lunes, 2 de julio de 2018

Las parábolas del Evangelio, por J. Bover (V de IX)


4. GENERO MIXTO. -

El género mixto, parabólico-alegórico, ha dado lugar a grandes aberraciones. Se ha discurrido de este modo: las parábolas evangélicas, llenas de elementos significativos (y por tanto alegóricos), son un género mixto de parábola y alegoría; semejante género literario es absurdo y, como tal, indigno de la inteligencia y buen gusto del Maestro: luego las parábolas evangélicas, cuales han llegado hasta nosotros, no son obra de Jesús, no son auténticas. ¿Qué valor tiene semejante raciocinio?

Ya hemos visto anteriormente que la primera de las bases en que se apoya, es decir, que significativo y alegórico es todo uno, es insostenible. Y fallando esta base, se derrumba todo el raciocinio. ¿Es consistente, por lo menos, la otra base, esto es, que el género mixto sea absurdo y, en buena literatura, inadmisible? Los que han de decidir son los hechos, generalmente aprobados, y los principios filosófico-literarios, no los cánones arbitrarios de los que trastornan o desconocen los hechos y los principios para hacer prevalecer sus prejuicios o postulados apriorísticos.

Comencemos por los hechos. Prescindiremos de la literatura clásica, griega y latina, en que abundan casos del género mixto. No queremos, con todo, omitir este bellísimo ejemplo de Cicerón: "Sicut non omne vinum, sic nec omnis aetas vetustate coacescit" (Dial. De senect.). Comienza por una comparación y termina con una metáfora. Es muy parecido a este ejemplo del orador romano este otro del Eclesiástico (IX, 15):

Vinum novum, amicus novus:
veterascet, et cum suavitate bibes illud.

Más claro aparece el tránsito de la comparación a la metáfora en estos versos del Salmo XLI (2-3):

Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum,
ita desiderat anima mea ad te, Deus.
Sitivit anima mea ad Deum Fortem vivum:
quando veniam et apparebo ante faciem Dei?

Conocido y admirado es el "Cántico del amor a la viña", uno de los poemas más bellos de Isaías (V, 1-7). De él escribe Condamin que "es una parábola que pinta al vivo la ingratitud de Israel" (Le livre d´Isaie, pág. 38). Y lo es, pero matizada toda ella de rasgos alegóricos: es un género mixto. ¿Y se calificará de absurdo y monstruoso este bellísimo poema?

Isaías nos lleva de la mano a la no menos bella alegoría de la Vid y los sarmientos del Cuarto Evangelio (XV, 1-6). Si la de Isaías es una parábola alegorizante, la de San Juan es una alegoría parabolizante. Y esta alegoría nos recuerda invenciblemente la del Buen Pastor, del mismo San Juan (X, 11-16), mixta también o combinada con rasgos parabólicos. No tememos citar estas dos alegorías del Cuarto Evangelio que, tratándose de justificar las parábolas evangélicas, serán recusadas por algunos como petición de principio. Sobre los prejuicios de unos pocos está el criterio estético de los más, y la realidad objetiva de una belleza que se impone.

Subiendo del terreno de los hechos al de los principios, presuponemos, lo que nadie osará negar, la legitimidad de la alegoría o de la metáfora, que es y ha sido siempre considerada como el mayor encanto, y el más natural, de la forma literaria. El origen psicológico de la metáfora está en la portentosa agilidad de la inteligencia humana, que, contemplando de una mirada la afinidad de los objetos, piensa en unos con imágenes tomadas de otros. Y es ésta una propensión tan natural, que la metáfora florece más exuberante precisamente en las literaturas primitivas. Ahora bien, si esta propensión es generalmente espontánea, aun sin previa preparación, mucho más lo será si está preparada por la comparación. El cotejo establecido por la comparación entre dos objetos (el sujeto y el término) prepara evidentemente su fusión o compenetración, que es el carácter esencial y distintivo de la metáfora. Si semejante compenetración era espontánea y natural, y por tanto legítima, aun sin estar preparada, ¿se convertirá en un absurdo o monstruo literario, cuando el previo cotejo establecido por la comparación invita, casi irresistiblemente, a fundirlos en uno? ¿Tan contrario es a las leyes de la naturaleza y de la psicología humana ceder a esta invitación y combinar la comparación con la metáfora o la alegoría con la parábola? ¿Y quiénes son, y con qué derechos, los que proclaman esa monstruosidad?