña (Mt. XIII, 37-39) …”.

[2] Y más valor tiene este raciocinio si se trata de una historia verídica.